Mauricio Macri y el gobierno de Cambiemos dice mirarse en el espejo del desarrollismo frondicista. No todo es tan parecido, pese a coincidencias de actitudes y de algunos apellidos.
Mauricio Macri llegó a este mundo en febrero de 1959. El 1º de mayo de 1958, comenzaba la presidencia de Arturo Frondizi, por la misma época en que fue concebido el actual presidente. Para cuando el hijo de Franco Macri vio la luz en Tandil, el gobierno desalojaba el frigorífico Lisandro de la Torre, en una de las mayores derrotas del movimiento obrero argentino. Con los años, el hijo del fundador de Socma se sintió a gusto en la derecha liberal de Álvaro Alsogaray pero cuando saltó a la arena política, comenzó a referenciarse en Frondizi y el desarrollismo.
Entre los colaboradores de Frondizi se destacaban Rogelio Frigerio y Horacio Rodríguez Larreta padre. Uno, abuelo del actual ministro del Interior; otro, padre del Jefe de Gobierno. El abuelo Frigerio, más conocido como el Tapir, fue una suerte de ministro sin cartera del el gobierno desarrollista. Terminó ocupando un cargo de segunda línea, pero lo suyo fueron la rosca y la estrategia. Haciendo un parangón algo forzado con el presente, el Tapir fue como Emilio Monzó. Si al presidente de la Cámara de Diputados le tocó operar la Convención de la UCR en Gualeguaychú, Frigerio tuvo la tarea nada fácil de negociar con el peronismo proscripto.
Tuvo un primer contacto con John William Cooke, el delegado del General. Después viajó a Caracas, en el momento más complicado del exilio latinoamericano de Perón, enredado en la estrechez económica y la caída del régimen de Marcos Pérez Jiménez. Frigerio arribó con la intención de negociar la letra chica del acuerdo, que casi vuela por los aires, porque los opositores a Pérez Jiménez se la agarraron con Perón, quien a duras penas pudo el asilarse con su entorno en la embajada de la República Dominicana, evitando así enterarse de la presencia de Frigerio.
Rodríguez Larreta padre formaba parte del grupo de “jóvenes brillantes” que rodeaban a Frondizi. Curioso: el adjetivo “brillante”, con que la prensa que simpatizaba con la UCRI calificaba a los cuadros desarrollistas, fue usado por Macri padre para caracterizar a su hijo, quien lega a las generaciones futuras de porteños un artefacto llamado Metrobus. El hijo hizo pie en el menemismo, y fue parte del triunvirato de interventores del PAMI al despuntar la Alianza. Una entente de familias políticas, con una pata radical, otra frepasista, y una tercera plantada en el peronismo. Horacio Rodríguez Larreta hijo fue la cara del partido más grande de Occidente en esa mesa un tanto chueca. Pero después diría que siempre fue desarrollista y, cuando puede, saca a relucir sus blasones de nene de pantalón corto que compartía reuniones con Frondizi.
Con todo, el tránsito por el menemismo fue, con el paso del tiempo, una marca en el orillo de los desarrollistas. Dos de los “jóvenes brillantes” fueron ministros en los 90: Oscar Camilión en Defensa; y Antonio Salonia en Educación. Y otros dos juraron como ministros aquel 1º de mayo del 58: Alfredo Allende en Trabajo, con 27 años; y Carlos Florit como canciller, con 29.
Salonia fue parte del equipo que, desde el ministerio de Educación, motorizó una las medidas más controversiales del desarrollismo: la ley que habilitó la educación privada a nivel universitario. Lo cual redundó en la entrada en escena de la Iglesia en los estudios superiores, monopolio del Estado hasta ese momento. La famosa pugna entre laica y libre. Que los neo-desarrollistas de Macri quisieron retrotraer, no a niveles de derogar la ley, sino de plantear educación religiosa en escuelas públicas.
La construcción política de Frondizi surgió desde el ala izquierda de la UCR. No pudo hegemonizar a un partido convertido en expresión cerrada del gorilismo, lo que llevó a la fractura de la Convención de Tucumán en 1956. Perón había plantado la semilla de los contratos petroleros con la Standard Oil. El abogado correntino respondió con un libro: Política y petróleo, donde reivindicaba el rol del Estado en la implementación de las políticas hidrocarburíferas, un tema caro al partido que creó YPF. Dos años más tarde llegó al poder para hacer exactamente lo contrario de lo que proclamaba en su libro. Doble discurso, que le dicen.
En rigor, el desarrollismo se proponía cambiar la estructura de dependencia de un país periférico generando las bases para su industrialización. Lo que Frondizi no aclaró con precisión fue que en la primera etapa había que aliarse con capitales extranjeros. Lo cual iba a contramano de su libro y de cierta izquierda que lo apoyó y se abrió de su gobierno, como la revista Contorno, o Armando Tejada Gomez, quien había sido electo diputado provincial por Mendoza. La controversia iba a rodear al presidente de aura intelectual: Abelardo Castillo remarcaba el doble discurso de Frondizi; Héctor Tizón aseguraba que el país estaba como estaba por el golpe del 62.
Sin embargo, algunas cuestiones no fueron patrimonio de los desarrollistas. Para 1960, el país comenzaba a exportar siderurgia, algo impensable una década atrás, y que en gran medida era efecto de las políticas del peronismo en el tránsito, trunco, hacia la industria pesada. Del mismo modo, comenzó el apotegma del autoabastecimiento petrolero, que se habría dado a partir de 1958 por obra y gracia de los contratos petroleros, y que recién se concretó a mediados de los 80, bajo el monopolio de YPF.
