Este texto podría ser presentado como el conjunto de ideas para la composición de un libreto, aunque trágico. Algo así como la ópera para una sociedad punitivista; de asesinos con sueños tranquilos, impunes como habitantes de la propia muerte.
Preludio
De a poco nos van contando el proyecto: salvar el embrión, legalizar el trabajo infantil y luego matarlos por la espalda”. Y además: “Quedó oficialmente inaugurada la temporada de tiro al cabecita negra”. Dos giros que se suman al del título: “Si matamos a los malos sólo quedaríamos los asesinos”. Son esas algunas de las tantísimas frases estampadas por usuarios argentinos de las redes sociales, que no encuentran otras formas de expresar su indignación ante la entronización, a paso agigantado, de los modos más reaccionarios de percibir el conflicto social.
Quienes trabajamos en torno a la Comunicación y el Poder solemos referirnos a signos y aparatos de sentidos, pero resulta imperioso ser más llanos: se trata de medir, registrar e interpretar qué y cómo los grandes contingentes sociales, sobre todo las clases y grupos subalternos, las grandes mayorías explotadas, constituyen sus subjetividades individuales y colectivas desde un sistema de valores tan simple como lo es el que diferencia el “bien” del “mal”, lo “justo” de lo “injusto” y hasta lo “bello” de lo “feo”, puesto que las estratificaciones, y por consiguiente las discriminaciones sociales, también responden a lecturas estéticas.
A punto tal que una señorita o un señorito blanco de barrios elegantes y limpios perciben, sienten y están convencidos de que un joven de las barriadas pobres, con gorra, buzo o casaca con capucha y jean, arrastrando los pies -torvo a veces porque la explotación genera odios-, es un sujeto peligroso, seguramente un salteador, alguien que pondrá en peligro la vida y el patrimonio de quienes con traseros en poltronas creen tan solo en sí mismos.
Intermezzos
La primera frase, la del título – “si matamos a los malos sólo quedaríamos los asesinos” -, suena contundente pues nos lleva a una sociedad en la que sólo sobrevivirían los asesinos, que lo serían aunque sus víctimas hubiesen sido “malas personas”, delincuentes. Y todo ello podría acontecer si se impusiese esa tendencia punitivista, casi de linchamiento, creciente en nuestras sociedades, la que explica a Bolsonaro en Brasil, por ejemplo, y a Mauricio Macri en Argentina, quien en medio de la debacle que su gobierno provocó en todos los capítulos del denominado desarrollo social, ya planifica su postulación a un segundo mandato y pretende asegurar el núcleo duro de sus votantes -un tercio del electorado argentino – desde discursos y decisiones de Estado de mano dura y represión policial.
La segunda : “de a poco nos van contando el proyecto: salvar el embrión, legalizar el trabajo infantil y luego matarlos por la espalda” – viene a ser una síntesis circular acerca de los vectores que rigen las prácticas políticas de la derecha en el gobierno, en particular los que operan en centro de la hegemonía cultural: oponerse al aborto para someter a la mujer, y desde allí a todas las identidades críticas al sistema de poder; hacer hasta lo imposible para asegurarles a las clases propietarias el máximo posible de rentabilidad y plusvalía; y por ultimo perfeccionar un sistema de control policial tendiente al exterminio de los pobres, sucios, feos y malos, los únicos capaces de poner en jaque al orden oligárquico, si se dan las condiciones de conciencia, organización y movilización que en Argentina (y Sudamérica) por ahora no se vislumbran.
La tercera: “quedó oficialmente inaugurada la temporada de tiro al cabecita negra” se refiere a una reciente decisión del gobierno de Macri, con el entusiasmo ejecutor de su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Ella, una ex militante de la guerrilla Montonera en los ’70 -pero rápidamente devenida agente y representante comercial de la Mossad-, dispuso un protocolo de accionar policial más que polémico.
Se enuncia respetuoso de los principios acordado por el Octavo Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, celebrado en La Habana entre el 27 de agosto y 7 de septiembre de 1990, pero elude hacer expresa en forma clara su adhesión a los mismos.
Coro a varias voces
El nuevo protocolo salido de los tugurios del ministerio de Seguridad habilita, sin más, lo que hace ya décadas Rodolfo Walsh calificó como “secta del gatillo alegre”, y que con el tiempo se convirtió en categoría narrativa sobre el accionar policial clandestino, criminal, contra las barriadas pobres y en particular sus jóvenes.
Una metodología que va de la mano con un elemento esencial del orden político mafioso de este país, que aun no llegó a remover el fondo de la cloaca cultural heredada de la dictadura 1976-1982.
Me refiero al llamado “gatillo fácil”, modalidad sin la cual no hubiese sido posible el establecimiento de un sistema de poder caracterizado por la cerrada trama de complicidades entre los poderes políticos, judicial, fiscal, policíal / inteligencia y crimen organizado.
Desde allí se explica en última instancia está la Argentina de capitalismo lumpen/dependiente de los primeros años del Siglo XXI, sin camino de escape a la vista.
Aria como final
Estos temas nos ocupan y preocupan en la Universidad Nacional de La Plata. En particular en el ámbito de una maestría cobre Comunicación y Criminología, que me tiene como profesor de producción y análisis crítico de narrativas sobre violencia y delitos.
A principios del año que termina se instaló con fuerza en este país el caso de un policía -Luis Chocobar, a quién ya me referí en alguna de estas notas-, el mismo que asesinó por la espalda a un ladrón que huía desarmado tras asaltar y apuñalar a un turista estadounidense en el famoso barrio porteño La Boca.
La Justicia intervino y el agente en cuestión, aunque aun en funciones en la fuerza a la que pertenece, se encuentra bajo proceso penal. Sin embargo, el presidente Macri lo recibió en la Casa Rosada y lo trató de héroe nacional. Nacía la llamada “doctrina Chocobar”, la que le dio sustento a la resolución citada del ministerio de Seguridad, como decía, un protocolo de acción represiva.
A partir de ciertas encuestas de último momento, realizadas por el gurú presidencial de la comunicación, el ecuatoriano, Jaime Duran Barba -según las cuales el reclamo social mayoritario va en el sentido de más mano dura, más gatillo fácil-, el jefe de Estado apresuró su puesta en escena.
Tienen que ganar las elecciones y consolidar el modelo, y para ello aprovechan una circunstancia que debería tratarse con carácter de urgencia: los proyectos democráticos aun no lograron darles respuesta satisfactoria a las demandas sociales de “seguridad”. El delito, la violencia urbana son instrumentos del poder oligárquico.
Mis cursos de este año en la maestría mencionada acaban de llegar a su fin con un estudió colectivo acerca de cómo en los medios de prensa de mayor poder de fuego en Argentina se desarrolló, etapa por etapa, una estrategia de la derecha para “chocobarizar” el escenario político.
Uno de los hallazgos de nuestra investigación grupal consistió en lo siguiente: días después del triunfo electoral de Bolsonaro en Brasil, quien entre los “hashatags” en la red Twitter buscaba “caso Chocobar”, lo que inmediatamente encontraba era la elección de Katya Sastre como diputada en Brasil, una agente de policía que también saltó a la fama después de asesinar a quemarropa a un ladrón que no la amenazaba con arma alguna.
Es decir, nuestra opera maldita sobre una sociedad en la que terminarían sobreviviendo solo los asesinos que mataron a “los malos” no reconoce fronteras. Y si no se la interrumpe a tiempo, su final será a toda orquesta, en la soledad de los cementerios.