Se veía venir, ver partidos por la tele va a dejar de ser gratuito. El negocio pasa a las manos de siempre y la manera de contar el fútbol va a repetir los vicios acostumbrados, los que inventó Araujo y los que perpetra Vignolo. De minas, ni hablar.
Ya fue. Se acabó. Sic transit gloria mundi. Contra su promesa de campaña y a favor de lo que todos descontábamos que iba a hacer, el gobierno nacional “convenció” a la AFA de dar de baja el contrato de transmisión televisiva de los partidos de fútbol de Primera División. Esto ya es historia vieja: salió de las primeras planas, nadie se molesta en agitarla, ni siquiera en las redes sociales. Es buena hora, entonces, para repensarla.
Promesas sobre el bidet
El candidato Macri había sugerido, en tono de promesa, la continuidad de la transmisión por aire de los partidos de fútbol. Pocos podían dudar de que no pensaba cumplirla, especialmente cuando el presidente Macri nombró a Fernando Marín a cargo del programa: Marín sólo servía para liquidar activos y transformar empresas sociales en negocios privados –como demostró en Racing Club. Para colmo, al batallar sobre el déficit fiscal y la “pesada herencia”, le costaba poco encontrar en Fútbol para Todos (desde ahora, FPT) un ejemplo fantástico de gastos inútiles heredados. Desde ya que el nuevo pacto con Clarín, al que Macri le entregó el desmantelamiento de la Ley audiovisual kirchnerista en pocos días, tenía que involucrar al fútbol y la televisación, aunque fuera mediante la retorcida maniobra con la que se consagró a Fox Sports como nuevo beneficiario.
Los hechos son bien conocidos: por un lado, la adjudicación la hace una AFA libre de toda influencia del pasado y entregada a la nueva administración a través del pacto Macri-Angelici-Moyano (tomemos nota: todo lo que ocurra en el fútbol argentino de aquí en más, desde su violencia congénita hasta los avatares de la selección nacional, es responsabilidad del gobierno nacional). Por otro, la oferta de Fox incluye tanto la alianza con Torneos en la producción como la cancelación del juicio que ésta le había entablado a la AFA por la creación de FPT en conjunto con el gobierno de Cristina. En definitiva: Clarín mejora su posición, en tanto regresa con todos los beneficios y sin los costos de aparecer pegado a la propiedad directa. Lo que sigue será facturación directa e indirecta: por la codificación y por la transmisión, abierta o codificada, por cable.
Y sigue también un negocio descomunal para todas las partes, salvo para la mayoría de los clubes. El reparto inequitativo se mantiene, haciendo caso omiso de las experiencias más avanzadas (la inglesa y la alemana, donde el reparto también toma en cuenta el desempeño deportivo y no meramente la condición de “grandeza”) y el punto de partida sigue siendo una deuda francamente impagable, que los dirigentes sólo se ocupan de aumentar. El panorama es espantoso, si no fuera desopilante. FPT fue creado, en 2009, con el argumento central de la deuda de los clubes. Ocho años después, esa deuda no hizo sino aumentar: el kirchnerismo llenó de dinero a los clubes a cambio de ningún control, ninguna regulación y ninguna supervisión. La consecuencia sólo podía ser más deuda, unos cuantos procesados (de ambos lados del mostrador: Aníbal Fernández y también Luis Segura) y, lo peor, el desprestigio general del programa. Como dije arriba, fácilmente caracterizado como un gastadero inútil.
Posiblemente, sólo encontremos novedades por el lado de los soportes. Es bien sabido que la multiplicación de las plataformas está volviendo obsoleta la transmisión a los viejos televisores: de allí que hasta Twitter está experimentando con la transmisión de eventos deportivos a los celulares, con cierto éxito (¡golf en el celular!). Por eso, habrá que ver cómo se diseña un negocio cuyo viejo modelo (cobrar el codificado y el codificador hasta en los bares) ya peca de obsolescencia. Por el lado de los contenidos –y muy especialmente, la gramática de esos contenidos: los modos del relato televisivo–, pudimos ver en este largo año de transmisión por los canales privados que nada nuevo hay bajo el sol: que desde para aquí, no se ha inventado nada. Ni siquiera esos zócalos insoportables con publicidad, que sistemáticamente aparecen cuando la acción transcurre exactamente ahí, en la banda inferior de la pantalla.
