Aunque haya sido escrito por otras manos, el libro de Macri lo pinta de cuerpo entero. Habla de su relación con Patricia Bullrich y Pichetto, se vanagloria de logros que no surgieron de su accionar, fustiga a Alberto Fernández y sueña con un mundo que en plena pandemia dé por clausurado el populismo.
Mauricio Macri fue el primer presidente abiertamente de derecha que llegó al gobierno en la Argentina por las urnas y sin pertenecer a la estructura del peronismo o de la UCR, si bien el radicalismo ofició de furgón de cola en la alianza Cambiemos. También, se sabe, resultó el primer mandatario no peronista que completa su período constitucional. No es para desdeñar, si bien la comparación con Marcelo Torcuato de Alvear remite a la Argentina pre-peronista y omite que, aun con fraude, el general Agustín Justo completó un mandato de seis años una década más tarde, también en un país anterior al 17 de octubre. Macri fue, además, un presidente notorio por la cantidad de días de vacaciones que se tomó. Cinco meses, sobre 48 de gobierno, fueron dedicados al descanso. El propio ex presidente se encargó de aportar un dato que hace a sus vacaciones y, también, a los momentos en que no estaba de licencia.
“En los más de 200 fines de semana que fui presidente, sólo uno lo pasé en Olivos. Todos los demás transcurrieron en aquella vieja y querida quinta que forma parte de mi historia”, dice para referirse a Los Abrojos. “Fue mi cable a tierra. Olivos era el trabajo”, destaca. Añade que “no es fácil” vivir en la quinta presidencial, a la que define como “una mezcla de hotel con destacamento militar”. Si Olivos “era el trabajo”, y el mismo Macri se encarga de definir su período presidencial en base a “más de 200 fines de semana”, y si se es presidente los siete días de la semana, el hombre estuvo fuera de Olivos prácticamente todos los sábados y domingos y no trabajó. Debe ser un récord, al menos desde 1983. No lo dijo en una charla entre amigos ni se le escapó en una entrevista: lo dejó asentado en un libro.
The Pink House Years
El volumen se llama Primer tiempo. Como subtítulo, lleva lo siguiente: “Historia personal del primer gobierno del cambio en la Argentina”. Desde el vamos, Macri se esmera en hacer saber a sus lectores que el cambio es patrimonio de la experiencia 2015-2019, como si antes no hubiera habido proyectores refundadores en el país. Al respecto, se lee lo que sigue en la página 16: “Quiero ser claro: nunca antes había existido el objetivo de formar un equipo en serio en un gobierno. Los gabinetes, las personas que ocupan puestos en los gobiernos siempre fueron, y lamentablemente siguen siendo, elegidas por compromisos políticos, internas partidarias, favores de un sector a otro y rara vez se tienen en cuenta sus habilidades para integrarse al funcionamiento de una entidad mayor y más significativa, como es el caso de un equipo”.
En otras palabras: el elogio del mejor equipo de los últimos cincuenta años y el desprecio a la conformación de los gabinetes nacionales desde 1854 en adelante, en contra de todo corporativismo. Curioso: el ministro de Energía fue el CEO de una petrolera, no un ingeniero; el ministro de Agricultura resultó el presidente de la Sociedad Rural, no un agrónomo; la titular de la Oficina Anticorrupción fue una militante, no una abogada tal cual se exige para el cargo; de ministro de Educación se nombró a un informático, no a un pedagogo. Y un productor de TV estuvo a punto de ser nombrado al frente de la política universitaria. Hay más casos, para botón de muestra alcanzan los mencionados.
Desde el título, Macri hace uso y abuso de las metáforas futbolísticas. Si el Chauncey Gardiner de Jerzy Kosinski en Desde el jardín escalaba posiciones en el establishment en base a analogías de jardinería y no era más que un simple jardinero, Macri hace algo similar en base al fútbol. No por nada plantea como “segundo tiempo” a la revancha que espera tener en las urnas, reforzando así la idea del título.
