El macrismo no responde al poder económico sino que lo es. Por eso queda más expuesto su carácter clasista, de desprecio y estigmatización de las mayorías populares y de un abierta y desvergonzada política antiobrera.
En un año y medio el gobierno de Mauricio Macri ha reinsertado a la Argentina plenamente en la lógica de la valorización financiera, pulverizado el mercado interno y destruido derechos. A pesar de tanto esfuerzo requiere de ajustes todavía más salvajes en términos de disciplinamiento laboral y vaciamiento del Estado para consolidar su proyecto.
Y hoy, los poderosos del mundo le han confiado la realización de dos reuniones trascendentales, como la de Organización Mundial del Comercio, en diciembre, y la decimotercera cumbre del Grupo de los 20, en julio de 2018, para mostrar a la Argentina como modelo de lo que ellos esperan de los países periféricos: servir al capital financiero.
Hubieran preferido que fuera Brasil quien emprendiera la tarea de entrega total de la región, pero Michel Temer –quien sorprendió a todos en Hamburgo al afirmar que “la crisis económica en Brasil no existe”- es mucho más impresentable que Macri.
La definición de que Argentina tiene que “volver al mundo”, significa que debe asumir –subordinada y dependientemente- la perspectiva geopolítica occidental, siguiendo a Estados Unidos en sus guerras contra las drogas y el terrorismo y acompañar a Europa en lo referente a los tratados de libre comercio. La noción de guerra contra el terrorismo, de seguridad, de involucrar a las fuerzas armadas en las tareas policiales, vuelve a sonar muy fuerte en los discursos políticos del gobierno macrista, sin siquiera un debate sobre qué significa para el país involucrarse en esos conflictos.
El poder financiero local fue reconfigurando desde el 2011 las alianzas políticas de los sectores dominantes. La decisión sobre el control de cambio –para evitar la fuga de capitales, estructural en el país- acarreó desde su implantación la sucesión de guerrillas devaluatorias de los sectores del mercado financiero. Hoy, se puede señalar que la medida más relevante del macrismo ha sido abandonar justamente el control de cambio (y endeudarse sin límite).
Hay que acostumbrarse a tener en claro que Mauricio Macri no es un títere, sino un cuadro de una nueva derecha cuya meta es la transformación de la Argentina, con una (re) distribución de bienes hacia los sectores más poderosos de la sociedad a través de reformas laboral, fiscal y previsional, abandonando la matriz neoliberal sesentista y anunciando un gobierno de robots.
Cómo comunicar
La polarización, la lucha frontal –generalmente mediática- fue utilizada por Macri para encaramarse en la confrontación como líder de la oposición al kirchnerismo, y fue constantemente acicateada por periodistas y medios (¿éstos con su propia agenda vengadora?) y respaldada por el poder fáctico, hoy también en el gobierno.
El macrismo demostró que con otras formas, otros modelos de comunicación, también se podía ganar, y eso fue lo que hizo en la campaña electoral, con globitos y un mensaje esperanzador, de cambio, no confrontacional, ocultando las verdaderas medidas a tomar y prometiendo continuar con “lo bueno” del kirchnerismo.
Obviamente, todo lo supuestamente espontáneo del presidente en verdad tiene un testeo previo (desde la adopción del perro “Balcarce” hasta haberse sacado la corbata y cantar en público, bromas sobre fútbol que sus interlocutores europeos prefieren no entender, o aludir a supuestas personas con las que trató para ejemplificar a “la gente”).
El gobierno de Macri tiene una diferencia sustancial con los anteriores proyectos de exclusión de la derecha, liderados por fuerzas políticas (incluso la dictadura con lo que se denominó el Partido Militar), que daban respuestas a las exigencias del poder económico, señala el economista Alfredo Zaiat. No es un gobierno que dé respuesta a las demandas del poder económico, porque es el poder económico (su grupo es una de las corporaciones económicas más poderosas del país), y por ello es que queda más expuesto su carácter clasista, de desprecio y estigmatización de las mayorías populares y de un abierta y desvergonzada política antiobrera.
