Una columna de Joaquín Morales Solá sobre la foto de Cristina Fernández de Kirchner en Tribunales y la historia de otra foto, que muestra al columnista estrella de La Nación visitando el Centro Clandestino de Detención de La Escuelita de Famaillá junto al general Adel Vilas durante el “Operativo Independencia”.

Encontré la foto -que tenía casi olvidada – y se transformó en un posteo. Iba a quedar en eso: el recuerdo del papel jugado por un periodista en el Operativo Independencia primero, como propagandista inescrupuloso, y durante la última dictadura después.

Iba a quedar en eso, pero esta mañana Joaquín Morales Solá, hoy columnista estrella de La Nación, escribió sobre otra foto. Entonces decidí escribir sobre la otra, la que reencontré hace unos días, cuando los editores fotográficos de Socompa me propusieron una serie de imágenes para ilustrar mi nota sobre Tucumantes, el último libro de investigación periodística de Sibila Camps. No elegí esa foto para ilustrar la nota porque no podía publicarla sin contarla y me desviaría del eje que me había propuesto para el artículo.

Como siempre que se escribe sobre una foto, se la ancla, se la resignifica, se busca otorgarle un sentido. Eso hizo Morales Solá en su columna sobre la foto tan buscada de Cristina Fernández de Kirchner sentada en el banquillo de los acusados en el juicio armado sobre la obra pública en Santa Cruz. Tituló la columna “Los efectos de la foto que Cristina buscó esquivar” y en el texto se despachó de lo lindo, desde un supuesto lugar de garante de lo que está bien y lo que está mal en la República, esa palabra que tanto le gusta.

Ahí escribió y conviene citar in extenso: “Esa foto. Esquivada, temida y finalmente concretada. Con astucia, eso sí, pero concretada. Julio De Vido y Lázaro Báez ya saben lo que les aguarda de Cristina Kirchner: el desprecio y la distancia. José López es otra cosa, porque él declaró ante la Justicia como arrepentido que los nueve millones de dólares que revoleó en un convento en una noche aturdida y desordenada le habían llegado por orden de Cristina. No merecía su consideración. Pero De Vido fue, en cambio, el operador preferido de los Kirchner en las transas deshonestas con la obra pública, la energía y el transporte. Calló desde que está preso. Y Báez lleva varios años entre rejas con la boca cerrada. No aceptó ningún acuerdo de arrepentimiento. Nadie sabe si lo hace por lealtad o porque espera quedarse algún día con todas las propiedades de los Kirchner que están a su nombre. Sea como fuere, calló. No hay gratitud. Cristina se las ingenió ayer para sentarse dos filas atrás de De Vido y Báez cuando debió estar al lado de ellos. Después de todo, la Justicia la acusa de jefa de una asociación ilícita que integran los otros tres (De Vido, Báez y López). Los eludió en la sala del juicio oral, pero finalmente existen tomas fotográficas que incluyen a la expresidente junto con su exministro de Planificación y su principal socio (¿socio o testaferro?), aunque no están uno al lado del otro. Esa foto definitivamente existe. La historia la registrará, mal que le pese a la flamante candidata a vicepresidenta. ¿También la registrará la campaña electoral e influirá en la intención de los votantes? Esa es una página distinta de la historia”.

Lo que no dice Morales Solá entre tanta verborragia sobre la foto es que esa foto no es prueba de nada. Cristina Fernández de Kirchner está sentada ahí y es inocente de las acusaciones hasta que se pruebe lo contrario, si es que se lo prueba, en ese juicio que fue malparido y peor criado mediante una operación política, mediática y judicial. La foto sobre la que escribió el repúblico de La Nación, vale repetirlo, no prueba nada.

En cambio hay otras fotos que sí son pruebas, por ejemplo, de participación – aunque sólo sea como operador periodístico para avalarla – en la represión ilegal.

La foto que reencontré fue tomada en 1975 o a principios de 1976 en Tucumán y estaba guardada en el archivo de La Gaceta de Tucumán, medio que nunca la publicó. La imagen muestra a un joven Joaquín Morales Solá (a la derecha) visitando con el general Adel Vilas, por entonces jefe del Operativo Independencia, la Escuelita de Famaillá, uno de los centros clandestinos de detención y tortura de la última dictadura.

Cuando la reencontré, recordé entonces una serie de artículos que publicamos Marcos Taire, Eduardo Anguita y yo en Miradas al Sur sobre esa foto y la relación de Morales Solá, por entonces periodista de La Gaceta de Tucumán, primero con Adel Vilas y luego con el genocida Domingo Bussi (de esto también hay fotos, publicadas por La Gaceta), dueño de la vida y de la muerte en la provincia.

Cuando publicamos esa serie en Miradas al Sur, Morales Solá fue citado a declarar por la Justicia. En medio de esa situación dijo y escribió diferentes cosas: que la foto no era exactamente así, que había sido recortada y que allí había otros; que nunca había sido publicada por la Gaceta; que esa foto solo podía haber salido a la luz era porque alguien la había robado del archivo. Como si alguna de esas cosas cambiara algo, como si alguna de esas cosas desmintiera que él estuvo con Adel Vilas en el CCD más siniestro de Tucumán.

Al ver la foto recordé también algo que me había contado el periodista tucumano Marcos Taire cuando publicamos aquella serie de notas y que reprodujimos en Miradas.

La historia es la siguiente: Después del golpe, cuando “marcado” en Tucumán por su militancia gremial Taire se tuvo que escapar a Buenos Aires para salvar su vida, fue a ver a su comprovinciano Morales Solá a Clarín – donde entonces estaba trabajando – para pedirle trabajo, de lo que fuera, porque estaba perseguido y en la lona.

Morales Solá lo recibió y lo citó al día siguiente en el Florida Garden, una confitería que por entonces – como ahora – era cueva de integrantes de los servicios de inteligencia. Por una medida de seguridad habitual en la época, Taire se quedó a distancia, en la puerta de un negocio, vigilando a entrada de la confitería, esperando que Morales Solá entrara primero para entonces ir a encontrarse con él.

Pero Morales Solá nunca llegó. Lo que llegó al Florida Garden fue un Ford Falcon del cual bajó una patota que entró en el lugar. Apenas los vio, Taire se alejó rápidamente allí, sin que lo vieran.

De eso, por supuesto, no hay fotos, pero sí el testimonio de alguien que salvó milagrosamente su vida escapando de una trampa que le habían tendido.

Más de cuarenta años después Morales Solá, ahora desde La Nación, escribe sobre fotos y nos sigue enseñando la democracia y el republicanismo tal como siempre los entendió.

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