Cambiemos estuvo lejos de innovar. En el primer año de gobierno, tomó prestado un libreto conocido y lo acomodó a las circunstancias.

Como ocurrió en el inicio del ciclo neoliberal que comenzó con el golpe del ’76, y al igual que durante el lanzamiento de la Convertibilidad, Cambiemos esgrimió la necesidad de “pagar la fiesta”, “sincerar la economía” y “combatir el populismo” para “avanzar en la senda del crecimiento sustentable”. Para el Gobierno, los niveles de consumo alcanzados por los sectores de ingresos medios y bajos eran tan insostenibles como la supuestamente elevada presión tributaria que ahogaba la iniciativa privada. Lo que siguió es receta conocida: megadevaluación, desregulación cambiaria y financiera, rebaja de las retenciones a la soja y la eliminación del tributo a los productos agropecuarios, industriales y mineros. Con la intención de justificar el modelo en marcha, los primeros pasos del Gobierno se orientaron a abonar el terreno mediático para dar una batalla fundamental: modificar la lectura de amplios sectores de la sociedad sobre la década pasada. La necesidad de construir una imagen remozada para la vieja derecha implicaba un blindaje mediático. Para construirlo, Cambiemos creó por decreto el Ente Nacional de Comunicación, que eliminó la AFCA y la AFTIC. La Ley de medios pasó a ser letra muerta. Alfonso Prat Gay resumió las reglas de juego que el Gobierno busca imponer. Lo hizo en forma tajante: “Cada sindicato sabrá hasta qué punto puede arriesgar empleos a cambio de salarios”.

Los planes del Gobierno, sin embargo, chocaron con la realidad. En el plano interno, los sindicatos, algunas organizaciones sociales y la sociedad en general impusieron límites más o menos rígidos al recorte ortodoxo del gasto público, a la rebaja impositiva generalizada y a la flexibilización laboral. Tres puntos centrales de la ortodoxia Pro reclamados con vehemencia por los grupos económicos concentrados. A partir de allí, Prat-Gay jugó en tiempo descuento. Garantizada la paz navideña, Nicolás Dujovne, su reemplazante en el flamante Ministerio de Hacienda, asumirá la tarea de achicar el gasto.

“Se acelera el gradualismo” fue la interpretación que ganó espacio en algunos medios. El eufemismo evita hablar de “mayor ajuste”. Vale decir: política monetaria dura y más recorte del gasto público. Otros hablan de “un giro Pro” para subrayar que el ganador en términos de orientación es Federico Sturzenegger. Algo de lo que augura 2017 se vio en estos últimos días. La salida de Isela Costantini de Aerolíneas Argentinas tuvo que ver con el pedido de más recorte. La crisis en el Conicet responde también a una cuestión presupuestaria. Otro dato: todos los ministerios trabajan en la unificación de programas para reducir el gasto. Los límites, una vez más, estarán dados en por la gobernabilidad.

En el plano externo, la visita inesperada de Donald Trump puso en jaque un pilar de la estrategia de la Casa Rosada: el acercamiento diplomático con Washington y Europa. El modelo de inserción que piensa Cambiemos parece relegar el multilateralismo a un segundo plano y pretende establecer relaciones de acercamiento que probablemente será retribuida apenas con algo más que gestos diplomáticos.

A una año de haber asumido, Cambiemos se quedó sin ideas. La lluvia de inversiones no llegó, los brotes verdades siguen sin aparecer y la recesión diluye el entusiasmo de sus votantes. Las metas 2016 no se cumplieron y las diseñadas para 2017 se vislumbran complejas de alcanzar.

Chapadmalal no trajo novedades y el método de comprar tiempo con deuda se acerca al límite que impone la sensatez. Atrapado entre el dogmatismo propio del capital concentrado y las necesidades de la política cotidiana, Macri se fue desdibujando sin acertar el rumbo.

