La desaparición de Facundo Astudillo Castro volvió a poner en primer plano una constante: el perverso funcionamiento de la Policía Bonaerense. Esta nota aborda apenas un síntoma de un tema complejo: uno de los institutos de formación de los futuros policías lleva el nombre de Jorge Schoo, un comisario xenófobo, racista – llegó a detener a estudiantes peruanos “por sus características antropológicas” – y cómplice de un grupo parapolicial de la ultraderecha peronista. Una marca que nadie parece tener en cuenta.
En el largo rosario de deudas que la democracia formal recuperada en 1983 tiene con la sociedad argentina, una de las cuentas más siniestras es la de las fuerzas de seguridad. Una deuda que se paga con vidas, inteligencia interna, encubrimiento de crímenes, sociedades delictivas, zonas liberadas para la delincuencia, emprendimientos narcos y siguen las firmas.
La desaparición de Facundo Astudillo Castro, hace casi tres meses, volvió a poner en primer plano el accionar de la fuerza más compleja y difícil de abordar, la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Los obstáculos que día tras día encuentra la investigación y la demora eterna para iniciar una búsqueda seria muestran que poco o nada ha cambiado en una policía que siempre se resistió a abandonar la renovada matriz que le dio la dictadura.
Analizar el fenómeno en profundidad excede largamente la posibilidad de un artículo periodístico. Aquí se tratará de apenas un síntoma, que como todo síntoma es revelador de la patología que subyace. Se trata de un nombre que es una marca, un nombre que – como todo bautismo institucional – revela una ideología.
Se trata del “Liceo Comisario General Jorge V. Schoo”, donde la Bonaerense forma futuros policías. Funciona en los terrenos de la Escuela de Policía “Juan Vucetich” – nombre impuesto en homenaje al descubridor de la posibilidad de identificación mediante huellas digitales -, pero, a diferencia de Vucetich, Schoo no descubrió nada sino todo lo contrario: su ejercicio profesional como policía es un ejemplo de oscuridad.
¿Quién fue el comisario general Jorge V. Schoo?
El bautismo
El 26 de abril de 2011 – durante la gobernación del intelectual argentino de la motonáutica contemporánea Daniel Scioli -, el entonces ministro de Justicia y Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, el ex penitenciario Ricardo Casal, dispuso, mediante la Resolución 1543, que la vieja Escuela de Investigaciones de la Policía bonaerense -situada sobre el camino Centenario, en Berazategui- pasara a llamarse “Escuela de Policía Juan Vucetich, sede Comisario General Jorge Vicente Schoo”.
Al elegir ese nombre para un instituto de formación policial, el entonces jefe político de la fuerza de seguridad más grande del país tuvo un gesto de fuerte valor simbólico que reivindicaba la figura de uno de los promotores del funcionamiento de los grupos parapoliciales de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) de manera coordinada con la Bonaerense y bajo el paraguas protector de sus jefes.
En otras palabras, se trata de una reivindicación del terrorismo de Estado que nadie ha tratado de cambiar.
De la mano de Calabró
A principios de 1974, luego de que Oscar Bidegain fuera desplazado y reemplazado en la gobernación de la provincia por el sindicalista de ultraderecha Victorio Calabró, el entonces inspector general Schoo fue nombrado director de Institutos de la fuerza.
Una de las primeras medidas que tomó fue la de convocar a su amigo y mentor ideológico, el helenista y latinista Carlos Alberto Disandro, fundador de la CNU, para que diera clases magistrales en los cursos de Seguridad para oficiales organizados por la Escuela Superior de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
Al mismo tiempo, la banda de la CNU capitaneada primero por Patricio Fernández Rivero y luego por Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio dejó de funcionar como una organización armada de ultraderecha sin vínculos con el Estado para transformarse en un grupo de tareas parapolicial que realizaba sus acciones y asesinaba a sus víctimas en zonas liberadas por la Bonaerense.
