Tanto el recambio ministerial como la serie de medidas que va anunciando el gobierno implican un tipo de peronización clásica, un peronismo hacedor que –diría Perón- no saque los pies del plato. Habrá que ver el impacto social de esas medidas y si ese impacto llega a tiempo para las próximas elecciones.

Querían más peronismo? Ahí tenés más peronismo.

Una buena cantidad de intérpretes de los cambios ministeriales sucedidos tras la derrota oficial coinciden en decir que esas movidas implican una salida hacia algún tipo de peronismo llamémosle más clásico, corrido hacia el centro. Si dijéramos peronismo ortodoxo erizaríamos la piel de no pocos lectores de Socompa. Por alguna razón -en la que lo que importa son unos ecos raros e incómodos- sumar el adjetivo “ortodoxo” a peronismo inquieta. Tras episodios electorales fuleros (pero nunca tanto como el de la última y estruendosa derrota) Néstor Kirchner primero y CFK después salieron de la caída más bien por izquierda. Izquierda moderada, claro, o centroizquierda. Pareciera que ahora las cosas no son como fueron, o si lo son aparecen muchos matices y rostros de centro. El de Aníbal Fernández es tal vez inclasificable pero simpático.

Los cambios ministeriales fueron definitivamente impulsados por CFK –y se supone que aceptados con sonrisa Dylan por el presidente- pero no parece que para “radicalizar” políticas sino para imprimirles, a las que sean, mayor dinamismo, mayor eficacia y –sobre todo- para que lleguen mejor y más rápido en beneficio de los que más padecen, aunque también de las clases medias. Lo cual, en la impotencia interpretativa a la hora de definir qué demonios es la esencia del “peronismo”, no deja ni de ser peronismo ni de tener algún condimento de “centroizquierda”. Por lo dicho anteriormente: porque se supone que el gobierno y su pata kirchnerista no quieren cagarse en las mayorías –como lo haría un gobierno de derecha plena- sino como mínimo protegerlas. Sea dinamizando las economías, sofisticando las agropecuarias, acelerando las extractivistas (petróleo), anticipando jubilaciones, pagándole parte del sueldito a las empleadas domésticas para que trabajen en blanco, activando el turismo interior (muchísimos se anotan en el plan previaje aunque puteen al gobierno). Más medidas: suba algo módica del salario mínimo, nuevo piso de Ganancias, extensión de los REPRO, moratorias ante la AFIP, obras públicas y acaso se anuncie otra versión del IFE y bonos para jubilados y beneficiarios de la AUH.

Las herramientas de otras políticas (agro, petróleo) son opinables. El que escribe no se atreve a analizarlas en fino ni a juzgarlas. En cambio, le generan alguna preocupación las muchas flexibilizaciones decididas en torno de la pandemia, justificadas en la fuerte caída de casos de contagio y muerte, en la algo enigmática no proliferación de la variante Delta, pero que aun así causan algún temor cuando por ejemplo se decide abrir los boliches para los pibes, “con protocolos”. Mismo temor con relación a que puedan venir turistas extranjeros.

Risas a la derecha

Hay que bancarse las sornas de la derecha se trate de volver a la normalidad todavía en pandemia o sus críticas cuando dicen que el gobierno se va a gastar lo que no tiene en las políticas que sean con tal de recuperar votos. Es así, como trina de la derecha. Con el pequeño detalle de que es legítimo que un gobierno meta plata en los bolsillos de la gente –para eso está- y que intente recuperar votos –porque con menos votos es mucho más complicadito gobernar-. La política versa de esas cosas, entre otras muchas. La política, administrada en este caso por Juan Manzur, lleva a necesidades tales como que el ministro tucumano haya decidido repartir entre 5.500 y 6.500 millones de pesos en ayuda social pero no mediante el IFE sino a través de gobernadores e intendentes. Dice que de ese modo –y no con el IFE algo abstracto- la gente percibe mejor quién le está dando una manito. ¿Qué diría la derecha, y acaso el progresismo? Horror. El modo de reparto, de paso cañazo, se supone que implicaría una mayor presencia y actividad de los intendentes. Su presunta pasividad en campaña, según opinan dentro y fuera de la Rosada, sería otra razón de la derrota en las PASO.

Para ganar en gobernabilidad, y en la propia gobernabilidad interna del Frente de Todos, es que CFK propuso a tipos como Juan Manzur. Eso puede llamarse también “más peronismo” y también pragmatismo cuando las cosas se ponen delicadas. Se busca más cohesión con alguna resonancia federal. Gobernabilidad con los gobernadores. Dejamos que a cada lector la expresión pragmatismo le suene como le plazca. Y nos atrevemos a decir que aun en provincias con gobernadores peronistas “conservadores”, con sus muchas variantes y folklores, suelen haber dosis “socialdemócratas” (según la tesis de Torcuato Di Tella cuando comparaba Roosevelt y Perón) que aun con sus matices feudales han diseñado relativos sistemas de protección social, sanitaria, habitacional. Desde el San Luis de los Rodríguez Saá a la Patagonia (y allí, según dónde, con los recursos y regalías del petróleo, en un sistema que entró en crisis). Para decirlo de algún modo, bien defensivo, más vale el promedio histórico de lo hecho por el para-peronismo del viejo Movimiento Popular Neuquino que un (difícil de imaginar) Macri de provincia. Claro que también conocimos gobernas perucas algo esperpénticos.

