¿De qué hablamos cuando hablamos de construcción política o de resistencia a las políticas macristas? ¿Qué espacio contiene las vastas broncas en el desierto? Mientras el peronismo/kirchnerismo y las izquierdas dirimen sus internas, la pregunta final es sobre si hay un colectivo o bondi llamado nosotros.;

Estimadísimos: tomen la intro que sigue no como afirmativa, sino como exploratoria o un poco más.

Ahí va.

No existe “la gente” versión TN. Claro que no.

Tampoco la inútil categoría “el pueblo” como oposición a “la gente”.

No existen virtualmente los partidos políticos.

Mucho menos existe en los no-partidos (¿vendrían a hacer cola en los no-lugares?) la discusión política orgánica de hace –simplifiquemos- equis tiempo.

Si nos ponemos lamentables añadimos esto otro: no existe la democracia como gobierno del pueblo. Existen inercias, substratos culturales, fuerzas y decisiones impuestas demasiado a menudo desde el poder económico-financiero, las instituciones, el verticalismo ejercido por puñados en cada espacio “partidario”, encuestas, fuerzas moviéndose en la dispersión territorial de una Nación inacabada e incierta (pienso en el fracaso de nuestro federalismo), anomia, nuestro votito, nuestra participación escasa, nuestras ignorancias, nuestras ya largas vacaciones en la vida privada, nuestras omisiones, nuestro no querer saber cuando pensamos en escalas sociales vastas y no en los politizados.

(Atentos a una contradicción que se viene de parte del que escribe: estoy hablando de un “nosotros” que luego negaré)

¿República? Para los medios dominantes, Elisa Carrió es la encarnación viva y salvadora de la República. Para el que escribe es como aquel viejo lema franquista: “España, una, grande y libre”, solo que libre para sí misma, ella en sí misma llenándolo todo y expulsando todo (operando/ armando/ destruyendo), planetoide furioso y errático, autoritario, perverso.

¿Qué otras cosas no existen?

No existen “los argentinos”. Compartimos territorio y nacionalidad y una tarjetita llamada DNI pero somos atrozmente heterogéneos (por suerte, sino qué embole).

La Patria -como Boquita, Talleres de Córdoba o más bien Desamparados de San Juan- es un sentimiento común, pero variable (a veces un puñado de valores e identidades ideológicas más o menos nítidas). Sentimiento colectivo sí, a veces, pero incierto. Como en un viejo sketch televisivo protagonizado por un viejo personaje que hacía de gallego, en ese sentimiento “ca’ uno es ca’ uno y ca’ cual es ca’ cual”.

Ahora viene la contradicción principal de este texto. No existe un nosotros. Nos desgañitamos en las redes sociales, nos desesperamos, nos desgarramos invocando un nosotros. Pero no existe un nosotros. Ejemplos en posteos de Facebook:

“Por qué tenemos que padecer a estos perversos, eh? Por qué? Rebeldía civil ya!!!”.

“El peronismo debería estar unido en las próximas PASO. Por cosas como esta”. (Paco Oliverio a propósito de la monstruosidad del recorte de subsidios a los discapacitados).

“Tenemos que entender, compañeros…”.

“Los peronistas debemos” (el peronismo, como si existieran esencias nítidas en el peronismo).

No existe ese nosotros porque gritamos ese nosotros en soledad (aunque es grato cruzarnos en las marchas) y porque… nadie nos da mayor pelota. No hay un espacio –un espacio mínimamente institucionalizado- al que pertenezcamos o que nos interpele, salvo, claro, el de las militancias activas, que no sabemos si son escuchadas (tendemos a pensar que no). No hay un nosotros organizado en el sentido de una de las pocas frases de Perón que a la distancia sigue pareciendo útil o simpática (si pudiera aplicarse en el siglo XXI): “Solo la organización vence al tiempo”.

