Con un Macri enceguecido que sólo intenta a fugar hacia adelante y una Cristina aún no definida como candidata, un tercer sector intenta un armado que apuesta menos a su propia imagen que al techo electoral de los otros.

Con un aceitado manejo de los tiempos políticos, los operadores y protagonistas del Plan B del establishment para las elecciones presidenciales de octubre ya se pusieron en marcha.

La movida busca incluir a un amplio sector del peronismo anti K y a una no despreciable porción del radicalismo descontento que todavía integra Cambiemos.

La apuesta se basa en un análisis de la distribución del electorado que hoy miden las encuestas y en lo que podría llamarse “la estrategia de los techos”.

La cuenta es sencilla a grandes rasgos: el 90 por ciento del electorado estaría dividido en tres tercios no muy desiguales. Mauricio Macri cae, pero todavía conserva poco menos del 30% que configura un “núcleo duro” difícil de limar. Cristina Fernández de Kirchner -aún no postulada – cuenta con un poco más, que podría seguir creciendo y que le permitiría ganar una primera vuelta sin definir la elección. El tercer tercio -el del Plan B – resulta de una suma: lo que juntan hoy Lavagna, Massa y Urtubey, en ese espacio que no en vano los medios hegemónicos empiezan a definir como el “peronismo responsable”, más un hipotético pase de sectores del radicalismo aún oficialista que está descontento con la fuga hacia delante de la gestión de Macri y que podría encolumnarse detrás de la figura de Martín Lousteau.

El desgaste de Mauricio Macri empieza a hacerse evidente aún para los menos avisados. Al malestar por la situación económica que viene minándole la ingenua confianza que depositó en él una parte del electorado se suma ahora el escándalo D’Alessio-Stornelli-Comodoro Py que terminó atravesando como si fuera un cristal fino el blindaje que le ofrecían hasta hace poco los medios hegemónicos.

Macri se está quedando solo: lo critican los de su propio campo: las patronales agropecuarias, los economistas hasta hace poco funcionarios o amigos (como Prat Gay y Melconián), un sector del Poder Judicial cómplice que no quiere verse ensuciado por el escándalo, los aliados radicales hartos de maltratos y oídos sordos, y los propios medios que lo construyeron y todavía lo sostienen, aunque cada vez con más distancia.

A estas horas, su “calentura” coacheada sólo puede leerse como desesperación.

Del otro lado, Cristina Fernández de Kirchner sigue sin definir su candidatura -en medio de un silencio que se supone calculado – pero acrecienta levemente la intención de voto. Que termine siendo candidata es para el kirchnerismo una cuestión de vida o muerte: sin ella a la cabeza de la boleta electoral su espacio quedaría fuera de competencia. Ningún dirigente kirchnerista – ni los de mejor imagen – aglutinaría lo que ella puede, aún con su apoyo explícito. La falta de construcción política de muchísimos años se termina pagando así: sin CFK no hay kirchnerismo con posibilidades.

Así, el tercer tercio – por llamarlo de algún modo – no sólo encuentra su espacio sino que empieza a presumir que tiene una potencia que hasta hace poco parecía impensable. No se trata esta vez de “la ancha avenida del medio” que intentó transitar sin suerte Sergio Massa en 2015 sino de un armado mucho más complejo, fuerte y calculado.

El entramado se terminó de definir primero con la entrada de Roberto Lavagna en el juego y ahora, hace apenas unas horas, con la señal que salió del entorno de Martín Lousteau en el sentido de que se sumaría si “hubiera muchos dirigentes radicales que coinciden en el diagnóstico”.

Volviendo al teorema de los tres tercios y a la “estrategia de los techos”, los armadores del Plan B hacen su apuesta: tanto Macri como Cristina tienen un techo difícil de perforar. En una segunda vuelta entre los dos, el resultado se calcula incierto; en cambio, una buena fórmula del tercer sector (¿Lavagna – Lousteau?) no sólo podría desplazar a Macri del segundo lugar en la primera vuelta que hoy le dan todas las encuestas, sino que podría enfrentar con éxito a CFK en el balotaje. No por el amor del electorado a su propuesta sino por el techo electoral de su rival.

La jugada ya está en marcha. No se trata, como dicen, de sanar la grieta, sino de aprovecharla por otros medios.

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