Después de año y medio en el gobierno, acicateado por el poder fáctico al que sirve y del que se sirve, plantea “elevar” la productividad de la economía, en base a un combo chatarra que incluye reducir el costo laboral, ajustar los gastos del Estado, entregar el país a capitales ultradepredatorios y escasamente competitivos y la consagración internacional del peor contratismo vernáculo, gracias a la teta estatal china, señala un editorial de la revista Crisis. De allí, acorde al libreto del FMI, el alegre endeudamiento, la destrucción del sistema previsional para beneficiar a una minoría a costa de la mayoría de los jubilados y pensionados del país, la desprotección al mercado interno, las normas de flexibilización laboral, el “blanqueo” de capitales, la extranjerización de la tierra, etc. etc. con un sector al que se le capacitará e invertirá en tecnología, pero tanto la actividad como ese sector será determinado por grandes empresarios, esencialmente extranjeros y subordinados al capital financiero, añade.
Las que se avecinan son medidas de ajuste, con el pretexto que se debe hacer una política de shock para que la economía se inserte al mundo. Obviamente no dicen a qué mundo se refieren y a quienes se beneficia.
Este gobierno significó una reactualización de la teoría de los dos demonios e intentó desmantelar el consenso social en torno al genocidio perpetrado por la última dictadura militar. No parece preocuparse porque la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la diplomacia internacional hayan denunciado la arbitraria detención de la dirigente social Milagro Sala, quien lleva más de un año privada de su libertad, por el delito de ser mujer, con rasgos indígenas y dirigente social… y de haber tirado unos huevos que nunca tiró.
También ha reeditado la imagen estigmatizante de la protesta social, haciendo hincapié en los métodos de las protestas o sus efectos colaterales, tratando de crear un imaginario colectivo (que la prensa hegemónica insufla como “hastío del caos que causa problemas de tránsito para la población” para demoler la empatía popular con el manifestante) que justifica la represión a docentes, vendedores ambulantes, migrantes, pueblos originarios, mujeres, estudiantes, trabajadores, sindicalistas o artistas.
Desde la asunción de Macri cuatro gremios fueron intervenidos, lo que representa una clara confrontación con el sector sindical en un contexto de caída del salario real, inflación y despidos masivos. El “duranbarbismo” (por su asesor, el ecuatoriano Durán Barba) supone que en vísperas de elecciones parlamentarias, el rédito de la represión (a cooperativistas y docentes, por ejemplo) sería mayor al perjuicio, y desde la prensa hegemónica se justifica la represión policial en defensa de garantizar el interés individual de transitar sin demoras.
El globo de la economía
La dinámica exhibida por el sector externo, caracterizada por la ampliación del desequilibrio de la cuenta corriente y la intensificación de la fuga de capitales indica que el gobierno enfrentará dificultades de financiamiento, más allá de la reciente colocación de deuda a 100 años que refleja la permanente priorización de los buenos negocios financieros (rendimientos más comisiones), como asimismo la desesperación por el endeudamiento para cubrir el agujero negro de la fuga de capitales que exhibe máximos históricos.
El gobierno insiste en el objetivo de reducir el déficit fiscal recurriendo a la receta ortodoxa de bajar impuestos progresivos y achicar el gasto público, en especial el gasto en salarios, subsidios a la energía y en las erogaciones en educación y salud, el recorte de los planteles de empleo público nacional y provincial, la remoción de los subsidios a la energía y la reducción del gasto en salud.
Mientras, insiste en modificar la fórmula de ajuste de las jubilaciones cambiando el cálculo de la movilidad jubilatoria, la reducción de la relación entre el beneficio y el salario del trabajador activo y aumentar la edad jubilatoria de las mujeres.
En 2016 el gasto público en salud creció menos que el nivel promedio y perdió un 6% en términos reales. La proyección presupuestaria para este año reproduce esa dicotomía, con un incremento pautado de apenas el 17%, por debajo de la tasa de inflación prevista.