La visita inesperada

La victoria de Trump abrió una grieta en la estrategia de Cambiemos: restarle relevancia al Mercosur y sumarse a un acuerdo de libre comercio bajo la guía de EE.UU. La confusión del Gobierno es notoria. Empecinado en un modelo basado en la apertura no sintoniza con un mundo que se mueve hacia un mayor proteccionismo. Si el pragmatismo es la brújula presidencial, Macri debería tomar nota. La globalización y el multilateralismo que auspició el Consenso de Washington están en plena revisión.

¿Fin de la globalización neoliberal? Temprano para saberlo, pero el Brexit y Trump señalan que algo está cambiando. El macrismo no captura el tono actual. Lo hizo el menemismo, cuando aprovechó un contexto donde la globalización, la desregulación y los capitales tan abundantes como baratos marcaron el ritmo. Algo similar sucedió con el kirchnerismo, que se montó en el boom de los commodities y en la consolidación de los Bricks y de un bloque sudamericano. La intención de Trump de propiciar una economía con un sesgo proteccionista ganó sus primeras batallas. Escaramuzas, dirán algunos. Tal vez, pero no menores. Una prueba: Ford dio marcha atrás con el traslado a México de su planta de producción en Louisville, Kentucky. Lo hizo bajo amenaza. Otra prueba: enterró el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. Revertir la deslocalización parece una misión imposible, pero el fenómeno podría atenuarse. El Gobierno, en tanto, insiste en negociar acuerdos de libre comercio.

¿Por qué lo hace? En Cambiemos sostienen que la sustitución de importaciones está perimida y apuestan a una inserción en las cadenas globales de producción. Dicen que sólo así llegarán las inversiones. La firma de tratados bilaterales de libre comercio serían la llave: aportarían la seguridad jurídica que pretende la inversión extranjera. La visión, como mínimo, suena ingenua. Deja de lado varias cuestiones. La principal: que Trump suma al tradicional proteccionismo del sector agropecuario nuevas barreras para proteger a la industria. El impacto para Argentina sería acotado. Sólo el 7% del total de las exportaciones tiene como destino a Estados Unidos.

Sin embargo, los analistas descuentan que el proteccionismo de Washington reduciría el comercio global y que la caída de la demanda de las firmas asiáticas provocaría una baja en el precio de las materias primas, que representan el 30% del total exportado por nuestro país. Además, la promesa de bajar impuestos a las empresas que inviertan en Estados Unidos pone un obstáculo adicional.

Antes de las presidenciales, Cambiemos se entusiasmaba con la victoria de Hillary Clinton. Estimaban inversiones de firmas estadounidenses por U$S 25.000 millones, sobre un supuesto potencial de U$S 130.000 millones para el período 2016/2019. Por el momento, las pocas concretadas vienen en su mayoría de acuerdos alcanzados por el gobierno anterior. En otros casos se trata de proyectos mineros, que aportan escaso o nulo valor agregado. El grueso son inversiones de cartera: capitales que aprovechan las altas tasas de interés del BCRA y la apertura de la cuenta de capital para capturar retornos fabulosos en muy poco récord.

Inversiones en veremos

Mientras tanto, la economía sigue en recesión. La producción industrial, aunque desaceleró su caída, retrocedió en noviembre un 4,1% con relación al mismo mes 2015. En once meses acumuló una contracción del 4,9%. Las Pymes industriales son las más castigadas: exhiben un retroceso del 10% en el año. La situación golpea en el mercado laboral: el empleo formal cayó 1,5%. Unos 128.000 puestos menos; 50 mil del total en la industria. El Indec, sin embargo, no capturar el panorama. Para el organismo, la desocupación bajó del 9,3% al 8,5% entre el segundo y el tercer trimestre. Difícil de creer. La Afip registra que 2.150 empresas medianas y pequeñas cerraron entre enero y octubre.