No. Nosotros no existe. Empoderados no estamos, al menos tras la derrota kirchnerista, luego de haber sido empoderados hasta ahí; y fue bonito. O empoderados más en el discurso que en la práctica (tiendo a pensar que Cristina cree en lo del empoderamiento desde lo mejor de sí misma pero que no supo o no pudo avanzar en la idea, por urgencias de la política, por sus rasgos personalistas y hasta autoritarios, porque no es nada fácil, porque hay que ver cuántos quieren empoderarse y hacer política…, porque hablamos de peronismo). Lo que es seguro es que no estamos empoderados con Macri sino huérfanos mal.

Entonces: No esistís, nosotros, no esistís.

Así que, ejemplo, a la hora de opinar en Facebook sobre Randazzo, El Silenciooso, tratarlo de traidor o temer o dudar en el kirchnerismo por la apuesta de Cristina de evitar las PASO, opinamos desde casa sin conformar exactamente un nosotros. Y si somos un nosotros, somos apenas una minoría intensa que en los primeros meses del macrismo se cansó de ir a las plazas y escuchar a Kicillof. Esas “gentes” se quedaron solas.

¡Muñeco conducción!

De modo que, repasando simplificaciones exploratorias, no existen ni la gente, ni el pueblo, ni la democracia (estallada por complejidad en todo el mundo, al menos occidental), ni los partidos, ni un nosotros. Todo es más complejo, arduo, difícil, gaseoso o líquido según qué elijan ustedes a la hora de las metáforas o las leyes de la Física.

Existen los medios, uffff. Recontra existen. ¿Dominan? ¿Lo reemplazan todo? Uh, discusión eterna. Interactúan con “nosotros”, no son autónomos de “nosotros”, nos espejan mucho, bastante o hasta ahí. Nos distorsionan; nos intoxican; suele decirse de manera reductora (ma non troppo) que bajan el switch master de lo que se dice o se piensa. En la era Macri, al menos, los medios parecen ser tan omnipotentes (hasta que el Día del Arquero nos estrellemos contra la rrrealidad) que dan ganas de fusilar a la Teoría de la Recepción (¡mayúsculas!), un tipo de concepción más compleja sobre los medios que implicó un avance enorme en los años ‘80 para dejar atrás la noción simple de la pura manipulación de las conciencias (que viene a ser la de Cristina Kirchner el día que la entrevistaron en C5N y le pidieron autocrítica).

Ahora se viene un nosotros porque el resto de este texto articulará citas que me parecen más que interesantes. O porque otros lo expresaron mejor.

Sobre la crisis global de las democracias tengo ganas de citar un párrafo de un precioso artículo escrito en Socompa por Christian Kupchik, que relativamente giraba en torno de las utopías y las distopías, o más bien de las segundas. Kupchik mencionó un capítulo de la serie Black Mirror, aquel conocido como The Waldo Moment. Escribió el amigo Christian: “Waldo  es un encantador osito azul, un  dibujo animado creado por un treintañero que viene de fracaso en fracaso. El secreto de su éxito está basado en un humor burdo, escatológico, simplón, sin otra cosa que ofrecer que el gesto de su rebeldía. Lo increíble es que, enfrentado a la estructura política, consigue más adhesión que los partidos del establishment. Monroe, el candidato conservador, trata de disuadir a los seguidores de Waldo diciendo que el oso azul no es real, no existe, y por tanto no tiene sentido escucharlo ni mucho menos otorgarle autoridad. Sin embargo, ¿no existe algo que tiene cara, ojos y una sólida opinión, aunque sea a través de una pantalla? Waldo aprovecha su popularidad para representar la opinión de la gran mayoría y así encauzar ese pensamiento único que, abracadabra, cada vez aparece como más homogéneo”.

Todos pensamos al leer estas líneas en Macri o en Trump o en Collor de Melo o en presidentes banqueros artificiales o en aquel payaso francés que fue candidato y antes en la Cicciolina (dicho sea de paso: hoy tiene 65 años). Sigue Kupchik: “El episodio ofrece una visión extremadamente negra y satírica del mundo político actual, donde un personaje inexistente y sin un mensaje definido, sin ideas ni propuestas, es capaz de convertirse en una fuerza política votada por una multitud que no cree en los políticos. La ironía del relato deja lugar a un desasosiego profundo”.