Las clases dominantes locales se subordinan al gobierno global de las multinacionales. De sortear alguna oposición parlamentaria, la aspiración del gobierno es avanzar en una nueva enajenación de empresas públicas de carácter estratégico, entre ella la industria satelital y nuclear. Cuando el “carry trade” (bicicleta financiera) se termine, la deuda consolidada va a ser de tal magnitud que empujará a severos planes de ajustes primero, y de nuevo las privatizaciones de YPF, la petrolera estatal (Vaca Muerta incluida), de las empresas más redituables del Estado y del sistema previsional. Volver a los ´90.
Para entender a Jaime Mauricio Durán Macri
El ecuatoriano Jaime Durán Barba, el gurú que logró que un empresario nacido en cuna de oro llegara la presidencia argentina, publicó “La política en el siglo XXI. Arte, mito o ciencia”, donde se dedica, sobre todo, a explicar los fundamentos de gran cantidad de decisiones que se tomaron en el PRO y ahora en la gestión, mostrando la gran influencia que tiene en el gobierno.
Durán Barba llena el vacío conceptual de Macri con sondeos de opinión y métodos científicos que al principio sirvieron para convertirlo en presidente en apenas diez años y ahora hacen de guía para las idas y vueltas de su gestión. Entienden, en este prototipo de manual de autoayuda política, que no se pueden seguir aplicando estrategias que quizá fueran correctas para la modernidad cuando el presente es posmoderno, líquido y efímero.
“Electores y líderes son simplemente seres humanos que viven unos pocos años, acumulan conocimientos y si quieren ser mejores deben estudiar y aprender de una realidad que cambia incesantemente. Eso del líder eterno, la teoría definitiva, el caudillo para siempre, es un disparate”, señala Durán Barba.
Sostenedor y publicista del mundo posmoderno, aunque no ahonda sobre el bigdata pero si sobre la inteligencia artificial, Durán señala que las relaciones sociales pasan por el celular y el consumo, donde lo que interesa no son las ideologías sino metodologías y modas (“el cambio es lo único que permanece”).
Si lo leen, los macristas sabrán que nacieron del laboratorio duranbarbista, y por qué sus “socios” Lilita Carrió o Ernesto Sanz siempre serán vistos por el macrismo como encarnación de lo viejo y perimido, así como aquellos políticos que creen que la realidad se reduce a su aldea y que la humanidad empezó cuando se fundó su partido. El libro, dice, “es una reflexión acerca de la fatuidad del poder”, porque “el taoísmo rechaza la pompa, la prepotencia de los poderosos y la guerra” y “el hombre sabio sabe pasar desaparecido y ahorra las palabras”.
La polarización, la lucha frontal –generalmente mediática- fue utilizada por Macri para encaramarse en la confrontación como líder de la oposición al kirchnerismo, y constantemente acicateada por periodistas y medios (¿éstos con su propia agenda vengadora?) Pero demostró que con otros modelos de comunicación también se podía ganar, con globitos pero también con un mensaje esperanzador (“cambiemos”), mientras el kirchnerismo insistía en el pasado, en el regodeo de la “década ganada”.
En 2015 se planteó que una alianza entre Macri y Sergio Massa -un ex jefe de gabinete kirchnerista- aseguraría el triunfo de la oposición, pero la mesa chica se opuso al considerar que el voto por Macri era por la necesidad de un cambio que fuera más allá de la dicotomía peronista-radical.
En la Argentina del siglo 21 se generalizó la intolerancia y los candidatos –dentro de un mismo partido, incluso- desprecian a sus adversarios. Muchas veces se aplaude al depredador, pero no necesariamente se vota por ellos. Así, difícil se hace la construcción. Y, en una cultura de encuestas es difícil valorar la realidad. Cuando Macri tomó severas medidas de ajuste económico, hubo una caída de 15 por ciento en la aceptación general. Y sus opositores contaron mal: seguía conservando mayor aceptación (6% más) que el ajustado porcentaje de votos con los que ganó las elecciones.
