Servilleta, carpeta de inteligencia, un par de muertes. La historia del juez que hoy procesa a CFK de la misma manera que podría vender chocolatines para ganar un mango o salvarse de una amenaza.

Un delirio mayúsculo, puede decirse de la decisión del juez Claudio Bonadío de procesar y dictar prisión preventiva a Cristina Fernández de Kirchner y otras personas por el acuerdo con Irán. El magistrado, conocido por su desparpajo en su decir y por cierta arbitrariedad en su accionar, ha sobrevivido a varias tormentas. Cuenta en su haber con la muerte de dos personas en un intento de asalto. Su nombre estuvo en la famosa servilleta en los años 90 y fue uno de los jueces federales nombrados en forma directa por Carlos Menem con acuerdo del Senado. En 2014 fue sancionado con un recorte de su sueldo por el Consejo de la Magistratura por demoras en investigaciones a su cargo. Se dice que en esos años fue alertado por un miembro de la SIDE de un carpetazo que el gobierno de CFK iba a hacer en su contra y que habría tenido como destinatario a su hijo. El juez -que al fin de cuentas es sólo un hombre- parece que se tomó muy en serio los cuestionamientos y operaciones en su contra. Y un hombre como él -que, además, tiene el poder de un juez federal- no perdona.

Este 7 de diciembre el país amaneció con la sorpresa causada por las detenciones que Bonadío ordenó por la investigación del acuerdo con Irán. Traición a la patria es la acusación contra los imputados y para ello calificó como actos de guerra a los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA. De la lectura de su resolución se desprende que Bonadío -al fin de cuentas un hombre que maneja hábilmente el lenguaje y los tiempos políticos-, con pluma de comentarista político un tanto rudo, bosquejó un relato acorde con su pretensión inicial. La frutilla fue la prisión preventiva de la ex mandataria, un día antes que comenzara sus funciones como Senadora Nacional. Poco importa el futuro del proceso. La conmoción fue generada y con ella el vendaval político. El hombre fuma dentro de una garrafa, dijo un abogado en los pasillos de Comodoro Py.

Horas más tarde, CFK dio una conferencia, flanqueada por el diputado nacional Agustín Rossi y por el presidente del PJ José Luis Gioja. Todo un mensaje. Lanzó frases con las que se puede estar de acuerdo sin ser de su escuadra. De hecho, dirigentes de izquierda salieron a criticar con fuerza la decisión del juez, del mismo modo que lo hicieron varios peronistas e, incluso, periodistas no sospechados de contar con genes k. El juez se arrogó la facultad de analizar un acto puramente político y diplomático, con el que se puede estar en desacuerdo -Pino Solanas votó en contra, pero criticó la intromisión judicial penal-, pero no calificarlo como entramado criminal para lograr el encubrimiento de los autores del atentado, puesto que jamás surtió efecto y porque el tratado fue aprobado por el Congreso de la Nación. De hecho, fue declarado inconstitucional por tribunales argentinos, cuestión que tampoco lo torna delictivo.

Varios hemos visto con buenos ojos el tratado, con la idea de que podía destrabar un asunto que durante años no tuvo avance y que sólo fue utilizado para el debate político, no exento de chicanas. CFK integró la comisión parlamentaria que se abocó a la investigación del caso. Trató con las organizaciones y familiares que buscan justicia, conoció la causa y criticó la actuación de varios funcionarios que hoy están siendo juzgados por el encubrimiento del atentado, entre ellos, Carlos Menem. Dicho sea de paso, un juicio trascendental al que nadie le lleva el apunte.

