El oficialismo supo entender qué pasaba en la sociedad argentina y encontrar los conceptos vacíos con los que poder seducirla. La derecha maneja muy bien qué es eso de dividir, parafrasear e inventar realidades que no existen.
Luego de más de dos años de Mauricio Macri y Cambiemos en el poder, aún no existe un consenso en torno a cómo debe clasificárselo. Algunos autores y periodistas lo describen como un gobierno de derecha tradicional, conservadora y continuadora de las políticas neoliberales iniciadas con la dictadura militar que comenzó en 1976 y profundizadas con el gobierno de Menem, mientras que otros, tal como hace José Natanson, lo definen como una “derecha moderna y democrática”. Frente a este debate, se podría plantear la hipóesis de que en verdad se trata de un “populismo de derecha”.
¿Que es el populismo?
A través de la historia de las ciencias políticas se han desarrollado una gran diversidad de definiciones en torno al populismo. Por ejemplo, el sociólogo Donald MacRae lo describió como una reacción de un segmento agrícola frente a la “amenaza de algún tipo de modernización”. El sociólogo y antropólogo Peter Worsley optó por otra visión y lo conceptualizó como: “una dimensión de la cultura política”.
Pero la referencia que resulta más útil es la de Ernesto Laclau. Este filósofo y escritor, nacido en Buenos Aires, coincide en parte con Worsley y lo define como un “modo de construir lo político” o, dicho en otras palabras, “una lógica política”.
¿Pero qué entiende Laclau como “lógica política”? En su libro La razón populista afirma que “las lógicas sociales involucran un sistema enrarecido de enunciaciones, es decir, un sistema de reglas que trazan un horizonte dentro del cual algunos objetos son representables mientras que otros son excluidos”. Sin embargo, a diferencia de otras lógicas, Laclau señala que la especificidad de la política es su “relación con la institución de lo social” y tal institución “surge de las demandas sociales”.
Por lo tanto, el populismo es una forma de constituir la propia unidad del grupo. En consecuencia, no es un fenómeno delimitable a un determinado sector en el tradicional espectro político izquierda/derecha, no pertenece a un período histórico específico ni es atribuible a una forma de control o gestión de las instituciones sociales. Esto quiere decir que no habría contradicción alguna en caracterizar a un partido de derecha como “populista”.
Un populismo será de derecha o izquierda en función de, como señala el politólogo español Jorge Verstrynge, las diferentes circunstancias en las cuales se encuentra “el pueblo”, sus demandas y las fronteras antagónicas que establezca el movimiento. En consecuencia, se pueden encontrar populismos en Francia (Frente Nacional de Marine Le Pen), España (Podemos de Pablo Iglesias), Estados Unidos (Donald Trump y Bernie Sanders) y Venezuela (el chavismo) países con diversos sistemas políticos y económicos, instituciones y contextos sociales y culturas políticas y de participación.
Demandas sociales y paisajes heterogéneos
Laclau señala que la condición estructural para el surgimiento del populismo es “la multiplicación de demandas sociales”. Estas demandas no responden a un sector específico de la sociedad sino que encierran en sí mismas una gran heterogeneidad. Esta es la condición histórica necesaria para el surgimiento de una identidad popular.
Durante el gobierno de Cristina Fernández, hubo un momento en el cual se produjo esta manifestación y explosión de demandas heterogéneas: los cacerolazos de 2012. A diferencia del conflicto con las patronales rurales en 2008, el otro momento en el que se desarrolló una gran movilización social, estas protestas no representaban los intereses de un sector específico de la sociedad.
Esta serie de movilizaciones surgieron en Internet, principalmente en redes sociales como Facebook y Twitter, y luego ocuparon el espacio público en diversos lugares del país, Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza y Salta, entre otros.
¿Cuáles fueron las principales características de este movimiento? En primer lugar, su carácter apartidario y en segundo la heterogeneidad de las demandas sociales que planteaban. Entre las principales se encontraban: la supuesta reforma electoral que permitiría una nueva reelección de Cristina Fernández, el mal manejo del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), la corrupción del partido gobernante, la existencia de controles cambiarios (cepo), la “destrucción” de la educación pública y el aumento de la pobreza y de la inseguridad.
Independientemente de si eran problemas existentes o no, es innegable el carácter heterogéneo de tales demandas, ya que no respondían a una clase social en particular.
Sin embargo, para que emerja la identidad popular, es necesario que tales demandas heterogéneas, como señala Laclau, sean “conducidas a cierta forma de unidad a través de articulaciones políticas equivalenciales”. Este es un paso fundamental debido a que es necesario que la pluralidad de demandas quede unificada en una cadena equivalencial. Laclau denomina a este fenómeno como “lógica de la equivalencia”. La equivalencia no intenta eliminar las diferencias sino que, por el contrario, “toda identidad social es constituida en el punto de encuentro de la diferencia y la equivalencia”. Pero para establecer entre las demandas particulares un vínculo equivalencial, como afirma Laclau, “debe encontrarse un denominador común que encarne la totalidad de la serie”.
De cara a las elecciones de 2015 y frente a la heterogeneidad de demandas sociales insatisfechas, independientemente si fueron amplificadas o no por los medios de comunicación, Cambiemos entendió que discursivamente no podía representar los valores e intereses de un partido de derecha tradicional o centro derecha clasista.
Por lo tanto, en su discurso incluyó una variedad de propuestas que abarcaban las demandas de una gran diversidad de grupos sociales descontentos. Discursivamente todo movimiento populista debe ser interclasista.
