Estos fragmentos de texto forman parte del libro Años de rabia*, que repasa no solo la guerra declarada por la llamada comunicación hegemónica sino los severos errores discursivos y comunicaciones del kirchnerismo. Algo parece haber cambiado desde entonces, hubo aprendizaje. (Foto de portada: Horacio Paone).

Dos años antes, en las presidenciales de 2007, en las que obtuvo poco más del 45% de los votos y 78 diputados nuevos, el gobierno había emergido más que fortalecido. Tendría cerca de 150 diputados propios o muy cercanos, más otros aliados posibles. Se sabe que con la crisis económica y el impacto político devenido del conflicto por la Resolución 125 comenzó un proceso de pérdida de legisladores que terminó en la foto de los 129 diputados que votaron a favor de las retenciones. Poco después serían 115. Era la etapa de repliegue kirchnerista, con caída de la producción, impacto de la crisis global, más inflación, más el efecto INDEC entre otras variables. Las alertas acerca del nivel de empatía que tuviera el kirchnerismo con la complejidad social databan parcialmente de los comicios de 2007. Ya entonces al kirchnerismo no le había ido bien en algunas ciudades y obtuvo buena parte de la diferencia con votos del conurbano. En 2009 el kirchnerismo obtuvo solo el 31% de los votos totales nacionales; aunque fuera primera minoría no podía ocultarse la pérdida de millones de sufragios en relación con 2007.

Si es por lo sucedido electoralmente en las grandes ciudades, latían más nítidamente las dificultades del kirchnerismo para escuchar la diversidad social, particularmente a las clases medias, interpelarlas y relacionarse con ellas con mejores amabilidades. Clases medias que, además, en términos de circulación de valores y de confluencia con los discursos mediáticos, irradian mucho más allá de sus geografías de origen. El kirchnerismo suele pensar que no es así, que el Mal reside en Recoleta o acaso en Caballito (los sitios donde nunca llegarán sus verdades y que esos votantes se embromen) y de allí no pasa. Cuando el kirchnerismo creció fue cuando supo hacer política y comunicación con mejores generosidades y lucidez.

(…)

A sus peores enemigos

Retomo ideas del capítulo 1 sobre el primer ascenso kirchnerista. En línea con lo que decía Nicolás Casullo acerca de decisionismo y concentración de poder en tiempos de Néstor Kirchner, en septiembre de 2006 escribí en la revista Causa Popular: “En lo que llevamos de experiencia democrática, el gobierno kirchnerista ha sido el único lo suficientemente corajudo como para enfrentarse con el poder de fuego de los medios de comunicación, entendiendo reducidamente a los medios como la voz del establishment. Ha sido así de temerario con una salvedad igualmente horrible: este gobierno no solo que no avanza en una construcción cultural y comunicacional distinta de lo conocido, sino que –contradiciendo buena parte de lo mejor que hace– lleva tomadas una serie de decisiones estratégicas que implican un futuro más que opinable en lo que a la comunicación se refiere, y con ella a los modos de hacer política (…) Conforme a sus modos híper pragmáticos de ser y decidir, el gobierno, mediante simple arte de decreto, sin discusión pública o social alguna, prolongó las licencias de radio y televisión a los grupos monopólicos conocidos, los cuales seguirán siendo hasta la virtual eternidad –para lo que es nuestra historia– del Grupo Clarín, de Telefónica, de Hadad, Moneta, Manzano, Ávila o Vila. Kirchner ha premiado largamente a su peor enemigo: los satánicos impulsores o silenciadores del desguace del Estado, las privatizaciones, los apóstoles de la desregulación y del endeudamiento propio o nacional”.

Añadí que “la deuda comunicacional de este gobierno tiene que ver con que:

* No ha concebido una política cultural-comunicacional que no sea la de las necesidades crueles y urgentes de la política y las de una tendencia propia al encapsulamiento y la rabia.

* No ha permitido, o no ha visto la necesidad, o no cree necesitar la apertura de una discusión social acerca de construir una comunicación desarrollada con y por la presencia de otros actores culturales, o sostenida en otras lógicas económicas.

* Como en otros temas de discusión, dado siempre al encierro broncudo, incluso en sus mejores facetas este gobierno sencillamente no se deja ayudar o se solaza en el ancestral grito simiesco del macho alfa: tengo el poder”.

Aclaro: Causa Popular era una revista militante que formaba parte de los mundos kirchneristas. En Miradas al Sur, del Grupo Szpolsky, tuve la libertad de escribir cosas parecidas a propósito de las carencias de la política y la comunicación kirchnerista: “no hay mejor comunicación política que la buena política y aun más el buen gobierno… que necesita de buena comunicación política”. El contexto de aquella nota era el invierno kirchnerista: durante demasiado tiempo, antes de las elecciones de 2009, el kirchnerismo había huido del espacio mediático como de la peste y de manera tardía intentó un acercamiento como quien pisa los medios probando la temperatura del agua con el dedo gordo.

