Mucho análisis, mucha discusión pero la verdad nunca trasciende. Salvo para el autor de esta nota para quien la casa de gobierno no tiene secretos. El presidente había preparado otro discurso, pero los gradualistas de siempre no lo dejaron decirlo. Así estamos, amigues.
Esa demora en el horario del discurso no fue para nada casual. Tiene su explicación y Socompa accedió a las entretelas -gracias a sus contactos en los niveles medios de la Casa Rosada- de una madrugada tormentosa (siempre hay una tormenta en el horizonte de Cambiemos). Estaba todo listo, el comité de discursos pulía los últimos detalles, cuando de pronto se aparece Macri con una remera de Boca, unas ojeras tremendas y exultante como nunca. ¡Acá tengo el discurso!, gritaba mientras agitaba unas planillas Excel que se había dejado olvidadas Aranguren. “Anoche hablé con Ale Rozitchner. Cómo se entusiasma ese muchacho. Y para verlo contento le dije. ¿Y si lo escribo yo al discurso? Dale, master, me dijo.”
-¿Pero cómo hago?- le pregunté.
-Sé tú mismo, como decía Hegel.
-¿Quién?
-No importa.
-Ah, me acuerdo el 4 de Alemania. Qué ganas de llamarla a la Merkel y hacerle chistes de fútbol pero seguro que la muy nazi se manda chistes de ajustes. Ya bastante tengo con los de Trump.
Y el presidente se puso nomás a escribir. Pero todo parece haberse perdido para siempre, o casi.
Un hacker que revisó la papelera de reciclaje del ministerio de Defensa, nos pasó dos fragmentos:
“El dólar no puede ser un problema. Vamos a desdoblar el mercado cambiario. Va a haber un dólar bostero y un dólar gallina, mucho más alto. Angelici precisa seguir comprando colombianos y D’Onofrio, que es medio K, que se joda. Ya quiero ver a los de Ríver abalanzarse sobre los dólares bosteros”
“Ya van dos noches que tengo sueños húmedos con Christine Lagarde. Ya me había pasado lo mismo con Laura Alonso (nunca con Mariu ni con Lilita, lo juro) y no se lo dije a Juliana. Tal vez esta vez se lo cuente. No quiero que se entere por el Wall Street Journal.”
Mientras lo escuchaba, Durán Barba se agarraba la cabeza. Marcos Peña no se agarraba nada porque está agarrado al sillón.
-Pero, Mauricio- sollozó el ecuatoriano.
No hubo respuestas. El presidente seguía con esa mirada perdida e inexpresiva que enamora a sus votantes.
-Hay que llamar a un neurocientífico de urgencia –sugirió alguien.
-¡A Manes! ¡A Manes!
Dujovne le mandó un whatsapp (estamos en tiempos de ajuste como para llamadas directas) y al rato Facundo se hizo presente en la Casa Rosada.
Se paró frente al presidente y le dijo:
-Mauricio, usá el cerebro, por Tévez te lo pido.
Nada, mutismo absoluto del primer mandatario.
Entonces Manes cambió de estrategia:
-Mauricio, acordate de tus tiempos de CEO.
Se podía adivinar un atisbo de respuesta en los ojos de Macri.
-Cuando despedías gente. Estabas feliz y ponías cara de compungido. Le echabas la culpa a la situación y al contexto internacional y decías cuánto los ibas a extrañar. Entonces no podías responsabilizar a los que estaban antes, porque era tu viejo. Pero ahora….
Fue una pausa estratégica y exitosa.
-Le das duro a la yegua, hablás de los cuadernos y después decís lo mismo de siempre.
Así nació el discurso que escuchamos hoy todos (bueno, no todos) los argentinos. De boca de un presidente que no siempre dice lo que quiere, pero a veces sí.