El presidente, ante un contexto durísimo, mantiene su tono dialogante, busca acuerdos, confía en persuadir. A la vez la negociación de la deuda condiciona el lanzamiento de políticas prometidas. ¿Dispone de herramientas para concretar esas políticas? ¿Acaso debe endurecerse? (Foto de portada: Pepe Mateos)
En lo que va de la campaña electoral, la previa a la asunción y los ochenta y pico de días que lleva como presidente, con un Frente de Todes nada homogéneo y condicionamientos políticos y económicos dramáticos, Alberto Fernández se las viene arreglando para sostener un tono discursivo sosegado y abierto, sostener también las promesas electorales de emergencia, así como una coherencia casi impecable en sus dichos. Lo de “casi impecable” es un exceso deliberado dirigido a subrayar la idea de que en la complejidad atroz de la política el señor “impecable” no existe, aun cuando en este país medio mundo se crea puro o declame pureza.
No fue impecable AF cuando se mandó el macanazo de dar vuelta la bonita página de la dictadura (que inmediatamente enmendó de manera creíble) y no fue del todo clara al inicio cuál era la idea de renegociación de la deuda externa: si la ya remota y dulce salida a la uruguaya, la quita amable o lo que parece que finalmente se hará con final incierto: la quita “agresiva” o a lo pavo, no con el FMI (ojalá) sino con los acreedores privados, los fondos de inversión malignos. Al fondo, buitres relamiéndose y/o default.
Ya se dijo en este espacio a varias bandas que el gobierno, asfixiado como el Alfonsín del ’83 por la deuda, corre el riesgo de aparecer paralizado mientras ¿avanzan? las negociaciones con el Fondo y los acreedores. AF repasó en el Congreso lo mucho que se hizo desde que asumió -reproducido del mismo modo en algunas notas de Socompa– pero da toda la sensación de que muchas otras medidas de mediano y largo plazo no se pueden ni afrontar hasta que no terminen las putas negociaciones. Esa sensación de freezer o parálisis puede complicarle la vida al gobierno (a todos), con tantos otros poderosos carroñeros rondando y una sociedad que parece creer en el presidente (la imagen positiva subió, según dicen los encuestadores)… pero que no le creerá mucho más si hacia fin de año o comienzos del próximo no se ven mejoras palpables, esas que ameritan respuestas gozosas desde el bolsillo.
A medida que el presidente leía el domingo pasado su buen discurso, uno se sentía como el hincha que da instrucciones a los jugadores. Alberto: decí que por culpa de la deuda no podés hacer tal y tal cosa. Alberto: entendemos que no estás precisando cómo vas a desarrollar las economías regionales o las del conocimiento o la economía popular, pero decí que no podés afinar porque no hay un mango partido o por la razón que fuera. Esfuerzos vanos de hincha porque de todos modos: ¿cuánto entiende la sociedad? ¿Cuánto está dispuesta a dar o comprender? El más o menos politólogo (pero limpito) Alberto Quevedo, en lo que se puede interpretar como una amable crítica velada, dijo que el presidente les habló a todos y a nadie. Es un peligro potencial o virtual a tener en cuenta. Curiosamente, algún analista del establishment, con cara solemne, dijo en TN sobre lo dicho por AF: “Fue un discurso progresista, no populista”.
¿Habrá que festejar ese éxito relativo de AF de lograr que alguien del establishment le dedique un mimo efímero, como si eso supusiera que todo el establishment se comportará con el mismo modo civilizado que usa el presidente? ¿O hay que detenerse más en la rutina, lo previsible, que el establishment le pegue por cualquier cosa?
Las preguntas no son irónicas, son preguntas. Lo mismo las que sigan.
A dialogar, ¿hasta enterrrarnos en el mar?
Lo que uno espera del Gobierno, para decirlo mal, es menos Guzmán y más Kulfas. No va esta línea contra el ministro Guzmán (nos cae bien) sino por la desesperación de que el tema deuda implacablemente conspira contra Kulfas y otros muchos, contra la posibilidad de que haya inversiones, contra una política de reindustrialización y de reparación social, contra tener más recursos para desplegar muchas políticas.