Mauricio y sus predecesores
Borges planteaba que la obra de un escritor puede tener un impacto en la lectura de otro escritor, pero no en cuanto a la influencia del primero hacia uno posterior, sino en el hecho de la modificación de la lectura de escritores en base al impacto de una obra futura. Dicho de otro modo: “El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”, anota Borges en “Kafka y sus precursores”. En el caso de Macri, en relación a la literatura creada por ex presidentes, Primer tiempo impacta en la lectura de Sinceramente de Cristina Fernández de Kirchner, Universos de mi tiempo de Carlos Menem y Memoria política de Raúl Alfonsín. Incluso en las memorias de dictadores como Reynaldo Bignone (El último de facto) y Alejandro Lanusse (Mi testimonio y Confesiones de un general).
Después de leer Primer tiempo se realza la labor de escritura y edición de los otros textos, aun cuando todos coinciden en el uso del ghost-writer. En el caso de Sinceramente hay, quizás, un abuso hacia la oralidad, pero no deja de ser la voz de la ex presidenta. Primer tiempo ofrece aspectos inimaginables en Macri, y lo hace desde el vamos, con los acápites que abren el libro.
“En cuanto a mí, busqué la libertad más que el poder, y el poder tan sólo porque en parte favorecía la libertad”, de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar; “Me ha causado dolor registrar estas discrepancias con tantos hombres a los que admiré y respeté, pero estaría mal no disponer las lecciones del pasado ante el futuro”, de La Segunda Guerra Mundial, de Winston Churchill; y “No hemos dado el último paso, sino el primero de un camino aún más largo y difícil”, de El largo camino hacia la libertad, de Nelson Mandela. Son las frases con las que se encuentra el lector al abrir el libro. Macri leyó a Yourcenar (estaría bueno peguntarle si recuerda quién fue el famoso escritor argentino que tradujo Memorias de Adriano al castellano, ya que tiene roce con la literatura) y cita la frase apócrifa de un emperador romano. Más allá de la ficción, más allá del origen italiano de Macri, citar a un emperador desde una república no parece atinado. Baja la intensidad con el Churchill del mayor conflicto bélico de la historia y la palabra del preso político por antonomasia del siglo XX. El hombre no se anda con chiquitas.
Por cierto que en la página 22 Macri admite el impacto de la lectura de una biografía novelada de Gandhi. “Mi aprendizaje siempre fue que los sentimientos negativos llevan a que uno desperdicie su propia vida. Es mi manera de pensar. Y también es mi manera de gobernar. Si pude hacer tantas cosas en los lugares donde estuve fue porque me enganché siempre con el hacer, con el crear. Jamás puse la energía en destruir al otro. Es tan simple como eso”, destaca en el mismo párrafo con lógica digna del ascetismo del Mahatma.
Bombas y consejos
Macri refiere que había “una bomba en la Casa Rosada” al momento de asumir y que “ya había decidido que no la iba a dejar explotar”, en alusión a la situación económica y a un posible 2001. Es de destacar que la metáfora de la bomba sirve para titular el capítulo 2 de Primer tiempo. Una bomba en Casa de Gobierno remite inevitablemente al 16 de junio de 1955. Macri o sus escribas no pueden ignorar esa imagen poco feliz. Años atrás, Pablo Avelluto, uno de los responsables del libro, admitió con jocosidad en el ágora de Twitter que la Revolución Libertadora era “mi golpe de Estado favorito”. De ahí a banalizar la asonada que fracturó al país hay un paso.
A la hora de referirse a la forma de encarar la herencia recibida, descrita no con metáfora futbolera, sino de División Antiexplosivos, Macri da una muestra de cómo entiende la política. Afirma que le dijo a María Eugenia Vidal: “Le propuse un camino alternativo. ‘Pensemos si no sería bueno que no pagues el aguinaldo, así queda claro el desastre que te dejó Scioli», le dije. Proponé pagarlo escalonadamente, a lo largo de varios meses, a medida que se van recuperando los números de la provincia’. Reconocí que era una medida difícil, que iba a generar resistencia y que probablemente era injusta con los empleados de la provincia, que no tenían la culpa de la irresponsabilidad de Scioli. ‘Pero te puede servir para marcar claramente este desastre», insistí’”. Vidal desistió de semejante idea.
Sin embargo, “sigo pensando que habría sido una buena idea (!), porque nos habría permitido mostrar, con una disrupción muy fuerte (!!), el tamaño del desastre que nos habían dejado, sin que lo tuvieran que sufrir todos los argentinos (!!!). Habríamos tenido a los empleados públicos de La Plata en la calle, reclamando con justicia lo que les correspondía, pero también les podríamos haber dicho, con la misma justicia (!!!!): «No nos dejaron un peso, esto es lo mejor que podemos hacer»”(!!!!!).
