Desregular la vacunación y regular la homeopatía. Ahora dicen que ninguno de los dos proyectos tuvo eco en el gobierno, pero 16 diputados acompañaron a la socióloga de la Unión Pro para sancionar sendas leyes que pretenden acabar de una vez con los argentinos.
El PRO avanza en sus propuestas para alcanzar una rápida e indolora inmolación social. El primer proyecto ataca a uno de los sectores más vulnerables, como lo es la población infantil; el segundo, a las capas de la población inmaduras, que consumen “medicamentos” homeopáticos, que son capaces de aceptar patrañas similares o, con más probabilidad, deben recurrir a las llamadas “medicinas alternativas” en su calidad de sectores sociales “caídos” del sistema de salud pública.
Ambos proyectos han llegado para renovar el repertorio de Teorías de la Conspiración, ya que, por morboso que parezca, están alineados con la quita de subsidios a los discapacitados, el recorte de medicamentos gratuitos a los jubilados y otras medidas si se quiere menores, tales como la consagración de sueldos de miseria a docentes y una política de recorte feroz en Ciencia y Tecnología, todos los cuales van despejando dudas, si alguien todavía las tenía, de que el programa del oficialismo es terminar de una buena vez con toda idea de futuro.
Paula Marcela Urroz se recibió de licenciada en Sociología por la Universidad de El Salvador (UNSAL) en 2013, siendo ya una señora grande. Prima de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, con quien militó en el partido Unión por la Libertad desde 2010, hoy es diputada por Unión Pro de la Provincia de Buenos Aires. Por estas horas, Urroz ha presentado dos proyectos de ley que coinciden con la idea de extinguir a los sectores más desfavorecidos de la población.
Vacunación en riesgo
Proyecto 2467-D-2017 – “Las personas que sean pasibles de vacunación obligatoria u opcional y quienes sean responsables por la vacuna que reciba un menor a su cargo deberán recibir previamente una información fehaciente acerca de los riesgos que la inoculación de la vacuna en cuestión implica, posibilitando la aceptación o no aceptación de ese acto médico, en cumplimiento del Derecho al Consentimiento Informado establecido en el Capítulo III de la Ley 26.529”, dice el artículo 1.
Este proyecto pretende cargarse la obligatoriedad de la vacunación a menores, otorgándole al adulto a cargo la decisión de aceptar o no las vacunas. Las ideas diseminadas en el texto respiran el mismo aire paranoico del movimiento antivacunas. Siembra las mismas sospechas, se recuesta en las mismas falacias y pretende crear la misma incertidumbre sobre la eficacia de la vacunación, pasando por alto el “detalle” de que su obligatoriedad protege a los pocos que no son capaces de tolerar una vacuna.
Pero las vacunas no solo benefician a las personas vacunadas, sino también a las no vacunadas que son candidatas a contraer la enfermedad. A esto se lo denomina “efecto rebaño” o inmunidad colectiva. Es la protección de una determinada población ante una infección a causa de que en ésta existe un elevado porcentaje de individuos inmunes. Si se produce un brote, al avanzar la epidemia y aumentar el número de individuos inmunes, más baja es la probabilidad de contacto entre un susceptible y un infectado, hasta que se bloquea la transmisión del agente infeccioso.
La inmunización de la población está enfrentada, por razones científicas, con una declamada “libertad de elección”. No es extraño que estas ideas prendan cuando se derechiza el discurso público: los votantes del gobierno de la coalición “Cambiemos” invocan el derecho individual (apelan a “la libertad de circulación”, por ejemplo) sobre el derecho social (“negros de mierda que cortan las calles”) mientras el país se endeuda por cien años, el gobierno termina con las retenciones en el campo transfiriendo miles de millones de dólares a los productores agropecuarios y la policía ejerce plenos poderes para discriminar y reprimir.
La salud pública, en cambio, no había recibido hasta ahora una amenaza semejante. El mar de fondo es el movimiento antivacunas, que disparó oleadas de enfermedades casi erradicadas y obligó a los medios científicos alarmados con el descenso en las tasas de vacunación a recurrir a campañas que refrescan lo que muchos parecen estar olvidando: cómo las vacunas han derrotado a las enfermedades infecciosas y la significativa correlación que existe entre la aparición de las vacunas y el descenso de las enfermedades.
“La vacunación es un componente esencial del derecho humano a la salud y permite prevenir más de 2.5 millones de muertes cada año” (CONACYT, 2016). La vacunación gratuita y obligatoria, controlada por un estado que vela por la salud pública, es una de las medidas sanitarias que más beneficios produjo a la humanidad. Tomar el rumbo opuesto, esto es, dejar la decisión a la libre consideración de los padres, marca el camino de regreso a enfermedades ya erradicadas como la polio o la viruela.
La cuestión homeopática
Proyecto 1087-D-2017 “Regulación de la medicina homeopática”. “La homeopatía ofrece una contribución valiosa a la medicina convencional, cuya validez está demostrada por la evolución clínica de los pacientes en tratamiento y trabajos de investigación que lo confirman. Las indicaciones clínicas de la homeopatía vienen siendo establecidas y delimitadas a través de estudios conducidos por instituciones calificadas y respetadas en todo el mundo. Se trata de una teoría y práctica médica racional y coherente”. Así pretende fundamentar su segundo proyecto de ley nacional Paula Urroz, que propone regular este “sistema médico paralelo” a la medicina basada en evidencias “con la certificación de las asociaciones médicas homeopáticas que cumplen con el programa curricular avalado por la Liga Médica Homeopática Internacional (LMHI)”, siendo Autoridad de Aplicación de la ley el Ministerio de Salud de la Nación e “incorporando las prestaciones homeopáticas, incluidos los medicamentos, al Programa Médico Obligatorio (PMO)”.
