Es demasiado sabido que a CFK se le pega cuando habla y cuando no habla también. Es sabido que esa es una práctica sistemática de la derecha caníbal. Del otro lado de la vereda, sin embargo, se entiende, se banca y se busca su bajo perfil. Hora de rediscutir un poco el asunto.
Palos porque bogas,
palos porque no bogas.
(Dicho o proverbio español, más bien peninsular)
El anuncio del diseño y producción del kit argento para testeos de COVID-19 -noticia conmovedora- permite cerrar una idea que debe estar en la cabeza de mucha gente. El viernes pasado, ya de noche, poco antes de que se realizara la conferencia de prensa, el que escribe pensó que la cosa daba para que estuviera presente Cristina Fernández, aunque fuera sin emitir palabra. ¿Por qué? Para mostrar a un gobierno cerrando filas. Con una particularidad importante: cerrando filas en torno de un valor milagrosamente vivo, claro que maltrecho e históricamente amputado, que es parte de alguna de las buenas esencias del mejor peronismo: la defensa, protección e impulso de la ciencia, la investigacifón y la técnica, en el contexto de eso que seguimos llamando proyecto de soberanía.
Cristina no estuvo presente. Cristina Fernández de Kirchner tiene la palabra prohibida en la República, y no solo por los rutinarios ataques sistemáticos por derecha contra su figura, abra o no abra la boca. Es obvio (absurdo aclararlo, pero por si las moscas) que no estamos diciendo que no estuvo porque alguien del gobierno se lo impidió.
¿Por qué Cristina debía o podía estar presente el viernes pasado? Porque en sus dos gobiernos no solo creó el ministerio de Ciencia y Técnica (ocupado por quien resultó un oportunista o trepador , algunos ya lo sabían, que supo vender un buen discurso) sino que no hizo de ese ministerio una mera fachada sino que se la pasó ocho años aludiendo y discurseando y haciendo en torno de la CyT. Hubo repatriación de científicos (qué lejos queda todo), mejoras salariales en el sector, mejoras menos consistentes para los becarios e investigadores del Conicet, dedicación de recursos (ahí entra a tallar el debate de la ciencia para el capitalismo o para qué), amén de la creación de nuevas universidades y, de nuevo, mejores sueldos para los docentes del sector.
En el vértigo previo al anuncio, el que escribe pensó que el anuncio formal lo iba a hacer Alberto Fernández (cosa que sucedió, pero de manera un tanto efímera) y que sería bonito que al lado suyo estuviera Cristina, y que se aludiera simbólica o literalmente por lo que hizo. O que estuviera al lado de quienes finalmente hicieron el anuncio: el ministro de Ciencia, Roberto Salvarezza, y el amoroso de Salud, Ginés González García. La idea -dicho de nuevo-: fortalecer el concepto de un gobierno unido en torno a un valor y un proyecto que pese a las chicanas tiene buena prensa y buena recepción en la sociedad: cuidado de los científicos, a favor de la salud, la innovación, la economía, la creación de empleo. Cuando el viernes dije en voz alta que hubiera sido bonito que CFK estuviera presente, la persona que estaba a mi lado me corrigió: “Si aparece Cristina van a hablar (mal) de ella y no del kit. En todo caso lo que podrían hacer Alberto o los ministros es mencionarla”.
La noticia blindada
El episodio es relativamente menor y sirvió de todos modos para que no fuera solo Alberto Fernández el comunicador por excelencia del Gobierno sino dos de sus mejores ministros. Fue un raro caso de buena noticia blindada, sin resquicios posibles para que viniera la negación o la chicana. Todos los canales de noticias la cubrieron en directo -increíble el caso de C5N que por un buen rato sostuvo a Víctor Hugo en el aire- y los portales de todos los diarios hicieron algo parecido. Raro caso: noticia generada por el arte del buen gobierno (en términos generales es lo que se refleja todavía en las encuestas sobre el buen manejo oficial de la pandemia), por un gobierno, solo este tipo de gobierno, que puede generar una buena noticia, por bancar a la ciencia, destinar recursos, articular inteligencias e instituciones en procura del bien común, mediante la innovación, palabra a la vez tan cara al macrismo.
La genealogía CyT viene desde el viejo peronismo (industria de la aviación, del automóvil, Ramón Carrillo, primeros gateos de la industria nuclear que la derecha reduce a la caricatura de Ronald Richter estafando a Perón con el proyecto Huemul), todo seguramente a mayor escala. Con CFK fueron los planes de vacunación extendidos y masivos que el macrismo casi que destruyó, lo satelital, proyectos de nuevas centrales atómicas y represas, el INVAP, teleconferencias con científicos y empresarios innovadores. Todo sistemáticamente olvidado y negado en el discurso mediático de las derechas. Pero todo recuperable -en marco de pandemia o no- de cara a una continuidad que si se sabe potenciar le puede aportar unos cuantos porotos a la presidencia Fernández. De hecho lo está haciendo, con destino incierto dadas las variables epidémicas y sobre todo las económicas, bien sombrías.
Como sea: en esa idea de sinergia y continuidad (supongamos solamente: ciencia y técnica para la salud/ COVID-19, abran cancha y vayan pasando; ciencia para la recuperación y reactivación económica, ciencia para exportar barbijos o kits nacionales, universidades para la movilidad social) tampoco CFK tiene derecho a la palabra, o se la invisibiliza. El viernes pasado, tras el anuncio oficial, Cristina hizo lo de costumbre: comunicar por Facebook y Twitter. Si no lo recuerdo mal: fotos de los científicos, foto suya. Las redes sociales se han convertido para ella en una suerte de trinchera, de línea Maginot. Acá no pueden tocarme, acá no pueden romperme los ovarios con los ataques y las mentiras permanentes, me tienen podrida (se entiende). Con el riesgo de que la comunicación de Cristina se haga algo yoica. Pero es que realmente no la tiene nada fácil, aunque felizmente nunca Alberto Fernández se hace el pelotudo en cuanto a su buena relación con Cristina y, desde la campaña, su línea discursiva al respecto sigue siendo la de largada: “No me van a hacer pelear con Cristina otra vez”, “Ella aporta la experiencia de ocho años de gobierno”, “Es un lujo tenerla”, etc.