La malaria se extiende a todo el entramado industrial. Con excepción de la producción de químicos básicos y agroquímicos –por la demanda del agro-, todos los bloques acumulan caídas con relación al año pasado. Las más profundas: acero crudo, cemento y automotores. La producción de alimentos y bebidas sigue con signo negativo. Tampoco las metalmecánicas escapan a la recesión. Del boom exportador ni noticias. La eliminación de las retenciones a los bienes industriales no se tradujo en mayores exportaciones: retrocedieron un casi un 10% con respecto al año pasado. También cayeron las ventas al exterior de las manufacturas agropecuarias, en este caso casi un 4%. Sólo las exportaciones de productos primarios muestran un repunte significativo del 12,6%. Tampoco es alentador el panorama en el sector de la construcción. Al igual que la industria, morigeró la caída en noviembre, pero los números continúan en terreno negativo: el nivel de actividad retrocedió 9,4% y acumuló una baja del 13,1% en once meses. Los ambiciosos planes de obras públicas no aparecen, y si lo hacen es con lentitud. A un mes de terminar el año, los despachos de asfalto crecieron un 55%, pero la base de comparación es muy baja. En noviembre del año pasado la obra pública estaba paralizada. El resto de los insumos que utiliza el sector siguen mostrando caídas importantes. Sólo crecieron los despachos de cemento, pero apenas un 1,8%.

La conclusión es clara: el rebote se aleja. Los más optimistas dicen que podría llegar en el segundo trimestre del año próximo. ¿Cómo? De la mano de la obra pública y por un leve repunte del consumo privado. La realidad es que en el mejor de los casos se trataría de una tibia recuperación. Al finalizar 2017, la actividad económica quedaría en un nivel similar al que exhibía en 2015. En pocas palabras: no hay horizonte de crecimiento.

Comprar tiempo

El gasto público es inflexible a la baja por las crecientes demandas sociales que impulsan la destrucción de empleo y la caída del salario real. La recaudación pierde terreno por el impacto de las rebajas impositivas. Desde enero, el gasto primario creció a un ritmo del 32% interanual frente al 26% que lo hizo la recaudación. El déficit primario sin las ayudas que arriman el BCRA y la Anses -como lo calculaba el actual oficialismo cuando era oposición- llegará este al año 4,8% del PIB. La meta que se propuso el Gobierno. Pero será con la ayuda extraordinaria de los $82.000 millones recaudados producto del blanqueo. Sin embargo, el creciente peso de los vencimientos por la deuda pública asumida con el sector privado pone una presión adicional equivalente a la recesión y a los recursos tributarios que resignó el Estado.

La única forma de sostener las erogaciones será mediante un mayor endeudamiento. Cambiemos deberá conseguir en 2017 unos U$S 35.000 millones para pagar vencimientos por $ 242.500 millones. Un 32,4% más que este año. Dicho de otra forma: el 10% del gasto total presupuestado para 2017. El peso de esos intereses llegará al 2,5% del PIB. Una vez más, Trump complica los planes. Su promesa de rebajar impuestos redundará en mayores necesidades fiscales por parte del Tesoro norteamericano. La suba de las tasas de referencia de la Reserva Federal ya es un hecho. Nada será lo mismo. Los países emergentes suspendieron sus emisiones. Argentina colocó este año casi el 60% del total emitido por ese grupo. Difícil que se repita.

¿Volverá el Gobierno al Fondo Monetario Internacional? Habrá que ver. Lo concreto es que la situación generada disparó un nuevo ciclo de endeudamiento que no sólo financia el déficit público, sino también la fuga de capitales. La colocación de deuda externa alcanzó los U$S 52.138 millones. Unos U$S 39.955 millones fueron emitidos por el Estado nacional; U$S 6.275 millones por las provincias; y U$S 5.908 millones por grandes empresas. Parte de esos recursos fueron a la formación de activos externos: unos U$S 12.000 millones. El doble que en 2015. A fines del año pasado, la relación deuda/PIB era del 10%. En el segundo trimestre de este año trepó al 19,5%. La deuda pública total, que alcanzaba el 34% del PIB, llegó al 45% en el segundo trimestre de 2016.

Errores gruesos

Cuatro meses después de asumir, Macri convocó a un centenar de ejecutivos. Fue en Olivos. Les pidió apoyo: inversiones y estabilidad de precios. Esgrimió que había cumplido con dos promesas de campaña: levantar las restricciones cambiarias y arreglar con los fondos buitre. Dos meses antes, Prat-Gay había expuesto las metas para 2016: un crecimiento de entre el 0,5% y el 1%; y un rango de inflación anual del 20% al 25%. Nada de eso se cumplió.

