Un contrapunto entre la sinceridad brutal de la vida y la muerte de Diego Armando Maradona y la falsa mística de una política de falacias e imposturas hoy encarnada – de manera oportuna – en el gobierno del Frente de Todos.

Todo lo que puede salir mal puede salir peor (y seguramente saldrá peor) debería ser una de las famosas Leyes de Murphy.

En la Argentina los efectos de esa posible ley se han hecho carne, hambre y sangre. Siempre todo puede salir peor de lo que se espera, sobre todo cuando se elige apoyar el mal menor, por falta de alternativas, por no saber construirlas o por no verlas.

Antes de seguir, invito a una secuencia de imágenes, las de Diego Maradona: Lo podías ver Pelusa en Los Cebollitas, debutando con la camiseta 16 en Argentinos, llorando porque lo dejaban afuera de la Selección del 78 (¡Qué suerte, Diego!), gastándolo a Gatti, remándola en la Selección del 82, quebrado en el Barcelona, héroe provocador del Nápoli de los pobres y los excluidos, campeón en el 86 (con los goles a los ingleses – las dos genialidades – y cargándose al equipo), jugando roto en el Mundial 90 y aún así, volviendo al fútbol para jugar el 94 cuando se la hizo y se la hicieron, gordo, drogado, casi muerto, a los balinazos y con jarrones, las putas, los hijos, la cocaína, Cuba, hasta Gimnasia y la muerte y aun después de muerto. Si sigo enumerando no se acaba más.

Diego fue todo eso; te guste o no te guste, me guste o no me guste. Diego no engañaba. Si apostabas por Diego te podía salir cualquiera de esas cosas. Lo sabías, porque Diego no mentía jamás, era él. No te traicionaba.

La política, claro, es otra cosa, aún cuando todo ser humano (lo sepa o no, y Diego siempre) es inevitablemente político.

Esto viene a cuenta de la mística y de los héroes de la política de estos tiempos en los que lo único que vale es la circulación desenfrenada del dinero, pero en los que, como eso es feo, se lo encubre con otras cosas. Entre ellas los héroes y las esperanzas.

Volviendo a Diego por última vez. Maradona era eso, jamás engañó, porque jamás quiso engañar. No le hacía falta porque era realmente auténtico.

La hinchada se lo reconoce, pero también se lo reconocen aquellos que no son hinchada, en el odio.

El “vamos a volver con Alberto” empezó casi siendo la vuelta de Diego para poder clasificar (primero que nada) y después ganar, el Mundial del 94.

Pensalo: el jefe de gabinete de Néstor (abrí paréntesis, como abrieron olvidando casi todos, por qué se fue y para quién se fue después) que vuelve con la bendición de Cristina (casi un sagrado matrimonio) para retornar a las fuentes.

Ahí – aún los que lo vieron pero quisieron olvidar esa visión – estuvo la semilla de lo que vivimos hoy.

Las cuentas de aquel momento estaban claras: Con Cristina sola no se puede, sin Cristina no se puede. Y se armó el Frente. Y la Embajada contenta, que por eso Massa se sumó escandalizando a Camaño y los de la otra apuesta.

Y entonces Alberto.

Alberto Fernández, cual Ave Fénix, resurgió de sus cenizas sin defectos, pero no.

La continuidad del lawfare, los presos políticos, el hambre de los jubilados, los fideos de mierda de Arroyo, la tibieza boluda de Cafierito, el fascismo tolerado de Berni, Kicillof más perdido que perro en cancha de bochas son parte del resultado.

Y no se trata de personas sino de política: es regla básica que quién propone un Frente debe tener claro cómo hegemonizarlo, y eso no ocurrió.

Hoy gobierna el Frente Renovador, hoy gobierna una de las tantas derechas que sirven al mismo patrón en la Argentina, con un ingrediente del imaginario político que resulta más nocivo que si gobernara Macri o alguno de sus secuaces: la falsa mística de un fantasma inexistente.

Se debió haber tenido en cuenta, en el cálculo de la correlación de fuerzas al armar el Frente de Todos, para por lo menos pelearla, pero no: se prefirió la mística del vamos a volver por el hecho mismo de figurar volviendo.

No me refiero a la parte de la clase política burguesa que integra el Frente – la gente que vive de la política siempre encuentra recursos para seguir viviendo de ella, los principios son cosa secundaria y desechable -, sino de aquellos que apoyan a este gobierno desde el llano militante sin verle – no queriendo ver, porque duele mucho – la pelambre con la que ensucia la leche.

Me refiero a aquellos que siguen prefiriendo refugiarse la falsa mística antes que plantearse la crítica y la pelea por el poder.

Tal vez deban pensar más en rescatar a Maradona y sus defectos que en apoyar de manera acrítica este gobierno que comunica mal sus falsas virtudes.

Porque se trata de dos místicas diferentes. Una es verdadera, la otra es más falsa que los espejitos de colores.

Si hasta el velatorio de Diego fue un “como si”, más un acto de (fallida) simulación popular que una verdadera respuesta a las necesidades amorosas de un pueblo.

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