Sin olvidar todas y cada una de las tropelías del gobierno, es necesario encontrar las razones por las cuales destruye todo con tan increíble facilidad. ¿Cómo se construye la resistencia? ¿Sirven las recetas ya exploradas? ¿Y dónde está el sujeto político? (Foto de portada: Rafael Calviño).
Si se busca una figura fácil, muy poco sutil, puede decirse que en estos dos años la alianza neoconservadora en el gobierno avanzó como una aplanadora sobre los derechos de los argentinos. Los aplastó en una ofensiva que incluyó decretos, acuerdos con una oposición parlamentaria complaciente, presiones y prebendas a dirigentes políticos y sindicales, instrumentación perversa de una justicia sujetada, asfixia de la libertad de expresión, blindaje mediático, persecución política, inteligencia interna, criminalización de la protesta social, represión y por lo menos dos muertes. El resultado – la foto al término de estos dos años – muestra una democracia vigilada y restringida, de muy baja calidad, en el contexto de un Estado policial.
No se trata aquí de analizar estos avances sobre la calidad de vida de los argentinos, como tampoco de poner en negro sobre blanco todas y cada una de las falacias instaladas en el imaginario social – con la inapreciable colaboración de los medios hegemónicos – por el gobierno de la alianza Cambiemos. De eso ya se ocupó hace unos días Eduardo Blaustein en Socompa con un artículo tan abrumador como contundente. Tampoco se buscará explicación a la obscena floración del fascismo que estaba latente en un considerable sector de la sociedad.
Lo que se intentará en estas líneas es abrir un interrogante sobre la ausencia de una resistencia articulada –con las excepciones del caso – a estos avances. O de cómo la blitzkrieg macrista atravesó con escandalosa facilidad las frágiles líneas de defensa del llamado “campo nacional y popular”, si es que eso existe. Para eso habrá que dejar de mirar –y lamentar – por un momento todo lo hecho y (des)hecho por el gobierno para tratar de ver qué pasa en ese otro sector que, a falta de mejor nombre, se podría llamar “el otro lado”. Allí donde debería estar instalada la oposición y, más aún, la resistencia.
La construcción política, esa cosa
En las líneas que siguen el cronista casi se plagiará a sí mismo rescatando, con las innovaciones necesarias por el tiempo transcurrido, algunas ideas desarrolladas en un artículo publicado en La Tecla Eñe hace ya algún tiempo, cuando empezaba a comprobarse con dolor y claridad que el nuevo orden macrista no encontraría mayor resistencia.
El tsunami neoliberal que viene arrasando en gran parte de América Latina en los últimos años y que llegó al poder por diferentes vías –golpe parlamentario en Brasil, elecciones en la Argentina, por citar dos casos bien notorios – dejó en evidencia los límites que tenían para sostenerse los gobiernos populistas o, si se prefiere, democrático-burgueses con políticas inclusivas. Por un lado, porque nunca fueron a fondo para socavar el poder real sino que buscaron en muchos casos alianzas momentáneas – pero imposibles de mantener – con el poder económico concentrado. Por otro, que no deja de ser el mismo, por sus propias y deliberadas limitaciones para construir nuevas subjetividades políticas, capaces de transformarse en sostén de un cambio cualitativo en los niveles de conciencia política.
Lo señaló con la claridad el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, pocos días después de la asunción de Mauricio Macri, durante una visita a la Argentina: “Enfrentamos la redistribución de la riqueza sin politización social. Llevamos a cabo una ampliación de sectores medios, pero si esto no se acompaña con politización, no ganamos la lucha de sentido. Esa clase media será portadora del viejo sentido común conservador. No es un tema de discurso sino de nuestros fundamentos íntimos. En este sentido lo ideológico se vuelve decisivo. Es necesaria una profunda revolución cultural de las lógicas con las que organizamos nuestro mundo. Debemos llevar los espasmos democráticos a un nivel más profundo. Ahí estamos atrasados y la derecha ha tomado la iniciativa (…) Es en el trabajo cotidiano en la base donde uno gesta sentido común. Cuando hay un vacío dirigencial, lo llena la derecha”.
Para decirlo de otra manera: la falta de construcción – en algunos casos de manera deliberada – de conciencia política en las bases marcó el límite de la continuidad (y de la inevitable profundización que implicaría la exigencia a los gobiernos desde esas bases conscientes de sus derechos) de la mayoría de los proyectos políticos “populares” en la región.
El caso del kirchnerismo es un claro ejemplo. Sus políticas inclusivas – que tuvieron un alcance innegable – fueron siempre unidireccionales, desde arriba hacia abajo, desde la acción de la gestión hacia la pasividad de sus receptores, sin ningún correlato en la construcción de una nueva subjetividad política. Tanto es así que hasta en la publicidad de la gestión de gobierno se llegó a reproducir de manera obscena esa ideología desmovilizadora. Quizás el mejor exponente sea aquel aviso que promovía el blanqueo laboral de las empleadas en casas de familia. “Dale derechos”, decía al final. De movilizarse – organizarse – para conquistarlos, ni una palabra. En este sentido, con todos sus logros, el kirchnerismo no pudo – y/o no quiso – superar ni un ápice, salvo en lo meramente formal, la ideología y las prácticas del aparataje de los partidos políticos tradicionales en general y del viejo peronismo en particular.
