¿Qué hizo tan mal el viejo peronismo para enemistarse con buena parte de las clases medias? ¿Y el kirchnerismo? Una entrevista histórica a John William Cooke –de increíble vigencia y más de cara a las próximas elecciones- da algunas pistas y conduce también a algunas encerronas. Más pistas da aun un viejo escrito de Jaureteche, tan citado y según el caso tan olvidado, acerca de las “indiscutibles torpezas” cometidas desde 1945 en adelante… en relación con las clases medias. 

Gracias al amigo Rodolfo Palacios, que la encontró, la compró y como si esto fuera poco, me la prestó, leo un ejemplar de la revista peronista Mayoría: el número 63, del 23 de junio de 1958, cuya nota de tapa es una extraordinaria entrevista a John William Cooke, entonces exiliado en Montevideo. Antes de sumergirse en el tema, valga una curiosidad sobre el diseño: las respuestas están en negrita. Aunque a los ojos resulte un poco abrumador, bienvenida sea la nostalgia de un periodismo que estimaba más importante al entrevistado que al periodista.

El autor de la entrevista, Osiris Troiani, la divide en tres partes: 1) El reportaje para “los gorilas”. 2) El reportaje para los peronistas y 3) El reportaje desde “la línea nacional” con la cual se identifica más el periodista, ni peronista ni “gorila”, que reconoce a Arturo Frondizi como su referente.

Perón y Cooke.

La primera pregunta (hecha desde el “gorilismo”) impresiona por lo “contemporánea” que suena cuando la leemos hoy, en mayo de 2017. Pregunta Troiani:

  -El mejoramiento del nivel de vida de la clase trabajadora, ¿no podría lograrse, en 1945, soslayando un enfrentamiento social tan agudo, sólo con aprovechar la prosperidad que entonces había alcanzado nuestra economía? Ese enfrentamiento, ¿era una necesidad real de la clase obrera, o una necesidad política de Perón, que aspiraba al poder?

Aquí la tienen, señores: ¡la famosa grieta! Hace 59 años, un periodista le preguntaba al lugarteniente de Perón sobre el “enfrentamiento social” que las políticas sociales del General habían provocado. ¿Y no podríamos seguir siendo todos amigos, che? La respuesta de Cooke es No. Claro que no.

  -No son los obreros -responde Cooke- quienes practican en la Argentina la política clasista: son los capitalistas. Por modalidad y por formación, la oligarquía argentina es netamente clasista. Y la revolución Justicialista sobrevino cuando la opresión de la clase trabajadora había llegado a límites intolerables. Las medidas debían de ser drásticas para que el producto social se repartiese equitativamente. Los sectores populares fueron los más favorecidos porque estaban en niveles de vida intolerables. De lo contrario, esa prosperidad de que usted habla habría servido para enriquecer más a los ricos, como sucedió, sin excepción, en todos los anteriores períodos de prosperidad. Era, por lo tanto, una necesidad nacional, y el general Perón vino a satisfacerla, a diferencia de todos los otros grupos políticos.

La aparición del peronismo kirchnerista en la escena política argentina no tuvo, desde la perspectiva de quien esto escribe, el enorme significado revolucionario que sí tuvo el surgimiento del peronismo. Baste mencionar la legislación obrera que no existía antes de Perón para comprender que es imposible comparar épocas. Pero al cabo de 12 años de neoliberalismo, el kirchnerismo sí representó la ruptura de una inercia que nos había dejado en el más hondo de los sótanos. Una política económica orientada al consumo interno y a mejorar la capacidad de compra de los trabajadores, los milicos de la dictadura en cana, la desprivatización de algunos servicios que habían sido despojados al Estado, el pedido al mal llamado “campo” de que la junte con pala y no con retroexcavadora, una negociación ciertamente más decorosa de la deuda externa y la reducción de daños del capitalismo alcanzaron para enojar a los mismos de siempre. Y entonces, otra vez, el peronismo malo que promueve el “enfrentamiento social” ahora llamado “la grieta”. ¿O no éramos todos amigos con De la Rúa? No. Claro que no. Había gente que se iba a enojar sí o sí y lo bien que estaba que se enojara. El peronismo los llamaba entonces “los oligarcas”, los llama ahora “garcas”. Es más cortito, pero se refiere al mismo tipo de gente.

