La ausencia de discusiones colectivas en Facebook es apenas uno de los síntomas de la orfandad política que padecen los que, con cada vez menos esperanzas, desean alguna transformación, una sociedad mejor. Los odiadores sí hacen ruido y se organizan. El silencio y la tristeza de nuestro lado de la vereda son elocuentes.
Desde bastante antes de que el que escribe se fuera de viaje, largo, ya había silencio en sus barriadas de Facebook. Silencio político, cansancio enorme. Es un síntoma, un reflejo de anemia y de anomia entre las buenas gentes politizadas de esas barriadas.
En las barriadas de Facebook que habito, estos últimos años se acumularon muertes por covid y por otras causas fulería. Si no son muertes de la propia generación son las de padres o parientes cercanos. Mascotas también. Se habla de esas muertes en FB, convertido en máquina funeraria. Se habla de viejos discos, de series, hacemos chistes que vienen bien para aliviar el alma, las psicoanalistas pintan al mundo difícil a través de sus pacientes, se habla de conciertos, se plantan fotos y recuerdos y poemas, se tratan asuntos personales casi íntimos, se presentan las propias presentaciones de libros, se discutió bonito sobre la película 1985. Al fin algo de lo que hablar de manera colectiva.
De política, poco. Entre los más duros no hay la fiereza de antaño salvo para expresar traiciones de este o aquel personaje. Los más sensatos prefieren evitar las obviedades, callan y no hay reproches que hacer. Solo el atentado a Cristina despertó la rabia y la angustia de muchos. Nadie en nuestras barriadas tiene nada para festejar en política, solo que tampoco se discute en qué desierto estamos (nada que reprochar tampoco, se entiende). Ninguna medida, ningún anuncio, nada de lo que hablar y menos festejar. Por lo tanto, en Facebook, en mis barriadas al menos, hay silencio. Es como si algo, alguien, un ente, nos gobernara. Algo que se nos fue de las manos, barrilete cósmico. Alberto Fernández que estás en los cielos, podría ser. Alberto Fernández que no es el responsable exclusivo de lo que sucede.
Silencio, tristeza callada, alguna mishiadura, miedos, inflación. Un posteo divertido del amigo Horacio Paone, fotógrafo de este portal: “Mil mangos por un kilo de morrones rojos… Disculpá, morrón, no sos vos, soy yo”.
En Instagram es distinto. Porque todos los programas radiales progres o filokirchneristas hacen ruido promocionándose o difundiendo contenidos. Porque “Vuelve Navarro”. Porque continúan los posteos muy ingeniosos y a veces repetidos del profe (Javier) Romero. En uno de esos posteos de Instagram encontré uno de Ale Bercovich adelantando una editorial suya en la que dice que el establishment, un poco por los desórdenes e internas de la derecha, no vería con malos ojos una candidatura presidencial de Sergio Massa, y que Cristina tampoco. No sé si eso debe sorprender o no.
Usando la lengua de los otros
Volví de viaje para reencontrarme, además de los odios conocidos, con esa blanda sensación de tristeza callada. Callada porque ya no parece siquiera necesario expresarla o porque expresarla es joder al prójimo, ya bastante lastimado.
Volví y me encontré ya no solo con un escenario de ajuste/FMI que siempre será más blando que uno que pudieran aplicar las derechas. Me encontré con funcionarios usando la lengua de los de la vereda de enfrente. Funcionarios como Tolosa Paz diciendo, al anunciar el congelamiento del programa Potenciar Trabajo, que no está copado “tener a una población económicamente activa que piense que puede ser lo mismo trabajar que no trabajar”. Expresión un tanto desgraciada porque da como un hecho las pocas ganas de trabajar de los más pobres y que además es incorrecta porque si sos parte de la población activa, es que estás trabajando.
Me encontré a Emilio Pérsico, líder del Movimiento Evita diciéndole “planero” a su propio gobierno. Calificativo gorila venido de él, que se dedicó durante añares a administrar planes. Vi declaraciones de otros funcionarios –al propio presidente- diciendo que hay que cuidar las cuentas públicas y tal. Lo cual no me parece mal en la medida en que te ofrezcan –y generen- un horizonte más esperanzador y más transformador. Veo una disputa cada vez más abstracta entre los defensores del equilibrio fiscal y los defensores de lo que hasta hace días llamaban no gasto, sino inversión social. Veo esa discusión como una riña paralizante de dogmas opuestos, sin salida superadora.
Tal como algunos auguraron con la designación de Sergio Massa, Alberto Fernández quedó como un presidente (un hombre que tuvo buenas intenciones y titubeó demasiado) de un régimen parlamentarita a la italiana, debilitado, pato rengo, un tanto simbólico y de vez en cuando pegándose unas palmadas en el pecho para aparecer más fuerte. Más debilitado en público cuando se le ocurre hacer la gran De la Rúa –aquello de pegar un puñetazo artificioso contra una mesa- y para colmo en pleno coloquio de los tiburones de IDEA. Me refiero a la declaración de hace pocos días, cuando dijo, ante los tiburones con tres filas de dientes: “Debo ser redébil, pero el que afrontó la deuda con el FMI, afrontó la pandemia, fue a buscar vacunas y ahora enfrenta la guerra, se llama Alberto Fernández”. Sí, tiene buena parte de la razón. Le tocaron todas esas tragedias, pero la declaración lo debilita.
