Parece que Rodríguez Larreta hace mucho, pero no suena demasiado en relación con el enorme presupuesto de la ciudad. Con mucho menos, Ibarra, por ejemplo, hizo mucho más. Sin embargo, entre los porteños el macrismo es furor. No siempre se trata de guita sino de maneras de entender el mundo. Y en eso Cambiemos encarna cierto espíritu individualista, poco solidario y amarrete que es hoy una marca de estilo de Buenos Aires.
El día 4 de enero pasado dos diarios bien distintos, Ámbito y Página/12, coincidieron en publicar un título casi idéntico que, fusionado, sería este: “Además de trenes, subtes y colectivos, aumentan taxis, estacionamientos, VTV y acarreos”. Estamos muy podridos de señalar lo de siempre, lo obvio, pero La Nación y Clarín, además de presentar los boletazos en trenes, bondis y subtes como un beneficio popular por el sistema de trasbordos que apenas emplea una parte menor de la población, escondieron los tarifazos porteños así como endulzaron o escondieron los anteriores. Solo el taxi suma 15 aumentos desde que asumió la gestión macrista (951% acumulado) y este año está previsto en el presupuesto porteño otro aumento del ABL, enésimo, de un 20% promedio. ¿Presupuesto porteño dijimos? A los números: el último presupuesto con convertibilidad, ya en el estallido del 2001, fue de $3.312 millones de pesos o dólares, previo recorte por crisis de 30 palos verdes. El que se aprobó para este año es de 222.383 millones de pesos y si quieren divídanlos por 19 a 20 pesos que por ahí anda el dólar.
La guita de la que disfruta Horacio Rodríguez Larreta y antes Mauricio Macri a la hora de gestionar no tiene antecedentes, es una maravilla que hubieran envidiado sus antecesores. Sin embargo, aunque se aprecien muchas obras de superficie en la ciudad –y algunas otras de fondo-, toda esa guita se va con destino altamente opinable o desconocido. Buenos Aires disfruta de esos presupuestos récord, los más altos desde 1997, mientras la enorme mayoría de los gobernadores –excepto María Eugenia Vidal, dichosa por sus nuevos fondos- se ven extorsionados en su mishiadura por el gobierno nacional, cosa de a mediano plazo, como expresó en una carta pública desde la cárcel Carlos Zannini, ir a “morir en su propia tumba”. Ya hay una comuna debutante del norte santafesino, Intiyaco, que pagó sueldos con bonos de 10, 50 y 100 pesos a canjear en comercios locales, que no deben ser muchos (1690 habitantes, y en descenso).
Vale la pena repasar muy a vuelo de pájaro cuáles fueron los presupuestos que manejó la ciudad de Buenos Aires durante y después del estallido, o a partir de la primera prosperidad kirchnerista para, entre otras cosas, comparar gestiones y meterse indirectamente en el asunto de la pesada herencia.
Medido en pesos el presupuesto 2004 fue de 4.129.762.273 (con un dólar promedio a un promedio de casi 3 pesos). El presupuesto del 2005 ya subió 5.665 millones de pesos. El de Jorge Telerman en 2007, con déficit y una emisión de deuda (que Aníbal Ibarra evitó y el macrismo multiplicó), fue de casi diez mil millones, sin aumento de tarifas. Salteemos diez años: el presupuesto Rodríguez Larreta/2017 fue de -¡upa!- $178.223 millones y el de este año ya lo apuntamos: 222.383 millones de pesos. No hay inflación que explique por sí sola ni las subas de los presupuestos ni los brutos tarifazos aplicados en todos los órdenes, aquellos que hubieran deseado decretar Jefes de Gobierno anteriores, claro que so pena capital mediática.
Socompa se comunicó con antiguos integrantes de los equipos de Aníbal Ibarra para tener una lectura más afiatada de esta secuencia presupuestaria. La respuesta puede resumirse y entrecomillarse así: “Medido en dólares, el presupuesto de la ciudad ya era en 2016 el equivalente a 4,6 veces el del año 2005, el del último año de gestión de Ibarra. Eso implica un 360% de aumento en dólares”. Asunto crucial, amén de los recursos devenidos a golpe de tarifazo: “Los ingresos por coparticipación federal aumentaron del 10,31% de los recursos totales en 2005 al 21,42% en 2016”. Si se analizan el último presupuesto de Ibarra y el del macrismo en 2016 se deduce que “el principal destino del presupuesto en 2005 fue educación (27,57%), seguido por salud (23,30%), mientras que en 2016 estos porcentajes se reducen al 19,64% y 17,11% respectivamente. La inversión real directa pasó del 15,32% en 2005 al 17,49% en 2016, con un presupuesto 3,6 veces superior en dólares, mayores recursos por coparticipación, fuerte endeudamiento y déficit”.
