La política opositora se desentiende de lo que está pasando con los medios que no son afines al gobierno. Sin embargo, en esa circulación restringida de la información se pierde la posibilidad de un discurso y una agenda alternativa (Ilustraciones: Martín Kovensy)
Se vienen sucediendo una serie de hechos graves en el país (el paquete de reformas, el megadecreto de necesidad y urgencia, la hipoteca de la deuda, para no abundar).
Más allá de algunas declaraciones de circunstancias, no hubo reclamos desde la dirigencia opositora por hechos tan terribles como la muerte de dos personas –Santiago Maldonado y Rafael Nahuel- durante dos operativos represivos ordenados y apañados por el oficialismo.
Tampoco hubo referencias al episodio del ARA San Juan –en el que murieron 44 personas-, ni pedido de informes ni cuestionamiento alguno al mal manejo del asunto por parte del gobierno.
La lista de hechos graves que ocurrieron estos dos años ante el silencio de radio de la oposición puede volverse interminable.
Es cierto lo que se dice de blindaje mediático. Este gobierno cuenta a su favor con las principales corporaciones periodísticas del país y ha convertido a varios diarios y revistas en house organs del oficialismo, incluyendo fotos familiares del presidente y celebraciones del look de la primera dama. Que además se la pasan mandando mensajes optimistas de cara al futuro. Los torbellinos de hoy presagian las sonrisas de mañana.
Algo de eso se resquebrajó por un rato tras la represión en la plaza del Congreso del jueves 14 de diciembre. Después de la conferencia de prensa de Agustín Rossi, sorpresivamente Nelson Castro calificó sus palabras de sensatas, con algunas salvedades que básicamente tenían que ver con la relación entre el kirchnerismo y el parlamento, es decir con el pasado. Lo increíble había ocurrido, los k habían sido elogiados por una de las caras más visibles de TN. Muy pronto se rearmaría el viejo tinglado. Morales Solá habló de una entente violenta que unía al kirchnerismo, la izquierda y (sí, lo escribió) el massismo.
No pasó mucho tiempo para restablecer las demonizaciones de siempre: De eso se ocuparon Kirschbaum y (reprise) Morales Solá que le echaron la culpa a Cristina del desbarajuste previsional que convertía a la reforma oficial en la única alternativa posible. Miguel Wiñazki salió a hablar de neoanarquistas adiestrados por la ex presidenta para referirse a la oposición y su hijo develaba supuestos mensajes de CFK convocando a la rebelión. No deja de haber un infantilismo en estos planteos, se describe a la ex presidenta como una especie de bruja mala que prepara sus hechizos en las sombras. Pero todo esto funciona porque se ha instalado una dinámica por la cual no importa mucho lo que escriba o se diga, así como tampoco lo que se lea o se escuche. Algunos llaman a esto posverdad. El término es tan millenial como impreciso.
Cuando aparece impensadamente una grieta, hay un denodado apuro por cerrarla, para mantener abierto el gran negocio de la grieta. Nada más efímero que un resquicio en los medios oficialistas, al punto que Clarín nunca habló de la deportación de los periodistas acreditados por la OMC, seguramente porque su imaginación no había hallado una fábula ad hoc. Tampoco hizo mención a las boutades presidenciales durante su periplo a Davos.
Esos medios hacen política o los políticos hacen la política que antes hicieron los medios. Sea como fuere, no parece haber realidad ni construcción posible si no lo registran los diarios o los noticieros de la tele.
Si, como parece pensar la dirigencia, no se puede hacer política sin contar con medios, cabe hacerse algunas preguntas.
¿Por qué no se generan medios? ¿Problema de dinero? ¿No hay fondos, por ejemplo, para armar sitios en la web si el papel o el minuto de tele o de radio exceden la capacidad económica de los opositores que sin embargo se han gastado millonadas en sus campañas políticas?
Y si se acepta que no se puede sin medios y que no hay manera de generar algunos distintos a los que hay, ¿alguien se pregunta cómo sigue la película?
Tal vez porque los tenga de su lado, Macri no está tan pendiente de lo que dicen los medios como sí lo estuvo Cristina. Por ejemplo, cuando salió del Hospital Austral luego de una operación que confirmó que no sufría de cáncer, una posibilidad que afligió a una buena parte del país, Cristina dedicó su discurso a cómo reflejaría la tapa de Clarín lo sucedido. Sin palabras de agradecimiento a las personas que habían acampado en la zona para acompañar su convalecencia.
El kirchnerismo se acostumbró a gobernar en un juego de espejos (a veces distorsionados) con los medios. El aplauso o las críticas eran el veredicto final sobre lo acertado o desacertado de las medidas de gobierno. Todo bajo las certezas provistas por el viejo apotegma de Jauretche de que si La Nación se enoja o critica es que uno está haciendo las cosas bien.