Compensando mal la falta de presencia en los estudios de radio y televisión (lo que significa connotar soledad mientras el monstruo mediático produce y produce palabras, críticas y sentidos de pertenencia o de oposición), lo que se pretendió transmitir en los spots de campaña fueron políticas de gobierno “reales y concretas”, debatiendo implícitamente con las lógicas mediáticas despolitizadoras, haciendo una suerte de llamado acaso voluntarista a la memoria y la movilización social. No faltaban ingredientes clásicos de defensa y exposición de la gestión al estilo “Menem lo hizo”, reconvirtiendo las cosas al estilo confrontativo con el slogan “Nosotros hacemos. Ellos hablan”. Y números: cuatro millones de puestos de trabajo, 1,8 millones de nuevos jubilados, 13 aumentos consecutivos de las jubilaciones. La campaña optó por no exhibir el rostro mismo de Kirchner, que ya no gozaba en 2009 del inmenso prestigio virtual del 2007. En un intento tardío, el ex presidente por unos días sobreactuó sin éxito un personaje manso y tranquilo que no era él.

También en Miradas al Sur, antes de las legislativas 2009 escribí, peligrosamente (porque sonaba más a certeza que a hipótesis): “Si el ex presidente decidiera hacer campaña desde los medios en lugar de optar por el exilio, ese retorno generaría una sorpresa de efectos comunicacionales y políticos imprevisibles”. Me parecía asombroso que el principal líder político nacional, además ex presidente que había dejado el cargo con una altísima imagen positiva, optara desde hacía un año y pico por habitar un planeta distinto al que prescriben las reglas de la videopolítica, desde las cuales también se puede jugar mediante la transgresión. Asombroso que desde el kirchnerismo se naturalizara ese autoexilio relativo. A la distancia es posible opinar o entender que Kirchner, por entonces sin sistema de medios propio y desterrado por el sistema mediático hostil, no tenía dónde hacerse visible. Pero la explicación es aventurada. Me parecía extraño que un político con la centralidad de Kirchner pretendiera comunicarse con la sociedad “casi exclusivamente desde esa suerte de universo paralelo que constituyen los actos políticos callejeros, más filtraciones en la prensa”. Doblemente curioso porque en los inicios había existido un Kirchner apto para toda la familia, que sonreía pícaro por la tele, parecía entrador, se lo veía y se lo quería por sus evidentes ganas de hacer cosas. La reiterada imagen del lungo torpón e híper activo que rompía las reglas del protocolo. Me preguntaba en un medio kirchnerista: “¿Qué fue de ese Kirchner? ¿Por qué se resignó a que lo construyan otros? ¿Por qué se recluyó en un mundo chico y paralelo que la resta capacidad de interpelación social?”.

Desde lo que antes llamé oxímoron de un kirchnerismo maricón, y seguramente cometiendo pecado de soberbia, me atrevía a sugerir que Kirchner intentara comunicar mejor desde los medios entendiendo que eso no era pecado. Que regresar al infierno mediático obligaría al ex presidente a ejercitarse en el arte de soportar y saber contestar preguntas incómodas. Para hacerlo Kirchner no tenía que reconvertirse en spot de De Narváez ni en Fernando Collor de Melo; se pueden ocupar los medios de otro modo.

Cuando el kirchnerismo se hizo cuerpo

Aunque las encuestas o los medios lo vieran tarde, ya a principios de 2010 el kirchnerismo virtual había comenzado a encarnarse en cuerpos, en la calle, en organización, en el emergente de juventudes movilizadas. La inesperada remake del 73 se fue prolongando en otro ciclo de entusiasmos que ensanchaba la base social y simbólica del kirchnerismo a través de la multiplicación de agrupaciones, la incorporación de los movimientos sociales, el trabajo militante en los barrios, las juventudes sindicales de Facundo Moyano, la presencia en los territorios de la pobreza dura, los colegios secundarios y las facultades. Que el kirchnerismo pasara de tener prestigios virtuales agonizantes a contener muchedumbres era todo un dato, aun cuando esas muchedumbres no representaran al todo social.