La cosa no termina ahí. “Este episodio muestra también la diferencia de calidad humana y política entre María Eugenia y Axel Kicillof. María Eugenia, que realmente no tenía un peso para pagarle a nadie, hizo su mayor esfuerzo para no quejarse y salir adelante. Kicillof, que recibió más de 30.000 millones de pesos en la caja, se quejó amargamente de la situación recibida, como si no le alcanzara ni para pagar una caja de fósforos”. La política entendida como sistema de quejas y complacencias. Y con otra metáfora infortunada: la de la caja de fósforos, cuando la gestión de Vidal tuvo como marca trágica la explosión de una escuela por pérdida de gas.
Like a rolling stone
“Horacio siempre dice que la gestión pública es como mover una piedra hacia arriba en un plano inclinado: si uno deja de empujarla, no se queda quieta, vuelve para atrás. Por eso en la gestión pública hay que empujar siempre, porque todo es muy difícil y porque, si uno deja de empujar, la situación no se queda quieta: empeora. Por eso sigo convencido de que el mejor modelo para empujar, todos los días y de manera coordinada, es el que implementamos en la ciudad de Buenos Aires y el que llevamos, con las complejidades del caso, a nivel nacional”. Así, con la sabiduría de un lama tibetano que leyó el mito de Sísifo, Horacio Rodríguez Larreta graficó a Macri lo que es gobernar. Lo que no queda tan claro es cuándo y cómo dejaron de empujar para que la piedra derivara en, por ejemplo, la fenomenal corrida cambiaria de 2018.
Un caso concreto en cuanto a la gestión y la piedra se dio en el debate por el aborto. Macri lanzó el proyecto e inmediatamente se mostró prescindente. Nunca se jugó por la ley. Se supone que, si un mandatario manda una ley, es porque está interesado en su sanción. Sin embargo, no jugó, y con su silencio operó para los antiderechos, algo que quedó explicitado en la campaña de 2019, cuando se proclamó “a favor de las dos vidas”. Al respecto, se lee en la página 63: “Entiendo lo conflictivo del tema y por eso volvería a abrir el debate tantas veces como fuera necesario. Casi dos años después, el Congreso finalmente legalizó la interrupción voluntaria del embarazo, con votos de todos los bloques parlamentarios”. No se atrevió a mover esa piedra, otros lo hicieron.
En la página 107 hay una contradicción sobre la piedra y el plano inclinado. Es cuando cuenta por qué nombró ministra de Seguridad a Patricia Bullrich. “Me gustaba su temperamento, aunque eso a veces la llevara a chocar con otros. Pero siempre preferí en mi equipo a los que tengo que tirar de las riendas porque van demasiado rápido, que a los que tengo que empujar porque van demasiado lento. A Patricia la tenés que frenar, y eso es bueno”. Por lo demás, es una explicación bastante pobre a la hora de responder por qué la derecha argentina, que avaló el terrorismo de Estado y hoy entiende la mano dura como expresión democrática de los centros clandestinos a la hora de mantener un orden social, le dio las fuerzas de seguridad a una ex integrante de Montoneros.
Un caso que desaparece
Hablar de Bullrich lleva al caso Maldonado. “No aceptaba la opción políticamente correcta de relevar al director de Gendarmería, Gerardo Otero, o de pasar a disponibilidad a los gendarmes jóvenes que habían participado del operativo. Esa había sido durante décadas la solución típica de la política argentina: forzar renuncias y señalar culpables para calmar a las fieras de la oposición y a algunos medios, aun sin saber si Otero y los gendarmes habían tenido algo que ver”. El macrismo abolió el concepto de costo político: nadie termina siendo responsable de nada. En los hechos de Chubut eso se llevó hasta las últimas consecuencias, y lo admite de manera desembozada, al tiempo que califica a quienes reclaman como “fieras”.
La cosa no termina ahí: “La presión venía de todos lados. Me acuerdo de que un día vino Bono a Casa de Gobierno y me reclamó por Santiago Maldonado. Le expliqué qué sabíamos, qué no sabíamos y por qué era injusto sancionar a los gendarmes. Se fue más tranquilo y, por suerte, al otro día, en el recital de U2 en La Plata, no dijo nada sobre el tema”. Esa era la fortaleza del gobierno macrista: que no se mencionara a Maldonado en un show de rock, “por suerte”. Bono quizás algún día explique cómo es eso de comprar a pies juntillas un relato oficial sobre un presunto delito del Estado, desmentido por la máxima autoridad del Estado implicado.
