La acusación a Cristina de haberle hecho una macumba, quiera decir esto lo que sea, al bastón presidencial es un episodio más en la trayectoria de un político que suele apelar a brujos y a pseudociencias para tomar sus decisiones. Empezó su mandato desnergizando su despacho y se va dejando al país en un aquelarre.
Hace un tiempo el orfebre Juan Carlos Pallarols reveló por qué Mauricio Macri pudo haber “quebrado la tradición” iniciada con el regreso a la democracia en 1983, cuando rechazó el bastón de mando por él confeccionado. En 2015, una persona que se presentó como funcionario del Gobierno entrante lo llamó. “Me consultó si había prestado el bastón a la Presidente (Cristina Fernández de) Kirchner para hacer una macumba”, recordó.
El artista aclara que nunca pudo comprobar si esa persona representaba o no al Gobierno de Macri. Pero Pallarols se sintió ofendido y así lo manifestó. “No sé si reírme”, le dijo. A partir de entonces, interpretó que el desinterés de Macri por recibir su obra estaba relacionado con ese temor a que “le hicieran una macumba”. Nunca recibió otra explicación. Tampoco trascendió otro motivo: poco antes del traspaso de mando, el equipo de Macri devolvió el bastón realizado por Pallarols y aceptó otro, realizado por el joyero Damián Tessore y el ebanista Alberto Pérez, ambos de la ciudad de Mercedes, provincia de Buenos Aires.
Dolido en su momento por el desprecio presidencial, Pallarols contó que se hizo tanta mala sangre que su salud pendió de un hilo: le atribuye a la peripecia en cuestión una pancreatitis por la que le tuvieron que sacar la vesícula. Explicó que había dedicado once meses de su vida a viajar por las 24 provincias para que habitantes de todo el país sumaran un golpe de cincel a la empuñadura de plata del bastón presidencial.
A lo largo de cuatro años mantuvo en silencio el motivo de su decepción.
Otro suceso abonó a la sospecha. El orfebre relató que en 2015 unos supuestos empleados de ceremonial fueron a su casa a buscar “medio de prepo” el bastón, cuando él “había dado la orden a su secretaria de que, si no se hacía la ceremonia según la tradición, no se lo entregara a nadie”. Aquel día, recordó, “amenazaron a mi empleada, quien con mucha garra empezó a gritar y se armó un lío. (Como) había tres estudiantes de periodismo del diario Crónica, los supuestos guardias de ceremonial escaparon. Fue público. Yo no estoy de un lado ni del otro. Quiero que se cumpla la tradición.”
En una entrevista que dio a TN el mismo día de la famosa amenaza, a fines de 2015, contó que “un tal Jorge de Ceremonial” llamó por teléfono dos veces y advirtió que si no lo entregaban “iban a mandar buscar el bastón por la policía”. Pallarols le dio la palabra a Susana, su secretaria: “Este señor, Jorge, me dijo que necesitamos urgente (el bastón) porque si no ‘vamos a tener que tomar otras medidas, porque ya tendría que estar acá’. Le dije: ‘usted me está amenazando’” , explicó en un video embebido por Perfil el 3 de diciembre de 2015. Y explicó que el director de Ceremonial intervino para calmar los ánimos. Al parecer, el bastón fue entregado y devuelto en el lapso de pocos días: se advierte que Ceremonial quiso utilizar el bastón realizado por Pallarols y que solo fue rechazado a último momento.
“Nunca quise contarlo así, pero la verdad la gente la tiene que saber”, subrayó ahora Pallarols ante panelistas de La Nación+.
A los bastonazos
No hace falta remontarse a la vara milagrosa de Moisés, a los cetros de las deidades griegas o al toqui lítico hallado por Orfelio Ulises al pie del Uritorco, para descubrir que alrededor de este rito de pasaje, el acto de pasar el bastón de un mandatario a otro, reverberan relatos fantásticos.
El 12 de octubre de 1868, Domingo Faustino Sarmiento recibió el primer bastón y banda presidenciales de Bartolomé Mitre. Fue una ceremonia explosiva: miles de ciudadanos se agolparon en la Casa de Gobierno causando desmanes, apretujes y destrozos. “Jamás se ha presentado espectáculo más innoble y vergonzoso”, afirmaría Sarmiento tiempo después.
Tuvieron que pasar 150 años para que otros papelones incidieran en el derrotero de este objeto inerte y sin embargo simbólicamente vivo y poderoso.
Fue con el regreso de la democracia, en 1983, que el Presidente de la Nación Argentina, Raúl Alfonsín, eligió el modelo propuesto por Pallarols por sobre el artefacto de estilo europeo que habían recibido sus predecesores. Fue un pequeño gran gesto: la elección implicaba dejar de lado a la Casa Militar, que solía ocuparse de protocolo y ceremonial.
Fue así como Pallarols inició una tradición de bastones de mando trabajados en una vara de madera noble de urunday de 90 centímetros con empuñadura de plata adornada por el escudo nacional. El artista dice que, si fuera por él, regalaría su obra. Sin embargo, para ahorrarse el fastidio de tramitar la donación, entrega una factura por el valor de un peso argentino. Su esfuerzo, en verdad, no tiene precio: para dar forma a la artesanía recorre poblaciones de todo el país buscando casi tres millones de golpes de cincel y dedicatorias en varios cuadernos. Cada vecino aporta su pequeña ración de poder al símbolo que recibirá el nuevo presidente.