Para más desasosiego con las democracias contemporáneas Kupchik menciona luego a Trump y al auge de políticos neonazis desde Finlandia a Suecia (¡el afamado “modelo escandinavo”, por dio!). Finalmente el artículo se pregunta lo mismo que este otro, que se va desmañando: “¿Existen aún las democracias? ¿Pueden y quieren los pueblos tener una mayor participación en las decisiones políticas? En caso de que así sea, ¿cómo adaptar nuestras instituciones para que sirvan como un espacio que colabore con una mayor aspiración democrática? ¿Cuáles serían las condiciones necesarias para llevar adelante dicha renovación fuera del ámbito institucional?”. Un poco más: “Así aparece la apatía junto a la protesta. Y precisamente este elemento, si bien pasivo, convierte el malestar en algo más que un ‘desencanto’ o sino en  una resignada desconfianza hacia la democracia”.

La pregunta final del artículo es esta: “si estamos ante una crisis terminal de la democracia moderna (de la política moderna), si sus contradicciones internas están explotando sin remedio y,  por consiguiente, si ya ha dado todo lo que podía de sí. La pregunta es qué surgirá de esta crisis, si el futuro no es más que el porvenir de una ilusión. Si será que el sentido cívico ya ha sido sustituido por la manipulación mediática y el poder del demos (del pueblo) se ha perdido en beneficio de algunos estamentos de dominio. Cabe también la posibilidad de un cambio, de desencadenar una vez más un mecanismo virtuoso que plantee un relanzamiento de la democracia para salir hacia adelante a partir de sus propias dificultades y contradicciones”.

Volviendo a casa

En junio de 2005 Nicolás Casullo escribió un artículo para la revista Lezama (nacida como espacio de reflexión en los años siguientes al estallido) que tiene una vigencia extraordinaria. No es la primera vez que robo de ese texto. Y a riesgo de ser larguero y perder la atención de los lectores la citaré largamente. Si no les gusta el largor me leen Clarín, fieras.

No existía por entonces La Grieta pero Casullo aludía al principio al nosotros-que-no-existe o, visto desde otro ángulo, a porciones  inmensas de sociedad que, a la deriva, no eran interpeladas por nadie (aquellas que en buena medida el kirchnerismo desatendió). Escribía Casullo:

“Entre un kirchnerismo que busca afianzar sus pretensiones populares desde el poder que da el gobierno de la sociedad, y una militancia de izquierda inmersa en lo socioeconómico (donde el piqueterismo es presencia fuerte) con su histórica incapacidad de pasar de su ‘realismo cotidiano’ a un discurso político para sectores sociales amplios, entre ambos márgenes navega una inmensa colectividad política y culturalmente media, de toda procedencia, que pareciera no sentirse llamada a nada. Este caleidoscópico sector es, en el siglo XXI más que antes, el único gran mediador ideológico entre el ‘pueblo’ y la composición de un tiempo político con identidad propia”.

Seguía luego con esto que perturba a quien escribe: “La construcción de la política a veces es equívoca: no apunta al acuerdo pasivo con posicionamientos y medidas de un gobierno con intenciones populares sino a un real entramado a vertebrar, a un tejido, a una fuerza identificante y actuante de un curso que se sienta parte involucrada de un destino programático, por más fáctico que sea este último. Sin que esto se entienda como disciplinada organización partidaria o masa de militantes orgánicos. Sí, como una interpelación y un compromiso que ‘activa’ a un colectivo diferenciado que siente estar representado”.

Venía después, por supuesto, la melancolía, o más bien una crítica a la melancolía en torno de los modelos de acción de los ’60 y ’70: “Aquel modelo básicamente comprometía desde la idea de la revolución: un universo que se pensaba muy por encima de cualquier juego de partidos en democracia. Fue una dimensión histórico-mítica de justicia que más allá del delirio armado de sus últimas etapas planteó compromisos existenciales fuertes, sentidos heroicos de la vida, morales contundentes de solidaridad, fraternidad y entrega. Y la conformación no de un adherente, votante, experto o empleado de una repartición estatal, sino la arquitectura de un cuadro político, minoritario socialmente, pero viviéndose imaginariamente en la vanguardia y en la verdad de lo que indefectiblemente sucedería con la historia. Esa historia que no sucedió para nada”.

