Fue el rostro femenino de la masacre de Ezeiza. Una historia de militancia que se inició en el Partido Comunista y terminó en el costado más reaccionario del peronismo.
La historia registra que después del golpe que derrocó a Hipólito Yrigoyen hubo acciones de resistencia a la primera dictadura del siglo XX en la Argentina. Una de ellas fue el levantamiento de los hermanos Kennedy en Entre Ríos. Eduardo, Roberto y Mario (los dos primeros, homónimos de dos Kennedy que llegaron a senadores en Estados Unidos, hermanos a su vez de un presidente), tomaron la ciudad de La Paz, en el límite de la provincia con Santa Fe. Se terminaron escapando a Uruguay, dejando tras de sí la estela de románticos defensores de la democracia.
Pocos meses después vio la luz en Entre Ríos otra Kennedy, Norma. Su historia quedaría ligada a una fecha bisagra del siglo XX en la Argentina: el 20 de junio de 1973. Su vida se apagó otro 20 de junio, 44 años más tarde. Hace pocos días.
La acción política de Norma Kennedy comenzó en 1954, en el Partido Comunista. Fue detenida junto a un grupo de estudiantes y un diputado radical, Santiago Nudelman, presentó un pedido de informes al Poder Ejecutivo preocupándose por su suerte. Años más tarde no se la vería del otro lado del mostrador preocupándose por presos políticos, sino fogoneando persecuciones.
Para 1956 había virado del PC al grupo de César Marcos, un suboficial peronista que estudiaba la obra de Marx y lideraba el Comando Nacional, uno de los primeros grupos de la Resistencia Peronista. En ese grupo conoció a quien sería su compañero de aquellos años: José María Aponte. Con él iniciaría el periplo de los asaltos para financiar la acción política, como en el robo a la Panificación Argentina. En su semblanza de la Kennedy en Ezeiza, Horacio Verbitsky la caracterizó como “la primera mujer que empuñó una ametralladora en un operativo político en este país”.
El robo a la Panificadora la llevó a la cárcel. Su abogado fue Fernando Torres, emblemático representante legal de la UOM en esos años. Patricio Kennedy, el hermano de Norma, fue el encargado de llevar a los directivos de la Panificadora a la rueda de presos en la que ninguno la reconoció como miembro del grupo asaltante.
Hacia 1962 ya había otro hombre en la vida de Norma: Alberto Rearte, hermano de Gustavo, uno de los símbolos de esos años de lucha, y organizador de un grupo que una década más tarde concentraría la furia de la novia de su hermano: la Juventud Peronista. Aponte no toleró muy bien la ruptura de su relación; los celos tuvieron una dramática consecuencia.
En agosto de 1962, Aponte fue detenido en una razzia de policías bonaerenses en la Capital Federal. Su socio René Bertelli llegó más tarde al lugar donde debía encontrarse con Aponte y mató a los dos oficiales que habían quedado apostados tras el operativo. En la Brigada de San Martín, el interrogatorio a Aponte pasó a los apremios al conocerse la muerte de los efectivos. Entonces, para frenar los golpes, dijo que cuando lo atraparon estaba esperando a una persona, y dio el nombre de Alberto Rearte, el hombre que le había robado el corazón de Norma Kennedy. Como referencia para que ubicaran a Rearte dio otro nombre: Felipe Vallese, un íntimo amigo y miembro del grupo primigenio de la JP. Los policías se llevaron a Vallese a la rastra la noche del 23 de agosto de 1962. Nunca más apareció.
Norma y Rearte fueron padres de un niño, Felipe, que solía quedar a cargo de Celia Kennedy, la hermana que blanqueaba el dinero robado por la militante y Patricio en operativos; generalmente robaban autos.
Más tarde, Norma viajó a Cuba. Lo que le pareció un machismo intolerable de parte de la Revolución Cubana la alejó de Fidel Castro. Y comenzó a tratar a Ciro Ahumada, capitán del Ejército dado de baja por sus simpatías peronistas y nombre clave en los hechos de Ezeiza. Ahumada se asoció con Bertelli en una empresa de importación y exportación que respondía a los negocios de Jorge Antonio en Brasil. Justamente, Kennedy y Ahumada coincidían en La Habana cuando el gobierno revolucionario los invitó a abandonar la isla.
Al despuntar los 70, Ahumada se conectó con la pieza fundamental del 20 de junio, el teniente coronel Jorge Manuel Osinde. Se asociaron en una empresa de mayólicas y comenzaron a agrupar a las dispersas células del peronismo más tradicional, las que veían con malos ojos la cercanía de Perón con esos grupos juveniles embelesados con Fidel, el Che y el Mayo Francés. Tomaba forma la extrema derecha peronista.
