Cuarenta minutos para caminar desde la 9 de Julio al Congreso, las piedras, las balas de goma y los gases; más tarde la tropa recorriendo la Avenida Corrientes. El recorrido de otro cronista de Socompa y su mirada sobre lo que pasó.
Nadie tiene datos oficiales de asistentes? Ni una mención a lo absolutamente masiva que fue la protesta? Si algo sucedió, para los medios que sostienen el discurso oficial, es decir, casi todos, es que hubo violentos que atacaron a los policías. Curioso, a mi me llevó cuarenta minutos recorrer las cinco cuadras entre Nueve de Julio y el Congreso. Y eso fue porque estaban apretadísimas de gente. Hubo decenas de organizaciones políticas, sindicales y sociales con una disciplina admirable. Y los que iban sueltos trataban de pasar en fila india por las otrora espaciosas veredas de Avenida de Mayo. Eran cinco cuadras de estar adelante en un recital de los Redondos. De Nueve e de Julio hacia el bajo, se fue poblando después.
Tengo cierta cancha para calcular a ojímetro la cantidad de gente. Me sale bien en los partidos de fútbol, en los recitales y en las manifestaciones habituales. Calculo cuántos Luna Parks hay, sabiendo que el Luna lleno alberga a seis mil almas. Con un margen de error del 10% le pego casi siempre. Hoy se me fue el ojímetro al carajo. Tiene que haber habido bastante más de ciento cincuenta mil personas. Pero los medios sólo vieron las piedras.
Me ubiqué estratégicamente en la puerta del querido cine Gaumont. Pero la que dieron no era una de nuevo cine argentino. Era de terror clase Z. A las 14.30 fue el primer repliegue. Recién llegaditos, nomás, en la esquina de Rivadavia y Rodríguez Peña (mas no dejaban pasar las vallas) se armó la primera de gases y camiones hidrantes. Quizás había infiltrados, pero los no infiltrados se dejaron convencer con mucha naturalidad: hace rato que los uniformados vienen provocando.
Los muchachitos encapuchados que levantaban las baldosas no eran censurados por los miles de manifestantes que los veían. ¿Sometieron su estrategia a la votación de la asamblea de 150 mil personas? Vaya que no. Pero es bastante comprensible que haya multitudes listas para estallar de bronca cuando las fajan porque protestan por una ley que le rebaja el ingreso a los viejos. Lo prolongado de las protestas en los alrededores del Congreso y mas a la noche en todos los barrios (interrumpo a cada rato la escritura de estos caracteres para salir al balcón a cacerolear) son suficiente prueba de que los tirapiedras son, en este caso, menos infiltrados que desesperados de impotencia ante la burla del gobierno nacional.
–El viento nos guiña el ojo –me dice un hombre de pocos dientes y muchas ganas de charlar– Cuando tiran los gases, el viento se los sopla de nuevo para ellos. –remata, y es cierto. Es por eso que hay momentos de brisa ácida.
La Policía de la Ciudad cobró de lo lindo. Y para eso de las 17 llamaron a Gendarmería y a la Policía Federal. Quizás fue con ellos o quizás antes, en un momento la represión se desató con todo y ahí no hubo viento ni ocho cuartos. Nos cagaron a gases y tiraron con balas de goma y unas curiosas municiones de plomo que rebotaban en el piso y pegaban en las piernas.
El desbande fue bastante organizado: algunos gremios hicieron asambleas o reuniones informativas en las esquinas cercanas a la Plaza para acordar el retiro y vuelta a casa. Algunos nos fuimos hasta Corrientes, como para volver al rato y, ya que estaba todo abierto, inundamos las tradicionales pizzerías porteñas.
La batalla de Corrientes y Paraná
Poco duró la escala gastronómica: por la Avenida Que Nunca Duerme venían unos camiones de Gendarmería. Al grito de “Asesinos, asesinos”, la multitud los hizo doblar por Paraná hacia Tribunales. Eran más de quince camiones, cuyos tripulantes quedaron encargados de transmitir saludos a sus familiares.
Más tarde, de nuevo en Plaza Congreso, volví para escuchar el golpeteo ideológico político de los manifestantes tratando de quebrar la moral de los uniformados. Repuestas las vallas, separaban a cientos de Federales de unas decenas de personas que les preguntaban si tenían abuelos, si pensaban jubilarse…, en fin. Hasta que un policía rompió el silencio. “¿Vos te pensás que esas piedras no eran para mí?” dijo. “Ah, ¿hablabas? –repuso un canoso de mediana edad– si sabés hablar buscate un laburo digno, no este sueldo por pegarle a tu vecino!”. El uniformado no volvió a hablar.
Cerca ya de las 19 mucha gente empezó a reagruparse sobre Callao, unas tres mil personas (medio Luna, facilísimo, este es con margen de error cercano a cero) frente a la vallas colocadas a la altura de Bartolomé Mitre. En este curioso piquete, no estaban permitidas las piedras. Vaya a saber en qué momento se acordó, pero el espíritu era permanecer en la calle para hacer sentir presión a los legisladores. Acá si, los tirapiedras era ferozmente censurados.
El día dio paso a la noche y, si bien en todas las esquinas se tenía información de la cacería en el Microcentro, la extensión de la jornada legislativa impulsó a buena parte de los manifestantes a irse con la música a otra parte. A las cacerolas.