Volvimos al purgatorio, puede que caminemos al infierno y no sabemos qué podrá o querrá hacer el próximo gobierno, el que reciba la bruta herencia que deje Macri. Las últimas mentiras del ingeniero y la pregunta del millón: qué peronismo podría sucederle.
A propósito de aquella vieja sugerencia del gran Esteban Bullrich, la de aprender a vivir en la incertidumbre, estamos tratando de hacerlo. No nos sale todavía la parte de disfrutarla, esa te la debo, cuesta bastante.
El arranque de este texto es un robo descarado y reciclado del posteo de cierta feisbuquita cordobesa. También un modo dudoso de expresar lo que muchos tratan de hacer en estos tiempos: atravesar el camino al precipicio, bancándose como se pueda, sin que terminen de destruirnos el bolsillo y el alma.
En estos días de furia verde y espanto, en contexto de hundimiento, hay un asunto importante que la derecha mediática desdibujó y que incluso dejaron pasar otros espacios periodísticos: Macri mintió alevosamente en sus últimas dos intervenciones televisadas. Primero, cuando anunció un acuerdo con el FMI que ni siquiera había comenzado a conversarse. La segunda fue en el microdiscurso de minuto y medio con fondo de arbolitos de la Quinta Presidencial, cuando también dio por aprobado y resuelto otro mangazo al Fondo para que adelante platita. Más adelante aludiremos a la esquiva respuesta de la compañera Lagarde. Ambas mentiras sucesivas expresan un interesantísimo nivel de chantada, propia de un gobernante populista y bananero, no de un alto representante de ojos claros de eso que el imaginario tilingo llama “los países serios”.
Una de las claves enigmáticas de lo que sucede –solo una, lo grueso es el camino a la hecatombe económica, social y política- es la conducta del FMI. Ya sabíamos que acudir al Fondo era el último recurso que le quedaba al Gobierno para obtener dineros desesperados (más deuda impagable a futuro). También sabíamos que algo de memoria social nos queda: las encuestas demostraron de entrada que volver al Fondo le cayó muy mal a la mayoría de los argentinos.
Lo que no sabemos es a qué juega el FMI, salvo por alguna inducción parcial, opinable. Los 50 mil millones de dólares más o menos prometidos –si eso sucediera, a cambio de ajustes feroces y/o eventual estallido- son el préstamo más generoso que haya otorgado el muy desprestigiado FMI, así como es brutal y récord el nivel de endeudamiento en que nos metió el desgobierno de Cambiemos. Ese favorcito del FMI al gobierno de Macri acaso pueda explicarse en función de los contactos del macrismo con el gobierno de los EE.UU. O acaso tenga relación con un objetivo de EE.UU.: sostener al gobierno (neoliberal) de la segunda economía de América del Sur. Muy especialmente luego de sucedido el ciclo populista en la región, tan desagradable.
Gente poco seria
Ambos actores, gobierno argentino y FMI, no están siendo muy seriecitos, lo cual alimenta más y más incertidumbre. De movida el Fondo, hace semanas, dio a entender en un documento oficial que hay importantes chances de que el programa acordado no termine en éxito (o lo dijo al revés, con una caradurez desopilante: no hay chances altas de que las metas puedan cumplirse). Se supone además que el acuerdo prohibía al Gobierno apelar a las reservas del Banco Central. Sin embargo, las reservas se redujeron de manera tan dramática desde el primer acuerdo que, con plata fresca y todo, hoy el nivel de reservas es muy menor al de la llegada del primer préstamo, con una caída que suele andar en los doscientos palos verdes por día. Es posible que al FMI le importe un rábano –o desee- que el dólar se dispare hasta el infinito y más allá. La otra ausencia de rigor y seriedad en los acuerdos es que en apenas semanas el Gobierno incumplió también una segunda meta esencial: la inflacionaria. Si el FM dijo 30 o 32 por ciento ya se habla de 40 y hasta de 45 por ciento, a golpe de ineptitud y devaluación.
¿Por qué entonces el FMI mira para otro lado o posterga decisiones? Mientras se escriben estas líneas surge una respuesta posible: quizá por pura inutilidad o improvisación. Inutilidad o improvisación que son espejo a las ídem del gobierno macrista.
