Y finalmente lo hizo. Bonadio cumplió el deseo de tanta gente que ahora va a clamar por el desafuero de Cristina. Lo cierto es que, con un manojo de pruebas insuficientes, un clamor sobreactuado de los medios y el estado de agitación permanente de Carrió, nada puede saberse a ciencia cierta. Mientras tanto, para la democracia no hay fueros, está en manos de psicópatas con carnet.
Claro que se veía venir. Morales Solá lo había anunciado el domingo en su editorial de La Nación. Sin sutilezas, el título decía “José López declaró que los dólares del convento eran de Cristina Kirchner”. En el texto se adelantaban las decisiones de Bonadio en los mismos términos en que se hicieron efectivas. Por algún misterio, Joaquín tiene acceso irrestricto al expediente, seguramente vía Stornellí, asiduo visitante de su programa, quien volvió a hacerse presente ayer en Desde el llano. Se prendió Majul, quien trató de que Laura Alonso le dijera ante las cámaras que Cristina estaba hasta las manos y que era inevitable que le tocara esperar la muerte tras las rejas. La consejera de funcionarios con conflicto de intereses llamó a confiar en la justicia mientras Luisito se desaforaba pidiendo el desafuero de CFK.
Hoy, visto desde afuera, la decisión del juez no parece ser muy favorable a los intereses inmediatos de Macri, en el momento en que tiene que pactar el ajuste y necesita que todo esté más o menos en paz. El procesamiento agita las aguas, aunque se supone que la cosa va para muy largo; incluso es probable que la situación siga indefinida al momento de las elecciones de 2019. Sin dudas, la posibilidad de enterrar definitivamente al populismo con CFK presa no le resulta para nada desagradable al oficialismo. Pero hoy todo este barullo suena inoportuno
Todos saben que el desafuero en las condiciones actuales es un imposible. Aunque La Nación, en un artículo firmado por Gustavo Ybarra, dice que una “prueba bomba” en la que CFK aparezca en “delito flagrante” puede terminar con los fueros de la senadora, porque ya sería indefendible incluso para sus propios seguidores. No es aventurado suponer que alguien pueda estar fabricando esa “prueba bomba”. Mientras tanto, Stornelli especula con que un aval de la Cámara Federal a lo actuado por Bonadio haga cambiar de parecer a una parte al menos de los senadores peronistas, habilitando así el desafuero.
Al margen de estas especulaciones, el tema CFK se desmadró porque quedó desde el principio monitoreado e impulsado por psicópatas de diferentes especies: Carrió, Lanata, Bonadio. Más algunos personajes menores como Majul o Fantino. No se trata de psiquiatrizar la política. Del mismo modo en que la paranoia es el signo fundamental de los gobiernos totalitarios (hay un libro muy interesante del italiano Luigi Zoja sobre el tema), la enfermedad infantil del neoliberalismo es la psicopatía. Este domingo, Página/12 publica un artículo de Alfredo Zaiat en el que se hace alusión a una serie de estudios realizados para determinar la zona profesional donde hay mayor abundancia de psicópatas. Son los CEO. Habría que evitar las conclusiones rápidas. La cualidad de CEO no es condición necesaria ni suficiente para incurrir en esta patología. Acá lo que está en juego es una forma de ejercicio del poder y de relación con el otro. Que los Ceos seguramente encarnan con mayor enjundia que los demás. El psicópata tiene como único horizonte su propio deseo y no cree que haya que ceder ni negociar ante el deseo ajeno. La situación ideal del otro es la resignación o la quietud. No hay opciones, el propio deseo o la muerte, aunque sea la propia. Entonces Carrió, que desea ser la enemiga número 1 de los corruptos, cree y difunde permanentemente que alguien está preparando atentados contra ella. A través de las palabras y de la constante atención que obtiene de los medios, ese deseo de confirmarse en ese lugar heroico se vuelve realidad.
