Interrogantes y pasados oscuros merodean en torno al frustrado atentado contra Cristina Fernández. Un entramado vaporoso, o no tanto, donde confluyen una vecina locuaz de familia “ilustre”, dos grupos de ultraderecha, Nicolás Caputo -el otrora amigo del alma de Mauricio Macri- y el Palacio Estragomou, una de las sedes de la Triple A y en donde funcionó la revista Puntal, sucesora de El caudillo.

COSAS DE FAMILIA. Uno de los primeros Tezanos Pinto en arribar a estas tierras fue el joven Manuel. Antes lo había hecho un tío suyo, Joaquín Pinto, quien a mediados del siglo XVIII había establecido un almacén en la Ciudad de Buenos Aires. Ambos provenían de la comarca montañesa de Los Tojos, en Santander, España. Manuel no duró mucho en Buenos Aires. Muy pronto partió hacia Jujuy, en donde se dedicó a comerciar con Bolivia y Perú productos provenientes de Castilla y, a pesar de estar abolida la esclavitud desde 1813, también esclavos.

Arribado sin fortuna, no tardó en prosperar y tejer una red de amistades y un casamiento conveniente con Josefa Martina Sánchez de Bustamante, una de las familias poderosas de la provincia. Con el paso del tiempo, los casamientos oportunos fueron un hecho recurrente para crear una familia sólida en lo económico y en lo político. Tampoco se privaron de la endogamia, ya que no faltaron los casamientos entre primos. Algunos de esos descendientes fueron gobernadores durante décadas a principio del siglo XX, además de senadores y diputados nacionales.

Asentados por el norte argentino, Bolivia, Chile y Perú, e integrante del círculo del poder político y económico, la familia se autodenominaba “la empresa”. Razones no les faltaba para esa autopercepción. En 1912, los descendientes directos construyeron el Palacio Tezanos Pinto en el exclusivo barrio de Palermo Chico, en el cual vivieron hasta 1955, para mudarse luego a otro palacio, el Estragomou, en Retiro. En 1975, la propiedad ubicada en la urbanización diseñada por Carlos Thays se vendió a la familia Mariscotti, que le alquiló el inmueble a Felipe Romeo para que funcionara la redacción de la revista el Puntal, sucesora de El Caudillo, y también como centro operativo de la Triple A, según el testimonio de un teniente del ejército de nombre Juan Segura.

El gusto por los palacios era acorde a la prosperidad y los lazos políticos de la familia. En Entre Ríos, a 15 kilómetros de la ciudad de Paraná, a fines del siglo XVIII y en un pueblo fundado por la familia, construyen otro palacio, donde vivió un miembro de la familia con su esposa, una joven llamada Eloísa Moritán, quien al parecer vio algo poco conveniente que la perturbó emocionalmente y fue encerrada por su esposo en un altillo hasta su muerte. Al parecer, la cuestión se relacionaba con un hermano de Eloísa, que tenía malformaciones severas y ante el cual los empleados de la casa tenían la orden de guardarse para no observar a este hombre, que poco tiempo después murió de manera sospechosa y fue enterrado en los terrenos linderos a la mansión. Según los lugareños, una vez abandonada la construcción, el palacio lo habitaron los fantasmas de Eloísa y su hermano.

De tal familia proviene la empática vecina de Cristina, que no deja de mostrarse ante cuanta cámara de televisión se le presente para construir un personaje locuaz y por encima del odio de sus otros vecinos. Sin embargo, su actitud contemporizadora -atendió en su casa a una militante descompuesta- se desdice con su prédica en las redes sociales. Si bien esto podría mostrarnos un comportamiento esquizoide, también muestra que el pasado esplendorosamente oscuro se replica en el presente. Días antes al atentado perpetrado por Sabag y Brenda Uliarte, Ximena Tezanos Pinto recibió en su piso a Leonardo Sosa y Gastón Guerra, dos jóvenes de Revolución Federal y Nación de Despojados. Según dijo: para tomar un té y hablar de política.

Ambos, son hoy asistidos por la abogada Gladis Egui en las causas tramitadas por los escraches al ministro Jorge Ferraresi y a Sergio Massa. La abogada, se sabe, alquila una pieza en la casa de la anfitriona. Los dos hijos varones de la locuaz vecina son amigos de los hijos del fiscal Carlos Stornelli y revistaron como espías en la AFI durante el gobierno de Mauricio Macri. Ximena es también una asidua posteadora en Twitter, donde recibe ofrecimiento de ollas con agua hirviendo y lavandina para arrojar desde la terraza a los manifestantes kirchneristas.

