Abundan –y es entre nosotros- análisis políticos o pseudo psi que emparentan el comportamiento de ciertos individuos o actores sociales al desequilibrio, la paranoia, la enfermedad mental. Hora de revisar una costumbre que acaso aporta poco y nada.

No me gusta, no estoy de acuerdo, y me preocupa que a esta altura se siga calificando a los que actúan de modo incomprensible, insensato y/o cruel, con diagnósticos psiquiátricos.

Y no es que no puedan tenerlos. Pero en tal caso sería un problema de salud. Que puede eventualmente confluir con inclinaciones ideológicas y políticas cualquieras, ya que sabemos que hay de todo en las viñas del Señor…

Pero nunca explicarlas.

Cómo psiquiatra y psicoanalista dedico gran parte de mi vida a atender personas con problemas de esta índole. Nunca se me ocurriría comprender sus ideas de acuerdo con su estructura psíquica, ni al revés tampoco.

En un noticiero reciente se calificó a una influencer, que agredió a periodistas durante la marcha anticuarentena, de desequilibrada. No me pareció que lo fuera, tampoco me pronunciaría al respecto, ya que en todo estaríamos frente a un problema a tratar médicamente, y no ante la expresión burda, agresiva y dañina de posturas políticas que aprovechan cualquier cosa para atacar al gobierno, incluso la pandemia con sus tremendas consecuencias en vidas humanas, económicas, etc. ¿Acaso se puede explicar el nazismo porque Hitler fuera un paranoico, o tantas guerras y genocidios que los “cuerdos”, cuando menos, no pudieron evitar?  No es necesario estar desequilibrado para mantener posturas de derecha, no creo que el 40% de nuestros compatriotas lo esté…

Para Jorge Alemán, psicoanalista, la pulsión destructiva añade un plus a las exigencias de reproducción del capital (“El odio delirante a la república”, Página/12; 2/7). Puede ser. ¿Pero qué agregaría esta aseveración? El mismo Alemán, a quien respeto por sus posturas y análisis políticos, dice también: “las categorías que no permiten una cierta inteligibilidad de la realidad, como tantas otras cosas, han empezado a crujir en sus fundamentos” (Página/12, 20/8). Y esto lo suscribo. Pero entonces, “el odio delirante de los sectores de la derecha estructurados de una manera paranoica” (en diálogo con Claudio Villaroel, el 17/8) merece ser entendido como un fenómeno socio político, cosa que por supuesto Alemán no deja de hacer.

¿Para qué entonces psicologizar la política?

Ya lo intentó Nelson Castro, burdamente, en otros tiempos diagnosticando a la presidenta CFK. Y tantos otros. Utilizando el diagnóstico psiquiátrico como explicación, pero sobre todo como insulto.

Alemán dice también: “Hay una subjetividad que hace que los medios jueguen como juegan”. No la hacen sobre una tabla rasa, agrega. Seguramente, ya sabemos que las subjetividades existen, y no son precisamente tabulas rasas. Pero también existen personas que sufren de trastornos mentales que están lejos de ser “monstruos” (calificación de Alemán). Es esa equiparación, entre otras, la que en pleno siglo XXI sigue estigmatizando la enfermedad mental y a los que la sufren.

Estar “estructurado de una manera paranoica”, o de cualquier otra, no implica necesariamente un “destino de derecha”, al decir de Alemán, ni ningún otro desde el punto de vista ideológico o político. Este reduccionismo estéril solo confunde, ya que aplicar calificativos de orden médico o psicológico a la política no agrega comprensión ni a una ni a lo uno ni a lo otro, mientras que transforma los diagnósticos en insultos o descalificaciones. Esto no ayuda tampoco a considerar los trastornos mentales como causa de sufrimiento, lo cual en todo caso tendría que convocarnos como profesionales de la salud, ya que de eso se trataría, y no para explicar cuestiones de otro orden, bastante más complejas.