“Cuando apareció el cuerpo y se hizo la autopsia, me dio mucha pena por Maldonado y por su familia, pero también sentí alivio de poder finalmente tener una certeza sobre el caso”. La inclusión de “poder” como verbo parece un desliz que va más allá de la gramática. Podría pensarse que Macri tuvo alivio de poder. “El caso Maldonado desapareció enseguida”. Sí: usa el verbo desaparecer. El capítulo donde habla de la desaparición se titula “Sin marcha atrás”.
En ese mismo capítulo refiere cómo reclutó a Gustavo Arribas para la AFI. “En ese momento Gustavo vivía en Brasil, y cuando lo convoqué, le mentí, piadosamente: le dije que lo necesitaba para intervenir la Asociación del Fútbol Argentino. Cuando llegó a Buenos Aires, le aclaré: «Me equivoqué por una letra. No te quiero para la AFA, te quiero para la AFI»”. Un representante de jugadores al que tentaron con la AFA para luego ponerlo al frente del espionaje. Y todo porque “políticos con experiencia me dijeron que los requisitos para acertar con la designación del jefe de la AFI eran dos: que fuera una persona inteligente y, sobre todo, que fuera de extrema confianza”. Un amigazo.
Los cuadernos
“No me acuerdo del momento exacto en que me enteré ni tuve demasiado tiempo para saborear las mejores anécdotas o tomármelo de una manera lúdica”. De esta manera, con total imprecisión, Macri se refiere a uno de los hitos de su presidencia: los cuadernos de Centeno. Manuscritos fotocopiados que, por cierto, deparaban para el gusto de Macri un componente risueño, como si un compendio de coimas pudiera reducirse a “las mejores anécdotas” o leer esas páginas “de una manera lúdica” (¿?). Añade: “En las comidas familiares de los fines de semana era el tema principal de conversación: las nuevas revelaciones, los nuevos detalles. Claramente, todo el mundo a mi alrededor parecía disfrutarlo, por el morbo cinematográfico de algunas de las escenas y porque le ponía voz e imágenes a una trama de corrupción generalizada que a menudo quedaba oculta”. Algo queda claro: el entorno macrista disfrutaba del cimbronazo que representó mandar al frente a buena parte del empresariado contratista que tiene a los Macri como exponentes de primer rango.
Sin embargo, a Macri no le atraía el caso. “Las historias de motines carcelarios, robos a bancos o asesinatos misteriosos, que tanto llaman la atención de la opinión pública, nunca me generaron demasiado interés”, señala. Esta oración merece dos comentarios: una es que coloca al delito de guante blanco al mismo nivel de, por ejemplo, el motín de Sierra Chica, el robo al Banco Río de Acassuso o el caso García Belsunce. La segunda es que el líder de una fuerza que hizo de la inseguridad uno de sus caballitos de batalla (él mismo saca el tema cada tanto) admite que no es un tema de su agrado. Lo cual no genera empatía de su parte ante dramas de la delincuencia.
“En una entrevista con Luis Majul, unos meses después, dije una frase que no se entendió de la manera en que quise expresarla. Dije: «[Mi padre] era parte de un sistema que se vio extorsionado por el kirchnerismo en el que, para trabajar, había que pagar». Y después agregué, sin referirme específicamente a él, a pesar de que no se entendió así: «Es un delito y cada uno se tiene que hacer cargo”. Macri da por sentado que la patria contratista comenzó en 2003, lo cual borra de un plumazo décadas de andanzas y acumulación de fortunas a base a acuerdos con el Estado. Sin ir más lejos, el asunto de las cloacas de Morón es bastante anterior al “sistema” kirchnerista “en el que, para trabajar, había que pagar”.