Algunas misceláneas: Bonadío investiga la denuncia del fallecido fiscal Nisman, luego que el juez Daniel Rafecas la desestimara, la Cámara de Apelaciones lo confirmara y un fiscal de casación desistiera de abrir el caso. El mismo día que se conocía la decisión de Bonadío, Rafecas tuvo que dar explicaciones ante el Consejo de la Magistratura sobre los motivos por los que decidió su archivo. Algo inédito, un juez llamado para rendir cuenta de sus pronunciamientos. El proceso penal cuenta con pasos que permiten reeditar la discusión, lo que se hizo en el caso. Luego y por decisión de los jueces de casación Mariano Borinsky (cercano a Macri en su pretensiones reformistas en la cuestión penal) y Gustavo Hornos (el nombre que más suena para suceder a Gils Carbó al frente de la Procuración), Bonadío se abocó a la causa y solicitó a Rafecas el legajo archivado, con fuerte respaldo de buena parte del oficialismo y de la DAIA, que celebró su resolución. Luego de que el macrismo lograra deshacerse del camarista Eduardo Freiler, posó sus garras sobre uno de los jueces federales -de los pocos- que ha tenido una actuación destacada en varios juicios; entre ellos, la megacausa del I Cuerpo de Ejército, en la que investiga decenas de centros clandestinos de detención de la dictadura, y los sobornos en el Senado de la Nación al sancionarse la denominada ley Banelco en contra de los trabajadores. Los radicales no le perdonan esta última, algunos pocos, la primera, y algunos kirchneristas su actuación en el caso Ciccone. Rafecas tuvo una destacada intervención ante el Consejo de la Magistratura, pero nada le garantiza que los orcos no sigan queriendo beber de su sangre.

La desestimación de la denuncia de Nisman es ajustada a derecho, puesto que no fue más que un relato cargado de análisis propios de los servicios de inteligencia, fruto de conversaciones ajenas en lo que en la jerga judicial se llama “excursión de pesca”. Nisman, que tenía que investigar el atentado y llegar a sus autores, terminó preso de las operaciones de los servicios de inteligencia, que volcaron toda su furia sobre CFK cuando la ex mandataria decidió modificar la estructura de inteligencia. Nisman fue un instrumento, y su muerte, el paso necesario que la denuncia necesitaba para surtir efecto. La denuncia no importaba, sino la muerte, prevista antes que la misma denuncia.

Rafecas es, sin dudarlo, uno de los mejores jueces federales y uno de los pocos -poquísimos- que no abre la puerta de su despacho a operadores políticos y de inteligencia. Pero para ser juez no basta ser decente, comprometido con la labor, estudioso del derecho. Hay que saber fumar dentro de una garrafa para no ser presa de las operaciones. Si en lugar de desechar de plano la denuncia de Nisman hubiera iniciado una investigación y realizado las medidas propuestas por el fiscal Gerardo Pollicita, el resultado habría sido el mismo: el cierre del expediente por inexistencia de delito. Pero Rafecas pecó de ingenuo y creyó que semejante balurdo se resolvía sólo desde lo jurídico. Lo que el oficialismo está haciendo con él es miserable. Rafecas, cansado de tanto manoseo, decidió otra suerte y se presentó para ocupar un cargo de Defensor ante la Corte Suprema. El daño está hecho y la Argentina perderá, de uno u otro modo, a uno de sus mejores jueces (ganará un buen defensor, sin duda). De haber dado curso a la investigación, hoy Bonadío no estaría decidiendo los destinos del país.

Arriesgo una hipótesis: en su conferencia, CFK no acertó en dos cosas: la primera, el gobierno de Macri no fracasa en lo económico, hace lo que quiere hacer, es la cruda realidad; la segunda, Bonadío no es un alfil del macrismo, (lo que no significa que no puedan acordar en objetivos de coyuntura). De hecho, en un encuentro organizado por el Rotary Club criticó a Macri con un “así empezamos mal” al referirse a una eventual reforma del sistema judicial (ahí podemos ver otro ajuste de cuentas con CFK). Con la decisión de Bonadío, Macri no debe estar muy satisfecho (sólo salieron a celebrar los psitacoideos de siempre). Horas atrás había obtenido la división del peronismo en el Senado, en pleno debate de leyes que le son primordiales. Bonadío acaba de poner al peronismo en alerta pegándole una soberana patada en el culo. Y a un gigante no se lo despierta de esa forma sin enojarlo. El peronismo, a partir de Bonadío, o de la prisión preventiva que acecha a CFK, tiene la inmejorable oportunidad de unir fuerzas para enfrentar a Macri y derrotarlo donde más le duele.  La política decidirá el futuro. Esperemos que no sea Bonadío.