A esta altura del mandato gubernamental, y con otra muerte por represión, los recursos argumentales de los funcionarios son cada vez más brutales. Por ser también psicotizantes, no necesitan sostenerse en ninguna lógica.
Lo que no puede decir el Estado yo lo puedo decir, ¿eh?, porque yo soy representante del pueblo de la Nación, no del Estado. Están todos –seguramente- fallecidos.
Elisa Carrió a Mirtha Legrand, sobre los 44 tripulantes del ARA San Juan.
En la perversión de ese adverbio puesto entre dos guiones –“seguramente”- se cifra la calidad psicotizante, desarmante, de la barbarie macrista. La barbarie friendly, habrá que decir. Lo de siempre: globos con balas, nuevos pobres con sonrisas, represión con envíos de pésames para los asesinados:
-Estamos tristes y queremos mandarle a la familia de Nahuel un pésame.
Eso fue de lo primero que dijo la ministra Patricia Bullrich (no, no se quemó con la muerte todavía enormemente sospechosa de Santiago Maldonado, rodeado de gendarmes). Le envió a la familia de Rafael Nahuel, 21 años, muerto según la autopsia de un balazo por la espalda, “un” pésame.
Psi-co-ti-zante.
El gobierno, dicen los medios que lo aplauden, “denunció” que un grupo de mapuches le “declaró la guerra”. De nuevo: un grupo de mapuches versus el gobierno de la Argentina, país de clase media a escala mundial, 43,85 millones de habitantes según el censo de 2016.
Es horrible tener que caer tan bajo en la escritura de una nota que debería pintar sencillita. Tener que aclarar lo evidentísimo. Pero es que las inversiones de sentido colosales del discurso oficial, apoyadas y verosimilizadas por los medios que lo blindan, parecen funcionar muy bien para una parte indeterminadamente ancha de la sociedad, que también parece- indeterminadamente- querer ver muertos a mapuches, hippies roñosos que tatúan, fieritas, piqueteros, zurdos o kirchneristas. ¿Quieren realmente eso o son los trolls los que nos lo hacen creer?
No lo sabemos, pero psicotiza eso también.
Boleadoras contra misiles
Va de nuevo: un grupo impreciso de mapuches (siete, quince, cuarenta y tres mapuches, seguramente muy pobres) le “declara la guerra” a un Estado moderno que cuenta con Ejército, Marina, Aeronáutica, Gendarmería, Prefectura, más de una veintena de cuerpos policiales provinciales, servicios de inteligencia, cuerpos de seguridad privada, control de la Justicia, medios a favor, poder económico a favor, control de las redes sociales. Grupo mítico e indeterminado (¡pero “violento!”) de mapuches, el mismo o parecido a aquel cuyo arsenal consistía, unos kilómetros más abajo, en una hachita de mano y demás utensilios agrícolas. Solo en la película Avatar los “nativos” podrían ganar una guerra así planteada.
Los diarios adoptan gustosos, severos, los modos castrenses que exhibían en dictadura: “No habrá tregua ni negociación. El Gobierno trazó una línea: no hablará con los miembros del Lof Laufken Winkul Mapu, vinculado presuntamente a Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), y no permitirá que las fuerzas de seguridad, requeridas por la Justicia para realizar los operativos en la zona, participen de acciones sin armas de fuego”. Otra vez un adverbio perverso: grupo mapuche vinculado “presuntamente” a la RAM. Y RAM, como durante la dictadura, funcionando como monstruo gaseoso virtual, enemigo subversivo apátrida, que ya estaba derrotado pero no tanto porque era funcional, que era medio invención, medio mito, medio Satán. Como la guerra lejana eternamente a librar de 1984. La guerra que nos unía en la distopía. RAM, esa cosa o construcción, eso que pinta como un grupito endeble y que los propios mapuches cuestionan, el nuevo enemigo ideal, la excusa para el viejo meta bala.
¿Quién era el que necesitaba construirse un enemigo? El kirchnerismo.