Hacer mal hasta lo que se hace bien
Y aludir a Araujo no es invocar su nombre en vano. Entre el viejo modelo AFA-Clarín-TyC, el posterior FPT y el actual (y el que se viene), las discontinuidades fueron únicamente de acceso, y hasta ahí: se dejó de pagar el codificado, pero la televisión digital (la TDA) no pudo aún superar una influencia menor, lo que obligaba a los espectadores a seguir pagando el cable si querían ver los partidos aunque fuera por la Televisión Pública (para no hablar de DeporTV, que no sale en el aire). La aparición de Araujo como director periodístico de FPT en 2009 (y duró hasta 2014 en el staff) permitía preguntarse varias cosas sobre la coherencia ideológica del kirchnerismo, pero ninguna sobre la orientación del programa: iba a ser, y fue, puro conservadurismo periodístico y televisivo. En nombres: de la mano de Araujo aparecieron sujetos de la envergadura narrativa de Tití Fernández y Marcelo Benedetto; cuando el modelo Araujo pareció crujir (especialmente, porque ya no reconocía a simple vista a ningún jugador que no fuera Riquelme), FPT convocó como estrella a Sebastián Vignolo, que combina todos los defectos de Araujo, Niembro, Closs, Macaya y hasta José María Muñoz, pero ninguna de sus virtudes (con mucha condescendencia).
La pluralidad de voces declamada como objetivo por el kirchnerismo supuso, en el monopolio televisivo del fútbol, la chatura y coherencia más radical: la enunciación se llamó Fox Sports. Lo que FPT puso en el aire fueron las gramáticas televisivas y los ripios orales de Fox. Los exabruptos nacional-populares de Javier Vicente no significaban innovación, sino apenas un acento local. Que, por cierto, faltó de modo grosero: siendo la Televisión Pública argentina, sus tonadas siguieron siendo exasperantemente porteñas. La única afirmación federal era su clip de apertura, decorado con la clásica iconografía multi-paisajística “de Ushuaia a La Quiaca” que ya hemos visto en todas las publicidades de Quilmes. Jamás un acento provinciano osó violentar la monotonía porteña de las voces periodísticas –en el mismo momento en que jugaban equipos de más provincias que en los viejos Nacionales de los años 60 y 70.
(Todo esto, claro, para no hablar de las groserías de género. FPT tuvo la oportunidad de dar vuelta como un guante el relato periodístico: por el contrario, ratificó todos sus vicios, y entre ellos su machismo. Sólo cuando comprobaron que habían olvidado cumplir la cuota de género, se dignaron convocar a dos voces femeninas: Viviana Vila para comentar, Ángela Llerena para hacer campo. Ninguna relatora, no fuera cosa. Y para rematarla, las dejaron afuera del plantel enviado a la Copa de Brasil 2014: el último día le pagaron unos viáticos a Ángela, como para solucionar tamaña omisión).
Lo que viene, lo que viene
Relean los tres párrafos anteriores: eso es lo que tendremos por delante, que es lo que tenemos por detrás, con la salvedad de que las mujeres han vuelto a ser expulsadas del vestuario masculino que es el relato televisivo (y radial) futbolístico. Sumémosle el costo del codificado, y tendremos lo que nos espera en la próxima década, única diferencia con la pasada.
La conclusión obvia debiera ser la convocatoria a un boicot de los espectadores, que nadie parece estar muy interesado en lanzar, como si pagar para escuchar a Vignolo y ver a Boca fuera el máximo deseo para un argentino macho promedio. La otra solución roza –incursiona en– lo delictivo: dedicarnos masivamente a la piratería de señales de Internet. Por eso, me temo, esta columna no puede recomendar Roja directa.com o sitios por el estilo. Además, para lo que hay que ver. El descenso de Vélez, por ejemplo.