En esta espera embromada (sí, es cierto, solo 80 y pico de días. Mala del cronista) el panorama puede que sea de transición. Otra vez: hasta que se sepa que demonios pasará con la renegociación de la deuda.
Mientras tanto AF hace cosas que están muy bien, a veces por afuera de lo que es la agenda de gestión. Habla con todo puto periodista o seudo periodista que anda por ahí. Avisa o da a entender que él o alguien del gabinete irá a Expoagro (antro de pecadores para el kirchnerismo promedio). Se junta con los capos de las empresas más capas tratando de arañar acuerdos arduos. Hace que sus ministros se junten también -como él mismo lo hizo de movida- con las organizaciones se supone que intercontradictorias de la Mesa de Enlace y ahí se dialoga pero los otros salen gruñendo. Tiene buenos modos con la oposición. No “se aprovecha” de la herencia recibida suponemos que porque cree que no le sirve. Ataca lo que había que atacar primero, es decir la pobreza y el hambre. Usa el latiguillo de reparar a la sociedad de abajo hacia arriba. Anuncia la ley sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo, amenaza a los sótanos de la democracia y promete reformas profundas del sistema judicial (por si faltaba: ahí no faltan conocedores del tema que con la mejor de las buenas leches dicen que le será difícil, o que hay que empezar por la Corte Suprema, o que no todos los funcionarios piensan lo mismo sobre el asunto).
Volvamos al ejemplo de las negociaciones con la Mesa de Enlace por las retenciones y sus grietas (¿cuán relativas?) internas. Una de las críticas que se hizo al gobierno K cuando la crisis política de la 125 fue que hubo una muy mala movida al ponerse en contra a Federaciones Agrarias junto con la Socidad Rural y Carbap. Puede que sí. Pero fue como si Federaciones Agrarias aun vociferara por entonces el grito de Alcorta -¡campesinos de mi tiesha!- y plantara banderas maoístas en lugar de rabanitos. Es cierto que ha habido cambios internos en Federaciones. Pero también sus dirigencias se convirtieron en semillero de cuadros (exageramos al decir cuadros) del macrismo o el radicalismo conservador. Este cronista conoce poco del asunto. Será por eso que aun se sorprende porque se supone que mucho productor agrario chico es devorado por los grandes. Sin embargo todavía hoy los productores mojarrita se alían con los productores tiburón, sus verdugos, en esa cosa llamada Mesa de Enlace. ¿Los une el antiperonismo? ¿El prejuicio? ¿La ideología?
Como sea, en los últimos días el Gobierno complejizó -se supone que para beneficio de los mojarrita y las economías regionales y muchísimos cultivos- el esquema de retenciones, manteniendo una suba de tres puntitos para los sojeros. Se reúne el ministro de Agricultura con los muchachos y les hace la oferta, que parece hasta excesivamente generosa. ¿Qué salen diciendo los muchachos? Salen diciendo lo que los villanos en un millón de malas películas yanquis: “Esto no acaba aquí”. Y luego: “El Gobierno dice que aceptamos pero no aceptamos un pomo”.
Por supuesto el sistema Clarín y La Nación, representantes y en parte dueños del poder agrario exportador, solo hablan de soja, soja y más soja. Y late siempre, ya lo escribimos, la amenaza de crear la República de la Soja en el centro del país a fuerza de tractorazos amarillos. Hay una batallita cultural ahí, árbitro, una batalla más y no poco importante por la disputa de la palabra pública. El Gobierno hace la oferta. ¿Quién gana la batalla por los titulares, la credibilidad y los argumentos? (los argumentos, esa cosa que entró en extinción durante el macrismo, aunque se venía gestando)
¿Un problema de ingenuidad?
