Se puede presumir que dentro de diez días –cuando termine de televisarse la fiesta macrista- CFK resulte ganadora de la batalla bonaerense. Fuera de ese “pequeño” detalle por despejar y aunque Cambiemos hizo una muy buena elección, el escenario político sigue abierto.

Las interpretaciones, siempre discutibles y abiertas, las dejamos para el tercio final de esta nota, ahora comenzamos con lo urgente e incierto.

A la mañana avanzada del día siguiente de una elección, la que más importa por lejos a escala nacional, ¿puede un alto funcionario designado para manejar el tema hablar de un “empate técnico” como si se tratara de un encuestador? ¿Es natural que ese funcionario diga textualmente “Puede ser que gane Cristina, puede ser que gane Bullrich”?

Sí, se puede, puede que se trata de una carrera cabeza a cabeza pero algo huele mal. El que habló de manera tan ambigua fue Adrián Pérez, antiguo niño mimado de Elisa Carrió, un ex progre de aquellos, hoy secretario de Asuntos Políticos e Institucionales del ministerio del Interior.

¿Hay indicios de que hubo manipulación tanto del escrutinio como en la –por otro lado largamente esperada- puesta mediática del Gobierno? Sí, también se puede. A la hora de escribir estas líneas la diferencia entre Esteban El Escondido Bullrich y Cristina Kirchner es oficialmente de menos de 7000 votos. Faltan oficialmente 1500 mesas por escrutar, la mayoría de territorios favorables al kirchnerismo. La verdad se sabrá en unos días, pinta que en diez o doce, en cómodas cuotas. Mientras esperamos, es imperioso dar cuenta de la opacidad con que se manejó el escrutinio.

Primer indicio:

El 34 por ciento y monedas que obtuvo Cristina en provincia de Buenos Aires es –aunque en los últimos días algunos esperaban más- muy parecido al augurado por la larga mayoría de las encuestas, incluyendo consultoras ligadas al oficialismo. El resultado oficial de Cambiemos, al contrario, supera en varios puntos esos mismos augurios. Augurios que eran de derrota y no expresados solo en los estudios electorales sino en la preocupación de los medios dominantes y los funcionarios de Cambiemos que daban como casi asumida la derrota. De modo que la sorpresa es llamativa.

Segundo indicio:

El modo en que se fueron cargando los votos, dejando para bien tarde aquellos provenientes de geografías antipáticas para Cambiemos, la eliminación de un modo de lectura de los datos oficiales que ya llevaba años y que permitía estudiar con detenimiento los números en relación con los territorios y las instancias a votar: senador, diputado, concejal. No se sabe por qué el Gobierno de la transparencia hizo ese cambio pero la cuestión es que solo leyendo los datos por municipio uno podía saber, parcialmente, qué pasaba en La Matanza, Moreno o Berazategui pero solo en la escala municipal y sin articular ese resultado con los números a senador o diputados.

Tercer indicio:

En la provincia de Santa Fe también se fueron dando los datos de manera tal que Cambiemos anduvo ganando largo rato la elección en la que finalmente se impuso Agustín Rossi, una de las grandes sorpresas a nivel nacional (retomaremos el punto). La edición de Rosario/12 no pudo imprimirse por la demora en la provisión de los resultados.

Cuarto indicio:

Los funcionarios y técnicos oficiales dejaron sus puestos de trabajo y sus pantallas horas después de que el Gobierno instalara con la ayuda indispensable de los medios amigos el triunfo heroico y la fiesta de Cambiemos/ Vidal/ Bullrich sobre el kirchnerismo. Se supone que se labura hasta la mañana siguiente, muchachos.

Todo esto o parte de esto fue sintetizado por Leopoldo Moreau en una afirmación muy leída en medios y redes: “Se secuestraron unos 300 mil votos”; no se incorporaron 1.500 mesas; “Hicieron aparecer un resultado y lo congelaron por cuatro o cinco horas para hacer todo un show en el horario central de la televisión cuando en realidad perdieron en 14 provincias argentinas”.

