Por un lado, festejos en la Plaza, por el otro, la agonía de un modelo que necesita un respirador para seguir con vida y no es seguro que llegue bajo la forma de dinero salvador. Lo más probable es que los de siempre salgan a flote mientras el resto se hunde, tal como ocurrió en estos cuatro años.

Mientras los defensores de la República, curiosamente en peligro para ellos por el resultado de una elección primaria, han ganado la calle ante la amenaza de un futuro espantoso,  del país depende de un organismo internacional dominado por los Estados Unidos.

Al FMI acudió el, digamos, presidente McCree, cuando supo que el mundo no estaba tan enamorado de sus ojos claros y dejó de prestarle dinero. Eso fue a principios de 2018, luego de la fiesta de fuga y ‘carry trade’ de sus dos primeros años de gestión, liderada por Toto Caputo y Arnold ‘two times done’ Sturzenegger.

Madame Lagarde y sus 57.000 millones para tres años que, luego de dos acuerdos pifiados por mucho se convirtieron en “todo junto, así salvamos el 2019”, sostuvieron al travieso Isidorito. Argentina estaba quebrada en tiempo récord, sin posibilidad de pagar nada. En default.

“Uy, sory, ¡mala mía!”, diría Maurice McCree. Cierto. Esto es todo, todo, todo de él.

Todavía entretenidos con las fabulas de la bruja Cristina, estos patriotas del sábado no parecen registrar la gravedad de la situación.

Antes de la mitad de setiembre, el FMI debe (debería) desembolsar 5.500 millones de dólares. El, digamos, gobierno, los necesita como el aire que respira, con una economía en depresión total, sin producción, sin dólares para nada.

Pero resulta que lo que antes era un guiño rápido, ahora es… “veremos”.

Pasaron cosas.

Lo que pasó es que Donald Trump, decidido a cumplir ciegamente el mandato geopolítico norteamericano que nos asigna, junto al resto del patio trasero de Sudamérica, el triste papel de proveedores de manufacturas sin valor agregado, dio la orden de gastar 25.000 millones de dólares para sostener la campaña de su único candidato, Mauricio Macri.

Por eso saltó por el aire el Plan V, el de los políticos con algo de pudor y visión de la realidad de la coalición gobernante, que proponía la candidatura de la gobernadora María Eugenia Vidal, su única carta ganadora.

El tema de la posverdad es que no aguanta elecciones. Su maravillosa imagen positiva quedó aniquilada 5 a 3 por Axel Kiciloff, que decidió hacer una campaña “vintage”: hablando con la gente, dando la cara, aceptando el debate aún en los pueblos agrícolas donde no lo votaría la mayoría. Arrasó.

Más allá del discurso a lo Jim Jones de Lily Carry On, o la brillante idea de Marcos Peña que mezcló a Paenza y a Roberto Carlos y ahora pide 10 amigos para dar vuelta la elección, la cosa se reduce a una aspiración muy modesta, de la que es perfectamente consciente el nuevo ministro Lacunza.

Conducir un final ordenado, donde los capitales puedan dejar el país sin hacer olas, ni hundir el bote, ni provocar un tsunami. Nada que no sepa: así es el escenario “Por la ventana”, que pudo verse en su paper, con tasas a 100, dólar a 200 y la mitad del país en la pobreza.

Aún si el FMI deposita los dichosos 5.500 millones no es para nada seguro que no se repita otra devaluación y/o corrida.

La llegada a los botes, aunque sobren, no suele ser ordenada en ningún naufragio. Y más cobarde que los náufragos suele ser el capital no productivo que solo llega para bicicletear gracias a las tasas siderales de este, digamos, gobierno. Ese capital se reproduce y huye, sin saludar ni molestarse en cuidar las formas.

¿Llegan a diciembre estos tipos, mientras sus fans se llenan la boca hablando de la República en peligro?

Mmm… Tal vez, siempre que el FMI los salve por enésima vez. Si lo hacen, y no es para nada seguro, insisto, solo dejarán pelusa en el Banco Central. Nada.

Pero si el FMI, harto de poner una fortuna a las patas de un caballo que resultó un tremendo burro y perdió por 15 cuerpos, no deposita esos 5.500 millones de dólares… bueno, bueno. No será fácil.

Para no plagiar a Lacunza y su célebre escenario “por la ventana”, diríamos que, técnicamente, la cosa sería más o menos así: “¡Agarráte Catalina, que vamos a cabalgar!”.

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