Con Lanata pasa algo parecido. Su deseo no negociable es establecer una versión de los hechos que no admite reparos. O se la acepta o se incurre en corrupción o en pelotudez manifiesta. La duda y el diálogo le son ajenos. Si en una conversación o en una entrevista alguien dice algo que no le parece bien, llega la descalificación. Como en la entrevista radial con Juan Grabois.
Lo de Bonadio es un poco más complejo. Hay varios elementos que permiten pensar que prima por sobre cualquier otra consideración su deseo de poner presa a Cristina y de alguna manera ganarse para siempre un lugar en la justicia argentina. Por de pronto que el informante que definió todo sea José López, un sujeto que hasta hace muy poco se paseaba en bolas por la cárcel al grito de Alperovich. O Uberti, persona desprestigiada si las hay. Algo parecido había ocurrido cuando Lanata usó como fuente a un mercenario como Fariña. O Bullrich avalando el testimonio de un personaje de avería como Pérez Corradi, quien se pasa el tiempo contradiciéndose al mejor postor.
Poco ayuda a la claridad ambiente el mecanismo de los arrepentidos con su sistema de premios de acuerdo con que la información se adecúe a las necesidades del proceso.
Toda esta trama de decisiones, palabras y actos psicopáticos a lo que lastima es a la idea misma de justicia, convirtiéndola en una demostración de poder. No un antagonismo, sino un camino para doblegar al otro, para hacerle sentir quién es verdaderamente quién manda.
Lo que lleva a preguntarse por qué los rumbos de la Argentina están en manos de psicópatas. La primera ventaja de la que disponen es que meten miedo. Vaya como ejemplo la frase de Macri de que si se vuelve loco puede causar mucho daño. El psicópata se mueve siempre en el mundo potencial de la amenaza. Cuando la amenaza deja de ser tal se transforma en castigo. El psicópata tiene el poder de castigar. Alguien como Bullrich lo hace mandando a la policía. Lanata pasa muy pronto de la palabra a la puteada. Carrió usa sus boutades para demostrar que aun fuera del poder puede causar daño, incluso con acusaciones falsas, como cuando aludió a un affaire amoroso de Lorenzetti con una de sus empleadas, lo que demostró ser completamente falso.
La otra ventaja es que son imitables. La psicopateada presidencial de los derechos humanos como curro fue muy imitada y tomada como formulación por mucha gente que no encontraba manera de decirlo con sus propias palabras. El psicópata como proveedor de argumentos.
Finalmente expresa un estado de cosas inmóvil que en su propio carácter de inmodificable resulta tranquilizador, aunque aniquile toda expectativa. El mundo es lo que es y no corresponde ni es lógico que se lo cambie. El orden ante todo, porque implica que no hay riesgos, mañana será igual que hoy, aunque termine siendo peor. Pero el paisaje es más o menos el mismo, sin disrupciones, sin hechos inesperados, sin sorpresas. El psicópata es el guardián del orden, a cualquier precio y de cualquier manera. En resumen, el mundo estanco del neoliberalismo encuentra su mejor expresión en la psicopatía.
Detrás de la andanada contra CFK hay la utopía de un mundo sin resistencias ni obstáculos, donde algunos deseos impongan su ley y otros deseos deban callarse, entre otras cosas por miedo.
Más allá de la culpabilidad o no de la ex presidenta –que es imposible de dilucidar, en un sentido o en otro, en el universo psicopático- lo que está en juego es el sentido de una democracia. Que implica, oír otras voces, soportar conflictos, saber que todo es un tanto inestable y que el quilombo le es inherente. Y que contra esto no hay orden, ni deseos impuestos desde afuera, ni puteadas ni declaraciones destinadas a aniquilar a los que no están de un lado de la valla.
Mientras tanto estamos en este simulacro en el cual nadie sabe qué es qué salvo los que dicen saber porque creen que el poder propio y los poderes a los que veneran les dan la razón.