Norma Kennedy entró en acción en pleno Gran Acuerdo Nacional, el proyecto aperturista del general Alejandro Agustín Lanusse. Fue en noviembre de 1971, en plena interna peronista. Caía en desgracia Jorge Daniel Paladino y Perón entronizaba como su delegado a Héctor Cámpora. Un grupo afín a Paladino tomó la sede del Consejo Superior de Justicialismo. Había que desalojar a los díscolos, y hasta allí fue la otrora militante del PC junto a los muchachos de una facción que también daría que hablar en los bosques de Ezeiza: el Comando de Organización, liderado por Alberto Brito Lima. La batalla de Chile 1468 se saldó con la muerte de Emilio Castro, miembro del Comando, y varios heridos. Entre ellos, Kennedy, que recibió tres disparos por la espalda.
Perón no pudo ser candidato presidencial y dejó su lugar a Héctor Cámpora. El 11 de marzo de 1973, el peronismo pudo competir después de 18 años de proscripción, aunque Lanusse había evitado la candidatura del General y apostado a un ballotage que aglutinase a todo el arco antiperonista. El experimento salió mal: Cámpora orilló el 50 por ciento y Ricardo Balbín, de la UCR, juzgó innecesaria la segunda vuelta.
Entonces comenzó la conspiración de la derecha peronista para limitar al candidato vicario, que se había rodeado de los grupos más dinámicos del movimiento. Rodolfo Galimberti, de la JP, habló de formar milicias populares. Prendió la chispa entre los grupos de la ortodoxia y Perón convocó a una reunión para aclarar la situación. Era abril de 1973. El entuerto se resolvió a favor de la derecha, en lo que fue un careo de Galimberti con los ortodoxos. Entre ellos, estaba Kennedy, que consiguió un conchabo en el ministerio más sensible al ideario peronista, el de Bienestar Social, donde también revistaría Osinde. Comenzaba a tomar forma el armado que tuvo su acta de presentación ante dos millones de personas, al despuntar el invierno.
Una vez asumido Cámpora, la derecha le quiso marcar la cancha con ocupaciones en radios y universidades. Los del Comando de Organización decían presente en la mayoría. La derecha copó la comisión que organizó el acto de recibimiento de Perón. Juan Manuel Abal Medina era el único disonante en un quinteto con cupo femenino Norma Kennedy.
El 20 de junio se produjo el aquelarre. Perón no pudo bajar en Ezeiza y hablar ante una multitud. Lo hizo en Morón, en medio de disturbios que causaron la muerte de por lo menos 13 personas. En retrospectiva, acababa de entrar en escena la federación de bandas que se agruparía como la Triple A y la Concentración Nacional Universitaria (CNU). La derecha peronista mostraba su cara más salvaje y Kennedy estaba del lado de los macartistas del movimiento. Su buen amigo Ciro Ahumada había copado el palco, paseándose con hombres que portaban armas largas. Y su compinche Brito Lima, con los muchachos del Comando de Organización, repartían cadenazos, mientras se torturaba en el Hotel Internacional de Ezeiza.
Kennedy tuvo su descargo por televisión el 26 de junio. La Tendencia la responsabilizaba junto a Osinde y el líder de la CGT, José Rucci, de la emboscada. Reivindicó la decisión de no entregarle el micrófono a Dante Gullo, de la JP, para llevar calma en medio de la batahola, porque según ella sólo debía hablar Perón. “Yo no tengo ninguna cuenta pendiente. Si la tengo, espero que no se la cobren en la puerta de mi casa, donde no hay más custodia que la de mi propia conciencia, propiedad inalienable del general Perón”, dijo.
Siguió militando en los grupos de ultraderecha, combatiendo a la Tendencia, la infiltración marxista y la sinarquía, que según ella y sus amigos atentaban contra la raíz nacional del peronismo. Quedó inexorablemente ligada al lopezreguismo. Llegó la dictadura y fue presa tres años. Peor suerte tuvieron su hermana y su cuñado, que están desaparecidos desde mayo de 1976. Por ese hecho apuntó contra Aldo Rico.
El decreto 2743/90, del 29 de diciembre de 1990, firmado por el presidente Carlos Menem, le dio la gracia del indulto. En una misma tanda de decretos, ese beneficio alcanzó a Mario Firmenich, el líder de los Montoneros que ella detestaba, y los comandantes del Proceso, que habían continuado, desde el poder dictatorial, la cruzada anticomunista que ella encarnó, al punto de llevarse a familiares de la dirigente. Estaba encausada por malversación de fondos públicos en sus épocas en el ministerio de López Rega.
Su nombre quedó ligado al 20 de junio de 1973 y a los momentos más oscuros del peronismo. Una rara simetría del destino quiso que dejara de existir otro 20 de junio. Muchos no sabían que aun vivía; la vorágine electoral hizo pasar la noticia casi inadvertida.