Tampoco se priva de los posteos de un usuario llamado Sir Cacho, quien con un mensaje alusivo a la misa convocada en Lujan por el gobierno y en las antípodas de la convocatoria dice: “En el año ’55 el peronismo incendió iglesias; ahora la curia les cede la catedral de Luján para una fantochada populista. Claramente, en la iglesia de @Pontifex_es business are business, nada más”. Viendo quienes son los asiduos concurrentes a su domicilio, se puede decir que la casa de la Ximena Tezanos Pinto funciona como un centro de operaciones políticas y, por lo tanto, no ajeno al espionaje y otras coberturas sospechosas.

LOS COPITOS. Basta con mirar la información que circula en las redes sobre Brenda Uliarte y Fernando Sabag para constatar una precariedad económica que contrasta con el despliegue realizado para llevar adelante el atentado, frustrado por la impericia de Sabag a la hora de ejecutar el disparo. Un contexto del que surgen algunos interrogantes.

Todos los integrantes de la banda poseían celulares de última generación, inaccesibles para cualquier vendedor ambulante, aunque Brenda combinara la venta de copos de algodón de azúcar con la de producciones pornográficas de sí misma. Dos emprendimientos -por llamarlos de algún modo- que no generan grandes ingresos, o al menos no permiten costear el alquiler de un departamento en Recoleta, tal como pensaban hacer el grupo para tener un blanco más accesible de la presidenta.

Este punto generó y abona desde el principio el interrogante acerca de quién o quiénes eran los financistas de la operación criminal. Si uno realiza un mapa de las fundaciones que financian a los partidos políticos de ultraderecha siempre aparece como la cabeza ideológica y económica de estos aparatos la Fundación Atlas, con sede en 98 países y más de 500 fundaciones asociadas. Una red subvencionada por el poder económico de empresas como Pfizer, Shell, Exxon Mobil, Philipp Morris y Procter & Gamble.

Tanto Javier Milei, como su compañera en la lista de candidatos a diputados en las últimas elecciones, Victoria Villaruel, son asiduos concurrentes y disertantes en las reuniones conocidas como el Club de los Viernes, que auspicia la Fundación Atlas en la sede del Círculo Militar. No existe político de ultra derecha a quien la Red Atlas no financie en los cinco continentes. Tanto el banquero Guillermo Lasso en Ecuador, como Jair Bolsonaro en Brasil, recibieron importantes aportes para sus campañas electorales. Entre las herramientas políticas creadas por la fundación se encuentran los famosos think thanks, o laboratorio de ideas, con la finalidad de influir masivamente a través de los medios de comunicación hegemónicos mediante discursos elementales de corte reptiliano.

Una de las consecuencias de la repetición constante de estos discursos es la aparición de grupos exaltados que en nombre de la libertad se declaran enemigos del Estado, se niegan a pagar impuestos y ven como vagos, marginales y enemigos del progreso a quienes reciben un plan social. Estos grupúsculos y células suelen pasar en cierto momento de la protesta rabiosa y el escrache a la acción. Tal como le auguraba Brenda Uliarte al amor de su vida y cómplice, Agustina García: “Hay que dejar de protestar, es hora de pasar a la acción. Llenemos de molotov la casa de gobierno”.

A la vista está que los integrantes de este grupo de haters no posee el poder económico para llevar adelante un magnicidio por sus propios medios. Entrevistado en un programa de C5N, el experimentado abogado penalista Miguel Ángel Pierri señaló que el financiamiento no había que rastrearlo ni en cuentas corrientes o cajas de ahorro a nombre de los complotados, sino en depósitos de criptomonedas, más complicadas de seguirle el rastro.

Sin embargo, lo apuntado por Pierri -y con el cual se puede coincidir-, parece desvanecerse en el aire. Si el complot se hubiera financiado por quienes toman recaudos y medidas de seguridad extremas para resguardar una o varias identidades su conjetura tiene lógica. Cuando las determinaciones se toman desde las estructuras del poder económico y político de la derecha, que se maneja con impunidad, su conjetura se desmorona.

Y es así que los hilos conductores de la investigación de pronto muestran a un hermano de la vida de Mauricio Macri, Nicolás Caputo, como aportante de una suma millonaria a la ultraderechista Revolución Federal, liderada por Leonardo Sosa y Jonathan Morel, quienes en conjunto con una escisión llamada Nación de Despojados, convocaron a movidas violentas en las que exhibieron guillotinas y bolsas mortuorias frente a la Casa Rosada. Dos agrupaciones con las cuales -principalmente con la primera- Uliarte, Montiel y Nicolás Carrizo -jefe del emprendimiento de los copitos- tenían lazos estrechos, ya que integraban los grupos de WhatsApp convocantes y concurrían a los escraches programados.

Sí, el mensaje de Brenda a Agustina, en el cual le decía “si me quedo sin plata, ya sé a quién recurrir”, sonaba misterioso. Sin embargo, a la luz de la información surgida en las últimas horas el misterio no parece tal.