Una aproximación a la mirada del macrismo sobre un sector de la fauna autóctona, para la cual ni siquiera se toma el trabajo de elaborar un discurso. ¿Qué pasa cuando un gobierno no valora la inteligencia?
Te toman por boludo” es el latiguillo que recorre los sermoneados programas de Roberto Navarro. Dejando de lado el hecho de que el conductor ha decidido no incluirse en esa categoría poco gloriosa que nos endilga a tantos y que su afirmación se contradice con su relato de la progresiva caída de la imagen de Macri, sobre lo que vale la pena detenerse es en qué significa ser un boludo y quiénes son los boludos en la era de Cambiemos.
La boludez suele asociarse a la estupidez y a la ingenuidad. Están los vivos y los boludos. ¿Qué pasa cuando un gobierno no valora la inteligencia? ¿Cuándo apela todo el tiempo a que las cosas son como son –el ajuste, los tarifazos- y la resignación a una realidad dura pero llena de promesas es la mejor actitud? ¿Cuándo pide que no se deje de entonar el himno del entusiasmo? Desde la mirada oficial no está bueno ser boludo, porque la boludez tiene algo de contumaz, de insistente. Vuelve una y otra vez sobre posiciones perimidas. No se resigna a dejar de ser boludo. ¿Por qué? Ningún pibe nace boludo, el populismo los hace boludos, diría González Fraga. Fue boludo haberse creído que el consumo había llegado para siempre. Estos son tiempos de desaprender la boludez. No es momento para jugar a hacerse el boludo.
En algún momento del kirchnerismo, cuando el consumo era rey, la publicidad convertía la boludez en valor. O si se quiere, celebraba ese estado boludo de felicidad que nace de poderse comprar lo que uno quiera. Una publicidad de cerveza mostraba, con un arrepentimiento autoindulgente, todas las boludeces que cometían los hombres frente a las mujeres. Otra, de Coca, trasladaba la escena a un cine en el que se proyectaba una película romántica melosa y lacrimógena a más no poder. Una espectadora lloraba a mares en el cine, mientras se oía la voz de un crítico haciendo bolsa el film. Ser boludo estaba bien porque predisponía al consumo. La boludez era un espacio donde todos, mal que mal –salvo el aguafiestas del crítico- nos sentíamos a gusto, porque siempre había una cerveza fría en la heladera. La publicidad de estos tiempos no establece una relación igualitaria y feliz entre producto y consumidor –salvo cuando se trata de autos de alta gama, cuyo público es siempre el mismo y no está sujeto a los avatares de ninguna política económica. En ciertas cuentas bancarias siempre hay guita para un Chevrolet último modelo, ese diseñado para una nueva/vieja clase: los meritócratas. En verdad es la misma clase de siempre pero ahora ha decidido rebautizarse al calor de los nuevos tiempos. Es llamativo que la publicidad hablara de meritocracia antes de que María Eugenia Vidal se llenara la boca con esta palabra que le fue ajena gran parte de su vida personal y política. Los meritócratas no tienen tiempo para boludeces. ”Una minoría que no para de avanzar y que hasta ahora no fue reconocida” concluye el spot de Chevrolet. Esos son (o creen ser) los que manejan el volante del país.
Para Cambiemos, incluso desde la mirada siempre despectiva de Alejandro Rozitchner, la boludez es cosa del pasado, como cuando Cristina trata de pelotudo a Parrilli.
Entonces el apotegma de Navarro tiene algo que no termina de cerrar. Ellos no te toman por boludo, en cierto sentido quieren que dejes de serlo. Te necesitan resignado, convencido, derrotado o autoengañado, pero nunca boludo. En el proceso de modernización, lo que importa, de acuerdo a las palabras de Esteban Bullrich, es poder lidiar con lo inestable que es, seguramente, lo que cree estar haciendo el gobierno. Está descubriendo un mundo de oportunidades en lo que no está fijo, en lo incierto. Decir que en veinte años se va a alcanzar la pobreza cero es no hablar del futuro. La sensación es que el macrismo no sabe dónde se detiene la película y de qué se va a tratar el argumento, aunque no tenga dudas de quiénes son los protagonistas que, inestabilidad mediante, están por definición del lado bueno de la vida. Desde ese lugar no se trata de convencer y de engañar a los boludos. No hay discurso para ellos, no podrán entender mientras sigan atados al pasado y a su cotillón de infelices ilusiones. Entonces no nos toman por boludos ni nos toman en serio. El mundo es un mal necesario y se convive con él porque no hay otra. Ni los boludos contamos en la suma macrista.