Ahora esa relación se ha judicializado y las noticias se sitúan en un borde deliberadamente impreciso entre la sección política y la de policiales. No hay posibilidad (tampoco tendría sentido) de establecer intercambios, de la manera que sea, con los medios. Ya no importa, no sirve para nada, no aporta a la causa, no blinda las propias fuerzas.
Para decirlo de otro modo, por falta de medios, la oposición no es capaz de generar relatos ni siquiera contrarrelatos. Por 12 años, se llegó hasta darle una pátina institucional a los contrarrelatos (el índice del Congreso, frente al del INDEC; el dólar blue contra el oficial). Es más, todo parece indicar que los contrarrelatos ganaron la batalla de la verdad. De hecho verdad es la palabra talismán de Cambiemos. Todo muy tautológico en el discurso macrista que en esto se parece al de los medios. Es verdad porque nosotros decimos que es verdad.
La pregunta es si es posible llegar al poder sin relato cuando el gran relato del siglo XX argentino (el peronismo) parece estar cediendo terreno al paso del tiempo.
Entonces el relato es un monopolio del oficialismo, sin competencia más que cuando sale gente a la calle. Hasta tal punto que admite tan pobres narradores como Fernández Díaz o el motociclista Andahazi. Claro, a esta altura ya ni siquiera importa la verosimilitud, los relatos son de un solo lado, por eso se pueden mandar inventos como la RAM, los supuestos delitos de Milagro Sala, o la trama internacional detrás de la muerte de Nisman. Para no hablar de las “orquestaciones” detrás de los hechos de violencia en las manifestaciones de protesta contra la reforma previsional
El macrismo no tiene un emisor privilegiado y excluyente del relato oficial, como lo era Cristina durante su presidencia. Se deja hablar, es poroso a los discursos ajenos porque sabe que, en definitiva, con diversas modulaciones y diferentes torsiones sintácticas, el relato siempre va por el mismo rumbo.
Pareciera que el silencio tiene que ver con cierta resignación de no tener los canales de siempre para poder hablar y cierta reticencia a crear medios propios en tiempos pos Szpolski. Y eso implica el abandono de la voluntad de construir relato.
Mientras tanto todo sucede y no suele ser bueno. En este esquema Cambiemos ha encontrado la fórmula perfecta de la impunidad. Por eso deporta, mata, destruye vidas, y sus funcionarios se hacen los desentendidos, mientras arruinan a la gente. No siempre el silencio es salud.
Para decirlo más claramente, los cierres de medios, los trabajadores, las amenazas sobre las patronales que sostienen perspectivas opositoras (Cristóbal López en su momento, ahora Víctor Santa María) no es un problema entre privados, como le gusta pensar a la gente de Cambiemos. Es un tema político y sólo desde allí puede pensarse. Si no, estamos en el país en el que los medios están sujetos a la cuenta de resultados y nada más. Lo dijo Morales Solá en ese tono que quiere ser melifluo y no le da siquiera para eso, que Página/12 era necesario pero que debía encontrar un modo de autofinanciarse.
Lo mismo pasa con el mundo de la cultura que también debe dar ganancias. El mercado editorial debe estar librado al juego de la libre competencia de los volúmenes llegados de afuera y a precio vil. El resultado: cada vez se editan menos títulos y las tiradas son más chicas. El mundo de lo simbólico está sujeto a las más crudas reglas de mercado como lo demuestra a cada rato la gestión Avelluto.
Pero gran parte de los debates pasados y los posibles pasa por ese mundo. Entonces la desaparición de medios (no recuerdo ningún cierre de medios afines al gobierno, salvo aquellos que desaparecen –como DYN o La Razón– porque el grupo Clarín quiere invertir en otras cosas) achica el debate o lo que es peor se debate lo que otros quieren debatir, lo que obliga todo el tiempo a estar a la defensiva. Los políticos de la oposición van a Intratables básicamente a eso, a defenderse. Parte de los reportajes concedidos por Cristina durante la campaña estuvieron dedicados a responder acusaciones –jurídicas y políticas.
Los políticos opositores suelen andar muy poco por los medios no oficialistas. Es muy difícil que uno de ellos dé una entrevista si no le garantizan cierto piso de ráting; juegan contra el neoliberalismo en la cancha y con el árbitro neoliberales
Desentenderse del achicamiento de los medios es condenarse a poner a los once debajo del arco y renunciar a toda posibilidad de contra. Y el que juega a mantener el cero en su arco generalmente pierde.