Cuando Macri plantea aquello de “el mejor equipo de los últimos cincuenta años”, pone el reloj de la historia atrás de 1965, apuntando al gobierno de la UCRI. La réplica del modelo es bastante modesta. El protocolo anti-piquetes de Patricia Bullrich no puede siquiera empezar a competir el Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado), que en los hechos reemplazó a la vetusta Ley de Residencia y que tuvo, como colofón, la implementación del estado de sitio desde diciembre de 1958 hasta el gobierno de José María Guido. O sea que sólo hubo libertades constitucionales plenas los primeros ochos meses de una presidencia que duró casi cuatro años, y con un plan represivo que dio vía libre a la acción militar contra la actividad política. Su responsable fue Alfredo Vítolo, el ministro del Interior. Un símil Marcos Peña, aunque con más años y que no repetía el mantra “equipo” cada veinte palabras.
En materia económica, el mejor equipo de hace medio siglo logró, en su primer año, triplicar el precio del dólar y generar así un brote inflacionario sin antecedentes en el país. Emilio Donato del Carril le cedió el sillón de ministro a Álvaro Alsogaray, quien avisó que había que pasar el invierno. Sueldos bajos, conflictos laborales (como la gran huelga de los bancarios) y represión de la actividad sindical. Un combo explosivo. Mientras, el Plan Larkin comenzaba a desmantelar la red ferroviaria, una obra que terminó de consumar el menemismo, aunque el mejor equipo del medio siglo posterior a la experiencia de la UCRI gusta de racionalizar servicios de media distancia. El país terminó con casi 2 mil millones de dólares en concepto de deuda externa y convertido en socio deudor del FMI y el Club de París. Menos de una década antes, la Argentina era un país acreedor.
Fue en el plano internacional y en su relación con la Revolución Cubana que Frondizi dio algunos de sus tropiezos más cuestionados. Fidel Castro visitó la Argentina a los pocos meses de la caída de Fulgencio Batista. Todavía no había declarado el carácter socialista de su revolución, pero ya generaba urticaria en Washington. Janio Quadros, el presidente de Brasil, condecoró al Che Guevara y eso sirvió de empujón a su caída. Al mismo tiempo, la Argentina defendía de forma solitaria a Cuba en la reunión de la OEA en Punta del Este, cuando la isla fue expulsada del sistema interamericano. Mauricio Macri disimula bien lo del principio de no intervención en el caso venezolano, y sin ponerse colorado se abrazó con Michel Temer. En público, no como Frondizi recibiendo al Che en secreto en la residencia de Olivos.
A la imagen del desarrollismo contribuyó la revista Qué, dirigida por Frigerio y enfrentada al gorilismo de Balbín. Nadie imaginaba un pacto con Perón; los implicados del lado del líder exiliado no esperaban una traición: no se levantó la proscripción y el Plan Conintes se encarnizó con los dirigentes sindicales de base. Después llegarían los panegíricos por la obra de gobierno que truncó el rocambolesco golpe de marzo de 1962. Rocambolesco porque el ministro de Defensa, Rodolfo Martínez, se apuró en hacer jurar al presidente provisional del Senado evitando así, con el apoyo de la Corte Suprema, que el sillón de Rivadavia fuera ocupado por el general Poggi. Martínez llevaba tres días en el cargo, como casi todo el gabinete. ¿Por qué hubo un cambio tan abrupto de ministros, y por qué no había vicepresidente? Respuesta a la primera pregunta: fue una decisión de Frondizi frente a la debacle electoral del 18 de marzo del 62, cuando permitió competir al peronismo y Andrés Framini ganó la gobernación bonaerense. Previamente, había anulado los resultados de las elecciones, en un alarde de republicanismo y apego a las virtudes democráticas que sus admiradores no suelen resaltar. Respecto de la segunda pregunta: porque Alejandro Gómez, el vice de Frondizi, había renunciado a los seis meses de haber sido elegido para un período de seis años. Los motivos de su salida nunca quedaron claros: el núcleo duro del presidente sostuvo que había un complot y que Gómez era la punta de lanza para un golpe. Ante la amenaza de juicio político, renunció. Gabriela Michetti viene sorteando el asuntillo del robo de dinero cuyo origen no puede explicar, algo ciertamente menos romántico que una conspiración.
Los de la campaña “Dígale sí a Frondizi”, jugando con el slogan de una marca de galletitas, en la prehistoria del marketing político, contaban con el diario Clarín como propalador. Roberto Noble se convirtió en un fervoroso seguidor de Frondizi, y el poder de penetración de su diario era infinitamente superior al de Qué. Casi seis décadas más tarde, ya sin la influencia desarrollista, amenaza con soltarle la mano a los nostálgicos de la UCRI. Que en estas horas reinauguran el Teatro San Martín, desguazado durante años. Una joya erigida en 1960 por el arquitecto Mario Roberto Álvarez para celebrar los 150 años de la Revolución de Mayo, en pleno gobierno del admirado don Arturo. No cuidaron mucho que digamos ese aporte a la cultura. Ojalá no tengan un empeño inversamente proporcional en cosas como Conintes, Larkin y laica-libre, a la hora de honrar las mejores tradiciones del gobierno forjador de la Argentina moderna.