Sorprenden las idas y venidas y la desfachatez de Macri al aceptar equivocaciones e incluso corregirlas. Durán Barba señala que “el tipo de su liderazgo y la forma de su comunicación horizontal hicieron que la mayoría de los argentinos se mostrara comprensiva con las medidas tomadas. Las mismas medidas encaradas con una actitud autoritaria habrían provocado graves desórdenes sociales. La gente hoy entiende las explicaciones cuando se comunican con el nuevo lenguaje que está más allá de la exposición técnica y racional. La gente no cree en viejos mitos, sabe que el presidente es un ser humano y que cuando finge ser infalible, miente”.
Si bien en el PRO-Cambiemos se repite que no se hace política mintiendo y dando golpes de efecto fue mensurando que cada vez que asomaba con su lista de lavandería contra los Kirchner solo perdía credibilidad. Si se abstuvo de politizar un problema que está en el ámbito de la justicia, dándole mayor fuerza moral a los jueces, a los que sí podía manipular a través de dirigentes afines como Lilita Carrió o Daniel Angelici.
Durante años la estructura del macrismo fue midiendo los golpes de efecto: Por ejemplo, en plena campaña de la reelección de Cristina Fernández, en 2011, estalló el escándalo de “Sueños Compartidos”, un proyecto habitacional dirigido por la Fundación de Madres de Plaza de Mayo. Los medios de comunicación hegemónicos dieron un gran espacio al tema, con decenas de tapas de con titulares lapidarios, pero ninguna encuesta registró que esto hubiera hecho daño a la presidenta, ya que sus porcentajes de imagen e intención de voto no se movieron. Y Macri se guardó su discurso sobre el tema.
Durán Barba señala que quien resultó un gran comunicador que convenció en un solo acto de que algunos funcionarios de la administración kirchnerista habían sido corruptos fue José López, quien no escribió ningún discurso, pero apareció a las tres de la madrugada en un convento situado en una zona peligrosa del Gran Buenos Aires, llevando varios bolsos con nueve millones de dólares en billetes, unos miles de euros, monedas de otros países y también relojes de marca. “La historia era rocambolesca y eso ayudó a que mucha gente hablara sobre ella… Ningún discurso de Macri pudo ser más eficiente para comunicar la corrupción del gobierno kirchnerista que la escena que armó José López”.
Los asesores de Macri saben que no se acabaron las palabras y que no se puede reducir la política a solo imagen, pero la preocupación permanente –y el desafío- es comunicar el mensaje político y tener impacto en los electores contemporáneos en una sociedad capturada por la banalidad. Y el problema mayor –de gente que estudia en inglés- es aprender el lenguaje de la gente, a sabiendas que no basta el espectáculo melancólico, sino lograr que de alguna manera los electores participen de las campañas.
En su camino presidencial logró movilizar masivamente a voluntarios que fueron a cuidar las urnas de un eventual fraude, convencidos que eran participantes, parte de la movida. Hoy el macrismo, en Capital Federal y en todo el país, crea espacios para la participación pasiva (obviamente no en los negocios, sino a través de redes sociales).
La corrupción de la “yegua”
La construcción del discurso se hace a través de los medios hegemónicos (diarios La Nación y Clarin, casi todos los canales de televisión y la mayoría de las radios) pero también por las redes sociales. Hay en ellos un ingrediente de discriminación racial y social que lleva al odio clasista que viene desde los albores del peronismo (1946). Pero a ello se sumó a ello el factor género: el ataque a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, por el mero hecho de ser mujer: “quién se cree que es para hablar por cadena nacional, para cortarme la novela o el fútbol”, o simplemente calificándola de “yegua”.
La derecha instaló asimismo la reprobación hacia la militancia, conformada por “negros”, ociosos, fanáticos y “ñoquis” (quienes cobran sin trabajar), hacia los actos multitudinarios (asociado al “ganado”, a la pobreza y la ignorancia. Para el macrismo el enemigo fue desde el principio la expresidenta y sus ministros que dejaron una “pesada herencia” por desatinos y corrupción.
