Un descendiente de los colaboracionistas croatas escribe para descalificar a la guerrilla de los 70 y a los que considera sus descendientes y discípulos, que tratan de volver a ocupar el poder para seguir siendo bandidos. En definitiva, una defensa del terrorismo de Estado.
De la orga de los fierros a la orga de los bolsos” es el título de la columna de opinión que La Nación esta semana al politólogo Eugenio Kvaternik. Transcribo un párrafo, música para los oídos del lector arquetípico del diario de Mitre:
“El matrimonio Kirchner militó en una variante del peronismo revolucionario, mientras que otros implicados como Gerardo Ferreyra y José López fueron militantes de ‘orgas’ similares, como el ERP y el Peronismo de Base, respectivamente. De ahí que ante estos episodios el observador se vea obligado a hacerse la pregunta que se han hecho desde siempre los estudiosos de la violencia insurgente: ¿qué diferencia al militante revolucionario del bandido? Ambos recurren a la violencia y están al margen de la ley. Si la violencia y la ilegalidad los asemeja, ¿cuál es el rango que los distingue?”
Más adelante define al partisano según los atributos de Carl Schmitt: “la irregularidad, la movilidad, el vínculo telúrico y un compromiso político intenso”. Añade que el compromiso político “es el rango definitorio que separa” al bandido del insurgente. Recuerda que “la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial elevó a la categoría de resistente a quien se alzó” contra el nazismo y que “el compromiso político distingue los atentados del resistente de los asaltos del bandido”, dado que el resistente utiliza “los métodos propios del bandido”. Todo para justificar al Perón que reacciona tras el copamiento de Azul y cerrar con la mutación de la militancia armada que se convirtió en militancia valijera. Dicho de otro modo, según el profesor emérito de la Universidad del Salvador, las valijas son la continuación de los fierros.
No puedo dejar de notar la alusión a la Segunda Guerra, más tratándose de quien escribió la columna. Vayamos a Uki Goñi, a su gran libro La auténtica Odessa, que relata la llegada masiva de criminales de guerra a la Argentina de Perón. Hay un capítulo sobre los ustashas, los genocidas croatas que armaron un estado títere en los Balcanes, aliados a Hitler y que no dejaron un solo judío vivo, además de masacrar a serbios con un nivel de sadismo espeluznante. La cabeza de ese estado terrorista se llamaba Ante Pavelic. El dictador y su séquito huyeron a la Argentina gracias a los buenos oficios de la Iglesia, sostén de un régimen que impuso el nacionalismo católico en la Croacia nazi. El sacerdote Krunoslav Draganovic fue el encargado de gestionar la huida de esos criminales a esta parte del mundo. Goñi cuenta lo que sigue:
“Draganovic había sido enviado a Roma en agosto de 1943, durante el tenso período entre la expulsión de Mussolini y la ocupación alemana de la ciudad. Antes de abandonar Croacia había estado implicado en la disputa sobre Eugen ‘Dido’ Kvaternik, el jefe de la Oficina de Orden y Seguridad de Pavelic, que era quien estaba a cargo de la persecución de los serbios, judíos y gitanos. A Kvaternik se le consideraba un asesino patológico incluso en comparación con los estándares de los ustashas, y Himmler, oponiéndose a su idea de matar a dos millones de serbios, forzó su exilio fuera de Croacia. ‘Dido’ y su padre, Slavko Kvaternik, la mano derecha de Pavelic, obedecieron y esperaron al final de la guerra en el estado títere nazi de Eslovaquia. Para cuando se exilió, el joven Kvaternik había empezado a dudar que los alemanes pudieran ganar la guerra, pero le agradaba saber que, independientemente de cuál fuera el resultado, ‘ya no habrá serbios en Croacia’. Draganovic se alineó con los alemanes, acusando a Kvaternik de ser un ‘loco y un lunático’ y, por añadidura, de tener una madre judía, a pesar de haber mostrado una ‘extraordinaria crueldad en su trato hacia los judíos’”.
El jefe de la policía secreta de Pavelic, hijo a su vez de un alto jerarca del régimen ustasha, terminó sus días en Río Cuarto, en 1962, con mejor suerte que su progenitor. Slavko Kvaternik fue ahorcado en 1947 en Zagreb tras ser condenado por el gobierno del mariscal Tito como uno de los grandes responsables del Holocausto en los Balcanes. Eugen Kvaternik evitó terminar como su padre y llegó a la Argentina con su mujer y su hijo pequeño: Eugen Slavko Kvaternik, que no es otro que el polítologo, que lleva los nombres de ambos genocidas.
El hijo y nieto de sendos criminales de lesa humanidad nos dice que quien se alza en armas contra un régimen como el de sus mayores se diferencia de bandidos por el compromiso político, como si su padre y abuelo y el resto de los ustashas no hubieran sido unos bandidos que crearon el Estado croata para hacer terrorismo. Y todo para reducir los 70 a una cuestión económica, mientras que los fierros croatas, es un hecho, se convirtieron en valijas de pasajeros que llegaron a este país. ¿Cuándo fue que se convirtió en algo tolerable darle cabida en un diario masivo a un apellido de resonancias estremecedoras con semejante línea de argumentación?