Se temía lo peor después del aburridísimo y súper reglado encuentro de los candidatos a Jefe de Gobierno. Sin embargo, pasaron cosas. Entre ellas, no pocos mandobles que supo encajar Alberto Fernández, un mal educado.
Esto va a comenzar con su precedente inmediatamente anterior, el debate (¿habría que entrecomillar o poner cursivas?) entre candidatos a Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Lo haremos en ese orden porque aquel debate fue horroroso. Varios muñecos parlantes en fila más o menos resignados a no ser otra cosa que eso, muñecos mecánicos. A uno de esos muñecos le venía bien ese papel (Rodríguez Larreta), a otro no (Matías Lammens). Todo fue muy plomo, chato, enumerativo, desapasionado y de una amabilidad infinita. El debate presidencial, en cambio, permitió dos cosas: ver a Alberto Fernández rompiendo con enorme naturalidad las reglas del Reino de los Ingenios Mecánicos ni bien comenzó la cosa (Macri, sos un versero) e incluso -poniendo cierta distancia- poder decir que el segundo debate fue algo más movido, al punto que pudimos ver cosas horribles. No solo a Macri, también y peor a Espert y a Gómez Centurión, un “libertario” fascistón y un milico animal de los años 70. Esos horribles representan no poco de lo que somos, ambos apuntando a la antipolítica, el odio, el despilfarro estatal y la mufa amarga, ídem Macri (pero tarde para él) y achicándole el espacio.
Al primer debate se lo puede encarar con recuerdos y metáforas. El recuerdo es el de un mítico programa de preguntas y respuestas, Odol pregunta, en el que las partes fuertes se iniciaban cuando el conductor decía “Minuto Odol en el aire” y la cámara señalaba un enorme reloj -como el que tuvieron ante sí los candidatos y las pantallas- en blanco y negro. Ese programa era más intenso que los debates: si el respondedor no sabía contestar, supongamos, tal dato en la biografía de Gardel y permanecía en ascuas y en silencio, las familias televisivas se revolvían en el sofá presas de una inquietud solidaria o morbosa.
Ahora el enfoque por el lado de la metáfora, o la zoología.
Lo que se ve o predomina en estos debates híper reglados por supuestos rigores televisivos no es una discusión de política o de proyectos de país entre seres humanos. Se parece mucho más al producto de un experimento bizarro destinado a una platea familiar que mira Animal Planet. Mirad cómo estos astutos chimpancés han sido entrenados para hablar hasta un total de –literalmente- 13 minutos con 15 segundos. ¡Increíble! Lo hacen en minuciosas fracciones exactas… ¡y sin carpetas en el atril! ¡Solo ayuda memorias, un papel, una Bic! Un aplauso para Bonzo, el chimpancé.
Trece minutos con quince segundos es todo lo que dispusieron y dispondrán en la próxima entrega los candidatos a presidente para explicar cómo gobernarían este inmenso quilombo llamado Argentina. Trece minutos con quince segundos pasan volando en un bar o una charla casual en el bondi; no alcanzan ni para que hierva el agua y tirar los fideos. ¡Pero qué democráticos 13 minutos! Las reglas tienen algo del juego de la oca o El Estanciero, o similar. Ejemplo: “Los candidatos podrán elegir dirigirse a otro, hacer una referencia a un contrincante, o rebatir lo que dijo alguno de los participantes”. Avanza un casillero.
En el primer debate, dio toda la sensación de que cuando terminaron de mostrar sus destrezas de primates sobre entrenados unos señores vestidos de plateado y máscaras antigás metieron a los sujetos experimentales en salas de descontaminación.
Daniel Rosso, medio sociólogo, medio politólogo y más comunicólogo, amigo de la casa, escribió 14 párrafos comprimidos cuando terminó la cosa. Le robamos tres:
* Esta forma del debate extrae la discusión política de sus formas más libres y sorpresivas y la coloca en un campo tan reglado y protegido que prácticamente lo esteriliza.
* Débora Plager fue una periodista símbolo, exportada violentamente de un género a otro: de un programa sin reglas, como Intratables, a un debate donde sólo sobresalieron las reglas.
*Desde Laclau a Verón lo específico del discurso político es el conflicto. Entonces: si los formatos de debate dificultan el desarrollo de los conflictos discursivos, entonces, lo que se debilita es la posibilidad del discurso político mismo.
* El debate quedó sepultado por las reglas.
Primer round. Cross a la mandíbula
Tal como sucedió en el primer debate, los periodistas/ conductores/ regladores se desvivieron por decir esto es histórico para ponerse históricos. Sucedió de movida luego de que uno de ellos (no importan los nombres) abriera la noche diciendo a lo Tinelli “Buenas noches, país”. No abusaron tanto -gracias a Dios- de lo que se reiteró en la primera ocasión: periodista, si se los puede llamar así a todos o a algunos, tratando a los monitos desde algún tipo de superioridad moral inexplicada, con condescendencia y ternura, por sus buenos modales, felicitándolos, arrojándoles una galletita de recompensa.
