En el partido centenario parece haber dos corrientes bien definidas. Una alineada de manera incondicional con el macrismo y otra cada vez más crítica del gobierno. Quiénes son las caras visibles de cada una y quiénes las fogonean entre bambalinas.
Hay uno o dos radicalismos? ¿Existe una grieta adentro del partido fundado por Leandro N. Alem en 1891 o sólo se trata de la eterna pirotecnia de una interna voraz? ¿De qué hablamos hoy cuando hablamos de radicales? ¿Es una fuerza con vida propia o se convirtió en una especie de apéndice silente del Pro? Las fuentes consultadas para esta crónica no coincidieron en un diagnóstico global, pero todas pidieron mantener el anonimato, una condición que habla por sí sola del cuadro de situación.
A grandes rasgos, los dirigentes consultados reconocieron la convivencia de dos líneas internas bien marcadas, la comandada a media sombra por el senador Ernesto Sanz y otra, cuyo mascarón de proa podría ser el diputado Ricardo Alfonsín. Una cien por ciento oficialista, que se nutre con los aportes de Jesús Rodríguez y Enrique “Coty” Nosiglia, y otra, más crítica, que gravita en torno a Miguel Bazze y Juan Manuel Casella, entre otros. La primera opera en sintonía con el presidente Mauricio Macri y viene acompañando -sin alzar la voz- todas las decisiones de la Casa Rosada. La segunda habita la periferia del poder y confía en poder ganar terreno de acá al 2019.
“El silencio no le hace bien al radicalismo ni a Cambiemos, lo está adormeciendo”, apuntan desde el sector más crítico y subrayan que “en varias ocasiones, el Gobierno dio marcha atrás y dejó pagando a estos dirigentes que nunca abren la boca, que no formulan una sola crítica”. En concreto, aluden a varias medidas polémicas que, de no formar parte de la coalición gobernante, muchos radicales nunca hubieran apoyado. Entre otras, la eliminación de las retenciones a las mineras, aquel inolvidable intento de nombrar jueces por decreto por parte del Ejecutivo y los últimos vaivenes en torno a la política de precios. Ninguno de los consultados mencionó la represión a los docentes ni el tarifazo. “Quedamos varias veces en orsai”, graficaron, “muchas veces desdibujados”. Para el primer grupo, en cambio, por sobre las diferencias “hay un interés superior y es conservar Cambiemos”. La disputa en Chaco por el uso del nombre de la coalición de Gobierno en las próxima cita electoral puso en evidencia hasta qué punto los radicales están dispuestos a defender su parte de lo capitalizado desde la conformación de la alianza.
Aunque la mayoría de los radicales que integran Cambiemos prefiere obviarlo, existe otro radicalismo: el filo k. Un grupo de hombres y mujeres que no se alinearon con los resultados de la Convención de Gualeguaychú y que reconocen hace mucho que Macri es su límite. Desde ese sector, aseguran que la única disputa real que tiene lugar en este momento dentro de la UCR es la clásica puja por los lugares en las listas. “El resto es pirotecnia”, dijo a Socompa, una de esas voces.
“Las elecciones preocupan a los más cercanos al PRO”, dicen desde el sector más crítico. “Están molestos porque se está trabajando para unificar listas y evitar las PASO”, argumentan los del otro bando. Lo cierto es que la virulencia de la interna radical es un clásico que en las últimas semanas comenzó a despuntar en Capital Federal, en Chaco, y en la localidad bonaerense de Tandil, donde la UCR local resolvió participar con una lista propia en las primarias. En ese marco, el vicegobernador bonaerense, Daniel Salvador, fue el portavoz del malestar que generó el anuncio: “El radicalismo tiene una estrategia partidaria sobre la base de consolidar Cambiemos, basada en listas de unidad tanto a nivel de legisladores nacionales, provinciales y distritales”, apuntó.
Con tres gobernadores en su haber, más dos vicegobernadores, cuatro ministros y nueve intendentes administrando capitales provinciales, sobre un total de 446 intendencias, hoy la apuesta fuerte de la UCR es continuar acrecentando su caudal político. Aunque esta recuperación era impensada antes de las elecciones presidenciales de 2015, cuando las consecuencias del violento final del gobierno de Fernando De la Rúa todavía pasaban factura, aún resulta insuficiente en el balance general que hacen sus dirigentes. Quieren más. Y en el horizonte inmediato, la próxima oportunidad se presenta en los comicios de medio término del 22 de octubre, cuando se renovará un tercio de la Cámara de Senadores y casi la mitad de la Cámara de Diputados.
En la Cámara alta los radicales tienen ocho representantes y en la Baja, 40. Por la provincia de Buenos Aires ponen en juego dos bancas en Diputados, la de Héctor “Cachi” Gutiérrez y la de Alfonsín, quien ya se anotó para competir por la Presidencia en 2019. Molesto con Salvador, quien le arrebató la conducción del Comité Provincia y le cerró el camino para participar de las PASO, Alfonsín logró acaparar la atención al ponerle fecha de vencimiento a Macri. “El radicalismo tiene que poner el candidato a presidente en 2019”, sentenció. La frase fue leída como “una picardía” en el marco de la disputa por las listas.
En tanto, la Capital Federal es uno de los principales desafíos para el radicalismo, ya que en el distrito la alianza Cambiemos no está formalmente constituida y es el principal bastión electoral del macrismo. El oficialismo pondrá en juego ocho bancas en Diputados, cinco del Pro y dos de la Coalición Cívica, las de Elisa Carrió y Fernando Sánchez. Justamente la candidatura porteña de Carrió, que cuenta con el apoyo de Macri, le cerró el paso al radicalismo, que impulsa a Martín Lousteau como cabeza de lista. La confrontación es tal que el propio Coti Nosiglia, reacio a los discursos, rompió el silencio para respaldar públicamente al ex embajador en Estados Unidos de Cambiemos. En esta disputa, Sanz decidió darle la espalda a su partido al rechazar públicamente la postulación de Lousteau, mientras en Olivos ya preparan el lanzamiento de Lilita y negocian el armado de la lista para octubre.
“Dime con quién andas y te diré quién eres”, aunque antipática, esta máxima popular parece acercarse más al presente del radicalismo que cualquier otro análisis coyuntural.