Macri llegó al poder de la mano de una campaña de contenidos explícitos despartidizados, desideologizados, estructurada sobre el ataque al gobierno anterior, “populista, corrupto y despilfarrador”, que fue imponiendo un imaginario colectivo de hastío, seducido por el discurso de una nueva subjetividad amigable, ecologista al estilo new-age, lejos de lo que fuera la elitista derecha tradicional, en busca de las nuevas capas medias crecidas, precisamente, durante el gobierno anterior.
Al firmar en abril el Compromiso Federal para la Modernización del Estado Macri se refería a la estructura administrativa del gobierno y a sus trabajadores y no al centenar de sus funcionarios involucrados ya en más de 50 causas judiciales, entre ellos cinco de sus ministros, su vicepresidenta, el jefe del espionaje local y él mismo.
Macri encabeza la lista con imputaciones judiciales en su contra por lavado de activos en los “Panamá Papers”, ampliación del blanqueo de capitales a familiares, el memorándum con Qatar, los casos Avian y Flay Bondi, el tarifazo energético y el intento de licuación de la deuda de Correo Argentino SA, además de las por ahora desestimadas causas “dólar a futuro” y “deuda externa”. Sin embargo, no hay día que los medios hegemónicos no hagan alguna imputación de corrupción contra la expresidenta, su familia sus funcionarios (que no llegan a mayores) pero que sirven para mantener el imaginario de que la corrupción es de otros, no de este gobierno.
Además de apropiarse del Estado para beneficio de las corporaciones concentradas, el macrismo quiere a éste fuera de la economía, limita al máximo sus funciones de contralor, aunque aumentó el organigrama a 22 ministerios, 87 secretarías, 207 subsecretarías, 687 direcciones nacionales y generales, 122 institutos y organismos descentralizados.
Todo esto –calcula el periodista Carlos Villalba- significa un total récord de 1125 unidades administrativas, para incorporar centenares de puestos gerenciales, proceso que dejó sin trabajo a dos decenas de miles de trabajadores, de los 115 mil que se encuentran “bajo análisis”, los 36.409 contratados, los más de 21 mil “jubilables” o las víctimas de las policíacas “auditorias de asistencia”. Esta tendencia se agravará a partir de noviembre, una vez concluidas las elecciones de medio término y en función del plan de ajuste que diseña el presidente con la colaboración del equipo de su ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne.
Norberto Bobbio decía que “el fascista habla todo el tiempo de corrupción. Hizo eso en Italia en 1922, en Alemania en 1933 y en Brasil en 1964. Acusa, insulta, agrede, como si él fuese puro y honesto. Pero el fascista es sólo un criminal, un sociópata que persigue una carrera política. En el poder, no vacila en torturar, estuprar, robar sus dineros (y los públicos), su libertad y sus derechos. Más que la corrupción, el fascista practica la maldad”.
La obsesión del poder fáctico de poner fin a la “negrada peronista” es antigua, y su objetivo es enterrar las políticas de igualdad social, de distribución de la renta, de desarrollo nacional y de inserción soberana, independiente e integracionista de la Argentina en el mundo.
Este ataque sistemático al kirchnerismo se inserta en una estrategia concertada que están llevando adelante grupos de poder económico, conglomerados mediáticos monopólicos y una facción servil del poder judicial, con el objetivo de proscribir liderazgos populares en futuras elecciones, eliminando así la posibilidad de que los procesos de cambio regional iniciados en la década anterior puedan ser retomados o profundizados.
Se apunta al desprestigio final de la política como canal de transformación social, promoviendo la desestructuración de la organización popular y replicando las tesis neoliberales del consenso de Washington, según las cuales el Estado es un actor inconveniente para el desarrollo de la economía y por ende, de la “vida pública”.