Estas “ligas” ajenas a la comunidad científica denotan lo que para muchos es clarísimo: la homeopatía mantiene una órbita distante del sistema de salud pública. Sus principios, fórmulas y garantías de eficacia terapéutica están a años luz de cualquier tipo de escrutinio científico.
El último azote que recibió la creación de Samuel Hahnemann lo asestó la comisión de lucha contra la falsificación de las investigaciones científicas de la Academia de Ciencias de Rusia (ACR): “El tratamiento con dosis ínfimas de diversas sustancias que practica la homeopatía carece de fundamento científico (…), se deben calificar como pseudocientíficos los métodos de diagnóstico y tratamiento homeopáticos”. La comisión recomendó al Ministerio de Salud Pública retirar los preparados homeopáticos de los centros médicos estatales y municipales, etiquetarlos con la palabra “homeopatía” y añadir que éstos “carecen de eficacia clínica probada”.
Los académicos rusos también manifestaron una preocupación social: “El enfermo gasta su dinero en preparados ineficaces en vez de aplicar sus esfuerzos en el tratamiento que necesitan”. Nótese que ocasionalmente el paciente no puede pagarse tratamientos comprobados o a lo mejor sí, pero no dispone de la información adecuada para tomar decisiones que le permitan enfrentar eficazmente su enfermedad.
En el mismo sentido, los médicos británicos ya habían dado alguna batalla. En junio de 2010, el Comité de Ciencia y Tecnología de la Cámara de los Comunes aseguró: “no existe ninguna prueba de que la homeopatía funcione más allá del placebo”. Y recomendó al Gobierno “no avalar el uso de tratamientos de placebos, incluyendo la homeopatía”, si quiere “mantener la confianza, la libertad de elección y la seguridad del paciente”.
De paso, fulminó en dos líneas la esperanza de investigaciones ulteriores: “Hay ya unos 200 estudios clínicos de homeopatía frente a placebos de azúcar y, tomados en conjunto, muestran que no hay evidencias”, por lo tanto, “no merece la pena hacer más estudios clínicos controlados sobre placebos porque estaríamos tirando el dinero y tendríamos que tener un gran número de estudios con resultados positivos muy contundentes para que pudieran contrarrestar los estudios negativos actuales”. El Gobierno, amparándose en la libertad de los ciudadanos para elegir cómo vivir o morir, rechazó las sugerencias del Comité.
La etiqueta aclaratoria difícilmente aleje a los habitués de la homeopatía, ya que es una práctica culturalmente aceptada y rutinaria para cientos de miles de pacientes convencidos de que consumir “alternativo” los aleja de las fauces de los laboratorios. A la luz de los datos, la entronización de la homeopatía por oposición a las compañías farmacéuticas, es un falso dilema. Los usuarios tampoco parecen notar que la homeopatía también es un negocio fabuloso. En enero de 2010, el mercado homeopático en Europa era de 1.710.000.000 euros. Una de cada cuatro recetas en Francia es homeopática. En los EE.UU. también. En 2007, según el Centro Nacional para la Salud Complementaria e Integral (NCCIH), dependiente de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), los estadounidenses gastaban U$ 3.100 millones anuales en preparados homeopáticos, esto es, casi la décima parte de lo que destinan en otras pseudoterapias.
Con todos los estudios en contra, las leyes de la física conocida también se llevan mal con la homeopatía. En sus preparados casi no existe principio activo. La práctica de diluciones infinitesimales hace desaparecer la sustancia original. Entonces, ¿cómo cura la homeopatía si en sus “gotitas” casi no queda rastro de medicina?
La mayoría de los preparados homeopáticos solo son agua. Por ese motivo tuvo relativo éxito la teoría de la “memoria del agua”, nunca comprobada experimentalmente hasta la llegada del Dr. Jacques Benveniste, que debió recurrir al autoengaño y al fraude para mostrar resultados.
La “dinamización” del producto homeopático supone que las moléculas de agua son más potentes a medida que el principio activo está más diluido; así, las moléculas de veneno en un vaso de agua deberían matar instantáneamente, una gota de tinta debería oscurecer el océano y una pizca de somnífero debería voltear caballos. Y no es el caso.
Lo más probable es que esta ley haga agua, pero valdrá la pena recordar los nombres de los diputados cómplices del proyecto de ley argentino, todos integrantes de “Cambiemos”, entre ellos Samanta Acerenza, José Carlos Nuñez, Cornelia Schmidt Liermann, Mario Domingo Barletta, Martín Osvaldo Hernández, Horacio Goicoechea, Sergio Javier Wisky, Marcelo German Wechsler, María Paula Lopardo, Pedro Javier Pretto, Marcelo Adolfo Sorgente, Julio Raffo, Claudio Poggi, Eduardo Conesa, Ana Laura Martínez y, créase o no, María Teresita Villavicencio.
A contramano de la ciencia
Estos proyectos, que se llevan de patadas con la ciencia, confirman todos los estereotipos sobre una derecha pituca encabezada por un Mauri que cree en “purificaciones energéticas”, que recibe consejos de una budista new age, nombra Coordinador de Procesos y Políticas de Gestión a un Licenciado que enseña a “activar la glándula pineal” (Christian Carlos Arslanian) o cuyas autoridades educativas reciben alborozados al charlatán cuántico Amit Goswami…. el mismo día que los maestros estaban de paro nacional y 400 mil docentes celebraban la marcha federal educativa, el 21 de marzo pasado.
Por suerte, el licenciado Alejandro Rozitchner, que es filósofo, asesora al Presidente; el rabino Bergman, con su infinito poder de rezo, está al frente del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable, y Oscar Aguad, experto en cirugía online, es ministro de Comunicaciones.
Si no, estábamos fritos.