El comienzo de una larga amistad
La relación entre Disandro y Schoo databa de fines de la década de los ’50. El latinista y el policía solían compartir veladas en una vieja casa de la calle 115 entre 60 y 61 de La Plata donde a principios de los ’60 funcionaba el Instituto Cardenal Cisneros, que buscaba convocar a estudiantes universitarios para darles formación filosófica y política.
Se trataba en realidad de un centro de captación y adoctrinamiento de nuevos adherentes a las teorías de Disandro sobre una Argentina que sufría los ataques de la sinarquía internacional y una Iglesia católica que, luego de la Encíclica Populorum Progressio de Juan XXIII, había caído en manos del judeo-marxismo.
Para el fundador de la CNU, el representante en el país de esta peligrosa avanzada era el obispo de Avellaneda, monseñor Jerónimo Podestá. En una carta de puño y letra dirigida a Perón en 1965, denunciaba: “La nueva pieza de esta OPERACIÓN DERIVATIVA Y DESTRUCTIVA es monseñor J. Podestá (…) Pero yo ya lo denuncié en 1964, como aliado del judaísmo sionista, de la masonería y otras fuerzas sinárquicas, como Usted podrá ver en mi trabajo Helenismo, Cristianismo, Judaísmo (respuesta a Mons. Podestá) y que lo obligó a replegarse un tiempo”.
De esa tendencia participaban, le contaba Disandro al General, “los obispos y clérigos que hacen un planteo marxistoide, bolche, como por ejemplo monseñor Quarracino, Viscovich, el padre Mayol (del grupo bolche Tierra Nueva, y que tiene entrada en la CGT), etc. Coaliga esta tendencia varios grupos izquierdistas. Aquí se pretende captar la voluntad de vastos sectores civiles, incluidos justicialistas, que se inclinan por transformaciones violentas (tipo Yugoslavia, como propugna Viscovich). Por otro lado, obispos y clérigos, que hacen el cuento de la justicia social, sin violencia, y pretenden aglutinar la masa peronista y la conducción local haciendo un remedo interno de Tercera Posición. No le quepa duda, mi general, que Podestá es un agente de la política vaticanista y judía, es decir, representa lo que yo llamo el judeo-cristianismo”.
El arzobispo de La Plata, monseñor Antonio Plaza, alentaba al futuro fundador de la CNU a escribir estas cartas.
Disandro y su amigo Jorge Schoo publicitaban estas ideas en la revista La Hostería Volante, pero el policía no se conformaba con mantener sus convicciones en el plano de los planteos teóricos, que también incluían la xenofobia y el racismo.
Un hecho ocurrido en 1966, cuando era jefe de la Regional La Plata de la Bonaerense, lo pinta de cuerpo entero. El día del santo nacional de Perú, San Martín de Porres, un grupo de estudiantes peruanos había convocado a un acto religioso seguido de una protesta política en la Iglesia San Ponciano. A la salida de la misa, un operativo policial dirigido en persona por Schoo terminó con la detención de algunos de los asistentes. Mientras los uniformados metían a los estudiantes en los celulares, un cronista del diario El Día le preguntó al jefe de la Regional cómo había reconocido a los revoltosos entre tanta gente que salía de la Iglesia. La respuesta de Schoo fue contundente: “Por sus características antropológicas”. Los detenidos fueron deportados a su país de origen por la dictadura de Onganía.
Clases magistrales
Los textos de dos clases dictadas por Disandro, el 18 y el 27 de junio de 1974, en los “Cursos de Subcomisarios y Subinspectores de Seguridad de la Policía de la Provincia de Buenos Aires”, cuyos programas fueron redactados por Schoo, son reveladores.
