Falta mucho para las elecciones, pero la posibilidad de que pierda el oficialismo pone nervioso a funcionarios, empresarios y periodistas afines que suben la carga de adjetivos. Está el odio incontrolable a Cristina, pero detrás anda la insoportable idea de que el proyecto neoliberal no solo llegue a su fin sino que deje de ser una alternativa electoral por mucho tiempo.
Los sacados de siempre (Majul, Fernández Díaz) están más sacados que nunca. Los más cools (Morales Solá, Van Der Kooy) viven en estado de alarma. El editorialista de La Nación urge a que Macri le encuentre la vuelta a la economía, como sea, porque así no se puede ganar y el de Clarín, después de unas pocas líneas que pretenden trazar un distante cuadro de situación se zambulle en el hit de toda la vida, las causas de Cristina. Carlos Pagni, que suele jugar al cínico, siembra optimismo macrista a partir de que “la supervivencia de Maduro vuelve más intolerable para el gobierno de Donald Trump una regresión al kirchnerismo. Este es el criterio decisivo en las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional”. Kovadloff pergeña juegos de palabras para impulsar a los votantes al puerto Cambiemos. Para no hablar de los nervios que circulan entre los empresarios que apuestan a un plan V que es el equivalente a dos disparos, uno en cada pie. Porque, supongamos que finalmente el operativo se concreta y hay una Heidi en lugar de un Gato. La maniobra sería una ostentosa demostración de la debilidad de Cambiemos, al mismo tiempo que implicaría entregar a no se sabe quién la provincia de Buenos Aires, donde Vidal sería la única en condiciones de dar pelea.
Por el lado oficial, las cosas no están más apaciguadas. Desde los enojos de Macri –que incluyen decir mierda por la tele- hasta las humoradas resignadas de Durán Barba (ganamos por ser el menos peor) pasando por las barbaridades de la diputada Carrió. Hasta Marcos Peña levanta la voz. Por un lado, hay una banda de coachs que insiste en que hay que mostrarse enérgico, porque esa sería una muestra de que la situación está bajo control, porque la firmeza (por no decir la tozudez) prueba que se está en el camino correcto. Pero eso no explica todo, es apenas una parte que tiene que ver con un gobierno que no se mueve sin que algún experto haya recomendado antes qué conviene hacer.
Pero la sensación de la derrota combinada con un plan de hierro para conformar al Fondo ha generado una irritación importante a todos los que están, con las diferencias del caso, alineados con Cambiemos.
¿Es para tanto lo de Cristina?
La aparición de Sinceramente proveyó de mucha letra a quienes han hecho de cuestionarla una filosofía y un medio de vida. Porque se podrían fechar los primeros ataques a CFK a comienzos de su segunda presidencia. Lo que implica que le están pegando hace 8 años, algunos de manera maníaca como el caso de Majul (quien de alguna manera sostiene que criticar a Macri es hacerle el juego al kirchnerismo) o de Fernández Díaz al que el epíteto “la arquitecta egipcia” no se le cae de la laptop.
Más adelante intentaremos ahondar en algunos aspectos de esta obsesión, pero habría que ser cautos acerca de su sinceridad. Esta gente vende odio y saben que la grieta es casi su condición de existencia. No pueden ni quieren salir de allí, no están en condiciones de hablar de otra cosa.
En su furor, no pueden analizar que, de ganar, CFK recibiría un país en estado de desastre y con bastante menos margen de maniobra del que está acostumbrada. Más un contexto internacional adverso. Donde antes estaban Lula, Correa y Chávez, ahora están Bolsonaro, Lenin Moreno y un Maduro abarrotado de problemas, que está más para recibir apoyo que para darlo.
Es decir que un eventual gobierno kirchnerista arrancaría con mayores presiones, entre ellas y fundamentalmente la de las deudas, la externa y la social. Sumado a eso, la expectativa de tener que solucionar rápido el calamitoso estado de cosas en el que viven los argentinos.