Hipótesis. Quizá el gobierno de Macri mintió dos veces apostando al eventual apoyo geopolítico señalado más arriba. Quizá Macri y el -vamos todavía- mejor equipo del último medio siglo, mientras seguían agrandados, creyéndose dueños de algún prestigio o blancura, pensaron que a ellos el FMI y “el mundo” no los van a cagar. Raro, porque los prestamistas son de cagar a los gobiernos.
Como sea, el segundo anuncio de Macri –reiteramos- fue verso improvisado y aventurero. Efecto traducido en un idioma que nos causa rechazo: desconfianza de los mercados, devaluaciones machazas. El documento oficial del organismo, que salió como apurada respuesta inmediata al microdiscurso presidencial, es una sanata limitada a hablar de charlas “productivas” y de vamos a estudiar el asunto. Incluyendo un puede que sí, que haya acuerdo y adelanto de guita, siempre y cuando el programa de recontra ajuste se cumpla a rajatabla y/o surjan señales de una mayor fortaleza política del Gobierno (aprobación del presupuesto, acuerdo con los gobernadores y/o la oposición).
Éramos tan pobres
Parte de lo desolador del panorama es el discurso crítico a las pifias del Gobierno que se esgrime por derecha y la pasividad imbécil o cómplice del empresariado. Básicamente la crítica se reduce a cinco asuntos: la mala performance comunicativa, la descoordinación inter ministerial, la necesidad de un cambio de figuritas en el elenco gubernamental (incluyendo la fantasía de “un ministro de Economía fuerte”), la necesidad de establecer puentes con otros espacios políticos (“peronismo racional”) y, la fundamental, la necesidad de aplicar de una maldita vez el ajuste, pero esta vez con ayuda del Ejército de las Tinieblas.
El nivel de sanateo e improvisación de los economistas de la derecha es abisal en promedio. Son todos Fidel Pintos pero sin gracia. Es obvio que no son capaces de ver (o se hacen los giles) que un cambio de figuritas (hoy el malo es Peña) no afectaría las consecuencias destructivas de la línea maestra de la política económica. Pero son aún más ciegos cuando repiten el sambenito de que “el gradualismo estaba condenado a explotar” y que hay que operar ya no sin anestesia sino pegándole martillazos al paciente. Casi que dan ganas de defender al Gobierno cuando lo único que son capaces de decir es pongan los huevos sobre la mesa y aniquilen a medio país si es necesario.
A todo esto, a la enorme mayoría de esos gurúes, pura jerga financiera, no se las caen palabras como “fábrica” o “producción” ni metiéndoles espinas bajo las uñas. En cuanto al pedido de ampliar la base de sustentación política, la crítica es entre falsa, hipócrita y oportunista. Falsa, porque el macrismo no lo hizo tan mal en el Congreso y ante la blandura opositora o apretando gobernadores. Hipócrita y oportunista, porque no pidieron eso hasta que no comenzaron a quemar las papas. Y ciego, además, porque en todo caso no es fácil, ¿por qué los opositores se van a suicidar con el Gobierno?
Ay, nuestra profecía
Todo lo que está sucediendo en la Argentina lo sabíamos desde antes de que asumiera Mauricio Macri. Sabíamos que íbamos a caminar rumbo a la implosión, que serían altas las posibilidades de que todo se fuera a la mierda, no sin antes repetir la historia. O sea, que todo vuele por los aires a costa de un enorme sufrimiento social. Podemos ser un poco toscos, un poco sectarios, psicobolches, populistas, añejos, melancólicos, comer choripanes en las marchas, comernos las eses, pero la teníamos mucho más clara que los rutilantes cuadros Newman salidos de universidades privadas y de cuevas financieras de luxe.
El problema es que, así como sabíamos lo que iba a suceder, sabíamos también que una cosa era entrever el futuro que atravesar el tiempo del sufrimiento en presente, vivir lo que estamos viviendo.
A golpe de devaluación bruta, de pronósticos reloaded de inflación monstruosa, de nuevas y crueles oleadas de despidos, de ajuste en la educación pública, la salud, la seguridad social, el gobierno de Cambiemos al fin se está yendo a la mierda. A todos nos sucede que a golpe de justificado resentimiento de vez en cuando festejamos ese derrumbe (posteo de helicóptero). Pero es mucho más lo que padecemos y muchísimo más lo que padecen los despedidos, precarizados, los sin vacunas, los pibes que van a los comedores, los que vuelven a vivir en la calle.
