Acá va otra lectura, esta vez muy frontal y desde la identidad peruca, sobre el resultado de las elecciones del domingo. Es decir: el triunfo de “un gobierno horrible de seres horribles”.
Hay que impedir que juegues para el enemigo”, cantaba Luis Alberto Spinetta. Me gusta la cita porque permite evitar ciertas medias tintas que demasiado a menudo esterilizan el debate político. Yo creo muy profundamente que Cambiemos y su gobierno horrible de seres horribles son el enemigo. Y me parece que es bastante fácil sustentar esa definición. No tengo otro modo de ver a la gente que quiere que vivamos peor: que endeuda a generaciones, arrasa con derechos históricos de los trabajadores, planea una reforma previsional que obligará a los viejos a trabajar vaya a saberse hasta qué edad, destroza el PAMI para que esos viejos que obligarán a trabajar paguen por los remedios, hace desaparecer gente y luego se burla de su muerte por televisión. El resultado de las elecciones no altera mi opinión sobre lo que son y lo que hacen: para eso está el periodismo deportivo, tan afecto siempre a embellecer a los que ganan.
En ese contexto, una derrota electoral duele mucho. Porque los circunstanciales ganadores expresan una concepción no ya de la política sino de la vida opuesta a la de uno y a la de -uno quiere creer- la de los millones que no los votaron. No me fumo mucho lo de la derecha moderna, me parece más bien una huevada con pretensión politológica. No los veo nada modernos. Los miro y veo a los herederos de Roca, de Aramburu, de la Ucedé, de Martínez de Hoz, de Cavallo. Y lo de “herederos”, si analizamos algunos apellidos, no es sólo una definición ideológica. Ahora bien, sucede que ganaron las elecciones en el 2015 y ahorita mismo las volvieron a ganar. ¿Será acaso que todos sus votantes son como ellos?
Esteeee, buenoooo, no. No todos. Algunos creen de buena fe que estos tipos son otra cosa distinta de lo que todas las evidencias indican que son. Que es cierto que hay que vivir peor para luego estar un poco mejor. Que sí, se puede. A esa gente de buena fe hay que persuadirla. Hay que impedir que juegue para el enemigo. Con esa gente, sí, se puede… hablar.
Otros, y esto es lo más doloroso, aspiran a ser como ellos. ¿Cuántas veces en sus vidas escucharon el sintagma “negros de mierda”? ¿Qué tipo de diálogo aspiran a sostener con quienes lo usan a menudo? He sentido en estos días la famosa “sensación de estar rodeado de hijos de puta”. No es tan así, desde luego. Pero no nos engañemos, es también un poco así.
El marco de estas elecciones tuvo una gravedad inusitada. Porque esta vez, además de todo lo que ya sabíamos, hubo un cadáver. El cadáver de Santiago Maldonado, un joven militante que fue reprimido por Gendarmería, que estuvo desaparecido 80 días y que apareció de manera misteriosa en un lugar que había sido rastrillado tres veces.
-Estábamos preocupados por este chico, por suerte apareció -dijo Susana Giménez, una cambiemita ejemplar, con la misma liviandad con que Elisa Carrió lo relacionara antes con Walt Disney. El mismo día en que Carrió dijo lo de Walt Disney también dijo, sacando pecho y muy orgullosa:
-Lo encontró el Estado.
El lado luminoso de la Fuerza
Ante este abismo ético y de clase que nos separa, las definiciones políticas que explican el resultado a partir de inconductas del derrotado (división del peronismo, soberbia de Cristina y/o de Randazzo), suenan un poquitín insuficientes. Una de cal y una de arena. Cierto es que no es justo refregarle la derrota al único que se les puso enfrente con cierto ímpetu -me refiero aquí a CFK- y cierto es también que hubiera sido mejor ganarles. De tanto en tanto discuto amablemente con gente muy querida que alega que Cristina no permitió que surgieran nuevos liderazgos en el peronismo que entusiasmen a la sociedad. Bueno, no estoy de acuerdo: tales “nuevos liderazgos” no piden permiso, simplemente surgen. O no, como en este caso.
En el acto del 16 de octubre en el estadio Juan Domingo Perón, bien lejos de la atrocidad forsteriana que describe al kirchnerismo como una anomalía histórica, Cristina y Jorge Taiana apelaron a la mejor tradición peronista. Recordaron a Perón desde sus inicios en la Secretaría de Trabajo y Previsión y hablaron de los derechos de los trabajadores y de la soberanía política, la justicia social y la independencia económica, esas antiguallas cuya mención no necesariamente te hace parecer ingenioso en Twitter. No sé a cuánta gente persuadieron: yo escuché sus discursos como quien escucha al lado luminoso de la Fuerza. Enfrentaban, al fin y al cabo, a quienes pretendían convencernos de lo grato que es vivir en la incertidumbre y de que el salario es un costo más.
Tanto es lo que hay en juego que de aquí en adelante habrá que afinar el lápiz, hacer todas las transas necesarias para que todos queden conformes, para que el 45 le gane al 55, para que quienes pretendemos redistribuir las riquezas les ganemos a los que quieren que seamos la Singapur sudamericana, para que quienes queremos Justicia por Santiago les ganemos a los que prefieren echarle la culpa al río. Hay una serie de valores que nos unen, o al menos quiero creer que nos unen, a las mayorías. Sólo tenemos que convertirlos en un programa de gobierno y en una lista que nos convoque y nos incluya a todos. No es tan fácil, tampoco es imposible, pero siempre será mucho mejor que esta fiebre amarilla que, como la de 1871, va a dejar un tendal en las calles.
“Con Cristina no alcanza, sin Cristina es imposible”, escribió el amigo Jorge Bernárdez en Facebook. Y tiene razón. En esa disyuntiva estamos. Y lo que es peor: con el peronismo (aún unido y enterito) tampoco alcanza, y sin el peronismo también es imposible. Mientras se construye de a poco el sabio engrudo que pegará los fragmentos dispersos, nos espera la siempre bien ponderada “unidad en la acción” con la izquierda y otros interesados en frenar o al menos moderar este espanto elegido por el pueblo. Porque ya sabemos que ellos, los defensores de la república, de republicanos no tienen nada excepto cierta simpatía por el partido estadounidense del mismo nombre. Porque, por increíble que parezca, están convencidos de que hasta ahora han sido gradualistas y se preparan para lo peor, el fist fucking que nos hará ver la luz al final del túnel. Porque ya sabemos qué intereses representan y qué son capaces de hacer para defenderlos. Y porque no estamos rodeados de hijos de puta, pero un poquito sí.