Podrían responder los nerviosos a esto que no quieren volver a un país marcado por el autoritarismo y las restricciones a la libertad de expresión. Lo primero se podría discutir pero Macri y sus funcionarios no son precisamente un modelo de pluralismo; si lo fueran, Carrió sería un personaje marginal y no una especie de decidora profesional de las cosas que otros de sus compañeros de coalición no quieren o no se atreven a decir. Ella hace la campaña más sucia posible, de allí que haya dicho que Bonfatti es como un delegado de la Banda de los Monos. Es como una mayorista del enchastre y la amenaza, la última periodistas cordobeses que, descarados, se atrevieron a pedirle precisiones.
Lo de la libertad de expresión es casi inadmisible. Durante el mandato de CFK, Marcelo Birmajer, por entonces guionista del programa de Lanata, declaró que nunca en la historia argentina había habido menos libertad de expresión que bajo el kirchnerismo. Lo que es una barbaridad en un país donde hubo tantos periodistas desaparecidos. Al mismo tiempo de esas declaraciones le daba con todo a Cristina y a su gobierno, sin que nadie moviera un dedo para impedírselo. Dicen algunos periodistas opositores haber recibido aprietes de la AFIP. Si sucedió así, fue repudiable, pero convengamos que eso no fue un obstáculo para que siguieran diciendo lo que les parecía.
El otro motivo para su alarma sería que con Cristina volvería el reino de la corrupción. Si ese fuera un planteo serio, habría que admitir que ese reino nunca se fue ni cerró sus puertas. Basta con ver el involucramiento de Calcaterra en el negocio del soterramiento del Belgrano.
Por otro lado, la ex presidenta ha dejado algunas señales a las que valdría la pena prestar cierta atención. Allá por 2017, cuando regresó a escena en calidad de candidata a senadora, eligió hablar: un par de actos, varias entrevistas. De pronto, todo eso tuvo un parate. Hoy se puede decir –y lo reafirma la aparición de Sinceramente– que Cristina se comunica por escrito, antes por twitter, ahora en papel impreso. No es fácil desentrañar qué rumbo augura este cambio, pero es probable que, de ser candidata, ganar en octubre y asumir en diciembre, sea poco lo de antes que se repita. Por de pronto, deberá calmar la ansiedad ambiente. Que es lo que tuvo que hacer en Menem en 1989. Se salía de una híper y se entró muy pronto en otra. Y para capear ese temporal, eligió dos caminos, aliarse con el capital y negociar una paz con los sindicatos (es probable que la actual alianza con Moyano sea un paso previo a esa necesaria tregua). La última parece casi indispensable. De todos modos, nuestros analistas políticos hablan de ella como una bomba de tiempo, como demuestra la columna de Ernesto Tenembaum en Infobae que finaliza con “tic toc”.
Es cierto que en mucha gente y sobre todo en la prensa del establishment la obsesión por Cristina asume aspectos casi patológicos. Uno de los tantos libros que se dedicó a sus aspectos privados, Los amores de Cristina de Franco Lindner (editor de política de Noticias) se abre con la escena de la ex presidenta desnuda en una sala de quirófano y la descripción (supuesta o real) hecha por un médico al que no se nombra de ciertas características de su cuerpo. No parece muy justificada esta alusión, y no deja de tener algo de gesto obsceno. Y en tren de asociaciones, remite a “Esa mujer” de Rodolfo Walsh, donde el militar encargado de ocultar el cuerpo de Evita habla de su desnudez y de ciertos toqueteos necreofílicos, para terminar diciendo: “—¡Está parada! —grita el coronel—. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!”
Cristina ha intentado postularse como una reencarnación de Evita. De hecho, sus cadenas naciones tenían como fondo la enorme silueta de Evita contra el ministerio de Obras Públicas. Hay un imaginario respecto de las mujeres con poder, que hay en ellas algo de masculino y que hay que paralizarlas, contemplarlas en estado de absoluta quietud, indefensas. Habría que pensar como juega eso en Cambiemos, tal vez en ese sentido, Vidal sea lo más parecido a Cristina, en tanto mujeres con poder. Pero en una contracara asexuada. Quizás esté esto también en el fondo del Plan V. Solo una mujer con poder puede contra otra mujer con poder.
