El discurso de CFK en el Foro del Pensamiento Crítico funcionó como disparador de las renovadas críticas de la izquierda, que cuestiona al kirchnerismo su ideología y su gobierno. Dos posiciones que parecen irreconciliables, pese a luchas y reivindicaciones en común.

Myriam Bregman salió con los tapones de punta contra el discurso de Cristina en el Foro del Pensamiento Crítico. Varios de sus argumentos no carecen de validez, fueron muy controversiales las alusiones de la ex presidenta a los pañuelos verdes y los celestes y acerca de la vigencia de las categorías de izquierda y de derecha. Pero lo que se ve en sus críticas es el cuestionamiento de la calificación de la propia enunciadora para pronunciarse sobre la legalización el aborto y sobre el combate al neoliberalismo.

Hay algo que no cierra cuando las cosas suceden, tal como ocurre en la Argentina, dentro del marco de la política burguesa y sus instituciones, que tienen sus vicios y también sus límites ideológicos.  Espacio en el que también se mueve gran parte de la izquierda que, dicho sea de paso, usa sus instituciones como lugar desde donde fijar posición.

Por de pronto, para un político burgués su objetivo es acceder al poder a través del sufragio y para eso, y de acuerdo a las circunstancias, va variando sus acomodamientos y sistemas de alianzas. Cristina estableció un límite. De un lado los neoliberales y del otro las víctimas del neoliberalismo. Entonces, no solo no debe haber exclusiones, sino que sería fatal que las hubiera. Pañuelos celestes y verdes, derecha e izquierda, laicos o religiosos, todo suma.

Todo esto se puede discutir, de hecho, no siempre estas unidades forzadas llegaron a buen puerto. Pero cuando se descalifica de antemano a quien lo propone, ahí se termina toda discusión. Cristina, en este caso, pero se podría ampliar el elenco, está condenada por su pasado a que sus palabras sean descartadas de plano. Y la izquierda cree que no vale la pena discutirlas, polemizar con ellas, dialogar aun enojosamente con los políticos burgueses, cualquiera sea su posición. Con lo cual termina hablando desde un futuro lejano. La verdadera política comenzará cuando el poder sea de los trabajadores. Ahora todo es mentira, simulacro, engaño, puesta en escena.

Una pequeña historia que me tocó vivir de cerca: yo era profesor en la facultad y entró un militante de izquierda y me pidió hablar a los estudiantes. Le dije que sí y entonces preguntó cuáles eran los problemas. Un chico, que recién empezaba la carrera, planteó que los pupitres eran una porquería. La respuesta no tardó en llegar. “esto sucede porque se paga la deuda externa”. Le pedí que se fuera, porque el mensaje que recibía ese muchacho era que iba a tener que someterse a esos pupitres hasta que se dejara de pagar la deuda, algo que solo sucedería en un futuro muy impreciso, o nunca. Lo cual paraliza, no da ninguna opción intermedia como, por ejemplo, en este caso, quemar todos los pupitres para que se compraran nuevos y mejores.

Una pintada en la zona de Chacarita “Contra el ajuste, paro general”. ¿Quién convoca? ¿La CGT? ¿Hay alguna instancia que pueda hacer realidad esta consigna?

El no-debate se da entre las dos cabezas visibles, del kirchnerismo y de la izquierda. Se podría decir que, en definitiva, a los intereses electorales del FIT postular a Cristina como enemiga puede atraer votos y no deja de ser lícito que así se haga. El problema es lo que ocurre o no ocurre en las zonas medias de ambos sectores, donde el mecanismo se repite y no se discute sino que se descalifica, se ningunea o se chicanea. El kirchnerismo plantea que todo es aquí y ahora y todo se juega ya, unidad o derrota inevitable, con lo que nos esperan cuatro años más de neoliberalismo. Lo que impide pensar en medio de la necesidad. No hay opciones. Lo mismo plantea la izquierda, toda alianza es espuria porque quienes la impulsan tienen un pasado sospechoso. Así no hay intercambio posible, lo que no deja de ser algo para lamentar, porque aísla a experiencias políticas que podrían intercambiar ideas y acordar en estrategias sin por eso poner en cuestión la propia identidad.

Tal vez se puedan ajustar los relojes, para que de vez en cuando vivir a la misma hora, ni antes ni después.