No estaba en el país cuando el atentado contra Cristina. No alcancé, por estar en otra, en alguna medida huyendo, a vivir el atentado con la dramaticidad y el raye legítimos con que se vivió en el país, o en nuestra barriadas. Sí alcancé a percibir que el atentado reactivó o reposicionó por unas semanas a CFK, al kirchnerismo y a sus bases en una suerte de resurrección de su combatividad, olvidada o inoperante. Una resurrección no del todo saludable. Más bien fúnebre o agónica, defensiva, sin futuro, sin proyecto, sin sociedad.
La larga emergencia
El mundo vive en emergencia, en incertidumbre, en inflación, en crisis, en odios, en guerra. La última primera ministra británica duró 15 días. El invierno europeo –lo dijo Georgieva- viene durísimo y va sumando triunfos de la ultra derecha. La guerra en Ucrania no cesa y alimenta la crisis global. En China, summum de la estabilidad, se vio la escena de minuto y medio en la que el ex primer ministro Hu Jintao fue rajado en la clausura del congreso del Partido Comunista por un hombre de seguridad. Eso sí, con barbijo y tomándolo delicadamente por las axilas. Casi todos los gobiernos que administraron la pandemia perdieron las elecciones. Los que administran la crisis también: caen o padecen.
En todo el mundo –salvo reacciones tibias como en Francia o el triunfo con lo justo de Lula- lo que antes eran las progresías y las izquierdas están en modo silencio. “La revolución hoy es de derecha” dijo alguna de las bestias relacionadas con el atentado a CFK y no es que tenga razón con la palabra revolución, pero sí la tiene en otros sentidos. Las ideas que aparecen como nuevas y son viejas no parten de las izquierdas –de los libros o los intelectuales, de nuevos colectivos vastos-. Lo único que están haciendo más o menos bien algunos es analizar a la defensiva las raíces de los neofascismos extendidos.
Socompa, nacida en contra del macrismo, la vio venir esa y en sus contenidos abundó en la materia para no pedirle guevarismo a nuestra sociedad y al gobierno. Para sugerir, en ese contexto cultural de furias por derecha, alguna comprensión a la “blandura” de Alberto Fernández. Por el lado del que escribe, criado en hogar antifascista y sensible al asunto, puede que haya habido un exceso de comprensión, vaya a saber.
La cuestión es que hoy las minorías intensas, vitales, no son las del tipo lectores de Socompa, o de Página o El Destape. Las clases trabajadoras y los nuevos oprimidos y los blancos pobres de EEUU no esperan el llamado de Marx. Los nosotros rumiamos en silencio las cuitas contemporáneas y ellos (si hasta podríamos calificarlos como en los 70: el enemigo) son hoy los rebeldes presuntos, los que se creen nuevos, los que se comen a los chicos crudos, los que se organizan en las calles y las redes, los activos, los que ganan adeptos. No emplean la expresión “partidocracia”, que supo ser montonera y antes algo más feo, pero sí la palabra “casta” para referir a los políticos. Con un agregado jodido, hasta los políticos que consideramos más sensibles o afines gastan sus energías en internas de cúpula, impotentes para hacerse cargo del todo, lejanos.
¿Los nuestros?
Sergio Massa –uno de los rápidamente llamados traidores- consiguió un poco de alivio: “tranquilizar la economía”, para usar el verbo que usaba Guzmán, a quien por intentar encarrilar las cosas en una dirección similar a la de Massa, pero más moderada, más heterodoxa, le llenaron la cara de dedos, como se decía en el barrio. Mientras algunos militantes del kirchnerismo siguen vociferando que Massa –como creyeron prever- es ese traidor deseado, niegan el papel de CFK -su apoyo- en su ascenso a ministro poderoso.
Por ahora el kirchnerismo (¿qué es hoy el kirchnerismo en materia de organización colectiva?) se cuida de empiojarle las cosas a Massa, como hizo con Guzmán. Pero puede ocurrir que Cristina haga la gran Lilita y tire una imprevista carga explosiva. Como, por ahora, o para facilitar el fin de mandado, Cristina decidió ser prudente, elige autocentrarse en la causa que inició por el atentado del que fue víctima. El atentado horrible que la derecha quiere “despolitizar” y sobre el cual desinforma o distorsiona. Sobre el rumbo actual del gobierno CFK dice poco, o juega callando como en el truco, y apoyando.
En el contexto del silencio, titulares para nadie. A nadie le calienta ya la renuncia y reemplazo de ministros ni las danzas de nombres propios ni si Manzur se vuelve al pago. Es como si el gabinete tuviera el cansancio hipnótico de los teletubbies, con pantallas en la panza. Alberto está y no está, está pero más o menos, casi que entregó el poder como Alfonsín ante Menem. El 17 de octubre fue un lindo show de fragmentaciones y piñazos cruzados dentro de esa entelequia relativa que llamamos peronismo. Volví después de cuarenta días viendo apenas los diarios y lo más visible, en continuado, es más de lo mismo: ausencia de poder social y de la política que se quiere transformadora versus las poderosas descargas de artillería pesada de las derechas y las ultra derechas, amenazándonos con un gobierno horroroso que tomará medidas horrorosas.
El futuro del gobierno que sea ya llegó. Con los vencimientos formidables de deuda que se vienen para los próximos años, el próximo gobierno también la va a pasar para el orto y apostará a ser crudelísimo. Se aceptan sorpresas imprevisibles. Pero el protagonismo y la acción la llevan adelante los odiadores y los neoliberales más ultras. El peronismo, arriba, lejos, peleado. Vaya a saber cómo procesa el FIT lo que sucede en el mundo de espantoso. Nosotros, en silencio, temiendo al futuro. Y, como ya escribimos alguna vez, nada empoderados.