El nuevo gobierno que “no presiona a la Justicia, como lo hacía el kirchnerismo” sí lo hace, sostienen los mismos diarios que dicen lo primero. Psicotizante de nuevo. Los dichos de Bullrich y Garavano tras la muerte de Nahuel constituyen, dicen Clarín o La Nación, da igual, “un mensaje de respaldo hacia la Prefectura, pero también de presión para al juez federal Gustavo Villanueva, a cargo de la investigación del hecho”. Y de nuevo la inversión de sentido: el poder lo tienen los mapuches más o menos desharrapados y no un Estado que moviliza cientos de gendarmes, prefectos o policías vestidos como Robocop. “No vamos a permitir que vuelvan a palpar a un policía, un prefecto o un gendarme. Tampoco vamos a enviar fuerzas de seguridad desarmadas contra un grupo violento, preparado en tácticas militares y con armas de fuego”.
“Que nos caguen a tiros…”
Inversiones de sentido, inversiones brutales. “Nos quieren invertir la carga de prueba –dijo Bullrich-. Llevamos adelante una acción legal y legítima. No vamos a dejar que nos caguen a tiros…”. Bruta, sacada, tosca, elemental, ignorante, Bullrich, solo un año mayor que quien escribe, se dice que de la misma generación política, claro que con otro apellido. Lo que dijo después remite también al discurso de la dictadura: “grupos violentos que han escalado”, “que no respetan la ley”, “la Constitución”, “los símbolos”. Peor aún “no reconocen a la Argentina y se consideran como un poder fáctico, que pueden resolver con una ley distinta a la de todos los argentinos”.
Y no, no se incineró Bullrich tras el caso Maldonado. Otro muerto, ahí bien cerquita del otro, por los mismos problemas territoriales y sociales y dice exactamente lo mismo que entonces (¿se acuerdan, entre otras cosas, la puesta en duda de que Santiago siquiera hubiera estado en la ruta?). Lo que dijo entonces fue: “No vamos a tirar ningún gendarme por la ventana”. Hoy es así:
-Le damos a la versión que nos da la Prefectura Naval Argentina el carácter de verdad.
O dicho por la antiguamente buena, la humanizante vicepresidenta Gabriela Michetti: “Lo que nosotros tenemos que decir acá y tenemos que ser muy serios, es que el beneficio de la duda siempre lo tiene que tener la fuerza de seguridad que ejerce el monopolio de la fuerza que tiene que ejercer el Estado para cuidarnos a vos, a mí, y a todos los que viven en esa zona del sur”.
Cuidarnos a vos y a mí. Es la vieja foto publicitaria de la dictadura: el soldadito bueno con una paloma, en Plaza de Mayo.
¿Y el juez? ¿La Justicia independiente? ¿La necesidad de una investigación judicial?
-El juez necesitara elementos probatorios, nosotros no (de nuevo Bullrich).
Y la sanata: los mapuches tenían “armas de grueso calibre”. Bullrich: “Las armas están ahí o ya las sacaron. ¿Por qué? Porque no se pudo entrar más, la patrulla bajó y fue desarmada. Todas las armas que se utilizaron en contra de la Prefectura están ahí o se las llevaron, seguramente ya se las llevaron”.
Bravo!, otro “seguramente”. Si la argumentación sirviera para algo en Argentina podría decirse que si un grupo de mapuches disparó con armas de fuego y luego las desapareció, entonces los prefectos en los que tanto confía Bullrich son unos imbéciles o unos inútiles.
Están cebados y nuevas protestas sociales de todo tipo inevitablemente van a ir sumándose. El nuevo temor que siembra el Gobierno de Cambiemos es que necesite cada vez más construir un enemigo –un enemigo anfibio y de múltiples cabezas, como la hidra, como la subversión del ‘76- para que la represión se legitime. Y es tanta la rabia, la impotencia, que los que con los años nos metamorfoseamos en leones herbívoros, tememos también que surjan en algún momento nuevos pibes (o no) desesperados o indignados que hagan de carne de cañón. Sucedió en el final de la Alianza con el estallido y estos son mucho, pero muchísimo peores.