Joder.
La Ciudad pasó –de nuevo, con mucha menos plata- de 488 millones de superávit fiscal en 2005 a un déficit de 10.135 millones en 2016, año en que “se tomó deuda por 21.605 millones de pesos (14,98% del presupuesto)”. “En amortización y pago de intereses de la deuda se gastaron 17.224 millones en 2016 (11,94% del total de gastos) contra 261 millones en 2005 (3,83%). Se triplicó el porcentaje del presupuesto que se gasta en el pago de intereses y amortizaciones de la deuda pública. El stock de deuda al 31/12 de 2016 era de 69.420 millones de pesos, contra 2.772 millones al finalizar 2005”. Los destinos en que se gasta el abultado presupuesto porteño ahora van quedando más claros.
Ahora háblame de metrobuses
El que escribe ocupó un humilde puesto de asesor en comunicación y escriba en buena parte de la gestión de Ibarra. Puede que lo traicione la subjetividad pero más bien puede que no porque el balance frío sobre esa gestión recién lo hace ahora y en buena medida por vía comparativa (Telerman, lo que ayudó o impidió el kirchnerismo, gestión macrista). En los papeles de trabajo que guarda el que escribe hay uno de esos balances –en este caso escrito por otros- que hablando sobre el ciclo Ibarra y su reelección habla de tres fases:
“La incubación y el estallido de la crisis de 2001.
La contención y superación de la crisis.
La fase de recuperación y ofensiva estratégica desde principios del 2003 con el lanzamiento de múltiples y agresivas políticas dirigidas a sentar las bases para un cambio de envergadura en la ciudad”.
(…)
“El hecho político de que Ibarra fuera reelegido para un segundo mandato por más del 53% del voto popular sólo se explica por haber timoneado satisfactoriamente la crisis social y económica, por su defensa de lo público y por haber enarbolado los valores de la equidad, de la integración social, de la transparencia, además de su decidido impulso a las políticas sociales, educativas y culturales”.
Oh, vamos a volver sobre este último párrafo.
Luego ese documento hablaba de obras de fondo que repasaremos a nuestro modo, porque antes hay que volver a la mishiadura espantosa del 2000-2002. La recaudación más alta antes de Ibarra fue la de 1998: 3.200 millones de pesos en términos nominales. Para 2001 cayó a 2.360 millones en términos reales. ¿Qué se hizo desde la gestión? Priorizar la contención de la emergencia social (“y no los baches”, reiteraba Ibarra y entonces Macri comenzó a hablar de baches y a sacarse selfies con saltos de baches, con su seriedad acostumbrada). Los servicios sociales terminaron representando cerca del 65% del presupuesto total. Eso se tradujo primero en canastas alimentarias de súper urgencia, becas escolares, entrega de material escolar a lo pavo. Luego en programas sociales como el Vale Ciudad, luego en el Programa de Ciudadanía Porteña. En una primera etapa de su gobierno local Mauricio Macri tuvo la prudencia o la astucia de no desmantelar esos programas. En su gestión y la de su sucesor los recortes sociales o en programas educativos, culturales o de políticas de género son a la vez sutiles y brutales, van probando y ejecutan (en el sentido de ejecutar = dar muerte). La astucia pasa también por aquella consigna “Bienvenidos” que lanzó en una de sus campañas la comunicación macrista cuando detectó temores y reticencias de los votantes porteños por posibles políticas socialmente expulsivas. Una síntesis posible de la gestión macrista porteña es “Bienvenidos” y la UCEP matando gente sin techo a palazos.
Va de nuevo: con las escasas monedas que tenía Ibarra (único jefe de distrito a escala nacional que no emitió cuasimonedas) trató como puedo de cuidar gente. Al lado mismo de la mesa en que trabajaba el que escribe laburaban a destajo unos cuantos pibes y pibas dentro de un programa de contención de cartoneros o “recicladores urbanos”, aquellos que Macri pedía meter en cana por “robar la basura”. Ya para cuando la UOCRA y otros gremios, gracias al bruto repunte económico y social de los primeros años kirchneristas, comenzó a desparramar por las calles nuevos laburantes en obras públicas y privadas (nadie, nunca, peleó contra la especulación inmobiliaria en serio), entonces la gestión Ibarra encaró asuntos ambiciosos como el inicio de la línea H de subtes. Fueron en realidad tres frentes simultáneos si se suman las respectivas prolongaciones de las líneas A y B, o una ampliación de 12 kilómetros en la red de subterráneos, que es mucho más de lo que suma el macrismo con mucha más guita. Para peor: las obras de prolongación de la línea E, que corrían a cuenta del Estado nacional kircherista van más lentas que los paros de la CGT.
