En sociedades donde las complicidades civiles de las dictaduras siguen manteniendo los principales resortes de poder, como puede ser el Poder Judicial, la actividad política de cualquier izquierda o progresismo siempre estará maniatada. Se podrán proponer grandes proyectos, pero plasmarlos resultará bastante difícil.
Los defensores a ultranza de las democracias liberales, no sólo son los paladines de la independencia de los tres poderes y la libertad de prensa -entendida como libertad de empresa-, sino que además son los que abogan por la alternancia en los gobiernos, proponiendo así la existencia de un cierto bipartidismo en el que cada una de las fuerzas tenga una leve inclinación tanto a la derecha como a la izquierda. En lugar de un solo mando se trataría de dos que convalidarían simultáneamente el poder establecido.
Tanto lo que pregona la derecha liberal como la socialdemocracia, no son más que los perfiles de un sistema político que fue pensado principalmente para los países centrales en los que el modo de acumulación económica resulta casi invariable. En Latinoamérica, la región más desigual del planeta y la más rica en materias primas, el conflicto social inevitablemente presente, siempre erosionará la estabilidad política.
No se trata de hacer añicos a la democracia sino de establecerla de acuerdo a las realidades regionales. Casi todas las experiencias denominadas populistas o progresistas son intentos de establecer una democracia de nuevo tipo. Pasadas ya dos décadas de este nuevo siglo, es necesario realizar balances críticos de lo hecho. Hubo avances notorios y también retrocesos muchas veces dolorosos, para la vida cotidiana de los sectores populares.
En varias notas, publicadas también en Socompa, quien escribe sostiene que uno de los rasgos principales de las democracias latinoamericanas es la supervivencia de las complicidades civiles de las últimas dictaduras. Suponer que los denominados regímenes militares fueron la puesta en escena de la bestialidad castrense no es más que ver las cosas de forma extremadamente sesgada.
Las dictaduras y las masacres producidas, fueron un ordenamiento del capitalismo dependiente. Los denominados socios civiles fueron el sector predomínate, ya que se trataba de sus propios intereses económicos, lo que se consolidaba con la represión política. El lugar que ocuparon en la Justicia nunca se modificó y todos los intentos políticos de las derechas, fueron formados por ese sector de la sociedad. No resulta ocioso destacar que las derechas no escatiman recurrir a métodos golpistas para derrocar gobiernos progresistas, aunque se vanaglorien de democráticos.
El poder siempre se sostiene en un balance de fuerzas favorable que en cierto punto es ajeno a la actividad política propiamente dicha. En la mayoría de los países latinoamericanos tanto las fuerzas armadas como las de seguridad siempre serán un sector rebelde a los cambios, y con predisposición a rebelarse, alineándose a las derechas y los grupos económicos más poderosos.
Transversalidad y bipartidismo
Durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003- 2007) se puso en marcha la transversalidad como un intento de construir un nuevo bipartidismo que legitime y dé proyección a las principales políticas de Estado. Kirchner al inaugurar una nueva política de DDHH, en la que ya no se trataba de la vieja teoría de los dos demonios, encontraba un piso para avanzar sobre las complicidades civiles. Mediante la transversalidad podía alinear a sectores de una derecha democrática no emparentada directamente a la de los socios civiles.
El conflicto con el campo de 2008, o más bien el modo de encararlo, dio por tierra con este proyecto y dividió a la sociedad política. Los socios civiles volvieron al ruedo y se llevaron con ellos a los que habían sido ganados por la transversalidad, incluido un vicepresidente, y muchos dirigentes del oficialismo de entonces.
El bipartidismo supone una hegemonía preestablecida que no se modificará gane la centroderecha o gane la centroizquierda. El modo de acumulación económica así persistirá sin sufrir riesgos. El bipartidismo que dominó la escena política entre 1983 y 2001, representaba una hegemonía política bien definida bajo una endeble alternancia entre el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical. La propuesta de Kirchner representaba un intento de bipartidismo bajo otra hegemonía.
En sociedades en donde las complicidades civiles de las dictaduras siguen manteniendo los principales resortes de poder, como puede ser el Poder Judicial, la actividad política de cualquier izquierda o progresismo siempre estará maniatada. Se podrán proponer grandes proyectos, pero plasmarlos resultará bastante difícil.
Construir una nueva democracia debe ser el principal objetivo. Así lo señalaba repetidas veces el ex vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera, lo que no significa que eso sea inexorable. El país del Altiplano fue tal vez la experiencia más avanzada de llevar adelante una democracia de nuevo tipo, pero en la que las fracciones económicas más poderosas no escatimaron junto a las derechas, en llevar adelante un sangriento golpe de Estado para abortar ese proceso. Lo que se espera es que la memoria de los pueblos no se pierda y vuelva al ruedo.
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