El fenómeno de hombres y mujeres grandes o pibes venidos de las inferiores incorporándose a la vida política y a la discusión democrática y colectiva puede considerarse como antónimo no solo del concepto de “imposición” sino como un modo de construcción de “república”. Un modo que por cierto, aún impetuoso y tumultuoso, superaba al setentismo en cuanto a la valoración de lo democrático, aunque en una permanente tensión con la pasión y la tentación sectaria. El kirchnerismo, si es por otorgarle mejores sentidos a la idea de democracia o república, ya había producido avances en la materia por el solo hecho de incluir en su proyecto y en sus políticas a vastos sectores populares, vulnerables, excluidos; porque muchas de sus decisiones se habían apartado de las agendas dictadas por otros (corporaciones, medios, organismos multilaterales) en las anteriores experiencias democráticas; por introducir una cantidad de discusiones sociales, públicas, que habían sido sistemáticamente apartadas de la agenda conocida. En síntesis, por repolitizar la esfera social, por superar lo peor de las lógicas instaladas desde los años de la videopolítica.

Una vez más: contra la idea de la pura imposición kirchnerista, el ícono del Néstornauta, el neologismo crispasión y el avanti morocha no surgieron de un club de cráneos comunicacionales sino desde el abajo social. Por si estos datos resultaran meramente folklóricos, habrá que añadir respecto de la idea de construcción de república que fue en tiempos kirchneristas cuando se dejó de introducir una feta de mortadela o papel higiénico en las boletas de votación; cuando se generaron récords de participación en los comicios; cuando se implementaron las primarias abiertas y simultáneas; cuando se democratizaron, abrieron y emparejaron las posibilidades de acceso a la publicidad electoral; cuando se ensancharon los derechos de los inmigrantes; cuando se amplió el derecho a voto de los más jóvenes. Si es por la idea de “democracia competitiva”, aun cuando pueda cuestionarse al kirchnerismo por abuso de recursos estatales en la competencia con otros espacios políticos, el oficialismo no tiene la responsabilidad de la baja performance de los otros. Vista liberalmente la política como un mercado en el que compiten ofertas, hasta el kirchnerismo podría levantar la puntería si sus competidores aparecieran más sólidos.

En cuanto a “política, kirchnerismo y medios”, lo interesante es que el fenómeno de la re-emergencia kirchnerista ponía en crisis la propia idea extendida de la dominación o la hegemonía mediática, lo que –de nuevo– implicaba y posibilitaba la necesidad de que la comunicación oficial se planteara superarse a sí misma mediante una segunda etapa más rica y abarcadora. Antes de pasar al momento de alza kirchnerista –del Bicentenario a la victoria electoral del 2011– cabe apuntar que esa discusión se inscribe en un proceso en contante inestabilidad.

Los días más felices

El Bicentenario constituyó el primer quiebre resonante de aquellos augurios. Los festejos pueden verse como una bisagra política y quizá la más afinada puesta en escena cultural y comunicacional que produjo el kirchnerismo desde 2003. La lectura –hecha no solo desde el oficialismo– fue que esos festejos dejaron al desnudo aquellos discursos que, por la paradójica vía de la exacerbación, habían construido la idea de una Argentina más o menos dictatorial dominada por las crispaciones, la crisis de todas las cosas, la mera imposición política. Los tiempos culturales del kirchnerismo, con el Bicentenario, comenzaban a trascender a las figuras individuales de Néstor y Cristina Kirchner, mientras que emergía también la de una presidenta capaz de generar empatías con diversos sectores sociales, como había sucedido antes con el ex presidente. El Bicentenario obligó a los medios dominantes a transmitir en una suerte de Cadena Nacional Reticente un fenómeno que primero pretendieron cuestionar y luego relativizar e impugnar. Fue un fenómeno a la vez de masas y comunicacional que nadie había previsto, incluido el gobierno. La crisis de la hegemonía mediática quedó expuesta. El kirchnerismo se solazó en un mismo chiste sonriente y masivo: qué perturbadora crispación, qué tremenda violencia asuela a la Argentina, cuanta catástrofe, pesimismo, qué tremendos temores nos paralizan. Algunos, en la calle, se sacaban fotos diciendo: “No digas whisky, decí Cris”.

Entre el Bicentenario y la muerte de Néstor Kirchner lo que quedó también en crisis fue la que había sido una de las más implacables operaciones de los medios antes dominantes: deshumanizar al kirchnerismo, reduciéndolo a la caricatura de un populismo irascible y bananero.

