El oficialismo machaca con su slogan favorito, “sí se puede” al que ha vaciado de toda su historia y parte de su significación. Una buena oportunidad de hacerla propia y empezar a desandar un camino donde casi nadie puede.

[¿]Y si nos apropiamos de la consigna “sí, se puede”? Si el “nosotros” implícito como sujeto de “nos apropiamos” es el conjunto de quienes nos oponemos a las políticas del gobierno de Mauricio Macri y aspiramos a recuperar lo que desde el inicio de su gestión está siendo devastado para iniciar así un camino hacia una Argentina más habitable, ¿qué tal si ese “nosotros” también se pone a corear “sí, se puede”? Viendo en un video  el encuentro entre el candidato de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, y el español Pablo Iglesias, de Podemos, el modo en que ahí aparece pronunciada la veterana “Libertad, igualdad, fraternidad” me hizo percibir esas tres palabras de un modo diferente. No estaban diciendo exactamente, en el contexto de una Europa inmersa en el neoliberalismo, lo que en ellas uno estaba acostumbrado a escuchar.

Es notable cómo se resignifican y/o revalorizan las palabras según quién, cómo y en qué situación las dice, pensé, pocos minutos antes de que otro cantito, el “sí, se puede”, me pegara fuerte: no se imaginan ellos, los partidarios de Podemos, hasta qué punto la consigna en la que sostienen su identidad y de la que obtienen en parte su fuerza nos patea el hígado a muchos argentinos, para quienes esas tres palabras o esas cuatro sílabas significan más bien lo contrario que para los españoles, estén a favor de Podemos o en contra.

Una de las muchos aciertos que le permitieron al macrismo llegar al gobierno y que lo están ayudando a sostenerse es su capacidad de reciclar componentes de la cultura y la política de muy diversas procedencias –para algo le pagan a Durán Barba–, pero antes de Macri y su equipo hubieron otros, a decir verdad, que echaron mano al “sí, se puede” para cargarlo de otros sentidos. Empezando por Podemos, que aprovechó, con una ligera modificación, el “Yes, we can” con el que Barack Obama llegó a la presidencia de Estados Unidos.

Me tocó escucharlo, por pura casualidad, el 4 de noviembre de 2008, entonado por miles de negros, jóvenes y supérstites de las luchas de los años sesenta y principios de los setenta, que hasta obligaron a la policía a cortar el tránsito mientras esperaban los resultados de la elección ante las gigantescas pantallas de Times Square, y al celebrarlos después. Por más que se sospechara que el gobierno de Obama iba a ser más o menos como lo que efectivamente fue, no podía uno menos que dejarse contagiar por el entusiasmo de esos yanquis, que probablemente ignoraran que la consigna había sido antes usada por los chicanos que llevaron a cabo la huelga de trabajadores de limpieza de Los Angeles, en el 2000.

 

Hay una película buenísima de Ken Loach, Pan y rosas, que da cuenta de esa epopeya. Ahí, parece, fue la primera vez que apareció la frasecita, en castellano y en inglés, “Sí, se puede” y “Yes, we can”. Trece años después, ya con Obama en el gobierno, iban a retomarla en Sacramento otros trabajadores, reclamando una ley de protección laboral a los empleados domésticos. Suena entre triste y grotesca la comparación entre lo que significaba “sí, se puede” para los marginados y superexplotados chicanos de California y lo que quieren dar a entender con esas palabras los sostenedores de la gestión Cambiemos.

¿Y qué pasaría, entonces, si quienes estamos en contra de las políticas del macrismo empezáramos también a hacer uso del “sí, se puede”? Si, como se supone, los partidarios de este gobierno no van a abandonarla, ¿no adquiriría un sentido completamente distinto la consigna al ser pronunciada por un “nosotros” tan diferente? ¿No redoblaría su potencia el gesto de apropiarse visiblemente de eso que identifica al “otro lado” y resignificarlo de hecho? Sería la primera vez, probablemente, que la misma frase sea entonada desde dos bandos adversarios, al menos en Argentina: ¿no tendría eso un impacto político, aunque más no fuera por lo que tiene de sorprendente y audaz? “¿Qué es lo que se puede?”, es la cuestión. Al fin y al cabo, tanto en las manifestaciones opositoras como en la oficialista de marzo y abril se vieron banderas argentinas: ¿significaba lo mismo esa bandera para unos y para otros? ¿Decían lo mismo las cacerolas de 2001 y las de 2008? “Asimilar la distorsión y devolverla multiplicada”, le gustaba repetir a Leónidas Lamborghini, es una tarea de los poetas y los pueblos.