Según la autora de esta nota, escuchar las voces de las “mujeres de pollera”, reconocerse en sus cuerpos y en sus lenguas, respetar el empoderamiento de sus polleras no debería ser objeto de un laboratorio de observación social y política.

Mucho se ha escrito en estos días acerca de las desafortunadas afirmaciones sobre Bolivia y Evo Morales Ayma por parte de la antropóloga y referente de muchos feminismos, Rita Segato.  Ninguna palabra debería ser pronunciada antes de enunciar que en Bolivia hubo un Golpe de Estado: no hay lugar a ningún debate al respecto porque no hay ambigüedad cuando, para hablar en nombre de la legalidad y legitimidad de la república y de la democracia, se requiere de su imposición forzada por la ofensiva de las armas sobre la voluntad popular.  Muchas otras respuestas han sido publicadas en este mismo sentido.

Sin embargo, hasta donde alcanza mi lectura de las preguntas, respuestas y réplicas que los conceptos de Segato han generado, es llamativa la escasa atención prestada en comentarios y opiniones sobre una frase en particular, cuando Segato refiere a la necesidad de criticar la manera “autocrática” y “machista” de hacer política de Evo: “Ahí emerge el hecho de que Morales es un sindicalista, y no un aymara”.   Síntesis de profundas convicciones políticas y académicas, esta frase condensa la perspectiva de, cuanto menos, una gran parte de la cofradía que forman las Ciencias Sociales y Humanidades respecto de los sujetos-objeto de sus estudios:  los intelectuales de ese campo del saber construimos las herramientas que habilitan el conocimiento de las comunidades humanas, de pueblos originarios para el caso, y poseemos las claves que requiere su organización como [email protected] de pleno derecho.  La sindicalización, señala Evo Morales, como forma organizativa propia de las comunidades campesinas bolivianas actuales remite a los ayllus como estructura orgánica en tiempos de rebelión e independencia de Tupac Katari.[1]  Y, en todo caso, actualiza y resignifica prácticas e identidades ancestrales, propias de aymaras y otras naciones indígenas.  Si esto es así y, si como señala Álvaro García Linera, la lucha de clases en Bolivia adquiere el sesgo racista de una confrontación étnica, se abre aquí el debate consecuente a la negación de las concepciones binarias, al decir de Segato, que atraviesan el campo de los estudios sociales y a sus interlocutores: ¿cuál es el papel de los intelectuales orgánicos y/o críticos en los procesos sociales y políticos que suponen la ampliación de derechos y la progresiva democratización de sus sociedades?  La autonomía de pensamiento y acción de las comunidades indígenas que forman parte del Estado Plurinacional de Bolivia cuestiona las visiones románticas de la progresía académica cuando no puede conciliar la síntesis entre las identidades y formas organizativas ancestrales y la lucha política propiamente dicha -en términos gramscianos:  la lucha por el poder hegemónico- pues, esta última, prescinde de las vanguardias ilustradas autoreferenciadas en su carácter de dirigencia política e ideológica de una masa en disponibilidad.

Las mujeres de pollera entienden y responden con claridad meridiana sobre la cuestión: “Rita, algunos de los problemas de las y los académicos, de los y las políticamente correctos es que no nos miran a los pueblos, organizaciones sociales, ni comunidades, pues no están ni en las calles ni en los tejidos sociales. Son prácticas más bien individualistas.”[2]

Responden con agudeza política cuál es el momento de la crítica: “Necesitamos en este momento, que el mundo condene, el Golpe fascista, las masacres, persecusiones y violencias. ¿O acaso a una mujer a punto de ser asesinada por su marido, tú le críticas, porque no vino a tus charlas y porque no leyó tus libros donde tú claramente hablas de las crueldades de la guerra y su relación con los femicidios?[3]

Tal vez para escándalo de muchas feministas, soy “mujer con pantalón” –así decía la canción de Carlos Ponce[4]– (y antes de minifalda).  Nacida y criada en una familia que fue un matriarcado fundado por mujeres campesinas que pelearon la Gran Guerra defendiendo sus chacras y escondiendo sus cosechas de las requisas de los ejércitos para, luego, bajar de los barcos y reencontrarse con sus hombres que vinieron a “hacer la América”.  La historiadora que soy conlleva el deseo de esas mujeres que, empecinadamente, hicieron posible que sus hijas mujeres ingresaran a la Universidad a la que ellas no habían podido acceder. “Mi madre es mujer de pollera”, declaraba en estos días, con mucho orgullo, una manifestante del magisterio rural del Departamento de La Paz, quien reivindicaba haber podido estudiar.  Me hermanan las mujeres de pollera, las que se reconocen en su lucha junto a los hombres con quienes han parido a sus hijos, que no dejan de reconocer en ellos que han tomado lo peor del machismo colonial pero que salen a marchar con ellos en las calles: “Antes que feministas, mujeres poderosas del arco iris, complementarias de nuestros hombres feministos que dan el buen combate”.[5]  Esas mujeres de pollera que hablan desde su lengua pero escriben en la del conquistador para que podamos leerlas y desde sus cuerpos en los que habitan las secuelas de la conquista y la dominación han “construido no sólo retóricas, sino resistencias, re-existencias a la dominación machista en las naciones preexistentes y en cada uno de los espacios que el despojo nos colocó.”  Precisamente por eso, nos advierten que “No podríamos romantizar el papel de las mujeres en el Golpe de Estado en Bolivia” porque “No se trató de una rebelión ciudadana, ni feminista, ni originaria, ni siquiera democrática”.[6]

Escuchar sus voces, reconocerse en sus cuerpos y en sus lenguas, respetar el empoderamiento de sus polleras no debería ser objeto de un laboratorio de observación social y política.  Su presencia en las calles, su participación política en asambleas y movimientos sociales, su inserción parlamentaria, interpelan de modo binario, sin ambages, no sólo la herencia patriarcal y racista del colonialismo sino el lugar legitimador que en él han tenido y siguen teniendo las disciplinas académicas y gran parte de sus intelectuales.

[1] Evo Morales.  Entrevista realizada por Martín Granovsky.  Página 12, 24 de noviembre de 2019.

[2] FEMINISMO COMUNITARIO DE ABYA YALA, TEJIDO BOLIVIA A RITA SEGATO.  La Paz, 21 de Noviembre 2019.  [En línea]

 https://tercerainformacion.es/articulo/internacional/2019/11/22/mujeres-de-feminismo-comunitario-de-abya-yala-de-bolivia-responden-a-rita-segato

[3] Ibidem

[4] Mujer con pantalones.  Carlos Ponce, autor y compositor.  [En línea]

https://www.cmtv.com.ar/discos_letras/letra.php?bnid=245&banda=Carlos_Ponce&DS_DS=2357&tmid=4301&tema=MUJER_CON_PANTALONES

[5] [En línea] https://radiografica.org.ar/2019/11/22/mujeres-indigenas-responden-a-rita-segato/

[6] Ibidem

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