En esas clases, con el título “Las causas generadoras de la violencia”, el ideólogo de la CNU explicó a los encargados de dirigir las acciones represivas contra el movimiento estudiantil lo que, a su juicio, era el origen de la violencia juvenil, manipulada por las ideologías disolventes de la sinarquía internacional: la ausencia de autoridad, debida al derrumbe de la cultura occidental. “Sin autoridad familiar que cubra el rumbo juvenil -pontificaba Disandro-, sin autoridad pedagógica que subraye el contenido conceptual que se transmite y, finalmente, sin autoridad religiosa que selle el contenido del destino personal, las generaciones jóvenes se sienten absolutamente desligadas, se sienten en un estado de falsa liberación. “¿Dónde presiona la ideología?”, se preguntaba trascartón y respondía: “Justamente en este terreno es donde aparece la presión ideológica, favorecida porque no hay marco de contención, no hay autoridad que indique el rumbo y selle el concepto vital”.
En este terrible contexto -seguía Disandro- operan las ideologías “más profundas, lesivas y graves. Estas ideologías se inician con Marx en el siglo XIX, partiendo de una noción revolucionaria, hasta el presente que culminan con una ideología de la destrucción y el caos en forma meditada y fría, con un objetivo a cumplir a través de las organizaciones juveniles, y que se resume en la tesis marcussiana: ‘estudiantes del mundo uníos para la destrucción y el caos total’”. Ese era el terrible enemigo infiltrado en la juventud argentina que sus uniformados alumnos debían enfrentar, con todas las armas que tuvieran a su alcance.
Entre ellas, claro, las bandas parapoliciales de la Concentración Nacional Universitaria que ya operaban con protección estatal en La Plata, Mar del Plata y Bahía Blanca.
Manual para represores
Las ideas de Disandro y Schoo dejaron una fuerte impronta de formación autoritaria en la Bonaerense y siguieron presentes en la formación de los cadetes mucho tiempo después de terminada la dictadura.
En 1997, la fuerza editó para uso de los alumnos de sus institutos un Manual de Conducción Policial, que siguió utilizándose por lo menos hasta 2001. La redacción fue encargada a dos policías retirados, el comisario general Jorge Vicente Schoo y el inspector Hugo Ignacio Silva. El prólogo quedó en manos de un activo participante del terrorismo de Estado: el comisario general Rodolfo Alejandro González Conti, titular de la Dirección General de Seguridad de la Bonaerense hasta 1979, donde fue colaborador directo de Ramón Camps.
De las páginas del manual se desprende la misma ideología que marcó el camino de las bandas de la Concentración Nacional Universitaria. Para los autores, la conducción -objeto central del texto— consta de tres elementos: “El conductor, el conducido y la relación que los vincula (…) La relación puede compararse en la que se da entre jinete y caballo: el jinete conduce a su caballo pero, al mismo tiempo, es ‘llevado’ por su cabalgadura”. Los autores dedican también un capítulo a la mujer, donde destacan: “La mujer conoce predominantemente por vía de la intuición (en tanto que) el hombre también intuye, pero más frecuentemente razona”.
Quizás uno de los pasajes más potentes del manual sea el que aborda el tema de la democracia: ‘Toda autoridad proviene de Dios -escribe Schoo-. Si no proviene de Dios, ¿de dónde podría provenir? (…) El orden sólo puede subsistir en orden. Y el orden roza lo sagrado (…) Después de la Revolución Francesa surgen los regímenes democráticos con una gran carga de resentimiento. La forma monárquica de gobierno es la que ha perdurado más tiempo, históricamente hablando. La autoridad era ejercida por la nobleza, apoyada en la religión (…) Su autoridad era respetada”. En cambio, la democracia rompía con todos estos valores sagrados de orden y autoridad: “La democracia -concluye el comisario de la CNU- podía funcionar bien en Atenas (o) en una tribu de cazadores, donde lodos los miembros se conocen entre sí y conocen el arte de la caza”.
Hoy es difícil pensar que el actual ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, se sintiera incómodo en una tertulia con el comisario Jorge Schoo.
La pregunta, en todo caso, es si el gobernador Axel Kicillof sabe quién fue el comisario cuyo nombre lleva el liceo donde se forma la policía de la provincia de gobierna.
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