Sobre hacia dónde deberían inclinarse las 1500 mesas pendientes, hay un parrafito perdido hoy en una de tantas notas de Clarín que dice así: “A favor de la esperanza de Cristina y sus militantes, la sección de la que más faltan cargar datos es la Tercera, la que incluye La Matanza. No se contabilizó el 5,4% de las mesas, algo por encima del promedio general (4,32%). Sutilezas que pueden ser vitales para una elección tan reñida”.

Último indicio y fuerte: los trabajadores del Correo Argentino denunciaron que tuvieron que dejar sus tareas por orden del ministerio del Interior. Un resultado que se adjudican a su propio trabajo es este:

Unidad Ciudadana: 33, 85.

Cambiemos: 33,71.

Sobre 95,66 por ciento de mesas escrutadas.

 

Sorpresas grandes o relativas

CAPITAL: Lo de Carrió es una salvajada: arañar el 50% de los votos. Se dijo antes: ese voto amerita unos cuantos artículos específicos y un cruce de disciplinas que permitan entender mejor: comunicología, sociología, ciencias políticas, antropología, numerología y tarot.

CORDOBA: Gran triunfo de Cambiemos: 44 a 28% del ex árbitro Héctor Baldassi (ay, Dios) sobre Martín Llaryora, del delasota-schiarettismo. Tercer lugar para el kirchnerista Pablo Carro. Córdoba y kirchnerismo se llevan más bien horrible desde el principio. Pero más importante que eso es a qué eventual polo de atracción irá el/los peronismos cordobeses a mediano plazo. Plaza vacante, ¿ganancia de Cristina si finalmente resulta ganadora en territorio bonaerense?

SANTA FE. Sorpresa y media del Chivo Rossi, hombre temperamental con fama de algo difícil pero respetado, histórico ya en el kirchnerismo, y gran ex jefe de bancada. Ganó arañando a Cambiermos pero ganó. Es de resaltar ese triunfo dado que Santa Fe fue provincia crucial en los años del conflicto por la Resolución 125, muy refractaria al kirchnerismo y muy dañada actualmente por la crisis económica en su sector industrial y comercial. El desempeño del socialismo da tristeza, no desdeñosa, tristeza real por los valores que aun se pueden compartir con el viejo, añoso, temeroso partido socialista. A los tibios los vomita Dios, decía un presidente impresentable al que ayer no le fue nada mal.

SAN LUIS: El que hoy es diputado nacional Claudio Poggi, salido de la usina Rodríguez Sáa, ganó al frente de una alianza con Cambiemos –histórico- a la familia de los pícaros y simpáticos brothers, que a su vez sumaron votos K que no alcanzaron. La diferencia fue importante.

SANTA CRUZ: La derrota del kirchnerismo en Santa Cruz parece desnudar uno de los déficits de esa corriente: cuando los máximos líderes de la fuerza (Néstor, Cristina) dejan el pago o el Estado, las cosas tienden a degradarse, a venirse abajo, como si todo dependiera –más en contra que a favor- de la idea y la práctica vertical de una Conducción.

LA RIOJA. El retorno del patriarca. Con la caruchi de Carlos Menem en la boleta, el justicialismo obtuvo el 44,36 por ciento de los votos sobre 36,33 de un candidato de Cambiemos muy particular: el ex ministro de Defensa, Julio Martínez.

NEUQUÉN: Otro lujito de Cambiemos: ganarle al casi invicto y también histórico Movimiento Popular Neuquino, por dos puntitos. La Unidad Ciudadana por la Victoria, kirchnerismo, alcanzó el 17,63% de los votos.

¿Empate general, mi General?

Algo de lo que sucedió en estas elecciones fue anticipado por algunos analistas y también por el improvisado que escribe. Salvo que efectivamente Cristina salga derrotada en Buenos Aires puede decirse que los comicios no modifican nada sustancial aun cuando el oficialismo pueda darse más que por satisfecho y gane algo más poder en el Congreso (y mucho más en la Legislatura porteña). Si el análisis fuera emocional, dado el estado de espanto que el que escribe “siente” en el país desde que asumió Mauricio Macri, el comentario sería otro o el autor se mudaría a Tahití. El balance, depende además de quién lo haga y eso se sabía hace muchos meses. La instalación del triunfo general de Cambiemos estaba prevista y es difícil de erosionar.