Alicia Eguren y Cooke.

Ahora bien, no todos los que se enojaron, entonces y ahora, eran garcas. Hagámosle una “sintonía fina” al asunto. ¿Era necesario, entonces y ahora, que se enojaran todos los que se enojaron? ¿Se podía haber hecho algo para evitarlo? Cooke se hace el gil cuando Troiani le pregunta al respecto.

  -La pérdida de sectores de la pequeña burguesía fue un hecho de los tantos que se constelaron para provocar la caída del peronismo. Esos mismos sectores han comprendido su error, y hoy nos apoyan.

Ocho años después de esta entrevista a Cooke, en 1966, Arturo Jauretche aporta una mirada un poco más amplia, un poco más conciliadora,  desde su libro El medio pelo en la sociedad argentina. ¿Por qué nos llevamos tan mal, querida clase media, si hace un tiempo nos llevábamos tan bien? Escribe Jauretche: “Pero a pesar de haber correspondido a las clases intermedias la primera toma de conciencia de los problemas nacionales y ser las beneficiarias más directas, especialmente la burguesía naciente, del cambio de condiciones, no hubo una correlación en la marcha con la toma de conciencia de su papel histórico en la oportunidad que el destino les brindaba. Cierto es que el peronismo cometió indiscutibles torpezas en sus relaciones con ellas. Por un lado lesionó, más allá de lo que era inevitable, conceptos éticos y estéticos incorporados a las modalidades adquiridas por las clases medias en su lenta decantación. Por otro las agobió con una propaganda masiva que si podía ser eficaz respecto de los trabajadores, era negativa respecto de ellas porque no supo destacar en qué medida eran beneficiarias del proceso que se estaba cumpliendo, como compensación de las lesiones que suponía. No supo tampoco comprender el individualismo de esas clases constituidas por sujetos celosos de su ego, proponiéndoles una estructura política burocrática, organizada verticalmente de arriba a abajo y en la que la personalidad de los militantes no contaba; así se convirtió la doctrina nacional cuya amplitud permitía la colaboración, o por lo menos el asentimiento desde el margen del hecho político en una doctrina de partido que exigía la sumisión ortodoxa y la disciplina de la obediencia más allá del pensamiento, a la consigna y hasta el slogan”.

En la cárcel.

¿Fue tan hostil a egos clasemedieros y tan agobiantemente propagandístico el kirchnerismo -como dice Jauretche- como lo fue el primer peronismo? Salvando las distancias y las épocas, arriesguemos una respuesta moderada: no tanto, pero un poco sí. Digamos que si el candidato a presidente de la oposición derechista estima conveniente prometerle al electorado que va a poder mirar la novela sin que ninguna cadena nacional le hinche las pelotas, es porque el kirchnerismo se pasó un poco de rosca. Alguien podría pensar que este análisis omite a los monstruos mediáticos contra los cuales se enfrenta. Qué Clarín, que TN, que Intratables, que los trolls, que la mar en coche. La omisión es deliberada, no por subestimarlos sino porque van a seguir estando de todos modos, y la intención es más bien preguntarse desde dónde se  construye consenso pese a ellos.