Las expectativas de uno y la de mucha, mucha gente, era saber cómo iba a llegar Macri al debate (entero, cansado, cómo iba a sosterse en minoría presunta de 5 a 1) y si Alberto Fernández aparecería también como primate domesticado. Respuesta a lo primero: Macri más o menos fue el soso de siempre, muy flojo en la primera mitad y respondiendo en la segunda a algunos de los lances de AF, con evidente asesoramiento en las pausas del debate, ya que anduvo cobrando prolijo.
Pero lo que rompió las reglas, lo bonito, lo que aportó alguna emoción fue el primer cross a la mandíbula que le asestó Alberto apenas “hizo uso de la palabra”, aludiendo como si no pasara nada, con naturalidad, vehemencia y franqueza, a las mentiras dichas por Macri en el debate con Scioli (al que llevó a Santa Fe como objeto de recuerdo y muestra gratis).
Adelanto de lo que suponíamos o queríamos que sucediera. A AF no le fue como al pobre de Lammens que (más, siendo un hombre que viene del mundo del deporte) todavía debe estar sufriendo por sus inseguridades y su sobre-coacheo. Se quedaba pasmado Lammens cuando le sobraban quince segundos, con una sonrisa como desorientada pero aun así presuntamente satisfecha, una especie de sonrisa al sol. Mientras que Rodríguez Larreta, al que debía limar, y que está acostumbrado al hablar mecánico hecho en titanio, y que es un mentiroso realmente admirable, no fue desafiado ni por Lammens ni por Tombolini (tengo tres hijos y tres perros, se presentó). Solo desafió a Rodríguez Larreta, Gabriel Solano, del FIT, y cómo lo extrañamos en el segundo debate, dada la planura del compañero Nico del Caño. Es cierto que la imperdonable, horrible actitud de Solano de quitarse la corbata y usar su libertad personal tiene relación con el no temor de la izquierda de quedar mal o en conflicto con alguien, cosa que sí sucede en quienes pueden obtener muchos votos e intentan quedar lo mejor parados posible con medio mundo, especialmente las clases medias. Así cualquiera se tira un pedo en el estudio.
Esta vez, en el segundo debate, hubo uno que se tiró varios pedos de los más bonitos. Se llamó Alberto Fernández, y esos pedos fueron en términos generales ganadores. Eso no necesariamente significa que haya sido ganador del debate. Eso lo dirimen en sus confundidos cerebros los votantes.
Cross y aquel medio minuto de silencio
Tuvieron que pasar cinco minutos de presentación de reglas por parte de los, en fin, periodistas (más que los microcachitos de que podían disponer los candidatos) para que se iniciara la lid. Le tocó arrancar a Macri, es decir al vacío. Ahí vino el primer cross a la mandíbula (nada grave ni brillante, pero sí ruidoso en las condiciones de laboratorio impuestas por “las reglas”) que puso nerviosa a la derecha.
Fue discurriendo la cosa. Todos bastante naturales esta vez excepto Macri, que parecía algo nervioso pero dispuesto a pelear; cierta inseguridad en Lavagna y cierta artificiosidad en Nico del Caño (ese pelo), el que nos hizo extrañar al bueno de Gabriel Solano, y que protagonizó una suerte de caricatura de nuestra izquierda siempre envejecida. Los lectores ya saben qué pasó: Ecuador. Mucho Ecuador. Todo bien con Ecuador (Socompa dedicó notas al tema) pero aprovechá el tiempo para hablar de Argentina, Nico. Lo sucedido es tal cual pasaba, un suponer, en los 80. Largas alusiones a algún conflicto respetable sucedido en la concha del mono del mundo. “Viva la heroica lucha de las mujeres de Rawalpindi”, supongamos, dicho en plena híper inflación de Alfonsín. Sucedió inmediatamente el gag del pedido de minuto de silencio por los muertos de Ecuador (y está muy bien trazar la relación FMI/ Ecuador, Nico, pero pará la mano un poco, ¿cómo vas a pedir a los asistentes de un debate televisivo un minuto de silencio?). Nico terminó autogestionando su minuto, o 20 segundos de silencio, mientras el humorista Pati posteaba en Facebook: “Del Caño se quejó de que en sus 30 segundos no entra su minuto de silencio”.