Esa historia que no sucedió para nada “se caracterizó por la construcción política como inmenso despliegue directo entre la gente, por una participación de las jóvenes generaciones como nunca se había vivido en la Argentina moderna, por una vasta amplitud de convocatoria, inclusión y participación realmente democrática en el hacer político desde lo popular. Por la existencia de bases y territorios sociales movilizados políticamente, por una genuina gestación de nuevos dirigentes representativos desde tales espacios populares, barriales, sindicales, universitarios, culturales, con una amplia delegación -hacia ese cuerpo social conductor- de responsabilidades, poderes, autonomías y criterios propios de fecundación de la política”. Añadía el autor a una remota esperanza, a una suerte de leyenda urbana ideológica de los sobrevivientes: “Esto es, algo ‘que volverá alguna vez’: un tiempo desprendido del tiempo real, el de la excepcionalidad”.

No sucedió. No volvió. Amagó a suceder o sucedió a medias con el kirchnerismo, al que por entonces Casullo interpeló con alguna dureza. Ejemplo: en contraposición a los viejos modelos de construcción política, decía Casullo, “la modalidad política que impuso el kirchnerismo aparece con sustanciales diferencias a pesar del aura setentista como recordatorio. Catapultado al gobierno sin bases propias, se congestionó en la figura del presidente –expeditiva, verticalista y fuerte desde un unipersonal decisionismo diario– el secreto del teorema en cuanto a adquirir envergadura vía termómetro de ‘opinión pública’ y ‘estados de ánimo’ de la sociedad, y por medición vía encuesta de su figura, actora estelar de la política. Todo negociación por arriba”.

Más palos al kirchnerismo de los orígenes, entendído como “un ping-pong por encima de cualquier otro juego dentro de una política democrática institucional por lo demás enclenque, farandulizada y poco seria. El gobierno poco aportó para romper esas lógicas peligrosamente ahuecadoras. La política -como aparición en el cuadro nacional- se volvió cada vez más noticieros y locutores, con fortuna diversa según las jornadas”.

Era, dijimos, el tiempo del kirchnerismo de los orígenes, con toda su polenta y los primeros avistajes de sus riesgos o sus límites. El que escribe, también en Lezama, apuntó (marzo de 2004) que la enorme fortaleza del Néstor Kirchner de entonces en términos de opinión pública podía leerse como una debilidad: “Sobre ese mapa Kirchner está solo con su alma. Apenas con su imagen, sus puñados de fieles, otros de quién sabe qué y bordados de sobrevivencia con quien se pueda (…) Suma virtual de millones. ¿Cómo ata el kirchnerismo a sus masas sueltas? Sin articulaciones, sin espacios ni sujetos colectivos, sin tejido social, sin canales de contención o diálogo, ¿a quién le tocará el timbre el ciudadano suelto en caso de necesitarlo? ¿Y si de veras hubiera que convocar a la causa nacional, iría? Es solo una manera de verlo y hay otras: Kirchner cuenta con un populoso 70 u 80% y a la vez está solo”.

Institucionalidad, te la debo

Llegaron luego otros tiempos, los de la conciencia íntima del kirchnerismo (de su mesa chica, muy chica)  de la necesidad de la construcción política. Ya en tiempos de Cristina, la ex presidenta prometió o aludió a la necesidad de la institucionalización del modelo, y (como escribí varias veces) nunca quedó del todo claro si institucionalización era la del modelo o proyecto de país o la del kirchnerismo como espacio político. Si se trataba de lo segundo hubo una apuesta, una creación opinable y limitada, sintetizable –aunque hubo mucha más diversidad, diversidad desperdiciada- en La Cámpora. Al mismo tiempo se iban erosionando las relaciones con otros espacios sociales, institucionales (gobernadores), o gremiales. Eso que discutimos aun hoy, tarde. Mucho antes, ídolo, ya hablaba Casullo en su artículo del “extremo recelo  a convocatorias amplias de cuadros políticos y referentes como necesitaría la construcción política de un real proyecto de corte nacional de época, incapacidad y desconfianza para tolerar pensamientos divergentes e iniciativas autónomas y una marcada desconsideración política sobre la importancia decisiva de gestar con sus nuevas señas los campos culturales, comunicacionales e intelectuales en relación a las lógicas de las actuales sociedades”.