Otro escenario, uno que nos pega muy fuerte. Alberto se enoja un poco y luego otro poco contra los formadores de precios y los remarcadores (los vivos, los pícaros) y parece no obtener los resultados deseados. ¿Es ingenuo lo que hace? ¿Puede apretarlos mejor con herramientas a disposición del Estado? ¿Es ingenuo que hasta ahora no diseñe una política de comunicación -si es que eso de verdad funcionara- y apenas dedique cinco líneas en su discurso del Congreso al pluralismo actual de los medios públicos? Es más que difícil imaginar que un tipo con la trayectoria de AF -al lado de Néstor Kirchner incluido- sea ingenuo. No alcanza tampoco con pensar que es “más moderado” que el (ya viejo) dirigente kirchnerista promedio. Nuestra imaginación se atasca para entenderlo. Puede que se trate de que sabe manejar los tiempos, que sepa lo que va a hacer si las cosas se ponen jodidas (retomaremos esto). También es posible que la unidad del Frente de Todes -invención a medias de CFK y Alberto pero sostenida sobre todo por él y sus cercanos- no sea tal unidad si las cosas se ponen difíciles.
Reiteramos: las preguntas que hacemos no son irónicas ni mala leche. Las hipótesis son solo hipótesis.
Si es por la preservación imperiosa de la unidad del Frente de Todes hay que preguntarse si el estilo Persuadeitor de AF se seguirá bancando y durante cuánto tiempo y por cuántos de ese armado. Dos cosas que llamaron la atención de quien escribe: cierto gesto impasible de CFK mientras AF leía su discurso (luego la vicepresidente publicó fotos de ella solita en Facebook, como de costumbre) y cierta escasez en la movilización al Congreso. Puede que AF lo haya pedido así, tranquilo el hombre. Puede que los aparatos se hayan puesto en modo hasta ahí, ojito con cómo seguís, también se le puede llamar modo regateo. Mientras tanto, en algún lugar de la galaxia televisiva por cable, Guillermo Moreno hizo lo suyo: bravuconear, provocar, hacer daño.
Nos hemos preguntado no solo por afán de dudar en público si alguna inyección de épica le vendría bien a Persuadeitor y su gobierno. Respondimos que no lo sabemos, aunque tendemos tibiamente a pensar que la épica -si fuera en modo Guillermo Moreno o cadena nacional- podría ser pianta votos. Tampoco sabemos qué se puede inventar de nuevo. Puede sí que falte una mejor batería de voceros, aun cuando al gabinete no le falta en absoluto gente valiosa.
¿Deberá en algún momento cambiar, Alberto? ¿Decidirse por un camino más duro?
El querido colega Diego Genoud se preguntó desde La Letra P qué va a poner o ceder la patria concesionaria y otros sectores del poder económico (energía, peajes, mineras, los laboratorios. Podemos añadir los bancos y sojeros y exportadoras cerealeras). Nos gusta la pregunta, acordamos. Pero la pregunta merece hacerse de otros modos posibles. A esos sectores del poder económico, los que tienen que poner la tarasca, “sacrificarse”, ¿cómo se los presiona, ordena, disciplina? ¿Con qué herramientas políticas, marcos legales existentes o nuevos? ¿Con qué respaldo social cuando los horribles salgan a represaliar al Estado y joder la gobernabilidad -junto con los grandes medios y el poder Judicial- cuando meramente el Gobierno se atreva a un poquito más?
Freezer e hipótesis, meramente hipótesis, Si al final del proceso renegociador de la deuda se sale por quita agresiva o default es verosímil que haya tiempo político para una radicalización política en el discurso y acaso en la gestión. El enigma, repitiendo la idea, es si habrá una sociedad que aguante a los trapos y si es cierto que un default eventual podría convertirse en un modo de usar para mejores asuntos la mucha, colosal cantidad de platita que no se fuera a pagar capital e intereses. Quedaríamos, aunque ya lo estamos gracias a Macri, presuntamente fuera del mundo, “sin inversiones ni mercados que nos presten”, según rezan en la City.
¿AF debec decidir por endurecerse? Recordemos que acá se votó macrismo y que pese a la catástrofe que nos legó, al macrismo no le fue nada mal en las últimas elecciones. Recordemos también que de alguna manera este gobierno fue elegido no para realizar una transformación pre pre pre revolucionaria sino apenas para salir del infierno y sanar. Y para que no regrese por un buen tiempo algo parecido a la experiencia macrista. Solo por eso este cronista intenta ser prudente al juzgar al Gobierno.
Si fuera tan fácil…
¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?