Así se consuma el amordazamiento de la expresión crítica, conduciendo al blindaje público de políticas dictadas por los mismos sectores de poder concentrado, que pretenden el realineamiento geopolítico de la región con un mapa imperialista caduco y decadente. La condena del expresidente brasileño Lula da Silva a cargo del mediático juez Moro, sin haber presentado evidencias, es una muestra de la persecución sistemática a la que se quiere someter a los líderes populares que amenacen al totalitarismo empresarial en curso.
Disparan desde la derecha
A principios de julio, el economista liberal José Luis Espert señalaba en el diario conservador La Nación que la Argentina es un país decadente, entre otras cosas, porque en el largo plazo tiende a crecer menos que sus pares y hace más de tres décadas que sus indicadores de pobreza no mejoran cuando el resto de los países emergentes sí lo hace. Uno de los motivos son las recurrentes crisis económicas por crisis de financiamiento de los déficits fiscales. A veces la inflación salta a niveles estratosféricos por exagerar con la emisión monetaria (el Rodrigazo de julio de 1975 y la hiperinflación de 1989-1990). Otras, por default producidos por llevar la deuda pública más allá de lo razonable (la crisis de la deuda de los 80 y el default de fines de 2001). O sea, lo que está mal es tener déficit fiscal, independientemente si se lo financia desde el Banco Central (BCRA) o si se recurre al crédito privado, señalaba.
Lo cierto es que el gobierno no para de nombrar gente y crear cargos ridículos (favor, contener la risa) -absurdos nombramientos de una Dirección Nacional de Movilidad en Bicicleta, otra de Transporte no motorizado, y una más de Movilidad Peatonal-, mientras se exige que se baje el gasto público, que crece más del 30% anual, mientras estudia la posibilidad de comprar un avión presidencial de 50 millones de dólares.
Los dueños de las decisiones
El vicecanciller Horacio Reyser Travers, una figura del riñón macrista, fue CEO del fondo de inversiones Southern Cross, y está sindicado en la justicia por los delitos de estafa y administración fraudulenta por haber filtrado información sensible del Estado argentino a empresas qataríes en el marco de la firma del tratado comercial con ese país.
El nuevo canciller Jorge Faurier (Susana Malcorra abandonó el cargo, pero sigue el monitoreo en las sombras), fue el segundo de Carlos Ruckauf cuando este cumplía tal función en el gobierno de Eduardo Duhalde, acusado de “omisión maliciosa” al ocultar en su manifestación de bienes, una empresa cuya propiedad compartió con Ramón Hernández, secretario privado de Carlos Menem, y el hombre que manejaba las cuentas cifradas en Suiza.
No es difícil ver la participación directa del capital monopolista y financiero en sus ministros Luis Caputo (ex JP Morgan y Deutsche Bank), Nicolás Dujovne (Banco Galicia), Francisco Cabrera (HSBC), Andrés Ibarra (SOCMA), Juan J. Aranguren (Shell), Marcos Peña Braun (La Anónima SA), y en su segunda línea, Gustavo Lopetegui (LAN Chile y de la consultora Mc Kinsey), Mario Quintana (Grupo Pegasus y de la consultora Mc Kinsey), Mara Eugenia Talerico, nombrada en la UIF (Unidad de Información Financiera) cuando fue la abogada representante del HSBC ante las denuncias del lavado de dinero.
Un país para pocos, atendidos por sus dueños, pero que como todos los conservadores son lacayos de los más poderosos. Esta elite conforma una sociedad donde la marginación, la pobreza, la ignorancia y el miedo les permita subordinarse y asociarse -como socios menores- al gran capital internacional y la sociedad se modele a su gusto y semejanza, señala el académico Horacio Rovelli.
Ahora se habla de cadenas de valor, pero menos del 30 % de las exportaciones ingresan en ellas como mero proveedor de alimentos, donde el 60,9 % de las exportaciones argentinas del año 2016 se dividen tan sólo en cinco productos primarios y su manufactura con bajo valor agregado. La banca trasnacional se encarga de la contabilización en cuentas paralelas que permiten la subfacturación de exportaciones y la sobrefacturación importaciones: la diferencia se deposita en guaridas fiscales, donde se esconden los ingresos. Menos ganancias en el país y, menor tributación.