¿Campos y batallas culturales y comunicacionales? También allí hubo un segundo tiempo kirchnerista, un intento de respuesta o apuesta para ese déficit –tiempos que Casullo apenas llegó a conocer antes de su fallecimiento-: el debate y sanción democrática de una Ley de Servicios Audiovisuales muy osada (si se habrán pagado costos por meterse con el poder mediático), muy promisoria y mezquinamente aplicada, más la creación de fierros mediáticos propios, en general sectarios, encerrados en sí mismos.

(Casi) finalmente, latía un desgarro crucial en aquel precioso texto de Casullo, claramente emparentable con los párrafos citados de Kupchik. Preguntaba a viva voz Casullo qué hacer, como Lenin. Preguntaba: “¿Es adecuado pensar desde viejas construcciones de la política? ¿O lo oportuno es dejar atrás antiguas formas de aproximación, de llegada, de organización e inclusión? ¿En el querer de la gente, nociones como partido, estructuras internas, corrientes, y hasta la idea de ‘pueblo’ político como teoría sustentadora, persisten incólumes para una construcción política que sólo debería acertar la boca de los mismos sapos de siempre? ¿O la sociedad de los públicos, de las audiencias, de desocupados irreversibles, de profesionales mentalmente ‘mundializados’, de vidas pospolíticas, de nuevas estéticas y globalizaciones culturales, la sociedad cabalmente massmediática hasta el último poro no obliga a pensar una ‘construcción política’ acorde con la sociedad platea votante? ¿Y esto último que significa? ¿Y esto último es defendible?”.

Pongámoslo, unos cuantos años  después, en términos de una pregunta-ejemplo (algo) estúpida: ¿necesitamos cuántas dosis de un Durán Barba del palo? ¿Existiría un Durán Barba del palo o eso es un oxímoron?

Una (solo una) de las pistas que daba Casullo para responder a sus propias, desgarradas preguntas, era esta: La desperonización intelectual de fondo que el país procesa desde 1974 en adelante, afecta de manera contundente el campo cultural, profesional, estético, periodístico y generacional que se precisa para un proyecto posperonista, a la vez hijo de esa biografía popular. El desfasaje entre agotamiento de horizontes y uso de estructuras políticas, entre vaciamiento programático y tradición, entre vida social y lógica comicial, entre memoria en disolvencia y partido concreto, dificulta al extremo pensar la construcción política de un poder de nuevo cúneo en la sociedad devastada”.

Sujeto, predicado y final

Algo a remarcar, con vehemencia y mucha. Casullo (lo extrañamos) hizo las críticas que hizo al decisionismo (entre otros déficits) del kirchnerismo y a sus dificultades para construir e interpelar. Pero cuando las papas quemaron en tiempos de la Resolución 125 no lo dudó, se metió en el barro y se convirtió en uno de los fundadores de Carta Abierta. No hizo purismo pelotudo, ni honestismo, ni lilycarriotismo. Y si había dicho que el kircherismo gobernaba con pautas opinables (gerentes de la política y mediciones de opinión pública, por arriba de la sociedad), se comprometió en Carta Abierta, un espacio de resistencia, entre otras cosas, contra la antipolítica.