Más allá de estos temores atávicos –que son muy poderosos-, todo parece indicar que, si ganara Cristina en este contexto, los dueños del poder económico no deberían temer una hecatombe ni una cubanización de la política, aunque es probable que el acceso al poder político no sea tan directo ni tenga lugar con tanto beneplácito como el que pone en escena el macrismo. Es muy posible que haya conflictos con los fondos buitre y que se reduzcan las bicisendas para la bicicleta financiera, más el espinoso tema de las restricciones y de las restricciones a las compras de dólares. No parece tan tremendo para justificar tanto clamor por la libertad y la república amenazadas.
La única verdad no es la realidad
No hay que descartar que más que a la Cristina real a lo que se tema es al fracaso de ese proyecto de derecha llegado al poder a través de las urnas, con todas sus pretensiones de modernización y que se apuró a demostrar para quién trabajaba con la instantánea eliminación de las retenciones y del cepo cambiario, además de dejar sin efecto de un plumazo la Ley de Medios. Todo eso subrayado hasta hoy por el latiguillo de las reformas estructurales y del planteo de que Cambiemos vino a refundar la Argentina Se avizoraba una gran fiesta del capitalismo argentino que auguraba el cumplimiento de viejos anhelos: país serio, previsible, reforma previsional y laboral, reducción de subsidios, achicamiento del Estado, privatización de todo lo privatizable. Pasaron cosas y poco de eso se cumplió y lo que se hizo en algunos casos quedó a medias (reforma previsional, por ejemplo).
El peronismo tuvo tres derrotas electorales desde el regreso de la democracia. En 1983, en 1999 y la más reciente en 2015. De dos de esas derrotas pudo recuperarse y es muy probable que lo haga de la tercera. Y esos regresos al poder fueron de la mano de la apelación al pasado. Menem ganó en 1989 apelando a la tradición justiciera del peronismo de la cual luego se olvidó y pudo volver a presentarse en 2003 invocando un pasado de estabilidad, Cristina o cualquier candidato de su sector puede prometer el regreso de tiempos mejores que los actuales. También el radicalismo tuvo su regreso efímero en 1999 con el antecedente de la seriedad y honestidad que había dejado Alfonsín. La alianza Cambiemos nada tiene para ofrecer. Después de la eventual derrota sobre puede conformarse con el ataque mediático contra quien se imponga en diciembre. ¿Qué antecedentes podría invocar para regresar al poder en cuatro años? ¿Las cloacas? ¿El beneplácito del mundo? ¿La amenaza de ser Venezuela?
Para decirlo de otro modo, es perder un espacio, no reformularlo, porque hacerlo implicaría dejar de ser lo que se es, la alternativa del país neoliberal, su expresión democrática. Los nervios vienen de pensar en la alternativa de la derrota –que hoy suena muy probable- y de la incapacidad de volver por las urnas.
Mientras no se les ocurra otro camino. Uno podría pensar que en algún lugar de la imaginación neoliberal hoy tan perturbada se considera la posibilidad de quedarse en el poder o de volver al poder por otros medios. Para eso trabaja Patricia Bullrich con su política de seducción, impunidad y genuflexión ante las fuerzas de seguridad y los milicos. Y su sobreactuación de la mano dura y su aplauso machacón a la justicia por mano propia y el gatillo fácil.
A la luz de lo que ocurre en Venezuela, esa alternativa suena más posible. Mientras tanto el ajuste sigue para que gobernar después del Gato sea una misión casi imposible. Con la utopía de que nunca se pueda salir del neoliberalismo aunque ya no lo protagonice Cambiemos. Perder pero seguir ganando. Pero nada aparece seguro y el lugar de la certeza lo ocupan hoy los nervios y la ira.
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