El silencio de Cambiemos frente a lo ocurrido con el ARA San Juan  no es solo un síntoma de insensibilidad sino una puesta en práctica de la concepción oficial sobre el rol del Estado y de su idea de la sociedad como individuos desperdigados.

Más allá de las responsabilidades que puedan caberle a quien corresponda, lo sucedido con el submarino ARA San Juan pasó a ser un problema nacional. Sin embargo, Macri apenas supera a Aguad en el rubro ausencia. Una visita a los familiares y un anuncio a toda orquesta de Clarín sobre sus intenciones de remover la cúpula de la Armada. Eso fue todo. Nada de una declaración oficial, ni de hablar por la tele. El único integrante del gobierno que dijo algo al respecto fue, de manera casual y no premeditada, el canciller Jorge Faurie, alcanzado por los medios cuando salía de su despacho. En cuanto a información, el oficialismo dejó a algún capitán de pie en una escalinata a aguantar el chubasco mediático mientras el presidente y su gabinete seguían al resguardo de cualquier realidad molesta.

El uso de la palabra es un problema para Cambiemos. Y no por las dificultades del presidente a la hora de hablar. Porque, cuando se está en el poder, la palabra –es una obviedad decirlo- es la manera privilegiada de interactuar con la sociedad, al menos en democracia. Y frente a las conmociones sociales –y sin dudas, lo del submarino la es- la palabra es una manera de acompañar los acontecimientos, comentarlos, agregarles informaciones y, cuando, como es el caso, hay víctimas que éstas sientan que el gobierno, en tanto representante de la sociedad, está de su lado y se solidariza con su dolor y su pérdida.

Se podrían explicar los motivos de este silencio desde la teoría Felipe Solá: “no tienen corazón”. Puede ser, pero esto es política y las cosas suelen ser más complicadas que la educación sentimental de los gobernantes. También aparecen los problemas de Cambiemos frente al hecho de la muerte. Fue mínima la presencia oficial en el velorio del Momo Venegas y en los funerales de los gendarmes muertos en un accidente. La muerte es algo que les ocurre a los demás, y no tiene que ver con uno,  aunque los muertos sean del mismo palo.

Pero lo cierto es que frente a la muerte de adolescentes en la fiesta de Time Warp, la única reacción de Horacio Rodríguez Larreta fue un mensaje en Facebook. Cuando se produjo la desaparición de Santiago Maldonado, Macri tardó más de un mes en decir alguna palabra sobre el tema.  Se dejó solas a las familias de los gendarmes y ahora la situación se repite (con el agravante de las sospechas sobre ocultamiento de información en el caso del submarino). Claro, cuando la muerte es social y no natural pasa a ser una cuestión de Estado. Sobre todo cuando hay involucrados sectores estatales (la marina, gendarmería en el caso Maldonado, los controles municipales).

Y esta inacción, esta falta, si se quiere,  de reflejos políticos, lleva a preguntarse qué es el Estado para Cambiemos. Por de pronto, puede decirse que no considere que estar a su frente implique alguna clase de  responsabilidad. En el mundo individualista del timbreo y el face to face, el Estado es solo un telón de fondo que facilita o entorpece la acción de los sujetos aislados que se embarcan en la búsqueda de su propia felicidad. Por lo tanto, para poder cumplir con su objetivo su presencia debe ser en realidad una ausencia. Es una fatalidad heredada y con la que hay que convivir, pero no por elección ni por convicción. Por eso  no se asume al Estado como algo propio salvo en sus aspectos más instrumentales.

Ese lugar ausente –presente del Estado también marca la relación con el mundo de lo social. El poder se ejerce en un contexto. Cambiemos es reacio a esta idea, porque le cuesta hablar a un colectivo, se llame como se llame. En el primer acto por el Día de la Bandera  que le tocó presidir, Macri  se dirigió a los asistentes con un llamativo “ustedes los argentinos”. Como despegándose de la sola idea de formar parte de algo que excede a su lugar en tanto individuo. El discurso oficial abomina de apelaciones como “ciudadanos”, “compatriotas”, ni hablar del sospechoso “pueblo”.

Esto que es comida de todos los días y que en cierto sentido cuenta con un importante consenso muestra resquebrajaduras cuando irrumpe el infortunio y cuando la desdicha se hace social. De hecho, en estos días casi no se escuchan conversaciones en las que no se hable del tema del submarino. Se ha transformado –no es este el momento de indagar las razones- en una causa nacional. Y allí el gobierno ni siquiera apela a los lugares comunes. Silencio, eso es todo. Claro, de pronto, ¿a quién hablarle? Ya no alcanza con dirigirse a los familiares. Se espera que Macri asuma su lugar y le hable a todos y en nombre de todos. Que es lo que no puede o no quiere hacer. Sería una forma de rendir cuentas (no porque deba asumir la culpa de lo sucedido –por ahora no están claras las responsabilidades) que es reconocer un lugar de sujeto colectivo a esos otros a los que se gobierna. Lo que se prefiere es ese vínculo aislado con los familiares donde se puede simular empatía y preocupación. Tomar una posición es otra cosa, es ponerse al frente del Estado, ese mismo al que se quiere debilitar hasta ponerlo al borde de la extenuación. Desde ese lugar, claro lo único que hay para ofrecer es silencio.