Dónde se va la guita
Durante la gestión Ibarra se hicieron, terminaron o iniciaron obras de recuperación de espacios verdes y de recuperación de aquellos que dan al río, como el Parque de los Niños, el Micaela Bastidas, el Mujeres Argentinas (180 hectáreas recuperadas en total). También se sumaron obras contra inundaciones a lo largo de la geografía porteña, particularmente en La Boca, más la puesta a punto de la ingeniería financiera mediante la cual Macri pudo iniciar y terminar las obras del arroyo Maldonado. Fue la gestión de Ibarra la que consiguió 130 millones de dólares del BID y puso 40 millones más con recursos propios para que eso fuera posible. Total: 190 palitos verdes.
Hubo más. Hospitales y centros de salud a nuevo o mejorados, escuelas inauguradas, la Usina de la Música (construida en el viejo edificio de la Italo-Argentina de Electricidad) que hoy medio que languidece como muchos centros culturales. Hubo mejores programas educativos (o puestos al servicio de la educación pública y no la privada). Hubo el Plan Maestro para rehabilitar el teatro Colón. Hubo un poco de todo: desde cantidad de nuevas sucursales o cajeros del banco Ciudad a programas de desarrollo económico o generación de empleo, temas de los cuales apenas se conoce o se habla en el presente. Puede discutirse la escala de impacto de esos programas o la relación de esfuerzo y beneficio, pero la orientación de las políticas era muy otra. Todo esto para decir que, pasados los años del kirchnerismo duro, duro, duro y llegados los del macrismo, podríamos volver a discutir al “maldito progresismo” con menos saña (o mejor serenidad) y al mismo tiempo tratar de discutir por qué cambió como cambió el voto porteño. Asunto sobre el que volveremos al final de esta nota.
Hablame del metrobús (II)
El que escribe lo pregunta en serio, con curiosidad y sin chicana: ¿cuál es, cuáles son, para los habitantes de la ciudad, las obras cumbre de la ya extensa gestión macrista, las emblemáticas? Por data y lecturas, por haber presenciado algún focus-group y leído otros, por intuición, la respuesta posible podría ser el metrobús. El que escribe no se toma en joda ni ironiza sobre el metrobús, aunque prefiera mil veces la expansión de un subte que funcionara bien y fresquito. Es una buena iniciativa según de qué metrobuses se hable, los que recorren tales avenidas sí, los que recorren otras, más o menos. El que escribe usa el metrobús y se ahorra sus lindos minutos en viajes de provincia a Capital.
Esa es la más visible obra macrista y debe acompañarse/ complementarse con otras de “embellecimiento general de la ciudad” (donde lo de embellecimiento es cuestión de debates puntuales y de gustos). La avenida 9 de Julio misma, sobre todo de noche, quedó bonita con las paradas del metrobús, aunque muchos se hayan pasado rabiosa y súbitamente -cuando comenzaron las obras- a la causa Save the Jacarandá.
Sobre la fisonomía psicotizante y la estética gritonamente optimista de la ciudad macrista el que escribe publicó sendas notas en Socompa (https://socompa.info/social/buenos-aires-la-picana-alegre/) y en El Cohete a la Luna. Lo que se pretende discutir aquí es más –literalmente- profundo que la superficie de la ciudad. Entonces, gestión macrista, metrobuses, embellecimiento de plazas y paredones, bicisendas, pródiga inversión en cartelería, comunicación y en la obra misma a favor de los valores macristas.
¿Qué más hizo la gestión macrista con las generosas millonadas de pesos de sus potentes presupuestos? Hay más, pero de veras que parece poca cosa para tanta plata. Eliminación de viaductos, lo cual está muy bien, aunque en algún caso parezca haber o sobreactuaciones o sobrecostos, como el caso del ya iniciado viaducto del Mitre, que irá desde Dorrego a Congreso y servirá ente otras cosas para eliminar ocho barreras ferroviarias, más dos pasos nuevos y la reconstrucción total de las estaciones Lisandro de la Torre y Belgrano C., que serán hechas en altura. Las imágenes del proyecto hechas por computación y publicitadas en las pantallas de las estaciones del Mitre (que puso Randazzo con CFK, mirá vos, junto con los trenes nuevecitos), son preciosas. Pero –otra vez- llama la atención cierta sobreactuación de la obra, en una zona muy visible y muy macrista. Igualmente, o más visible aun es el proyecto del Paseo del Bajo, muy bonito en su diseño, que, a lo largo de unos seis kilómetros aliviará el tránsito en una zona jodida, Paseo Colón-Alem, a espaldas de la Rosada.