No es que el kirchnerismo quisiera pero no pudiera encarar otro tipo de construcción, más ligada a las bases, armada desde abajo y abierta a la discusión, sino que nunca lo quiso. A riesgo que caer en la autorreferencia, el cronista cree que vale la pena contar una anécdota que puede servir de ejemplo. Por señalar los peligros de esta modalidad de “organización” vertical y acrítica desde Miradas al Sur, Eduardo Anguita y quien esto escribe – que por entonces compartían la dirección de ese semanario que tenía una posición que podría definirse como de kirchnerismo crítico – recibieron un breve mensaje de Juan Manuel Abal Medina, por entonces jefe de gabinete de Cristina Fernández de Kirchner. Fue una “sutileza” de apenas tres palabras: “No necesitamos librepensadores”, dijo.
Tal vez sea allí donde haya que buscar las causas más profundas no sólo de las derrotas electorales del llamado “modelo nacional y popular” en 2015 y 2017 sino también, y sobre todo, de la facilidad y el vértigo con que el oficialismo – con la complicidad de la mayoría del espectro político, incluidos sectores del propio kirchnerismo – derribó las políticas inclusivas trabajosamente implementadas durante doce años.
Las críticas a este estilo de “construcción política” siguen siendo difíciles de asumir, no sólo dentro del núcleo duro de la dirigencia kirchnerista sino incluso en amplios sectores de sus bases inorgánicas pero disciplinadas, siempre reticentes a cuestionar liderazgos y “dedismos” a la hora de armar listas electorales en las que las opiniones de las bases jamás fueron tenidas en cuenta. Quizás por eso, cuando Diego Bossio – primero en la lista de diputados nacionales bonaerenses de 2015 – armó su propio bloque a horas de sentarse en su banca y empezó a negociar con mates fríos y sanguchitos, la palabra elegida para describir el asunto fue “traición”. Lo mismo ocurrió cuando, a la hora de levantar la mano para aprobar el pago a los fondos buitres, el senador Miguel Ángel Pichetto dijo, muy suelto de cuerpo, que sin CFK en el gobierno había “recuperado la capacidad de pensar y reflexionar y de decir lo que realmente pienso”. Otro “traidor” en una lista que fue engrosándose día tras día. Y lo mismo ocurrió con las “traiciones” de la burocracia sindical hoy refugiada en el bunker de la CGT. Muy pocos se plantearon – o se atrevieron a decir – que con la palabra traición se encubría y se sigue encubriendo una construcción política que, cuanto menos, es defectuosa. O, para decirlo todo: imposible en términos de organización popular.
¿Y dónde está el sujeto?
El sujeto político no está en las urnas sino en la calle, en los territorios despojados a los pueblos originarios, en las fábricas al borde del cierre, en la masa creciente de desocupados y pauperizados, en la resistencia organizada y desorganizada a cada tropelía de un gobierno que encarna el totalitarismo corporativo, como acaba de definir con acierto el ex juez de la Corte Eugenio Zaffaroni. Un gobierno que pretende un modelo de sociedad con un 30% de incluidos y un 70% de excluidos. “Para eso requiere contener a los excluidos, lo que hace formateando subjetividad mediante sus corporaciones de medios masivos y, necesariamente, con represión”, dice Zaffaroni.
Es un modelo que no se enfrenta con votos sino con participación y organización popular. No se lo combate en las urnas, o no fundamentalmente en unas urnas destinadas a elegir representantes de una corporación política que en su mayoría piensa antes en su autoconservación que en las necesidades de la sociedad. Porque en las urnas el establishment está logrando su objetivo: el armado de un bipartidismo parlamentario, con la alianza gobernante por un lado y un peronismo “civilizado” por el otro, que no ponga en riesgo su proyecto político, económico, social y cultural.
El desafío de la resistencia tiene como condición necesaria la construcción –y el reconocimiento– de nuevos sujetos políticos, de militantes con otras cualidades que las del encuadramiento disciplinado dentro de un aparato vertical, capaces no sólo de cumplir tareas políticas sino de organizarse para debatirlas, decidirlas e imponerlas a sus propios dirigentes. De militantes que decidan y construyan políticas y acciones políticas y que no pretendan “vivir” de la política. El kirchnerismo, algunos sectores del kirchnerismo y sus satélites, podrán ser parte o no de esa militancia. Para ello deberán inevitablemente vencer el rechazo que les provocan la calle y la posibilidad de una organización popular que les discuta el qué hacer y para qué hacer.
Se trata, en definitiva, de construir una participación política real, con organización y democracia interna, con y desde las bases. De abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. De otro modo, esa resistencia que inevitablemente crecerá en los próximos meses terminará siendo cooptada y manejada para sus fines por los mismos que no le dieron lugar en los últimos años. O aplastada por la represión de un Estado policial que se muestra cada día más violento.