Un hombre de mundo
En la página 154 se lee lo que sigue: “No hay meses fáciles en una presidencia. Por eso me sirve hacer este ejercicio para recordar que antes de abril de 2018, cuando empezaron nuestros problemas cambiarios, todos los meses habían tenido sus propios obstáculos y desafíos. Que se superponían, además, con los temas de mi vida privada. Ese febrero murió mi padre, después de meses de agonía muy duros para él y para toda la familia”. Franco Macri no falleció ni en febrero ni en 2018. Dejó de existir la noche del 2 de marzo de 2019. En la página 159 recuerda su almuerzo televisivo con Mirtha Legrand, el día que se cruzó con Hugo Chávez. Recuerda que fue “en agosto de 2003” y que “yo tenía apenas 43 años”. Nacido el 8 de febrero de 1959, Macri en verdad tenía “apenas” 44 años. A las tres páginas define como “Partido Demócrata Cristiano de Angela Merkel” a lo que en verdad se llama Unión Demócrata Cristiana. Lo hace al enumerar los vínculos con fuerzas de derecha como los republicanos norteamericanos o los populares españoles. “No se trataba ya de alianzas ideológicas como las que había establecido el kirchnerismo con otros países tan aislados y encerrados sobre sí mismos como el nuestro”, destaca, como si no hubiera un componente ideológico al acercarse a fuerzas de derecha. Quizás se refiera, de forma implícita, al emplazamiento en la ciudad de Buenos Aires, durante su mandato como jefe de Gobierno, de un busto de Ho Chi Minh.
Sin embargo, no deja de llamarle la atención un tema protocolar, como si fuera una excepcionalidad. “El día de mi asunción estuvieron en la Casa Rosada los presidentes de Chile, Michelle Bachelet; de Paraguay, Horacio Cartes; de Colombia, Juan Manuel Santos; de Perú, Ollanta Humala; de Ecuador, Rafael Correa; de Uruguay, Tabaré Vázquez; de Brasil, Dilma Rousseff; y de Bolivia, Evo Morales. De alguna manera, todos esos líderes con los cuales me sentía más cerca o más lejos, habían decidido apoyar con su presencia el recambio democrático de autoridades en nuestro país”. Eran los presidentes de países cuyos mandatarios, sin excepción, vienen a cada asunción presidencial, así como el jefe de Estado argentino de turno también suele participar de cambios de mando en el continente.
Macri muestra en un párrafo de la página 169 lo que es su comprensión del diferendo por las islas Malvinas. “Resolver nuestras diferencias por Malvinas va a llevarnos tiempo, pero jamás podremos avanzar un centímetro si la estrategia es tan sólo un monólogo de nuestras razones. El diálogo requiere de dos. Y para ser escuchados también tenemos que escuchar a todos los que tengan algo relevante para aportar en esta cuestión. Esto es lo que siempre hemos buscado durante mi gobierno”. Lo que él llama “monólogo” no es otra cosa que el reclamo argentino, fundado en un mandato de la Constitución Nacional. Acierta al decir una obviedad: que hacen falta dos para un diálogo, con lo que admite la cerrazón británica. Pero dice que “para ser escuchados también tenemos que escuchar a todos los que tengan algo relevante para aportar en esta cuestión”, en lo que parece una forma elíptica de querer sumar la voz de los kelpers. Rodolfo Terragno apuntó que el acta de ciudadanía de 1983 quitó todo argumento a los británicos al considerar a los isleños como ciudadanos con los mismos derechos de un nacido en Londres o Manchester, con lo que la mesa de negociaciones no debería tener tres sillas sino dos. Los caminos de Macri y Terragno se cruzaron en la aventura de Cambiemos: el autor de Falklands fue el embajador de Macri ante la Unesco.
Macriconomics
Algo similar vale para su visión económica en este párrafo: “Una de las decisiones criticadas por los halcones fiscales fue la eliminación de las retenciones al campo. Es cierto que nos costó plata, pero también es cierto que sirvió para volver a poner en funcionamiento al campo, que en los años siguientes nos recompensó, a pesar de una inundación y una sequía de las más importantes en mucho tiempo, con cosechas récord en maíz, trigo y soja y exportaciones récord de carne. Además, era una señal que quería enviar a un sector que había resistido con valentía en los años anteriores y al cual le había prometido bajar las retenciones (las de soja sólo disminuyeron un poco), además de que, otra vez, los países exitosos no castigan a sus exportadores”. Para Macri, el ansia recaudatoria es cosa de “halcones fiscales”. Además, parece ser cuestión de éxito o fracaso cobrarle (lo que él asimila como un castigo) a los exportadores. No queda claro en qué “nos recompensó” un bloque agro-exportador al que se le disminuyó la carga tributaria, cuando en rigor se desfinanció el Estado.