El problema inflacionario viene de lejos, pero Cambiemos lo agravó. La inflación acumulada en los doce meses previos a la asunción de Macri era del 22%, según la Dirección de Estadística de la Ciudad de Buenos Aires. A dos semanas de cerrar el año, el mismo indicador exhibe un avance del 45%. Desde el BCRA juran que la meta del 17% para 2017 está firme. Tan improbable es alcanzarla como que los gremios acepten la presión del Gobierno de negociar salarios por las promesas de la inflación futura. En otras palabras: que resignen lo perdido. Tampoco es factible que los empresarios pongan el hombro y resignen ganancias cuando la rentabilidad de muchos sectores se ha resentido. Se sabe, además, que a río revuelto ganancia de pescadores.

En cuanto al crecimiento económico, las consultoras estiman que el año cerrará con una caída del PIB en torno al 2%. Quedan pocos optimistas. Hay que encontrarlos en el sector agroexportador, en la megaminería y en los bancos. Especialmente en este último sector, que obtuvo enormes ganancias arbitrando con la devaluación y con las altas tasas que paga el BCRA. El resultado es una consecuencia típica de la valorización financiera: los bancos amasan poder y no financian proyectos productivos. Los funcionarios, en tanto, fatigan foros empresarios por presentar escenarios optimistas. Los errores de cálculo, no obstante, son demasiado gruesos y las expectativas se siguen diluyendo.

¿El error de base es político? Quienes desde el interior de Cambiemos tiene una visión crítica del rumbo del Gobierno sugieren que Macri, al igual que los empresarios y ejecutivos que saltaron a la gestión pública, creyeron que sus propias trayectorias y vínculos alcanzaban para convencer a los grupos económicos. Supusieron que ellos eran la garantía suficiente para arbitrar las disputas y despertar las fuerzas dormidas del mercado. Minimizaron la política. La fe liberal, dicen, alimentó la confusión de círculo presidencial. Son pocos los que así opinan. Pero los hay. Son los que admiten un dato que los economistas heterodoxos suelen subrayar: que el consumo privado representa el 75% del PIB. Ni el gasto público, ni la inversión privada, ni las exportaciones son motores suficientes para poner en marcha la economía.

Para peor, el Gobierno minimiza el problema de las importaciones. Lo califica como un mero tema aduanero. Aunque los volúmenes ingresados pueden ser poco significativos, los bienes importados en plena recesión compiten con la producción local. Sólo la expectativa de que algo pueda mejorar hace que los despidos y las suspensiones no san mayores. En especial entre las Pymes. Sin cambio de rumbo, más temprano que tarde la desocupación se incrementará. Seguramente, aunque en forma tardía, la obra pública amortiguará la recesión. La pregunta es: ¿será suficiente?

Chapadmal y después

El desconcierto del Gobierno es notorio. La pregunta siguen flotando en el círculo presidencial: ¿Si hicimos lo que nos pedían, por qué la economía no arranca? El retiro convocado por Macri aportó pocas conclusiones. La principal: que la ceocracia salió triunfante y, en consecuencia, que el plan elegido es profundizar en las fuentes de la ortodoxia monetarista, agregándole un matiz keynesiano mediante la obra pública. Esto último para atenuar los efectos recesivos de la receta que reclaman los grupos económicos más concentrados.

El peligro es evidente: que se desmorone la capacidad industrial recuperada luego de la implosión de la Convertibilidad. Si las pocas expectativas que quedan en pie se perdieren, cobraría fuerza la hipótesis de un abrupto salto de la desocupación y un fuerte empeoramiento en las condiciones de vida de la población. Un escenario delicado de cara al 1,4 millones de nuevos pobres generados por Cambiemos en su primer cuatrimestre de gobierno. A un año de haber asumido la presidencia, el discurso de Cambiemos, que se orientó a seducir a los mercados e inversores, tuvo pésimos resultados. El modelo tiene varios problemas. El principal: que carece de una estrategia de acumulación interna. En buena medida, porque Macri atrasa.