Aprendizajes colectivos

Entre fines de 2009 y 2011, quizá más aún tras el fallecimiento de Néstor Kirchner, la presidenta fue encontrando, además de precisión y capacidad articuladora, tonos discursivos que combinaban lo autocontenido y reflexivo con lo emotivo y lo épico. Tonos más inclusivos que solían situarla por encima de los seudo acontecimientos de todos los días. Se hizo más evidente desde los días del Bicentenario que la construcción y extensión del liderazgo de Cristina no obedecía solo a los logros de su gobierno, al respeto por su capacidad política, sino a lo que fue abriendo, suavizando tonos y humanizándose. Sin renunciar a la crítica contra la galería de los malos, supo abrir la cancha. Encontró, no siempre, la manera de no reiterarse en la confrontación más directa, dejando en todo caso la parte peleadora en boca de otros voceros. Hablaba de “no polemizar”, de respetar, y muy especialmente de necesitar a todos. Todavía sucede hoy: cuando surgen chiflidos de las huestes juveniles en los actos públicos, Cristina Fernández casi sobreactúa un pedido de generosidad política con el que no siempre ella misma es consecuente y menos lo más duro de su tropa.

La cercanía o el respeto que logró la presidenta solo pudieron ser posibles en un juego de retroalimentaciones sociales. El kirchnerismo, en sus momentos de alza, tuvo algo de aprendizaje común, colectivo. Es algo constatable en las imágenes de ciertos actos públicos que recuerdan no pocos “diálogos en la plaza” de nuestra historia política. Aun cuando la presidenta se tienta demasiado a menudo con dirigirse a una tropa de funcionarios y leales en actos cerrados (Salón de las Mujeres, Museo del Bicentenario, Tecnópolis), hay otros actos masivos a los que, con micros pagados o no, la gente va y escucha. A medida que pasó el tiempo se fue percibiendo un mayor grado de atención, y de emoción, ante las palabras presidenciales. No son tribunas pasivas aun cuando a la presidenta le guste centralizar el uso de la palabra. La “pedagogía kirchnerista” tiene sus puntos fieros y sus puntos luminosos. Es tan cierto que Cristina satura con el uso de la cadena oficial como que en estos años, en numerosos actos públicos, el recorrido de las cámaras fue mostrando cómo se valora, se aprecia, se escucha y se acuerda con la palabra presidencial, que es una palabra compleja.

Hubo aquella época de la Cristina modelo opositor 2009, soberbia y distante, pura máscara de duro maquillaje, en el programa de Marcelo Tinelli. Hubo una similar en el de Lanata, la versión interpretada por Fátima Florez, que dialoga directamente con el conductor del programa no solo para que este compita directamente con la presidente (“No le crean a él, créanme a mí”, dice la imitadora), también para satirizar el discurso “Clarín miente” y restarle credibilidad. Se trata de “Cristinas” que juegan en el interior del imaginario de la monarca “que se cree dueña del país”. Apenas más allá, la estación siguiente es la del discurso de la derecha cavernaria: solo yegua, puta y montonera.

No voy a oponer a esos imaginarios, extendidos y por lo tanto necesario de análisis, la conocida imagen que se multiplicó tras la muerte de Néstor Kirchner: Cristina abrazada al ex presidente, que simbolizó la ternura de una pareja militante comprometida con la transformación de un país. Voy a oponer a la reducción en una única caricatura horrible la constatable existencia de múltiples Cristinas, de múltiples tonos, apelaciones, interlocuciones y discursos.

No se trata solo de la amplia extensión del repertorio temático del discurso presidencial. Algo de eso intenté reflejar al aludir al inicio de sesiones en el Congreso: la conocida escena en la que la presidenta improvisa horas de discurso apoyada en datos, recorriendo carpetas, articulando complejamente y con buen conocimiento un largo abanico de asuntos. Para decirlo en términos más directos: la presidenta le lleva varias cabezas de ventaja a los dirigentes políticos nacionales por capacidad intelectual y de trabajo, consistencia de carácter, convicciones, dotes oratorias. También fui señalando las zonas no bonitas: centralización en el uso de la palabra y del poder decisorio, reiteraciones a la hora de confrontar con los grandes pecadores (Grupo Clarín, opositores uniformados en un único campo semántico, corporaciones), imperiosa necesidad de responder meticulosamente a todo, sobreexposición que impide una mejor emergencia de diálogos posibles y de la propia diversidad kirchnerista. Y cuando se dice “diversidad kirchnerista”, la cosa es verdaderamente extensa, lábil y complicada: de Carta Abierta y Página/12 a Daniel Scioli, de parte del sindicalismo al sindicalismo que se abrió en alguna medida por carencias del kirchnerismo, movimientos sociales, militancia, tropa propia que fue menemista, gobernadores inscribibles en la categoría del populismo conservador, interlocución con actores empresarios.

Así como históricamente el peronismo se reconfiguró hasta el espanto (de la Resistencia a la Triple A, de Cámpora al menemismo), cada indeterminado período de tiempo, la que se reconfigura es Cristina.

*Años de rabia. El periodismo, los medios y las batallas del kirchnerismo (2013). Publicado originalmente por Ediciones B.

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