Peeeeero… No es en absoluto lo mismo una elección en la que Cambiemos se queda con Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba que una en la que el kirchnerismo gana, aunque sea raspando, las primeras dos provincias (siempre en cuotas, para no diluir el festejo macrista). Cristina no hizo una elección maravillosa sino solo aceptable, contra fuerzas y poderes tremendos. Si no le fue mejor eso no puede adjudicarse al tipo de campaña que encaró. La campaña fue acertada para quien escribe: un giro a la moderación (se puede ser más combativo, claro, y nadie te escucha o más bien se irrita), un corrimiento de su centralidad, un dar la voz, con perdón, “a la gente”.

CFK pudo haberse equivocado en la conformación de la lista de diputados, lo que implica volver a hablar lo que le cuesta al kirchnerismo construir y exhibir cuadros atractivos para el elector. Al kirchnerismo le pudo ir mejor si le iba mejor al massismo, comiendo votos macristas. Pero Massa-Stolbizer hicieron una elección mediocre que deja en crisis incipiente al massismo. Esto es interesante al menos por dos razones: porque en el massismo hay dirigentes y cuadros que son más valiosos que Sergio Massa. Y porque el peronismo massista –al igual que el randazzista- a largo plazo también debería ir a un polo de atracción, aquel en lo que en esta elección no pudo convertirse. De nuevo: si Cristina resulta ganadora en provincia siguen vigentes sus chances de dar pelea –decimos dar pelea, no liderar- en eso que puede llamarse de nuevo panperonismo nacional.

Al kirchnerismo le fue mal en provincia si se consideran los votos que obtuvo en elecciones anteriores, eso hay que anotarlo. Las razones se hacen difíciles de discernir y obedecen a algún fenómeno cultural complejo. Lo mediático –la satanización del kirchnerismo- seguro juega un rol importante pero “cuantitativamente” imposible de medir. La identificación con algo perteneciente a un pasado ya recorrido y fatigado puede ser otro factor en sociedades que siempre buscan “lo nuevo”, aunque lo nuevo no sea tal. Podría decirse también que el resultado no fue del todo bueno “por los déficits” o “deudas” o macanas cometidas por el kirchnerismo cuando gobernó. Pero eso no explica qué nuevos déficits pudo exhibir el kirchnerismo desde que dejó el gobierno, ya pasada su derrota, para caer aún más. Sí pueden contarse las partes hipotéticas de los votos que fueron a Massa, Ranzazzo y acaso a la izquierda. La campaña intentó exhibir un cuadro social mucho peor que el que dejó Cristina. No alcanzó.

Ricardo Rouvier, entre otros, anticipó en un texto que publicó Socompa que de alguna manera las incertidumbres previas a la elección se relacionaban con medir la movilidad del voto entre Cambiemos y el massismo. Ya pasada la elección, puede decirse que la clave pasó por los votos que Cambiemos le arrebató a Sergio Massa y por lo que ya se sabía: el techo de votos kirchnerista, la imposibilidad de perforarlo.

Un balance posible de los sucedido contiene “las dos verdades” que se manejaban antes de la elección. Es absolutamente cierto que Cambiemos hizo una buena elección general para lo que son sus números históricos (descontando el ballotage) y que es “la primera fuerza a nivel nacional”. Cambiemos/ radicalismo ganó casi la mitad de las 24 provincias argentinas. También es cierto lo que se dice desde el otro lado, resumible en una de las frases nocturnas de CFK: ““De cada tres ciudadanos, dos le dijeron no al ajuste. El ajuste que quieren disfrazar con la palabra cambio”.

No tenemos noticias últimamente de Francis Fukuyama. El resultado electoral –escrito ahora sí de manera más emocional- no nos deja nada contentos. Pero el fin de la Historia no existe. Nada es para siempre, todo está siempre abierto.