Si se observan las tres principales propuestas de campaña (Pobreza cero, unión de los argentinos y lucha contra el narcotráfico), difícilmente se las pueda definir como propuestas de izquierda o derecha. Por el contrario, rompe con las propuestas tradicionales de un partido de derecha e intenta expresar el descontento de un amplio sector de la sociedad.
El lenguaje de un discurso populista, como señala Laclau, siempre va a ser “impreciso y fluctuante”, pues “intenta operar dentro de una realidad social que es en gran medida heterogénea y fluctuante”.
Antagonismo y significantes vacíos
Para hablar de antagonismo es fundamental traer el concepto de “exterior constitutivo”. La existencia de un “exterior constitutivo” es la condición necesaria para la existencia una identidad y la permanencia del antagonismo y de lo político. Chantal Mouffe, en su libro El retorno de lo político, señala que la “condición de existencia de toda identidad es la afirmación de una diferencia, la determinación de otro”
En relación a lo anterior, en un movimiento populista, una de las claves es, tal como señala Laclau, “la constitución de una frontera interna que divide a la sociedad en dos campos”. En palabras de Carl Schmitt el criterio amigo/enemigo o nosotros/ellos. Un espacio social fracturado.
En el discurso populista, el nosotros está representado por el “pueblo” cuya constitución depende de la inscripción de sus demandas en una cadena equivalencial mientras que el ellos está constituido por el “poder”. En palabras de Laclau “este poder es el que impide la realización total del pueblo” y es en consecuencia “el imposibilitador de un orden social armonioso”.
Pero en el lenguaje populista no solo es necesaria la construcción de una frontera antagónica, a su vez, juegan un rol fundamental los denominados “significantes vacíos”. Los significantes vacíos “representan la universalidad relativa de la cadena equivalencial” y por lo tanto tienen una función “homogeneizante” ya que “constituye la cadena y a la vez la representa”. En consecuencia, como señala el autor argentino, “cuanto más extendida es el lazo equivalencial mas vacío será el significante que unifica la cadena”.
Volviendo al caso de Cambiemos. La pregunta clave en la campaña presidencial era de qué manera unir a ese grupo tan heterogéneo. Era necesario un significante que no privilegiara a ninguna demanda por sobre el resto y que a su vez le diera homogeneidad a ese “pueblo” que estaban construyendo y a la cadena equivalencial en la cual se inscribían las demandas particulares.
He aquí el gran acierto de Cambiemos. El significante elegido fue “cambio”. Este significante no indicaba claramente qué representaba este movimiento, al igual que las propuestas de campaña, sin embargo le otorgaba una identidad precisa y a su vez le daba la capacidad de abarcar las demandas heterogéneas: constituía la expresión contraria al gobierno existente. Este significante privilegiado, tal como señala Laclau “condensa en torno de sí mismo la significación de todo un campo antagónico”.
Este significante a su vez establecía el antagonismo necesario en todo movimiento populista. Cambiemos representaba todo lo “no kirchnerista/no populista”. Dentro de esta lógica se puede incluir la efectiva alianza electoral con el radicalismo, quien representaba el antagonista histórico del partido Justicialista. La principal novedad es que representa un movimiento populista que ubica como antagónico/adversario al propio populismo, considerado como irracional e irresponsable. El “populismo” como opresor de la “gente” y quien impide la armonía en la sociedad.
Otra novedad es la utilización de significantes flotantes tales como “lucha” y “revolución”. Si bien son significantes que tradicionalmente pertenecían a movimientos de izquierda o revolucionarios, Cambiemos lo resignificó de tal forma que pudieron utilizarlos en su discurso para señalar la necesidad de una transformación radical frente a la situación que se presentaba.
Para nombrar al nosotros no utilizaron el significante “pueblo” sino que utilizaron “gente”. La “gente” se podía expresar a través de Cambiemos frente a un “poder” (principalmente la figura de Cristina Fernández de Kirchner) que no representaba sus intereses y que a su vez no los escuchaba. En esa construcción, los famosos “timbreos” tuvieron un rol fundamental ya que se constituían como el mecanismo a través del cual “la gente” podía expresar sus demandas y se construía a Mauricio Macri como un líder que oía las expresiones populares.
Pero esta construcción de antagonismos no solo se desarrolló en la campaña presidencial. Frente a cada situación conflictiva, Cambiemos construye un enemigo que impide la realización del “cambio”. De las características del tipo de adversario que construye se deduce el hecho de que Cambiemos sea un populismo de derecha. Si se observa, por el lugar de los adversarios han pasado los sindicalistas combativos, los mapuches y sus reclamos territoriales, parte del poder judicial que no responde a los intereses del establishment, el Papa y su discurso contra el neoliberalismo, los extranjeros residentes en el país, diversos movimientos sociales, las minorías y sus reclamos por derechos, la izquierda y el kirchnerismo.
Hay una actualización del concepto de adversario frente a cada contexto y cada nuevo problema sin embargo, el “populismo” y la llamada “pesada herencia” sigue siendo el adversario preferido y es quien se encuentra, dentro de la construcción discursiva de Cambiemos, por detrás de cada conflicto. El ejemplo más claro de esta construcción es el trascendido que señalaba que el presidente Macri tenía una supuesta lista de 562 individuos que “frenan el cambio”. Allí se observa claramente la construcción del “nosotros/ellos” y el establecimiento de una frontera antagónica.