Hoy las cúpulas sindicales negocian sus lugares de poder a espaldas de sus representados y nos los acompañan en sus luchas. No hubo solidaridad con los trabajadores de Pepsico y la tibieza es la única reacción ante los embates de la política económica. Una historia en la que cambian los nombres, pero no las actitudes.
Traición es hoy la palabra que más se escucha entre los trabajadores organizados. Los dirigentes empiezan a mirarse con desconfianza, se ponen zancadillas y cada uno trata de salvar su imagen. Ya engañan poco. La realidad los está pasando por arriba. Si la mayoría de los trabajadores supiera cómo viven y qué tipo de negocios abrochan sus líderes sindicales, el odio sería aún mucho mayor.
La situación no es nueva y tiene una larga historia. El sindicalismo tradicional ya ha pasado anteriormente por momentos de desprestigio, lo que abrió espacio para la creación de direcciones alternativas que lo combatían. A finales de la década de los 60 se fundó la CGT de los Argentinos, comandada por Raimundo Ongaro. Años después, quedaría en evidencia el enorme desprestigio de los líderes sindicales que fueron colaboracionistas durante la dictadura. De allí el surgimiento durante el alfonsinismo de muchas direcciones llamadas combativas o antiburocráticas.
Alentadas incluso desde el propio gobierno radical, esas nuevas direcciones fueron cooptadas luego por el sindicalismo tradicional. Fue importante, para ello, el papel jugado por el líder cervecero Saùl Ubaldini, quien logró transformarse en el líder sindical más influyente de aquellos años.
Así se llegó a los 90, cuando la traición fue más que evidente y muchos dirigentes sindicales se entregaron de pies y manos (previa recompensa) al neoliberalismo que llegaba al poder de la mano de Carlos Menem.
Esa traición de muchos dirigentes de la CGT dio lugar al surgimiento de la corriente que lideró Hugo Moyano, que fue- junto con los integrantes de la CTA– quien hegemonizó la oposición sindical al brutal ajuste, cierres y privatizaciones de los ’90. Pero, en paralelo, surgieron delegados, comisiones internas e incluso regionales o sindicatos que respondían a algunos partidos de izquierda, especialmente del trotskismo.
Esos dirigentes de izquierda jugaron un papel fundamental, junto con las organizaciones de desocupados, en las enormes movilizaciones de principios del milenio, que hizo eclosión en diciembre del 2001 y que acabó con el gobierno aliancista de Fernando de la Rúa.
Lo que vino después fue una recomposición de la democracia formal y del sindicalismo tradicional. Tras el interregno del gobierno de Eduardo Duhalde, que debió irse apurado tras una fallida intervención de los servicios de inteligencia y la policía bonaerense en la movilización del Puente Pureyrredón, episodio en el que fueron muertos Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Asumido el gobierno de Néstor Kirchner, se produjo un fortalecimiento de Hugo Moyano, que selló una alianza con el kirchnerismo a caballo de las paritarias, de la creación de empleo y de una gran recuperación del salario real. Esa alianza duró hasta poco de comenzado el gobierno de Cristina Fernández.
El sindicalismo peronista se dedicó entonces a desgastar el gobierno de CFK y no dudó en sellar alianzas con sectores opositores de la derecha, como el ascendente Pro de Mauricio Macri.
Hoy que –como fruto de esa alianza y de errores de conducción del propio kirchnerismo- el neoliberalismo está en el poder, el sindicalismo peronista mira para otro lado. Ya en marzo se vieron apretados durante una movilización y tuvieron que abandonar apurados el palco desde donde hablaron a los trabajadores. En estos días una escena similar se repitió en el micro estadio de Ferro Carril Oeste.
Los sindicatos tradicionales, esos que adquirieron un poder ilimitado gracias al peronismo y que muchas veces fue bien usado y otras tantas muy mal, se encuentran nuevamente en un momento de extrema debilidad. Que en un plenario tan controlado como el del viernes, donde todos los que fueron seguramente respondían a alguna facción convocante, habla a las claras de que el triunvirato que dice conducir en realidad no conduce. Uno de los miembros de la conducción llegó a admitirlo desde el propio palco.
Al mismo tiempo, se producen luchas como las de Pepsico que son dirigidas por la izquierda, en las que el gobierno reprime y el sindicato de la alimentación ni siquiera llamó a una huelga de solidaridad con los afiliados de ese gremio que perdían su trabajo.
Para ellos también existe cierta protección mediática. Porque para el poder siempre es mejor negociar con estos sindicatos que con otros más independientes y comprometidos con sus representados.
Lo claro es que si los dirigentes de la CGT no cambian su accionar, es probable que se avecinen más crisis en la cúpula de la dirección del movimiento obrero y adquieran , a la vez, más protagonismo los dirigentes sindicales más combativos.