Con el argumento de las herencias recibidas, un sistemático yo no fui, expresión que navega entra lo tonto y lo cobarde, sólo las derechas lucran. Cuando en ello se incurre desde el campo de los justos, tan sólo se puede escribir acerca de derrotas anunciadas. En Shakespeare, Lope de Vega y hasta en los Evangelios encontraremos aproximaciones. Y todo por ensayar sobre un 17 de Octubre.

Escribiendo estaba sobre la maníaca compulsión que azota a la política argentina, esa de poner siempre por fuera de uno mismo toda responsabilidad por los hechos acaecidos o no, cuando el calendario y la memoria coincidieron en señalar con urgencias una fecha clave para la historia argentina, y para el presente: el 17 de Octubre.

Y se me ocurrió

Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo: Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis (Mateo 27:24).

Y: Todos los perfumes de la Arabia no bastarían a lavar y purificar esta mano mía (de Lady Macbeth; Shakespeare; 1623).

Aquella compulsión referida en el primero de estos párrafos se transformó en conducta discursiva que es desgracia para el mundo de los justos, como prefiero denominar a las identidades, colectivos y sujetos que dicen (decimos) pertenecer al campo / cultura de los progresismos (en serio), de las izquierdas y de las invocaciones nacionales y populares.

¿Por qué?

Aunque este texto apenas si un ensayo de interpretación es, porque la obsesión por el yo no fui, fue el otro o los otros promete una lógica de hierro en tanto atajo de los victimarios, según parecen enseñar quienes anotaron los Evangelios y uno de los maestros de la tragedia, genero de representaciones sin el cual la vida misma los humanos resultaría incomprensible. Por eso la cita de Mateo 27:24 y del inglés William Shakespeare.

En la otra orilla

Las víctimas. Las que siempre hasta mueren por la reparación, por la Justicia; y en todo caso ambas consagraciones serán acto y no esperanza tan sólo en la medida que la conciencia colectiva sea para sí: sin ese estadío y su consecuente acción, los crímenes de Pilato y de Lady Macbeth seguirán impunes.

Y no hay que rebuscar novedades, pues en aquellos mismos tiempos del dramaturgo de Stratford upon Avon, en España Lope de Vega por anticipación escribía acerca del poder popular:

JUEZ: ¿Quién mató, villano, al señor Comendador?  

MENGO: ¡Ay, yo lo diré señor!… Quedo, que yo lo diré.

JUEZ: ¿Quién lo mató?

MENGO: Señor, Fuente Ovejuna (…). De Fuenteovejuna (1619).

Y un poco de aquel humor argento

La culpa de todo la tiene el ministro de Economía dijo uno…No señor, dijo el ministro de Economía mientras buscaba un mango debajo del zócalo. La culpa de todo la tienen los evasores…Mentiras, dijeron los evasores mientras cobraban el 50 por ciento en negro y el otro 50 por ciento también en negro. La culpa de todo la tienen los que nos quieren matar con tanto impuesto…Falso, dijeron los de la DGI mientras preparaban un nuevo impuesto al estornudo. La culpa de todo la tiene la patria contratista; ellos se llevaron toda la guita…Pero, por favor, dijo un empresario de la patria contratista mientras cobraba peaje a la entrada de las escuelas públicas. La culpa de todo la tienen los de la patria financiera…Calumnias, dijo un banquero mientras depositaba a su madre a siete días. La culpa de todo la tienen los corruptos que no tienen moral (…). La culpa de todo la tienen los padres que no educan a sus hijos. Infamia, dijo un padre mientras trataba de recordar cuántos hijos tenía exactamente. La culpa de todo la tienen los ladrones que no nos dejan vivir…Me ofenden, dijo un ladrón mientras arrebataba una cadenita a una jubilada y, de paso, la tiraba debajo del tren. La culpa de todo la tiene los policías que tienen el gatillo fácil y la pizza abundante (…). Que flor de guacho que resultó ser El Otro. De ¿Quién tiene la culpa? ¡El otro!, uno de los monólogos más recordados del humorista Tato Bores.

Las citas que leyeron (espero) aluden en diferentes modos a ciertos retintines aturdidores  que, cuando se repiten en clave de herencia recibida y como monocordes alabanzas a lo que fuimos o decimos que fuimos, ponen en peligro las propias urgencias, esperanzas y hasta necesidades, como las que priman en escenarios electorales, toda vez que un reverbero de aquello que fue fusiles y machetes por otro 17, por ejemplo, no sólo podría azuzar las iras represivas del Derecho y el Estado, y dejar a oscuras a quienes lo pronuncien sobre las cornisas breves de la extemporaneidad.

