Mucho se viene especulando sobre el mundo que sobrevendrá después de la pandemia. En la Argentina, todo parece indicar que lo que habrá es una  repetida tensión, que ya se empieza a ver hoy, entre los poderosos, sus medios afines y el gobierno.

Situaciones de total y absoluta incertidumbre como la que el mundo entero está viviendo por estos días es terreno propicio para predicciones y proyecciones, También de especulaciones y ficciones de todo tipo. Muchos Intelectuales, filósofos, sociólogos, psicólogos, periodistas, médicos y epidemiólogos no resistieron la tentación de aventurarse intelectualmente sobre cómo será el orden (o el desorden) político, económico y social, local, mundial y hasta planetario a la salida de esta pandemia. El impacto, nos dicen, no respetaría ningún ámbito, el rumbo del capitalismo y la dinámica de las relaciones interpersonales a la cabeza.

Algunos lo plantean en términos de un antes y un después, tanto para mejor como para peor. Otros como ligeras modulaciones de lo ya conocido. En el menú está incluso la posibilidad que nada cambie y todo siga tal como estaba. Son aventuras intelectuales de variada seriedad y objetividad en las que inevitablemente se filtran además los deseos y temores de quienes escriben.

No es posible desconocer o negar la capacidad que un acontecimiento tan excepcional como el actual tiene para acelerar algunos procesos o para iniciar otros, pero esta nota elige ver a esta crisis sanitaria sólo como un paréntesis luego del cual nuestro país quedará alojado en un futuro que se parecerá demasiado al presente en el que estábamos antes de la aparición rutilante del coronavirus.

Postales argentinas

Las decisiones adoptadas para controlar la pandemia y el modo en que se ha manejado y dirigido a opositores y a la población en general, le ha significado a Alberto Fernández una adhesión de más del 80% y una primavera no esperada en su relación con una parte importante del electorado de Juntos por el Cambio quienes reconocen, abierta o calladamente, que las consecuencias con Macri en el poder hubieran sido muy diferentes. De sólo pensarlo les bajan las defensas entonces paran  (no puede decirse lo mismo del periodismo dominante que nunca está en calma, porque ni su músculo ideológico duerme ni su ambición de negocios descansa; ni del ala dura del Pro, que viene a ser lo mismo).

Con su discurso, con sus palabras conscientes o inconscientes, Alberto Fernández tiene la habilidad de llegar a sectores con posturas diversas, de ubicarse en un punto equidistante o conciliador. Estilos y formas que han demostrado ser imprescindibles para manejar una crisis de estas características y que al mismo tiempo gusta a esos sectores medios tan sensibles a los modos y los modales, al punto que han tolerado o tal vez no han reparado que muchas de las decisiones que ha tomado el gobierno en estas semanas han sido de tinte netamente populista. Claro que apoya o acompaña pero hasta ahí; ya que, generalizando,  la clase media es más afecta a la teoría que a la praxis de los cambios económicos y sociales. No parece haber mucho lugar para entusiasmarse con esos gestos e imaginar un futuro de consenso mayoritario y sostenido. El slogan Argentina unida durará menos que la pandemia y, de hecho, esta suerte de tregua ya empezó a resquebrajarse con la iniciativa de aplicar un impuesto a la riqueza, en contra de la que ya se han levantado las primeras voces y ha hecho sonar la alarma del eterno retorno del kirchnerismo o peor de Cristina, que aunque no la veamos ni escuchemos siempre está.

Los sectores más “ideológicos” que votaron al Frente de todos, por su parte, todavía miran de reojo a Alberto. Lo bancan pero dudan. En el peor de sus sueños sobrevuela el fantasma de Alfonsín, que enamoró con los discursos y fracasó con la política económica. Es que saben por experiencia propia que el de las decisiones políticas y económicas es un espacio de confrontación de intereses donde el diálogo suele toparse con algunos límites; límites que serán todavía más duros porque ha empeorado grandemente la situación del país así como la internacional.

Los independientes y los peronistas/kirchneristas más pacientes, pragmáticos o adaptados a los límites que imponen tiempos que corren, imaginan a  Alberto como una cruza entre Alfonsín y Néstor Kirchner: el discurso y el republicanismo del primero para hablarle a la gente, y la audacia y la decisión para discutirle al poder del segundo.

Pesada herencia y pesada inercia

La crisis de deuda dejada por el macrismo, el otro frente que estaba en suspenso, acaba de entrar en estos días en zona de play off. El tire y afloje promete ser más dificultoso que otras veces porque los acreedores ya están vacunados contra el reestructuravirus y han desarrollado los anticuerpos necesarios para defenderse. La crisis económica de los últimos 4 años, por su parte, ha sufrido un up grade producto de los daños que la pandemia ha provocado en la inflación, la pequeña y mediana empresa y el desempleo, entre otros daños. A la pesada herencia se suma ahora la pesada inercia, extensión en el tiempo mayor de la esperada del lastre dejado por la gestión de Juntos por el Cambio.

Volver al presente

Son estos escenarios que en general prolongan aquello que veníamos conociendo. En otros casos sin dudas lo agravan. Las ligeras variaciones en la relación de fuerzas entre partidos políticos y los eventuales cambios a nivel global pueden empujarnos a imaginar y proyectar un nuevo futuro; pero la realidad, en un movimiento circular, seguramente nos volverá a poner en ese lugar del presente en el que estábamos como país en el pasado reciente antes de la pandemia. En ese nuestro presente actualizado al final de la crisis sanitaria, cuando vuelva el pobre a su pobreza, el rico a su riqueza  y la clase media porteña a sus divisas, y cuando las oscuras disputas y antagonismos vuelvan sus grietas a colgar, el gobierno deberá volver a enfrentar los mismos desafíos y refrendar con decisiones las políticas prometidas y sostenerse a pesar de los previsibles conflictos que provocan. No la tenía fácil cuando asumió el 10 de Diciembre, más difícil la tiene ahora.

Porque es sabido que para los poderosos las crisis son oportunidades, pero para los gobiernos populares las oportunidades de cambiar las reglas del juego son crisis.