Uno de los hitos de la presidencia macrista fue el anuncio del 28 de diciembre de 2017, cuando se corrió de 10 a 15 por ciento la meta inflacionaria (que a fines de 2018 triplicó la cifra corregida), algo que se hizo con el Presupuesto 2018 ya aprobado. Macri niega que los sectores de poder hubieran dejado de creer en la Argentina. “El mejor ejemplo de esto es que, apenas semanas después de la conferencia, Toto Caputo fue a Estados Unidos a pedir prestados 9000 millones de dólares y los fondos le ofrecieron más de 30.000 millones de dólares”. Conviene recordar que en junio de 2018 se terminó negociando el préstamo del FMI, que casi duplicó la cifra que Macri dice que le ofrecieron a Caputo. Mientras, el dólar se escapaba. “En enero se había ido de 17 a 20 pesos, pero eso estaba bien, era el efecto que queríamos del 28-D”. Cuando la escalada se descontroló a partir de abril, “comenzó la peor parte de mi gobierno y algunos de los peores meses de mi vida”. O sea: admite que se buscaba una devaluación, pero que se les fue de las manos. Puede fallar.
Macri hace el racconto de la crisis cambiaria hasta las PASO. “Esta historia termina acá porque, desde el punto de vista económico, mi gobierno terminó la noche de las PASO. Lo que vino después fue la administración de una economía kirchnerista, que Hernán Lacunza encaró con determinación, valentía y muy buenos resultados, dado el desafío”. No solamente admite lo que era un secreto a voces, que la experiencia de Cambiemos había terminado en las primarias, sino que Lacunza condujo una transición, al hablar de “economía kirchnerista”. No dice nada sobre lo que debe entenderse como su primer acto en carácter de opositor: la conferencia de prensa en la que endilgó a los argentinos no saber votar y en la que se sacó responsabilidad por una nueva escalada del tipo de cambio.
La otra pandemia y las PASO
La pandemia no escapa a la pluma de quien escribió el libro. “Muchos me preguntaron durante los meses de cuarentena cómo habría sido atravesar la pandemia durante nuestro gobierno. Es difícil pensar de manera contrafáctica, es decir, qué habría pasado si no hubiera pasado lo que pasó. Pero tengo algunas certezas: nunca habría hecho comparaciones ofensivas, innecesarias y con datos equivocados de otros países del mundo que intentaban hacer las cosas lo mejor posible ante una crisis inesperada. Y nunca les habría impedido a los argentinos que se encontraban en el exterior volver a nuestro país”. También destaca que “habría apostado por la responsabilidad de los ciudadanos”. Hubiera sido en el único país del mundo sin ministerio de Salud, desarticulado por Macri durante su presidencia. Lo asegura en un capítulo titulado “Dos pandemias”. Una es el coronavirus. La otra es el populismo. “Estoy seguro de que juntos vamos a vencer a las dos pandemias”. Incluso, reafirma aquello de que “el populismo es mucho más peligroso que el coronavirus”. Curiosamente, empardar al populismo y al coronavirus suena a frase populista. Para el populismo no hay hisopado, pero Macri tendría síntomas.
Tampoco se omite cómo fue que Miguel Pichetto, al que define como “un verdadero patriota”, se convirtió en su compañero de fórmula en 2019. “«Hola, Miguel, quiero decirte que te llamo para pedirte formalmente que me acompañes…». Y antes de que alcanzara a terminar la frase, no me voy a olvidar nunca, me dijo «¡Acepto!». Yo pensé: «Me voy a llevar bien con él porque es igual de ansioso que yo». Y acto seguido comenzó a darme las razones de Estado por las que aceptaba”. La convocatoria se hizo por teléfono, pero no para juntarse a hablar, sino que ofreció la candidatura de manera telefónica, no en persona. En el colmo de lo que es el encuentro entre el apetito y el deseo de ingerir alimentos, Pichetto aceptó ipso facto, sin dejar que Macri terminara la frase. Así se hacen las cosas en la nueva política. Quizás, en una de esas, haya quedado un registro grabado de tan jugosa conversación.