Del progresismo al cualunquismo
Y ahora viene… lo peor. Otra vez, meter la sesera en remojo para intentar comprender la e(in)volución del voto porteño, por lo menos de Ibarra a Macri, Larreta y el cincuenta y pico por ciento de Carrió. Para lo cual hay que apelar a recuerdos ya amarillentos. Como que Ibarra a grosso modo fue elegido como candidato por Chacho Álvarez en épocas que ya suenan impiadosamente remotas. O que fue elegido entre otras cosas por su discurso ágil y por haberse hecho típicamente conocido como denunciante eticista, primero contra la gestión de Carlos Grosso, luego como antimenemista o algo parecido. Vale recordar también que Ibarra siempre tuvo una relación estrecha con el movimiento de Derechos Humanos, que incluso se profundizó en su gestión, lo cual nos vuelve más locos a la hora de analizar los cambios en el comportamiento electoral de los porteños, sobre todo de aquellos muchos que piden mano dura. En mayo de 2000, sobre 14 fórmulas, Ibarra fue elegido por el 49,31% contra Cavallo-Béliz. En agosto de 2003 fue vuelto a elegir, en segunda vuelta, con nada menos que el 53,48% contra Macri-Larreta, cifra apenas inferior a la que obtuvo hace pocos meses Elisa Carrió. A los dos años Ibarra fue destituido por la tragedia de Cromañón, o mejor, por su pésimo armado político en la Legislatura. El progresismo porteño (o el ibarrismo) se alió luego al kirchnerismo porteño y, oh, sorpresa, desde entonces, sumados, ese mundo de los buenos obtiene mucho menos que en 2003, menos de la mitad.
Qué decir, cómo seguir. Vuelvo a citar aquella frase optimista y entonces verosímil que circuló internamente en el ibarrismo para hacerla externa: Ibarra ganó con el 53 y pico “por su defensa de lo público y por haber enarbolado los valores de la equidad, de la integración social, de la transparencia, además de su decidido impulso a las políticas sociales, educativas y culturales”.
¿Dónde nos metemos esa frase, qué hacemos con ella? ¿Qué pasó con el electorado porteño en tan poco tiempo? El que escribe tiende a pensar en que hay una parte –solo una parte- en la que hay responsabilidad de las prácticas y del discurso kirchnerista. Repito, muchachos y muchachas, no rompan: solo una parte. Excesos de intensidad, de épica, de agresión, de sectarismo, de dirigirse a esos relativamente pocos que eran justamente lo contrario de un extendido imaginario porteño muy complicadito, jodido. Sí, muchachos, ya sé que la agresión macrista es real e infinitamente peor, no rompan.
Otra explicación es más conocida. Durán Barba dice que el votante es ingrato y tiene razón. El fracaso cultural más doloroso del kirchnerismo –allí donde el kirchnerismo para colmo también tenía razón– tiene que ver con algo con lo que insistía mucho CFK. Ella repetía que para que existieran los éxitos individuales –o la movilidad ascendente- debía haber un Estado o una política (o un contexto) haciendo las cosas medianamente bien. Trató de hacer pedagogía política con eso Cristina, estuvo bien el intento, pudo hacerse mejor y a mayor escala. Pero contra la cultura porteño-individualista-capitalista, contra el imaginario neoliberal, contra los valores que impone la maquinaria mediática (sobre valores ya incorporados en la sociedad), contra la condición humana, es muy difícil dar pelea. Para muchos está buenísimo que la posmoral del macrismo les quite un peso de encima: tener culpa porque hay pobreza o injusticia o represión. Está bueno vivir aliviados de ese peso y por eso la revolución es la de la alegría. Yo emprendo, tú te jodes, yo sonrío, te están filmando.
Por ahora, mientras te pongan plantas en los maceteros y una mueca urbana de alegría, para el votante macrista el pobre, el pibe que va a la estatal, el villero, el desempleado, todos ellos pueden esperar, que se las aguanten a solas y no me jodan. Así estamos, con mucho para volver a discutir (progresismo, Cromañón, kirchnerismo, macrismo), mientras esperamos que llegue -se supone- el oscuro día en que estalle la economía y ese votante al que le toquen el orto cambie de lado, lleno de una súbita indignación moral y solidaria.