Alberto, dejá ese dedo quieto
Nos divertimos (también nos apenamos, dicho sea con franqueza) con ese episodio y luego fueron evolucionando las cosas más o menos según lo previsto. Macri maquinal y muy mentiroso y muy vacío. Espert y Gómez Centurión regurgitando con entera normalidad sus modos más o menos fachos. Nico pegándole parejamente a Macri y a Alberto (¿de dónde rascar votos si no del Frente de Todes? Se entiende) y teniendo razón cuando se refirió a pecados de Massa o de los gobernadores perucas. Lavagna muy correcto, muy cerca de Alberto ideológicamente, agradable de escuchar pero con un problema: cierta lentitud en el habla, cierto tono profesoral no televisivo. Es ahí donde la tele es facha y tirana de verdad: de alguna manera discrimina a un señor mayor porque habla más pausado (que lo pasen a nafta, dijo alguien en FB) y algo difícil (como Cristina) para las grandes audiencias. Es muy soreta de verdad la tele en ese sentido.
Lo previsible: Macri verseó logros y agitó fantasmas antiká (Venezuela, narcotráfico, a la chicana sobre Axel Kicillof medio que se la comió el timbre final de su tiempo). A uno de esos fantasmas -fue casi cómico- Alberto le retrucó con otro fantasma: una intervención militar en Venezuela podría terminar con pibes argentinos combatiendo allá, onda Malvinas. Exagerado, Alberto, pero vía TIAR y Trump y militarizacón la hipótesis tiene algo de verosímil.
A medida que fueron pasando los minutos se hizo evidente que -además de algunas intervenciones de Del Caño (Macri lamebotas de Trump) y las animaladas de Espert/ Gómez Centurión- el que mejor animó la fiestita, el más atrevido, el que puso la incorrección política bien meditada, el más dinámico, el proactivo, natural y a la vez vehemente, fue Alberto Fernández, dueño además de un modo grato de hablar. Cada vez que usó el bien pensado vocativo presidente (¡lo sabíamos!) ese presidente era sinónimo de pelotudo, inútil, incapaz, mentiroso. Para colmo usó el lenguaje gestual Alberto. Usó casi permanentemente el dedo alzado o apuntando a Macri (y de nuevo: ahí lo tenés al pelotudo). Apenas finalizado el debate hubo gente nerviosa que dijo que ese dedo levantado era señal de autoritarismo. Bien asesorado por su equipo, también Macri hizo esa misma alusión para la propia tropa, seguramente apenas para ofenderse empáticamente con quienes lo votarán.
Lo interesante: lo habitual es que los candidatos que se saben ganadores hagan la plancha porque entrar en guerra o conflicto puede significarles alguna pérdida menor o no. Alberto no hizo la plancha, Alberto -acaso buscando más y más votos que le den sustento para la silla eléctrica que lo espera- le pegó bastante -pudo hacerlo más, por supuesto-, le pegó bien y tuvo la previsible astucia de empatizar con Lavagna en un par de intervenciones, sobre todo cuando sucedió la única pegada fuerte que tuvo el economista, cuando dijo qué curioso que nadie en sus atriles, cuando se habló de derechos humanos (también del curro de los derechos humanos), habló del hambre en la Argentina.
Final y balance
Uno vio ganador a Alberto pero eso es la decodificación de uno y solo uno, no la de las inextricables audiencias y sus mundos internos. Macri seguro que no ganó nada, hasta pudo quedar medio encerrado o disminuido en su Modo Bolsonaro por Bolsonaros peores. Lavagna se perdió una oportunidad pero Macri estuvo lo suficientemente flojo como para que algún votante de Macri -clase media media y media alta- emigre de Macri a Consenso Federal. Nico del Caño consiguió los votos de la izquierda (¡bravo!) y nuestras ganas de que algunos peronismos sean mejores de lo que son. Los otros dos se habrán llevaado las mismas migajas con que contaban, que no son tan migajas, y eso es feo y doloroso porque desnuda con qué sociedad tratamos.
No fue 5 a 1 contra Macri; fue más bien un 3 a 1 dinámico. Macri no papeloneó mal (fantasía que teníamos) porque el “debate”, volvemos a las comillas, no permitió en absoluto reflejar el espanto igualmente absoluto de su gestión ni el resultado de esa encuesta que dice que la sociedad lo considera el peor presidente desde 1983. A Gómez Centurión le tocó también el papel del milico despistado, más bien bruto, al que nunca le alcanzó el tiempo antes del tiempo prefijado. En su ímpetu marcial, sonado el timbre, se pasó de largo por las estaciones o batallas de Salamina, Waterloo y Cancha Rayada. Tiempo, Gómez Centurión.
¿Qué incidencia pudo tener el debate (y el próximo) en el electorado? Tendemos a pensar que escasísima. Decimales, algún puntito. Acaso esa migración mínima de votos de Macri a Lavagna (o a los fachos). Acaso un cachito más para Alberto.
Otra conclusión: tanto romper las pelotas con la cadena nacional, la conferencia de prensa, los debates presidenciales, la República. Son más bien una porquería estos debates, un ejericicio vano y artificio, aunque en este se filtró más de lo que todos esperaban. Si en el futuro se repiten, ojalá las putas reglas de la televisión no esterilicen -como escribió Rosso- ni a la política ni a la esencial condición humana de los candidatos, que no son máquinas.
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