Vamos ahora a distender un cachito mediante un chiste interno, que refiere a la diversidad política de los integrantes de Socompa. Lo haré revelando una intimidad, la alusión a ciertos posteos del amigo y compañero de Socompa Daniel Cecchini, sin su autorización y sin darle (al menos en este texto) derecho a réplica. En los tiempos finales del kirchnerismo Daniel criticaba desde sus posteos el verticalismo (cierto) del kirchnerismo y su reluctancia a construir un auténtico sujeto político. El que escribe duda de todo y duda de la posibilidad contemporánea de construir tal sujeto político. Onda que mira alrededor, pregunta, che, ¿querés construir un sujeto político? y te echan a patadas (prefiero ver la tele, consumir si se puede, tener laburo, la política es una mierda). A la vez, con sus déficits, el kirchnerismo fue la última experiencia histórica argentina en la que se construyó algo más o menos parecido a un sujeto político. Ni te digo si nos referenciamos en el crudelísimo y megaodioso individualismo de los tiempos de Cambiemos, que reflejan en buena medida a esa sociedad que pretendemos convertir en… sujeto político.

Y sin embargo… Y sin embargo, en el fondo de su pobre alma, y a falta de otros modelos que no conocemos, uno aspira a eso que aspira Daniel cuando habla de sujeto político, a un nosotros. Otro modo de decirlo: si fuera como antes, como en tiempos del presunto paraíso perdido (vale para el setentismo, como para el peronismo, la UCR o el MID), si fuera cierto que aquellos lejanos escenarios de asamblea, asadazos, comités, discusión y manos alzadas alguna vez existieron, entonces sería válida la crítica a la no institucionalización “partidaria” del kirchnerismo. Dicho en términos del sociólogo Ricardo Rouvier (publicado en La Tecla Eñe): “En doce años no se formaron dirigentes, no se conformó una continuación, una sustitución. No hay institucionalidad en que apoyarse. O sea, que no hay candidatos en la mayoría de los distritos del país, que no pueden defender los votos del kirchnerismo, como sí lo puede hacer su líder. Este carácter excluyente genera en el tiempo una vulnerabilidad extrema. Es paradójico, se cuestiona tanto el régimen demoliberal, y se queda aprisionado por él, al no construir una organicidad permanente”.

Otra visión complementaria, y ahora citamos al siempre inteligente y sutil Martín Rodríguez (publicado en La Política Online): “Nos guste o no lo que organiza la política argentina es el ‘partido del Estado’ o el partido en el Estado (…) En algo se parecen Cristina y Macri: en sus territorios de base más sólida no quieren internas que disputen un liderazgo que creen ‘natural’. Pero Cambiemos pisa todos los distritos, y un trabajo rebuscado sería hoy hacer el mapa del peronismo en el país: ¿bajo qué sigla, con qué referencias nacionales, dónde hay kirchnerismo fuera del AMBA o Santa Cruz, hay un líder del peronismo no kirchnerista? Cristina se quedó con la tercera sección electoral bonaerense y el progresismo porteño (progres y pobres), con eso rearmó su poder”.

¿Estamos en el desierto? Sí y no. También en La Tecla Eñe el semiólogo Oscar Steimberg rescató esto: “En actos (por el 2×1) como el del 10 de mayo –o el del Ni una menos- se muestra la palabra y la escucha de los que ahora están tratando de recuperar, otra vez, el saber oírse y decirse de los movimientos populares y nacionales de la Argentina cuando vuelven a plantearse la posibilidad de la confrontación y de la participación en la refundación del proyecto general (…) Casi no sería necesario ser antimacrista para pensar que el macrismo, en estas cosas, pierde”.

Pierde, sí, pero no le agarramos la mano al asunto de meterlo en ese terreno al macrismo. Queremos discutirle la economía o la exclusión pero ellos, con “todos los medios a favor” nos mueven la cancha en dirección a la corrupción y el autoritarismo K. ¿Cómo responderle al lema o la causa del #AgradeSelfie que publicita Rodríguez Larreta por una mejor convivencia con el  prójimo? ¿Qué lenguajes hay que hablar para ser escuchado?

Esto se hizo larguísimo. Terminemos.

¿Estamos en el desierto? Sí y no. ¿Existe un nosotros para dar pelea? Sí y no. Lo que es seguro es que están vigentes las preguntas de Casullo sobre qué sería hoy la construcción política, ya avanzadito el siglo XXI.

El consuelo: el mundo entero está en pelotas al respecto.