Hay una mezcla extraña e inquietante en lo que estamos viviendo. Es que la idea de que el gobierno de Cambiemos se está haciendo pedazos es cierta, palpable. Tanto, que es la propia tropa (la derecha) la que le pega al Gobierno (incluyendo los “mercados”), aun con la tarea porno del Grupo Clarín y La Nación por blindar a Macri. O de hacerlo, hasta hace dos días, mediante el asunto de las fotocopias de cuadernos (Volveremos). Se está cayendo a pedazos el Gobierno. Eso decimos desde este lado de la grieta y se nos suma la derecha (alianza kirchnero-trosco-conservadora). Pero lo raro de la mezcla, lo que la hace más pavorosa, es la enorme incertidumbre acerca de lo que va a pasar durante y después del derrumbe.
La incertidumbre incluye dudas de diverso orden. Si esto sigue así por varios meses el riesgo de default se hará más y más verosímil. No hoy, pero sí a mediano plazo, aun cuando al Banco Central le quedan reservas (que va dilapidando). Sucede que existe también la posibilidad cierta de que llegue antes el default político y no el otro. En los grandes diarios de la derecha no, pero en portales conservadores bien hechitos, como La Política Online, se habla de elecciones anticipadas por distritos. O de inicios de negociaciones del macrismo en distintas provincias para anticipar elecciones –antes que el desastre se engulla todo- en las que el oficialismo haría alianzas con los peores peronismos. Sí, es posible. Pero más: es incierto.
2001, 2001, 2001
Hace un rato (jueves por la tarde) el que escribe leyó una columna urgida de Mario Wainfeld en la que más o menos se daba a entender que esta crisis se parece más a la de 1989 que a la de 2001. Lo que dice Wainfeld es más que interesante. Pero es imposible no insistir en establecer comparaciones con lo sucedido en 2001 (de nuevo: nuestra vieja profecía psicobolche). En primer lugar, porque, en estos días horribles de dolarazos, es el propio Gobierno antes que nadie el que se ocupa de evocar la comparación. Lo hizo Macri con su pobre mini discurso grabado, similar al Qué lindo es dar buenas noticias. Lo vienen haciendo todos los funcionarios abusando de la metáfora estúpida de la tormenta. Lo repiten cuando dicen “Tenemos un capitán” (Macri), aludiendo a Fernando de la Rúa, en oposición presunta de gente de carácter y gente que no. O cuando dicen que no habrá helicóptero; o cuando nos ponen a nosotros a militar en la banda del helicóptero. “Esto no es el 2001”, se reiteran, y la bala les sale por la culata.
La otra comparación con el 2001 es más política que económica o financiera. Tiene que ver con el feo asunto de la debilidad general de la política, en este caso haciendo centro en la política opositora. Medición posible del asunto: la cantidad de encuestadores que dicen que esta crisis afecta de lleno al macrismo pero no favorece a nadie, sino que le pega a todos los candidatos (hay muchos otros matices a citar que acá no vienen a cuento). Todos pierden.
Estamos viviendo dos fenómenos simultáneos. Por un lado, hay una suerte de guerra civil silenciosa que seguimos denominando la Grieta y que –gracias, Señor- no es del todo violenta, aunque sí hay violencia en las políticas implementadas por el Gobierno más sus increíbles pifias. Superpuesta a la Grieta (que hoy podría reducirse a una quinta parte de la población contra el resto), puede que lo que estemos viviendo o comenzando a transitar se llame Que Se Vayan Todos igualmente silencioso, o más bien triste.
Eso es mejor que el Que Se Vayan Todos en modo Walking Dead al que aludió quien escribe varias veces en Socompa, y disculpas por tanta reiteración. El que escribe, en sus momentos de mayor desazón, sin embargo, sigue temiendo por la verosimilitud de esa hipótesis, la de un QSVT simiesco, en el que en un mismo lodo todos los políticos queden igualados y anulados. Muchos hacen mérito para que las cosas sucedan así, incluyendo a parte importante del sindicalismo y, no olvidarlo, a nuestra impresentable clase empresarial, a la que también están haciendo polvo pero no reacciona por temor al castigo o al populismo (hablamos también de empresas argentinas grandes y de bancos, incluido el Galicia, cuyo valor accionario bajó a la mitad).
