El silencio del presidente y de los principales funcionarios del gobierno sobre el hundimiento del ARA San Juan pone en evidencia los límites de la posverdad que pretende instalar el relato macrista.

Cuando se escriben estas líneas, aunque no se conozcan con precisión las causas ni los detalles, la suerte del ARA San Juan y sus 44 tripulantes está echada. El gobierno lo sabía desde pocas horas después de que se perdiera contacto con el submarino. La secuencia de datos es la siguiente: en la última comunicación, desde el submarino se reportó una entrada de agua en la nave y un cortocircuito en el pañol de baterías; tres horas más tarde, una agencia internacional de rescate de submarinos detectó una “anomalía hidroacústica”, que podía identificarse con una explosión, en un punto de la ruta prevista del submarino y se lo comunicó luego a la Armada argentina; finalmente, ayer, la Comisión para el Control Integral y de Pruebas Nucleares (Ctbto), con sede en Austria, informó al embajador argentino en Viena que su sistema internacional de monitoreo había detectado, mediante dos sensores, “un evento compatible con una explosión” en el mismo lugar donde se había registrado la “anomalía hidroacústica”. El último dato vino a confirmar el primero y el primero era, claramente, que el ARA San Juan había explotado. Es imposible que el gobierno no lo supiera.

La explosión del ARA San Juan pudo ser detectada gracias a sofisticados sistemas de escucha. Lo que ni siquiera los oídos más sensibles pudieron escuchar en estos días fue una palabra gubernamental sobre el tema. En otro artículo publicado hoy en Socompa, Marcos Mayer cuenta que sólo habló el canciller y porque lo atajaron cuando se quería ir en silencio, y que Macri recibió a los familiares, a los que no dijo literalmente nada concreto. A los argentinos, en vilo durante más de una semana por la suerte de los 44 tripulantes, ni una palabra. En cualquier otro país – el que el lector prefiera – la cuestión hubiera dado lugar a una conferencia de prensa presidencial, cuando no a una detestada cadena nacional. Aunque sólo fuera para decir estamos preocupados, estamos haciendo todo lo necesario, esas cosas que se tienen que decir.

Lo ocurrido con el ARA San Juan quedó afuera del dispositivo de realidad del gobierno de Cambiemos. Sus estrategas comunicacionales, con Durán Barba a la cabeza, no encontraron la manera de manejarlo. Porque Cambiemos y sus funcionarios, empezando por el propio presidente Mauricio Macri, sólo aparecen en escena en el marco de “realidades controladas”.

La realidad de Cambiemos es la de los timbreos armados (armados en los dos sentidos de la palabra: porque están concretados de antemano y porque quienes timbrean van rigurosamente custodiados por gente armada); es la de los actos separados de la ciudadanía por policías y vallados que sólo puede trasponer un “público” previamente seleccionado; es la de los colectivos alquilados y cargados de actores para mostrar supuestos contactos presidenciales con “la gente”; es, también la de la foto que ilustra esta nota. Es la realidad de la posverdad.

Es esa posverdad  fogoneada por los medios de comunicación hegemónicos – a esta altura habría que dejar de decir “hegemónicos” para decir “únicos” – la que crea un efecto de realidad que viene compitiendo, con éxito si se tienen en cuenta los resultados electorales, con la realidad concreta, lo que realmente pasa en la Argentina. Es la realidad virtual de una flexibilización laboral que dará más trabajo, de una reparación histórica que empobrece a los jubilados, de las pesadas herencias que justifican todos los desmanes de los herederos.

Fuera de esa realidad virtual, del mundo de la posverdad, Cambiemos practica el arte de no estar. Podría formularse así: no voy donde no me conviene; lo que no me conviene no existe; el país es el que yo te muestro. Precisamente lo opuesto a lo que postula uno de los eslóganes preferidos de Durán Barba: Estamos donde vos estás.

Si Macri y sus ministros no dijeron hasta ahora una palabra sobre el hundimiento del ARA San Juan es porque no pueden acomodarlo a “su” realidad, porque no le encontraron la vuelta para culpar a otros y evitar hundirse con él.

Pero la realidad-real, la de los hechos (esa que Cambiemos intenta forcluir), nunca deja de insistir y tarde o temprano termina hundiendo a la posverdad en las oscuras aguas de lo que realmente es: una mentira.