¿Y del otro lado qué?
Es innecesario en esta nota detenerse en lo archisabido: los medios buscando o azuzando la (“nueva”) grieta entre AF y CFK, los medios azuzando que es ella la que está detrás de los planes más diabólicos, la idea de AF como títere final, todas esas variantes cansadoras, a menudo contradictorias entre sí. Es innecesario detenerse también en cómo le pegan a CFK.
De modo que lo que hay es lo de siempre: los medios le prohiben la palabra pública nada menos que a una vicepresidenta electa por voluntad popular, con el argumento de que todo lo que dice es satánico y antirepublicano. Ya calla, coño. Lo conocenmos perfectamente al mecanismo y al fenómeno, con el problema de que lo naturalizamos, aunque resulte increíble y de un autoritarismo (o antirepublicanismo) atroz.
Está menos claro lo que se discute y el qué hacer del otro lado de la vereda. Un “otro lado” que no necesariamente debe reducirse al campo del kirchnerismo puro o impuro, ni siquiera al peronismo. Del otro lado de la vereda late la idea de que es mejor que Cristina siga bancando -con bastante generosidad política de su parte- un bajo perfil para que no lastime al Gobierno o al estilo comunicacional albertiano: más sereno, más abarcador, más dialogante, más diplomático (incluso legítimamente hipócrita escribimos irónicamente alguna vez). La idea se ramifica en varias direcciones: mejor que se guarde Cristina para fortalecer a Alberto; mejor que se guarde para no levantar polvareda y rencores entre aquellos peronistas que no la quieren; mejor que se mantenga relativamente calladita para no azuzar el odio incombustible de ciertas capas urbanas que la detestan, las que sacan las cacerolas porque no les gusta cómo se pateó un penal, aunque haya sido golazo.
Como sea -y aunque este escriba haya sido crítico de ciertos rasgos discursivos y comunicacionales de CFK- es muy terrible que exista esa comunión de actitudes calladoras, venidas de sectores opuestos, según la cual a Cristina hay que mantenerla amordazada. El que escribe se debate -como siempre- en lo horrendamente injusto de callar a Cristina y a su investidura y a la vez en la prudencia de que… mejor que siga manteniendo el perfil bajo, en beneficio de lo dicho, un Gobierno que está haciendo todo lo que puede -con fallos evidentes- en una situación social, pandémica y económica desesperada.
El que escribe sospecha que CFK banca o impulsa líneas de radicalización en algunas políticas o proyectos del Gobierno (el impuesto a la riqueza, que de todas maneras aparece tímido; una reforma judicial cuyos trazos gruesos conocemos mal). Eso parece positivo, sabiendo siempre que esas batallas son jodidísimas, se juegan en cancha inclinada y con los factores de poder haciendo de referí. El que escribe al mismo tiempo lamenta -ejemplo bobo- que el día en que CFK abrió la sesión virtual en el Senado, en buena medida por mérito, cuidados y coraje suyos, no les tirara algún mimo hipócrita a los senadores. Algo así como un chiste liviano, ua sonrisa, un bienvenidos, un qué bueno volver a verles las caras después de tanto tiempo en esta sesión virtual tan extraña. No, Cristina no es así y uno seguramente no tiene el derecho de pretender convertirla en otra cosa. Arrancó la sesión con una cara de orto importante, muy seria. Cosas de Cristina, a la que de todos modos -esperemos que se note- acá estamos defendiendo.
Es todo tan malditamente retorcido y raro, e injusto. Hasta la derecha -según convenga, en este caso para debilitar a AF- dice que los votos en buena medida fueron de ella. Pero le prohíben la palabra. Hasta ciertos analistas un poco menos oprobiosos de la derecha reconocieron que la jugada de ungir la fórmula AF-CFK fue magistral. El sorongo de Durán Barba se deshace en elogios a la inteligencia de Cristina, su vigencia y liderazgo. El otro sorongo de Lanata se arrepiente de haberla llamado vieja hija de puta o algo parecido (la famosa autocrítica berreta en cómodas cuotas que te hace parecer digno de algo). Pero está en el aire y en la realidad: se le niega el derecho a la palabra.
Este texto es pura perplejidad e impotencia, y no porque el Gobierno que tenemos no sea el mejor que podamos tener dado lo que somos y tenemos. La perplejidad viene por el lado de qué hacer con el derecho a la palabra de la vicepresidenta. Se sabe que la tiene, con peso, en la interna de gobierno, en sus diálogos con Alberto, Kicillof o los intendentes del conurbano, o los cuadros propios que metió como funcionarios o en el Congreso (siguen firmas). Sin embargo, todo eso es sin orgánica y en silencio, mesa chica, cerrada al público.
Esta no es en absoluto la discusión más crucial que debe darse en estos tiempos de pandemia y renegociación de la deuda, con tres cuartas partes de la economía apagada. Pero algún día habrá que pensar, discutir y proponer cómo y qué se hace para devolverle a Cristina el derecho a la palabra pública -suponiendo que ella así lo deseara- sin que salten hienas por derecha o temores desde este lado de la vereda. Lo que está claro es que en el lo que venga, a Cristina se la va a seguir necesitando, con la crueldad que significa decir esto, dado todo lo que aportó y aguantó, y pese a sus propios errores.
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