El contexto de debilidad (y/o pusilanimidad) de la política, de la ausencia de una opción alternativa consistente, recuerda los resultados electorales súper fragmentados del 2003 (Menem, Kirchner y López Murphy parejitos, algo más lejos Carrió). El pequeño detalle diferencial es la sorpresa dada por Néstor Kirchner, y luego por CFK en ambas presidencias.
Hoy no hay un Néstor en el horizonte. Peor aún, siguiendo con las comparaciones con el pasado, hoy la oposición presunta está tan licuada, inútil o cariacontecida que no hay siquiera un dúo Duhalde/Lavagna –sepan disculpar si esto suena feo- que pueda liderar una transición de emergencia. No lo puede hacer CFK, al menos en el futuro inmediato, que arde, por las resistencias que aun suscita no solo ante los factores de poder sino ante parte importante de la sociedad y del propio y mustio peronismo.
¿Qué peronismo?
Para añadirle oscuridad a todo este asunto, hay que agregar que es absolutamente opaco y, según el caso, conservador, lo que sucede con una parte importantísima del peronismo: gobernadores apretados, dirigentes “racionales”, “dialoguistas”, el massismo de Sergio Massa bien callado (increíble ese silencio del presunto líder del Frente Renovador). Todo tan opaco, furtivo, que a esta altura eso que tanto se pensó acerca de un frente peronista ponele-que-de-centro, un frente un poco más sensible con la sociedad, que se plantara al menos para detener lo peor de la salvajada macrista, está para ser revisado o repensado. Claro que, en la incertidumbre, hay tiempo aun para la maduración de vaya a saber qué.
Se supone que hasta hace poco había (hay), grosso modo, dos escenarios al respecto:
- Peronismo amontonado como se pueda, con la venia “responsable” de CFK, con tal de parar al macrismo y salir de la pesadilla. Con Pichettos y Urtubeyes haciendo la suya, funcionales al macrismo, a sí mismos… o coso. Los candidatos de ese peronismo impreciso son hasta ahora Felipe Solá, Alberto Rodríguez Saa, Agustín Rossi y hay quienes dicen que Alberto Fernández podría sumarse a la lista. No parece que el candidato más K –Rossi- pueda ganar la interna, si hubiera interna, asunto imposible de pronosticar. Como sea, todos los perucas miden muy por debajo de Cristina. Pueden ascender en campaña y más si el desastre cambiemita se profundiza (cosa que sí es pronosticable).
- Peronismo amontonado, desconcertado y oscilante que se plegara a la candidatura de CFK muy a regañadientes, para cuidar espacios territoriales refugiándose en la que más mide (hay consultores confiables que desmienten que Cristina haya subido fuerte en intención de voto. Pero agregan que la baja creciente de su imagen negativa puede hacerle subir el famoso techo). Para manejar esa alternativa había que saber si CFK estaba dispuesta a presentarse. Hoy, esa posibilidad suena mucho más verosímil que hace pocos meses. Lo cual no significa que el escenario B se imponga ni que CFK gane la segunda vuelta. O sí, podría ganarla dado el derrumbe macrista proyectado de acá a las próximas elecciones. Flor de laburo tendría CFK en ese caso, gobernando un país otra vez destruido, con la grieta potenciada, y todos los factores de poder en contra, salvo que mediara un gran diálogo nacional y “consensos” con sindicatos, empresas y –por favor- movimientos sociales.
Pregunta (personal) sin respuesta que se hace el que escribe: por extremadamente grave que sea el cuadro de situación y la necesidad de ganarle al macrismo, ¿valdrá la pena que el kirchnerismo forme parte de un frente político que se anime a muy poco, arriesgar a bancar a un gobierno que se las va a ver putas con la herencia que deje Macri?
No Sabe/ No Contesta.
Matiz: exceptuando la mega pesada herencia que va a dejar, no parece que pueda sucedernos algo más horrible que Macri.
Segunda pregunta (personal) sin respuesta que se hace el que escribe, un poco en joda, otro poco no. Dado que lo peor no pasó y que lo recontra peor –lo horripilante si se pretende pagar la deuda- le tocará al gobierno próximo: ¿a quién carajo se le ocurre ser candidato a presidente, justo para los años en que sobrevendrá el Apocalipsis?