En la página 246, Macri hace la descripción más descarnada de su derrota en las PASO y compara la sensación de ese resultado con el secuestro sufrido en 1991. “Me habían molido a golpes en la puerta de mi casa, me desnudaron dentro de una furgoneta y me metieron en un ataúd completamente atado, amordazado, vendado. Así llegué a esa caja de madera en la que me tiraron. Me engrillaron al piso. Me soltaron las manos. Me dijeron que no me diera vuelta. Me sacaron la venda. Ahí me quedé. Golpeado, aturdido, dolorido y sin entender dónde estaba y qué había pasado. En silencio me preguntaba: «¿pasó lo que pasó o lo estoy soñando?». Fue muy fuerte. Muy fuerte. Esa fue la sensación que me acompañó todo el lunes 12 caminando por las oficinas en la Casa Rosada, donde de pronto todo había adquirido un tono fantasmagórico. La centralidad había desaparecido”. Es curioso que alguien que hace de la metáfora futbolística un recurso permanente, desde el título mismo de su libro, apele a semejante comparación para un resultado electoral. El kirchnerismo sería una banda de secuestradores. Era más parecido y sencillo, digamos, comparar los comicios del 11 de agosto de 2019 con el 6 a 0 que Gimnasia le propinó a Boca el día que se inauguraron los palcos nuevos, al comienzo de la era de Macri en el club. Tal vez, desde la óptica de Macri, Carlos Griguol y sus jugadores sean asimilables a la banda de los comisarios.
Un mandato en paz
Del cachetazo electoral en las PASO salió, se sabe, echándole la culpa a los votantes por la nueva corrida del dólar. Y con las convocatorias a sus adherentes para actos políticos, a razón de uno por día durante un mes. Cuenta que en el segundo debate tuvo un cruce con Alberto Fernández por el cual el candidato del Frente de Todos, asegura, lo insultó tras bambalinas. “En ese momento comencé a dudar si este hombre tendría el temple necesario para tomar decisiones y gobernar. Uno de los aprendizajes de la presidencia es la necesidad permanente de mantener la calma”, señala Macri, quien en eso de mantener la calma había dado una muestra sorprendente, al culpar al electorado porque el dólar volvió a subir al día siguientes de las primarias.
Así las cosas, Macri pondera “el aporte histórico a nuestro sistema político de ser el primer gobierno no peronista en 92 años que termina su mandato en paz”. Claramente quiere decir que cumplió su mandato constitucional”. Pero resulta que no existía el peronismo hace más de nueve décadas. Por cierto, alude a Marcelo T. de Alvear, cuya presidencia no culminó 92 años antes de Macri, sino 91. Y, aunque fraudulento, Agustín P. Justo también gobernó un turno de seis años. La frase encierra, además, algo que los socios radicales de Macri no deberían permitir, si bien Raúl Alfonsín ya no les significa demasiado, y es el hecho de que el traspaso del 89 implicó, pese al adelantamiento de la fecha de las elecciones y el incendio hiperinflacionario, una salida absolutamente dentro de los márgenes del sistema. Y que tuvo además la imagen de un presidente democrático de un partido que le entregó los atributos de mando a otro presidente constitucional de signo político distinto, algo sin antecedentes en la historia argentina. El segundo se dio en 1999 entre Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Macri apenas protagoniza el tercer y cuarto traspaso de un signo a otro. Sin embargo, equipara la salida de Alfonsín con la de De la Rúa. “Ambos debieron dejar la Casa Rosada en situaciones muy dramáticas”. En 2001 no hubo siquiera elecciones presidenciales adelantadas y traspaso de mando, sino una represión feroz mientras colapsaba el modelo de rentismo financiero. Así y todo, Macri insiste en hablar de “primer tiempo” para referirse a su mandado, con el deseo de que la Historia marque este momento apenas como el entretiempo.
Si el mayor logro del diablo fue convencer al mundo que no existía, como planteó Baudelaire, para Macri, “el mayor éxito del populismo en estas décadas es haber inyectado en el sistema sanguíneo argentino el virus de la resignación: no esperar nada y no desilusionarse cuando nada ocurre”. La definición de Macri niega la política, desconoce el entusiasmo y el posterior desencanto de unas cuantas experiencias políticas. Incluida la suya, claro, dentro de muchos de sus adherentes (al fin y al cabo, perdió votos entre 2015 y 2019), pese a que diga que no hay por qué desilusionarse de un gobierno que trajo el clasismo a la política argentina, y con el que algunos se habían ilusionado en diciembre de 2015.
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