El orfebre dice que la entrega del bastón, la instancia más delicada de su oficio, se empezó a desordenar cuando asumió Néstor Kirchner. Si bien el traspaso de los atributos de poder no es una maniobra regulada sino una cuestión de costumbres, el orfebre piensa que en esa ocasión el Gobierno no siguió la tradición. “No sé por idea de quién –aseguró Pallarols–, en lugar de hacer la entrega en Casa Rosada donde se estaba todo preparado desde hace 120 años y se entregaba con toda la pompa, fuimos a llevar el bastón al Congreso, donde no había dónde apoyarlo”.
Pallarols le resta a Kirchner responsabilidad y mira con sospecha a ciertos funcionarios, pero nadie olvida los malabares del presidente electo cuando recibió el bastón de Eduardo Duhalde. No faltó quien relacionara el pase con un ritual indígena. “Duhalde lo coloca en forma horizontal con los puños hacia abajo y Kirchner, primer gobernador patagónico en alcanzar tal distinción, lo recibe con sus manos extendidas de modo horizontal y hacia arriba. Dicen algunos que se trató de un ritual simbólico propio de los bastones de mando de los jefes mapuches”, escribió el antropólogo sociocultural de la Universidad Nacional de Rosario Diego Viegas (*).
Todos los brujos del presidente
En mayo pasado, Pallarols ya había mencionado el temor de Macri a una “macumba” de Cristina Fernández en el programa “Las rubias” que conduce Marcela Tinayre en NET TV. Hace pocos días, en una entrevista a La Nación +, el orfebre contó algo más: “Un día me llama una persona que decía ser del Gobierno entrante y me consultó si le había prestado el bastón a la Presidente Kirchner para hacer una macumba”.
¿Qué es la macumba?“Es la forma peyorativa de referirse a la religiosidad de origen afrobrasilera. El término presupone la realización de rituales o «trabajos» de «magia negra» perjudiciales y proviene de la mala interpretación cristiana de las características y propósitos de esta religiosidad”, explica el antropólogo especializado en cultura afrobrasileña Alejandro Frigerio .
Para algunos, la anécdota no es creíble: ninguna prueba relaciona a Macri con el llamado o el susto con los custodios. Para otros, es perfectamente posible. Desconfiar de su verosimilitud implica olvidar, por ejemplo, las tres “limpiezas energéticas” que algún especialista ofició en el despacho presidencial y en la Residencia de Olivos a fines de enero de 2016, cuando Macri aseguró sufrir “dolores de cabeza insoportables” que “no calmaba ningún analgésico”.
Nunca trascendió el nombre de los parapsicólogos ni los detalles del ritual. Pero la fuente era irreprochable: había dado a conocer la noticia el diario del Presidente. “Había una energía muy nociva en el edificio. Pero se notaba fuerte en el despacho de Mauricio”, le dijeron sus íntimos al periodista de Clarín, Santiago Fioriti, quién cerró su nota del 28 de enero de 2016 así: “Creer o reventar: desde la ‘limpieza energética’ el Presidente no volvió a tener dolores de cabeza”.
Era vox populi que Macri creía en la influencia de fuerzas sobrenaturales desde hace tiempo, y que consideró eficiente utilizarlas para sus negocios desde que estuvo al frente del Club Boca Juniors. En el año 1997, encargó a la sanadora Ángeles Ezcurra limpiar la Bombonera. Nunca habría dejado de consultarla. En medio de la crisis que desató la desaparición y posterior hallazgo del cuerpo de Santiago Maldonado, viajó en el helicóptero presidencial para visitar nuevamente a la “terapeuta”.
Muchas otras aproximaciones de Macri a creencias en fuerzas espirituales / energéticas volvieron a manifestarse a medida que escaló la cima del poder, desde los famosos acuerdos con El Arte de Vivir de Ravi Shankar, que terminaron con un grandilocuente evento para convertir a Buenos Aires en “la Ciudad del Amor”, los favores a parapsicólogos de su entorno como Antonio Las Heras, conocido por presentarse como Psicólogo pero que vive de clientes que creen en (o a quienes convence de) la eficacia de daños y brujerías, y la naturalización que se dio en su gestión a pseudociencias como el coaching astrológico, la presencia de figuras altamente cuestionables como Amit Goswami o Lucrecia Prat Gay (discípula del oncólogo-mago Carlos Logatt Grabner) asesorando al Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires, Ludovica hablando de astrología en el Consulado argentino en Nueva York o la tendencia a menoscabar el pensamiento crítico, asociándolo torpemente con la crítica negativa, por sus delfines Alejandro Rozitchner y Marcos Peña. Son difíciles de olvidar los memes en los que Rozitchner ofrecía sus Talleres de Entusiasmo, para “cambiar los valores educativos nacionales para desarrollar el entuasiasmo en lugar del pensamiento crítico”.
Ahora se suma al repertorio de asombros presidenciales la posibilidad de que pudo haber creído que una vara de madera iba a perjudicar su mandato.
Quién sabe, a lo mejor el hechizo, de haber funcionado, le hubiese traído buena suerte.
NOTAS
(*) Viegas, Diego; “Argentina 2002. Odisea del Espacio Psicoideo” en La Nave de los Locos. Santiago de Chile, Nro. 37 – Año 10. Agosto 2010.
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