El tema es caro a las inquietudes del amigo Eduardo Blaustein, quien lo desmenuza en su libro Años de rabia. El periodismo, los medios y las batallas del kirchnerismo. En 2013, hace cuatro años –es decir, antes de que se perdiera con Macri– Blaus –en este punto, más jauretchista que cookista– escribió, entre otras cosas, “No se apuesta a una comunicación abarcadora y consensualista sino que se cree en la propia verdad, en el fortalecimiento político desde el propio discurso, en la confianza en que el tiempo y las transformaciones darán la razón (quedarán persuadidos, diría Alfonsín). La apuesta, que tiene algo de evangelizadora, es a una transformación en el medio de las conciencias individuales y sociales. Se supone que el manual básico de la comunicación política se plantea llegar a muchos e interpelar a esos muchos desde un lugar consensualista. La comunicación oficial –en estos párrafos hablamos particularmente de la publicidad oficial– no necesariamente se afinca en esta idea al punto que, por lo que pudo saber el que escribe, no se analiza qué amabilidades se pueden tener o qué irritaciones se pueden evitar”.

Como dice el oso de Moris, han pasado cuatro años de esta vida. Aquí estamos, en 2017, el presidente se llama Mauricio Macri y no alcanza ya con preguntarnos almodovarianamente qué hemos hecho para merecer esto, aunque tal vez responderlo ayude a evitar repetir los mismos errores. El peronismo se pregunta quién le pone el cascabel al Macrigato, pero también cómo hace para ponérselo. Volvamos a Cooke. De cara a elecciones de medio término frente a un gobierno neoliberal, otra de las preguntas que le hizo Osiris Troiani hace 59 años conserva su vigencia.

En la Cuba revolucionaria.

  –Desde su caída, el peronismo no representa al pueblo más que verdades negativas. Está en contra. Lo cual parece legítimo en cuanto se admita que el gobierno revolucionario (se refiere a la autodenominada “Revolución Libertadora”) fue claramente antinacional y antipopular. Pero en 1945, cuando se atrajo con tanto vigor la adhesión de las masas, sus posiciones eran esencialmente afirmativas. ¿Puede el peronismo ofrecer al pueblo algo nuevo, como entonces, o seguirá vuelto hacia el pasado?

–Las posiciones siguen siendo afirmativas –responde Cooke–. Estamos en contra de la política seguida a partir del 16 de septiembre de 1955, pero no por negativismo sistemático, sino porque ella significa el endeudamiento del país y el embargo de las condiciones de vida del pueblo. Nuestro repudio, nuestra heroica resistencia, nuestra indignación, están motivados por la concertada depredación de un país que nosotros dejamos organizado, próspero y libre. Las estructuras que defendían al país –IAPI, Banco Central nacionalizado, cooperativas agrarias, centrales obrera y empresaria, etcétera– fueron arrasadas, para dejarnos en la más absoluta indefensión, conforme a un plan de inspiración extranjera. Contra eso ofrecemos nuestra labor de diez años. Sabemos que no es invulnerable a críticas parciales. Pero, en conjunto, es la obra de un genio –el general Perón– y de un pueblo consciente de sus deberes históricos. La doctrina peronista no ha perdido actualidad. Por el contrario, todo programa de restauración de los valores y bienes conculcados tiene que recurrir a ella. El peronismo, dentro de los lineamientos ideológicos que lo inspiran, se adapta a las nuevas circunstancias y tiene soluciones concretas para los problemas de la hora. El general Perón está preparando un trabajo en el que expone el desarrollo analítico de la posición del Movimiento frente a las cuestiones nacionales planteadas por estos dos años y medio de Tiranía.

Ofrecer “algo nuevo”, entonces, coincide Cooke, porque no alcanza con pensarse desde el pasado. Pero ofrecerlo pronto, rapidito, porque igual que hace 59 años, “las estructuras que defendían al país fueron arrasadas, para dejarnos en la más absoluta indefensión, conforme a un plan de inspiración extranjera”. Estamos en el horno y, a diferencia de 1955, en un horno elegido por el pueblo. Adaptarse a “las nuevas circunstancias” y tener “soluciones concretas para los problemas de la hora” (Y ya que estamos, si se puede, comunicarlas un poquito mejor). Suena bien. Tenemos cinco meses. Y, enfrente, a Macri Gato.