La salida de Milagro Sala del penal de Alto Comedero quizás no sea tan inminente como algunos pueden pensar, ya que el poder político y judicial de Jujuy se está tomando todo el tiempo para concretarla. Pero aun así, los tupaqueros trabajan sin descanso para arreglar la casa donde los jueces decidieron enviarla.
Puedo dormir en una carpa, en un colchón parado. No me importa”. La frase operó como una válvula que al abrirse dejó salir presión acumulada. Desde el viernes 11 de agosto el Estado nacional está en falta, porque ese día venció el plazo que otorgó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para que Milagro Sala abandone el penal de Alto Comedero porque, aseguran, allí corre peligro su integridad física y mental.
Y desde ese mismo viernes se pusieron en marcha ansiedades, preguntas, lecturas conspirativas y esperanzas, de las fundadas y también de las otras.
La frase del colchón parado fue la respuesta de Milagro Sala a sus abogados cuando le contaron que los dos jueces que tienen en sus manos el dictado de su prisión domiciliaria habían rechazado su casa, la casa donde vivía con su marido antes de ser detenida, la misma donde él, Raúl Noro, la espera desde hace más de 580 días.
En esa casa están sus cosas. Las paredes están cubiertas de pinturas, collages, dibujos, ermitas, imágenes de Milagro en colores, en blanco y negro, en fotos, en pinceladas, sola, con sus hijos y sus nietos, con su marido, con amigos, con algunas personalidades célebres. Está el Che, está la Pachamama, está Chávez, están heroínas indígenas como Bartolina Sisa y Juana Azurduy…
Palabras más palabras menos, dicen los jueces que esa casa no es la adecuada porque complica la actuación de Gendarmería -que es la fuerza de seguridad que designaron para controlar- porque la calle es angosta y no se puede organizar el operativo sin alterar la vida del barrio.
Sin embargo, todo indica que el poder político y el judicial quieren a Milagro Sala lejos de la capital provincial. Se huele en las redes sociales, donde muchos le reclaman a Gerardo Morales que no sea flojo, que no la largue, que la deje presa para siempre, que cómo va a vivir en su casa una delincuente como ella. Se percibe también en los mensajes que el gobernador parece estar mandando a los indignados, cuando bravuconea contra la CIDH y llama a sus representantes “burócratas que viven en Washington”, y dice que está “luchando por la paz” mientras levanta el puño provocando el agite de banderitas y el coreo rítmico de su nombre.
De modo que en un gesto de heroica resistencia, el poder político y judicial de Jujuy le ha encontrado la vuelta para cumplir con su obligación y hacer lo que dice la CIDH, sin que se note demasiado.
Hasta aquí, la ironía.
Una cárcel personalizada
Para Milagro hoy, una carpa o un colchón parado parecen ser suficientes para instalarse en la casa que los jueces Gastón Mercau -el miércoles pasado- y Pablo Pullen Llermanos -48 horas después- sí consideran apropiada. Coincidieron en eso. Pero no en la calificación que le dieron al traslado. Para Mercau, se trata de cumplir con la resolución de la CIDH y dictar la prisión domiciliaria. Pullen, en cambio, le puso otro nombre: “cambio en las condiciones de detención”. Así justifica un inédito régimen de vigilancia y visitas, restricciones y obligaciones que no están escritos en ningún manual.
En los hechos, es como si instalara un penal exclusivo para Milagro Sala en su propia casa.
Pullen ordenó que a Milagro le coloquen una tobillera electrónica, que estará controlada por el Patronato de Liberados y Menores Encausados de la provincia, con colaboración de la policía de Jujuy. Menudo desafío, teniendo en cuenta que la primera experiencia en el uso de estos dispositivos en Jujuy se realizó en mayo pasado y duró poco: una mujer que había sido beneficiada con la prisión domiciliaria y controlada con pulsera electrónica se fugó de su casa a los pocos días con uno de sus tres hijos. En esa ocasión el juez Isidoro Cruz responsabilizó a la policía: “Fue un fracaso, la pulsera electrónica y la prisión domiciliaria”, afirmó.
En su resolución, Pullen Llermanos ordenó además que la custodia perimetral de la casa de El Carmen esté a cargo de gendarmería, y estableció un régimen de visitas aun más restringido que el del penal de Alto Comedero.
En la cárcel, los miércoles, sábados y domingos, entre las 14 y las 18, Milagro puede recibir hasta 15 visitantes regulares por vez. Son los familiares y amigos que están en la lista permanente, y lo único que tienen que hacer es ir dentro de esos horarios con DNI en mano. Además, recibe a cerca de una decena de los llamados “extraordinarios”, que son los que se anotan con dos días de anticipación, generalmente venidos desde otros puntos del país.
En la casa de El Carmen, según ordenó Pullen, Milagro podrá estar con su familia todo el tiempo que quiera. Eso sí: solo con los que acrediten el parentesco con “la documentación idónea”. Los demás podrán visitarla los martes, jueves y sábados entre las 7 y las 19, pero solo hasta cuatro personas a la vez.
Al igual que en el penal, las visitas no podrán entrar con accesorios y aparatos electrónicos, “y no se permitirá el ingreso de vehículo motorizado de ninguna clase”, dice Pullen, y fija un plazo de 15 días “desde la notificación de la resolución a los organismos que se estimen competentes para la tarea de refacción y puesta a punto de la faz interna y externa del inmueble”.
Pero aclara que “si la defensa de la procesada propusiere el acondicionamiento interno a su costa en un plazo menor, el cumplimiento de la medida se realizará de inmediato al momento en que el magistrado constate la finalización de tales tareas”.
Dicho en cristiano: cuando le avisen que la casa está arreglada, Pullen volverá para constatar que están dadas las condiciones para, finalmente, firmar el traslado.
Y así pasan los días. Como desde aquel viernes 28 de julio, cuando se hizo pública la resolución de la CIDH, sigue flotando en el aire jujeño la sensación de que el poder político y judicial de la provincia no tiene ningún apuro en cumplir con lo ordenado.
Tupaqueros en acción
Con el Dique La Ciénaga a sus espaldas, la casa de El Carmen es una propiedad que fue construida para instalar allí un centro de rehabilitación de personas con adicciones, una iniciativa de la Organización Barrial Tupac Amaru que quedó trunca con el desguace que operó el gobierno de Gerardo Morales desde el primer día de su gestión, en diciembre de 2016.
La casa quedó inhabitable. Al igual que las piletas de la Tupac, los polideportivos, la bloquera y las sedes de varios puntos de la provincia, sufrió el ataque de desconocidos sospechados. Pero este fin de semana los tupaqueros se arremangaron y fueron a ponerla en condiciones para la Flaca.
Mujeres y hombres cortan el césped, tiran cables, ponen bombitas, instalan canillas e inodoros, cambian cueritos, colocan vidrios. Uno tras otro van llegando los materiales que se compran gracias a la colecta que se organizó desde el Comité por la Libertad de Milagro Sala en varios puntos del país.
A diferencia de los funcionarios judiciales de Jujuy, los tupaqueros trabajan rápido, impulsados por la ilusión de que este martes la Flaca deje el penal de Alto Comedero. Mientras rasquetean y pulen, imaginan la cara que ella va a poner cuando entre a la casa. Y allí están las paredes, listas para recibir las imágenes de Milagro, sus héroes y heroínas.
Ni carpa ni colchón parado. La casa de El Carmen, pese a que el juez pretende convertirla en una cárcel, será para Milagro un hogar, armado con la fuerza de la lealtad tupaquera.