Y es todo ello lo que pone en evidencia lo doloroso y hasta patéticas que resultan las pasiones fervorosa de tantos y tantas por las poses y los ademanes de engatuse.

Foto: Alejandro Amdán.

Qué distinto ocurrió

Pueblo goloso perezoso lujurioso / porque las curvas económicas / nos son favorables / una nueva conciencia / os pido en marcha (…).

No son todos los que están / no están todos los que son / mi pobre especie / son / los no antologados (…).

Me detengo un momento / en el país de los países / de las maravillas / la izquierda es la derecha / lo blanco es negro. -Es éste el país / equívoco del equívoco / de los equívocos / pregunté (…).

Y había allí / manando sangre de muñones / somos los destrozados / los mutilados / la vida por  / la vida por / cruzando la Gran Plaza (…).

Dios / dios / acelera las contradicciones / de los que tendrán / que ser devorados / y cuándo llegará / ese día / en que los devoremos (…).

(De Las patas en la fuente; Leónidas Lamborghini; 1965).

Y porque en eso andamos, nada más oportuno que el siguiente hallazgo interpretativo de Carlos Ciappina, doctor en Comunicación y profesor de Historia en la FPyCS de la UNLP, en su artículo Revisitando el 17 de Octubre, publicado el sitio Contexto el 16 pasado: Quizás sería interesante hoy recuperar (el) sentido iniciático de la “lealtad”. Usualmente se destina esa palabra a la lealtad del pueblo con su líder. Pero quizás el sentido profundo del 17 de Octubre es la lealtad que Juan D. Perón guardó desde aquella movilización con la clase trabajadora (…).

En defensa del 17

Tal cual Gorgias lo hiciera con Helena, la hija de Zeus.

El pensador y retórico jónico de Leontinos, nacido quizás en el 480 a.C., discípulo de Empédocles y conocido a través de Platón, escribió acerca de ella cuando partió a Troya con Paris, o porque así lo quisieron los dioses, o tal vez sucumbiendo a un acto de violencia y por qué no por efecto de una elaborada persuasión: Si fue la palabra lo que la convenció y engañó a su alma, tampoco en esto es difícil defenderse y disipar la culpa, de la siguiente manera. La palabra es un gran soberano que con un cuerpo pequeñísimo y totalmente invisible realiza acciones divinas. Puede, en efecto, hacer cesar el miedo, eliminar el dolor, provocar la alegría, inspirar la compasión. Cómo sucede voy a explicarlo. Es preciso que lo explique para la opinión de los oyentes. Considero, así como lo digo, que cualquier clase de poesía es un discurso con medida; a quien la escucha penetra un escalofrío lleno de terror, una compasión que arranca las lágrimas, una codicia derretida de nostalgia; por efecto de la palabra el alma sufre un sufrimiento peculiar en relación a la suerte y al fracaso de hechos y personas ajenas. Pues, volvamos al discurso que llevamos. Los hechizos inspirados por medio de las palabras se convierten en creadores de placer, eliminadores de tristeza. Pues, mezclada con la opinión, la fuerza del encantamiento del alma la hechiza, persuade y transporta por su seducción. Dos artes de seducción y de hechicería se inventaron: son los errores del alma y los engaños de la opinión. Cuántos han persuadido a cuántos sobre cuánto, y siguen persuadiendo forjando un discurso mentiroso. Pues si todo el mundo poseyese de todas las cosas el recuerdo de las pasadas, (la conciencia) de las presentes, la previsión de las futuras, el mismo discurso no sería como es: para nadie hay ahora la posibilidad de recordar el pasado ni de examinar el presente ni de adivinar el futuro. De manera que, sobre muchas cuestiones, la mayor parte de la gente entrega su alma a la opinión como consejera. La opinión, por ser vacilante e insegura, proyecta en quien se sirve de ella una situación vacilante e insegura (…).

Entre aquél hallazgo retórico de la Atenas que contaría con Pericles, el mismo que a mediados del siglo XX le permitió al británico John Austin escribir sobre la capacidad per formativa de la palabra – cuando un hecho se realiza como tal al ser expresado – y aquellos fundentes que le dieron consuelo a su patas adoloridas de tanto marchar en el frescor de la fuente, nos queda un solo resquicio sobre el cual analizar el presente: el decir de Fuenteovejuna, y propositivo, no el escamoteador que se esconde detrás de los pliegues de una Historia mal entendida como tal, porque el pasado no debe ser pliegue ni embozo.

El camino contrario será otra vez el de la derrota.

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