El tipo de producción de enclave implica crecimiento para el sector elegido (extractivas, agro y alguna industrialización de las mismas), más allá de un limitado multiplicador por trabajos e insumos locales. Mientras, los salarios estarán siempre compitiendo en moneda dura con los de Brasil o México u otro país de la región que sea alternativa de inversión (de allí la urgencia de bajar el costo salarial en dólares, los que paralelamente se deprecian encareciendo el salario medido en divisas, en términos reales por el ingreso de los mismos por deuda y la bicicleta financiera).
Hay un doble cerrojo al proceso de determinación salarial: primero que no supere el salario medio industrial de cualquier país regional alternativo (en cuanto a inversión por las grandes empresas), y segundo, que las exportaciones puedan pagar las crecientes importaciones lujosas como autos, embarcaciones, whisky, jamón, perfumes, productos electrónico, a precio vil ante el atraso cambiario y la permisividad del gobierno al no limitar las compras externas. Y, también por la destrucción de las industrias nacionales que se animaban a producirlos, más la lógica de las grandes trasnacionales que con su integración empresarial toman en cuenta en segundo término las condiciones de desarrollo del país.
Es aquí donde juega el rol perverso de la bicicleta financiera, dado que relaciona la tasa de ganancia financiera en moneda dura con el resto del mundo mediante tasas positivas de interés, atrasar el tipo de cambio, reducir aranceles y/o desproteger el sector externo permitiendo sustituir la producción local por la extranjera. En lugar que el tipo de cambio lo fije la cuenta corriente de la balanza de pagos, lo fija la cuenta de capital atraída por la perniciosa combinación de atraso cambiario y altas tasas de interés, base de la inconsistencia del modelo macrista.
La administración de Macri trata de frenar la inflación con endeudamiento (externo e interno) y Letras del Banco Central (Lebac) y pases a tasas astronómicas, incrementando exponencialmente la deuda externa e interna del Estado. Conscientes que esto no lo pueden repetir permanentemente, se preparan para realizar un fuerte ajuste de las cuentas públicas y consolidar la deuda de corto plazo en un bono (similar al empréstito “9 de Julio” de Álvaro Alsogaray en la década de 1960).
El reciente informe del Fondo Monetario Internacional aparece casi como un “alter ego” del actual gobierno por lo que resulta útil repasar las principales advertencias e indicaciones que hace, no sólo porque permite vincularlas con decisiones ya impulsadas a lo largo de los últimos 18 meses sino también porque anticipa contenidos de su estrategia futura, que aspira a profundizar a partir de octubre, si le va bien en las elecciones parlamentarias.
Argentina, ¿modelo para la periferia?
La intencionalidad del poder mundial es visibilizar los “avances” argentinos con la reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio en Argentina en diciembre y del G20 en julio del 2018, donde se tratará la agenda de la transnacionalización y del libre juego del mercado: comercio electrónico, liberalización de la pesca o cambios regresivos en materia de desempleo y súper explotación, no solo en el país, sino en todo el mundo. El problema es que se consoliden los “avances”, ante la protesta laboral y las elecciones de octubre.Un gigantesco operativo de seguridad no logró impedir en Hamburgo la visibilización de la protesta ante la cumbre del G20, que algunos interpretan como un paso hacia la construcción de alternativas a las del capitalismo financiero, cuando la desigualdad creciente en el mundo muestra la realidad del mercado libre y la descarnada puja entre capitales hegemónicos y sus países de origen luchan en la OMC por manejar al economía mundial.
Quizá la Antártida argentina sea un buen lugar para blanquear ambas reuniones, y una forma natural de enfriar la protesta.
Aram Aharonian. Periodista, comunicólogo, magister en Integración, codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE), presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA).
(Fuente: Alainet)