Que funcionen los que no funcionan

El gobierno busca recuperarse de la paliza de las PASO con más y mejor gestión y con pronóstico reservado. El efecto ampliado de cualquier política reparadora siempre va a demorar más que la llegada de la segunda vuelta. Y de nada sirve –en términos electorales, o de entendimiento popular, o de ataque mediático o político salvaje- explicar la herencia macrista, la deuda monstruosa contraída por el ingeniero, lo dificilísimo que resultó gobernar en pandemia dados los efectos deletéreos que causó en la economía global y la local esa misma pandemia. Alfredo Zaiat escribió esto al respecto. Es una nota necesaria de leer antes de ser impiadoso con el gobierno de Alberto Fernández.

A la par de poner sus expectativas en lo que pueda hacerse “ya” desde la gestión, el oficialismo tiene esperanzas puestas en los que no votaron, que como se sabe fueron unos cuantos. La esperanza puesta en los que no votaron y –se supone, se desea- votarán oficialismo porque –se vuelve a suponer, se vuelve a desear- nunca votarían a los verdugos de la derecha. La baja participación se registró particularmente en lo que oficialmente se denominan las barriadas populares, lo que por mera derivación o regla transitiva serían barriadas peronistas. “El peronismo unido” que se supone no pierde elecciones ya perdió. Habrá que ver si el paradigma de las barriadas populares no entró también en crisis. Sea esa una crisis coyuntural o definitiva y ahí te quiero ver. El kirchnerismo mismo también atraviesa un momento complicado. Del que podría salir –con el peronismo a secas, esa cosa no contaminada, “con sus anticuerpos” diría el General- en las elecciones presidenciales solo si la economía mejorara y mucho. Y rezando a todos los dioses.

¿Se puede?

La pregunta reiterada: ¿hay posibilidades de acortar la distancia con la oposición o primará el efecto inercial? Traducción posible: el votante diciéndose veo que muchos castigaron al gobierno, yo también, voto a los que ganaron, voto no sé qué, pero otra cosa. Las encuestas que publican los medios del establishment por ahora no sugieren una recuperación del gobierno.

Si es por caudal de votos y yendo solo al caso de la provincia de Buenos Aires, la pregunta es cómo se achica –o se contiene- la diferencia a favor de 356 mil votos que obtuvo la oposición.

Si es por la futura conformación del Congreso, el FdT aspira a que le vaya mejor en La Pampa.

Si es por buenas medidas que a menudo tienen que ver con cuestiones de género, es posible pensar que tienen mejor recepción en el microclima –ampliado- de ciertos sectores de las clases medias urbanas pero que la batalla central debe darse contra la pobreza, la pérdida del salario real, en la economía.

Y luego se dicen y anuncian cosas. La puesta en escena, con Alberto y CFK de nuevo juntitos, de los nuevos anuncios vinculados con el sector agropecuario no conmueven. A Julián Domínguez se le escucharon más abstracciones que ejemplos llenos de vida “y realidades conducentes”. No porque las medidas no tengan realidades conducentes sino porque el ministro se expresó flojito, falto de claridad y polenta. Propuso el ministro a sus pares que a partir de ahora digamos “agro-bio-industrial”. No hubo aplausos.

De lo que antes llamábamos “campo” –y así le diremos por siempre desde La Nación y Clarín- suena difícil que se recuperen votos, aunque Domínguez esté mandando buenas vibras (carne, exportaciones, olvídate de retenciones). Sí, a mediano o largo plazo, si las medidas ayudan a los muchos que trabajan vinculados con las mieses y las vaquitas, puede que el gobierno recupere simpatías. Pero las elecciones vienen antes, al menos las de medio término.

Se dice ante el periodismo que Alberto bajará seguido al territorio para que lo vean. “Pero sin cámaras”, ¿para que no lo vean? Todos están volviendo al territorio, bendito sea. Y ahora Alberto dice “cultura del encuentro” (modo cerveza Quilmes) más que “diálogo”. Vaya a saber cuánto y qué escuchan de uno y otro lado de la grieta. Aunque duela, si escuchan, puede que suene a mero discurso de cualquier político. Eso sigue siendo un problema para AF y para el gobierno: falta potencia, falta identidad.

La consigna hoy, para el gobierno, es anunciar buenas noticias todos los días. Se entró en ese camino. Están en eso los muchachos, arremangándose, como debe ser.

Vamos a ver, dijo un ciego, contando los minutos de descuento.

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